Fuente: Los Domingos de ABC, Suplemento Semanal, 2 de Noviembre de 1969, páginas 4, 6 y 7.
Como en su tiempo otros grandes fundadores españoles, el padre José María Escrivá de Balaguer ha sabido abrir a la espiritualidad católica nuevos y fecundos cauces, sabiamente adaptados a la compleja realidad de la época que vivimos. El Opus Dei, por él fundado, orientado y presidido, crece y se multiplica a lo largo y a lo ancho de todo el mundo. Es una ligereza imperdonable, además de una injusticia grave, juzgar al Opus Dei por los aciertos o errores posibles o ficticios de sus miembros que dedican sus actividades particulares a la economía y a la política, y que actúan –en afirmación de monseñor Escrivá en el artículo que hoy publicamos– “con completa independencia y con responsabilidad personal”. Sólo se puede juzgar seriamente al Opus Dei por su vasta obra religiosa y social, y ésta deja un balance abrumadoramente positivo, al margen de la actividad individual de algunos políticos y economistas que a él pertenecen, los cuales, como también los ingenieros, los abogados y los obreros del Opus, unas veces aciertan y otras se equivocan en su actividad profesional. Negar, en fin, la fecundidad religiosa del Opus Dei sería negar la evidencia misma.
En estas páginas del dominical de ABC hemos publicado artículos y ensayos de las primeras firmas internacionales y españolas en los varios campos de la religión, la filosofía, la literatura, la historia, la ciencia y el arte. Muy pocos entre esos trabajos –con ser todos excepcionales– estaban adornados de tanta profundidad de conceptos, de tanto sentido de la realidad, como este artículo de monseñor José María Escrivá de Balaguer, que ofrecemos a continuación a nuestros lectores.
LAS RIQUEZAS DE LA FE
En este canto a las riquezas de la fe que es la Epístola a los Gálatas, San Pablo nos dice que el cristiano debe vivir con la libertad que Cristo nos ha ganado (cfr. 4, 3). Ése fue el anuncio de Jesús a los primeros cristianos, y eso continuará siendo a lo largo de los siglos: el anuncio de la liberación de la miseria y de la angustia. La historia no está sometida a fuerzas ciegas ni es el resultado del acaso, sino que es la manifestación de las misericordias de Dios Padre. Los pensamientos de Dios están por encima de nuestros pensamientos, dice la Escritura (cfr. Is 55, 8; Rom 11, 33); por eso, confiar en el Señor quiere decir tener fe a pesar de los pesares, yendo más allá de las apariencias. La caridad de Dios –que nos ama eternamente– está detrás de cada acontecimiento, aunque de una manera a veces oculta para nosotros.
Cuando el cristiano vive de fe –con una fe que no sea mera palabra, sino realidad de oración personal–, la seguridad del amor divino se manifiesta en alegría, en libertad interior. Esos nudos que atenazan a veces el corazón, esos pesos que aplastan el alma, se rompen y se disuelven. Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? (I Cor 8, 31). Y la sonrisa viene en seguida a los labios. Un hijo de Dios, un cristiano que viva de fe, puede sufrir y llorar: puede tener motivos para dolerse; pero, para estar triste, no.
LA LIBERTAD TIENE UNA DE SUS MANIFESTACIONES MÁS CARACTERÍSTICAS EN LA FRATERNIDAD
La libertad cristiana nace del interior, del corazón, de la fe. Pero no es algo meramente individual, sino que tiene manifestaciones exteriores. Entre ellas, una de las más características de la vida de los primeros cristianos: la fraternidad. La fe –la magnitud del don del amor de Dios– ha hecho que se empequeñezcan hasta desaparecer todas las diferencias, todas las barreras: ya no hay distinción de judío, ni griego; ni de siervo, ni de libre; ni de hombre, ni de mujer: porque todos sois una cosa en Cristo Jesús (Gal 3, 28). Ese saberse y quererse de hecho como hermanos, por encima de las diferencias de raza, de condición social, de cultura, de ideología, es esencial al cristianismo.
