Populismo
Juan Manuel de Prada
Se ha hecho habitual que, desde los partidos amorrados al poder y las huestes tertulianesas que los defienden, se tilde a los partidos de nuevo cuño y ascenso meteórico de «populistas», por prometer a sus seguidores Jauja, el Edén y Eldorado si llegan a gobernar. El 'populismo' sería, pues, lo mismo que el milenarismo craso o carnal en teología, una doctrina que promete el paraíso en la tierra sin necesidad de Parusía; pero en realidad esto es lo que han hecho siempre todas las ideologías, como sucedáneos religiosos que son. Y es que el racionalismo que trajo la Revolución Francesa se impuso sobre la fe religiosa... a cambio de convertir la utopía política en un nuevo evangelio. La utopía, a fin de cuentas, no es otra cosa sino un residuo degradado de la religión, para suministro de masas que se han quedado sin religión.
Si el populismo consiste en postular quimeras y prometer paraísos, todas las ideologías han sido populistas. Lo fueron, desde luego, las primeras proclamas revolucionarias, que prometieron que la raza humana se perfeccionaría hasta refundar la historia, mediante «el crecimiento perpetuo e ilimitado de la razón humana universal»; pero ese prometido crecimiento de la razón solo produjo monstruos, que a la postre se han traducido en un mundo cada vez más irracional. Y, si fuéramos analizando detenidamente (aquí solo podremos hacerlo de forma sucinta) todas las ideologías que, cual ramaje selvático, han ido naciendo del tronco revolucionario, descubriríamos que no han hecho otra cosa sino populismo barato. El liberalismo prometió la golosina de la libertad individual, que finalmente fue libertad del fuerte para oprimir al débil, libertad del rico para sangrar al pobre y libertad del capital para amontonarse en unas pocas manos y convertir el trabajo en mera mercancía; también, por cierto, prometió libertad de opinión, pero lo cierto es que desde entonces verdad y error valieron lo mismo (o sea, nada), instaurando un nuevo reinado de Babel.
Después vino el socialismo, que prometió acabar con los abusos del capital con la socialización de los bienes, pero solo logró destruir muchas instituciones que hacían de contrapoderes del Estado y aseguraban la libertad política; también prometió que la lucha de clases conduciría a una benéfica dictadura del proletariado, para entonces convertido en hermandad universal, pero lo cierto es que la dinámica propia de la lucha de clases generó el veneno que hizo imposible toda expresión fraterna, y aun de buena vecindad.
No nos detendremos a glosar las calamidades que ocasionaron las promesas del fascismo y el comunismo, pues para eso ya están los tertulianeses, que se las saben de carrerilla. Mucho más interesante resulta analizar, aunque sea muy sucintamente, las falsas promesas de la democracia, que fue la ideología alternativa a los totalitarismos, a los que acabó derrotando (y, muy secreta y coquetamente, sintetizando). La democracia, en su formulación propagandística más divulgada, prometía un gobierno «del pueblo y para el pueblo»: pero «del pueblo» nunca fue, puesto que nunca se permitió que hubiese auténtica representación, impidiendo la posibilidad del mandato sobre el político, que una vez elegido se atrinchera en unas élites partitocráticas opacas; y tampoco se cumplió la promesa de un «gobierno para el pueblo», pues muy pronto esas élites partitocráticas se dedicaron a acaparar poderes que nada tenían que ver con la representación, siempre en un afán por arrimarse al dinero, hasta terminar en un «gobierno para el dinero» y en contra del pueblo.
Y esta conversión de la democracia en un instrumento al servicio del dinero aún se habría de intensificar con la llamada 'globalización', que ha permitido la creación de estructuras de gobierno mundialistas (¡gobernanza!) que ni siquiera elige el pueblo. Para que el incumplimiento de esta doble promesa del pueblo y para el pueblo fuese menos indigesto se prometieron otras quimeras, como el Estado de bienestar, que se incumplen a chorros mientras se van cayendo a pedazos. Así hasta llegar a la presente situación, en que la ideología democrática ya solo puede prometer una versión cutre y low cost del mundo feliz de Huxley: una vida lobotomizada con acceso a interné y derechos de bragueta.
Así que, cada vez que desde los partidos amorrados al poder y las huestes tertulianesas que los defienden se acusa de populistas a los partidos de reciente cuño y ascenso meteórico, siento que la peste, la malaria, el cólera, el tifus, el sida y la lepra se han puesto de acuerdo en tildar de «plaga» al catarro
Populismo
Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)
Marcadores