El despotismo de la monarquía constitucional
El argumento es muy sencillo y obvio: o están en pugna los poderes distintos que constituyen un gobierno monstruo, o llegan a convenirse en unas mismas ideas e intereses.
Si lo primero, no es gobierno, sino anarquía, es una serie continua de trastornos, de choques, de escándalos, y perecerá por necesidad en este estado. Pero si al contrario llegan los poderes a unirse, conviniendo el legislativo por medio de una mayoría compacta en apoyar la acción del ejecutivo, entonces no hay consideración que los detenga, ni fuerza que les resista en la ejecución de su voluntad soberana; y como sin embargo de la unión no cesa el choque de los partidos y el calor de las discusiones, es el gobierno por necesidad violento y extremado en todas sus medidas. Siempre recelosos los que una vez llegan a dominar de verse suplantados por sus rivales, se agitan de continuo por solidar su imperio, abaten con furor a cuantos les hacen sombra, para rodearse de sus hechuras, ni reconocen más mérito que el de adhesión a su partido.
Un nuevo choque que compromete la tranquilidad del Estado es el que los derribe, luego que por sus actos han perdido el prestigio. Las leyes y providencias se suceden rápidamente, y los que mandan hoy destruyen lo que se hizo el otro día, sin más razón que la de ser obra de sus adversarios. El ministerio tiene obligada la mayoría por medio de los destinos y gracias que reparte, y ésta dispone de aquél por el favor de su voto; así es que mutuamente se gratificaban para sostener en el poder y en el goce de pingües sueldos. Desgraciadas las fracciones y las clases del estado, cuyas opiniones e intereses no se avienen con el poder dominante: desgraciadas las masas del pueblo que para nada entran en estos debates sino para soportar sus tristes efectos: ellas serán aplastadas bajo el peso enorme de una autoridad facticia, monstruosa por lo mismo que no es natural, sin contrapeso que neutralize su exceso, ni otro medio alguno de resistencia pasiva y legal; porque todo cuanto hay de fuerza, de representación y de autoridad en la Nación está de parte del poder que las oprime.
En los pueblos constitucionales las mayorías de los parlamentos o cortes, unidas al poder ministerial son el todo, y la oposición sólo sirve para enfurecerlas, y hacer su acción más obstinada. La Autoridad Real es absolutamente nula, porque los ministros que firman las providencias no deben responder a ella de sus actos, sino a las mayorías; lo demás que hay en el Estado de clases distinguidas, de corporaciones respetables, de usos y fueros provinciales, de leyes antiguas, todo está nivelado bajo aquel poder colosal, a cuyo despótico arbitrio ruedan como otras tantas piezas al impulso del principal resorte de una máquina. Pues bien: en uno y otro caso de los dos expresados, ¿dónde estará la verdadera libertad? ¿Quién jamás la ha hallado en la anarquía o en el despotismo?
Vicente Pou. La España en la presente crisis. 1843
El despotismo de la monarquía constitucional
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