Carlismo
Juan Chicharro
No hay tertulia, que se preste hoy, donde la política no sea el eje central de la conversación. La irrupción de “Podemos”, o las andanzas del “pequeño Nicolás”, ocupan gran parte del intercambio de opiniones entre tertulianos, bien sean televisivos o no, puesto que hasta en la reuniones familiares, o de amigos, sucede lo mismo.
Constato, sin embargo, la superficialidad de muchos de los criterios “tertulianescos”, en gran medida debido al desconocimiento del pasado y de muchos de los movimientos políticos que en nuestra nación han existido. Uno de ellos es el Carlismo.
Estas líneas se escriben desde la perspectiva de la historia, siquiera, también, por su relación con el presente.
Mi abuelo Jaime fue Diputado tradicionalista, además de primer Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de Madrid por el partido carlista, mi abuela Dolores, heroína tradicionalista de Medina del Campo y mi bisabuelo José Jefe de Estado Mayor del General Villalaín en la tercera guerra carlista. Consecuencia de estos antecedentes familiares abundan en mi casa recuerdos tales como fotos de Carlos VII, de Don Alfonso Carlos o de Doña María de las Nieves. Casi todas en El Loredán, lugar de exilio de todos ellos. Pues bien, a pesar de todo esto, el desconocimiento de la mayoría de los jóvenes, y no tan jóvenes, en la familia, de lo que supuso el movimiento tradicionalista en España durante 150 años es proverbial cuando no asombroso. Y, si esto es así en el ambiente familiar excuso pensar lo que debe ser fuera de este ambiente. Es como si un eclipse nublara nuestra memoria histórica y de ahí los errores en los que nuestra sociedad cae una y otra vez.
Se podría decir, que, salvo por la existencia siquiera simbólica de algún que otro pequeño partido denominado carlista, el Carlismo y lo que significó ha desaparecido o muerto. ¿Es esto así?
No cabe duda que ese movimiento social político que un día inundó la plaza del Castillo de Pamplona de boinas rojas, que hasta hace 50 años llenaba la plaza de los Fueros de Estella y que como serpiente multicolor subía al Montejurra, es un movimiento finiquitado tal como fue.
El Carlismo, cuyas ideas, confrontadas al liberalismo, dieron origen a tres guerras civiles en el siglo XIX no existe hoy como el partido que fue y que tanto representó en muchas partes de España, especialmente en las provincias vasconavarras y en parte de Cataluña.
A pesar de eso, aquel que haya estudiado con profundidad lo que significó dicho movimiento no dudará en identificar muchas de las ideas que defendieron los carlistas con algunas que fluctúan hoy por nuestros lares.
A ver, les remito a Vázquez de Mella cuando decía que “el Carlismo debe procurar no ser ni de derechas, ni de izquierdas, sino firmemente anclado en la tradición, mantener una permanente actitud receptiva y de escucha, para, después de someterlo a un riguroso análisis crítico, incorporar y hacer suyo, todo lo que sea encontrado positivo”. ¿Les suena?
Hoy se habla de reformar la Constitución – dicen que para dar encaje al problema que Cataluña y el País vasco plantean – recuperando conceptos tan viejos como el de España y las Españas.
Pues bien, la aportación más genuina del Carlismo, una de las ideas más fuertes de su ideario fue siempre la del reconocimiento de la identidad y de las competencias de las diferentes regiones que integran España.
Don Miguel de Unamuno dijo que “en España los verdaderos liberales son los carlistas” y que quienes más han hecho por el separatismo en España han sido los centralistas al negar a las regiones su personalidad histórica y sus seculares derechos.
Hoy muchos de los problemas a los que se enfrenta de nuevo España son consecuencia del desencanto o frustración de muchas familias, de abolengo carlista, quienes al no ver alcanzados los objetivos de su ideario – la defensa de los Fueros – se fueron radicalizando progresivamente pasándose a partidos claramente independistas. Y eso a pesar de que la defensa de los Fueros nunca estuvo en contradicción con el sentido de la Patria España, uno de los puntos claves del ideario carlista. Hoy desgraciadamente sí.
Se le achacaba al movimiento tradicionalista un tufo inmovilista y reaccionario sin llegar a entender lo que Víctor Pradera mantenía sobre el sentido de la tradición que no era otra cosa que la transmisión de un legado histórico recibido por quienes nos precedieron y que, a nuestra vez, debíamos entregar, actualizado y mejorado, a quienes nos sucedieran.
No, no era el Carlismo un movimiento retrogrado, e integrista, sino todo lo contrario. Incluso la defensa de la política social que propugnaba, basada fundamentalmente en la de la propia iglesia católica, consecuencia de la encíclica “Rerum Novarum” de León XIII, podría hoy estar en boca de muchos que se autodenominan progresistas.
Viendo lo que vemos en estos días, y la confusión tan grande de ideas existentes en nuestra sociedad, no estaría de más una parada, siquiera momentánea, para releer a líderes de altura de nuestro pasado reciente y no tan reciente.
Tengo la impresión que algunos de los líderes de determinados movimientos surgentes sí que los han leído, e incluso, incorporado a sus programas. Muchas de estas ideas “nuevas” parecen tanto joseantonianas como carlistonas.
Claro que luego en la escala de valores morales, fundamento del movimiento tradicionalista, se alejan tanto del pensamiento de la tradición que ambos movimientos sociales se encuentran en las antípodas.
Allá por agosto del 2010 publicaba el diario El Mundo un artículo de Joaquín Bardavío donde éste daba por finiquitado al Carlismo. Posteriormente un insigne carlista cántabro, José Luis Palacio Gallo, le respondía con valiosos argumentos de lo contrario.
Los dos tienen razón. El movimiento carlista, tal como se le conoció, no existe ya; sin embargo las ideas no mueren nunca y gran parte del ideario carlista aún busca una vertebración que no aparece.
Carlismo - Proa al viento
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