EL OPUS DEI NO HA ENTRADO NI ENTRARÁ NUNCA EN LA POLÍTICA DE GRUPOS Y PARTIDOS, PORQUE SU MISIÓN NO ES LA POLÍTICA
No es mi misión hablar de política. Tampoco es ésa la misión del Opus Dei, ya que su única finalidad es espiritual. El Opus Dei no ha entrado ni entrará nunca en la política de grupos y partidos, ni está vinculado a ninguna persona o ideología. Ese modo de actuar no es una táctica apostólica, ni una conducta meramente encomiable. Es una necesidad intrínseca para el Opus Dei proceder así, ya que lo exige su misma naturaleza, y tiene un resello evidente: el amor a la libertad, la confianza en la condición propia del cristiano en medio del mundo, actuando con completa independencia y con responsabilidad personal.
No hay dogmas en las cosas temporales. No va de acuerdo con la dignidad de los hombres el intentar fijar unas verdades absolutas, en cuestiones donde por fuerza cada uno ha de contemplar las cosas desde su punto de vista, según sus intereses particulares, sus preferencias culturales y su propia experiencia peculiar. Pretender imponer dogmas en lo temporal conduce, inevitablemente, a forzar las conciencias de los demás, a no respetar al prójimo.
RESPETAR LA OPINIÓN DE LOS DEMÁS Y AMAR EL LEGÍTIMO PLURALISMO. DIOS AL CREARNOS HA CORRIDO EL RIESGO Y LA AVENTURA DE NUESTRA LIBERTAD
No quiero decir con eso que la postura del cristiano, ante los asuntos temporales, deba ser indiferente o apática. En modo alguno. Pienso, sin embargo, que un cristiano ha de hacer compatible la pasión humana por el progreso cívico y social con la conciencia de la limitación de las propias opiniones, respetando, por consiguiente, las opiniones de los demás y amando el legítimo pluralismo. Quien no sepa vivir así, no ha llegado al fondo del mensaje cristiano. No es fácil llegar, y en cierto modo no se llega nunca, porque la tendencia al egoísmo y a la soberbia no muere jamás en nosotros. Por eso, todos estamos obligados a un examen constante, confrontando nuestras acciones con Cristo, para reconocernos pecadores y recomenzar de nuevo. No es fácil llegar, pero hemos de esforzarnos.
Dios, al crearnos, ha corrido el riesgo y la aventura de nuestra libertad. Ha querido una historia que sea una historia verdadera, hecha de auténticas decisiones, y no una ficción ni un juego. Cada hombre ha de hacer la experiencia de su personal autonomía, con lo que eso supone de azar, de tanteo y, en ocasiones, de incertidumbre. No olvidemos que Dios, que nos da la seguridad de la fe, no nos ha revelado el sentido de todos los acontecimientos humanos. Junto con las cosas que para el cristiano están totalmente claras y seguras, hay otras –muchísimas– en las que sólo cabe la opinión: es decir, un cierto conocimiento de lo que puede ser verdadero y oportuno, pero que no se puede afirmar de un modo incontrovertible. Porque no sólo es posible que yo me equivoque, sino que –teniendo yo razón– es posible que la tengan también los demás. Un objeto que a uno parece cóncavo, parecerá convexo a los que estén situados en una perspectiva distinta.
LA LIBERTAD ES LA CONDICIÓN DE LA CONVIVENCIA. Y LA RAÍZ DEL RESPETO A LA LIBERTAD ESTÁ EN EL AMOR
La conciencia de la limitación de los juicios humanos nos lleva a reconocer la libertad como condición de la convivencia. Pero no es todo, e incluso no es lo más importante: la raíz del respeto a la libertad está en el amor. Si otras personas piensan de manera distinta a como pienso yo, ¿es eso una razón para considerarlas como enemigas? La única razón puede ser el egoísmo, o la limitación intelectual de quienes piensan que no hay más valor que la política y las empresas temporales. Pero un cristiano sabe que no es así, porque cada persona tiene un precio infinito, y un destino eterno en Dios: por cada una de ellas ha muerto Jesucristo.
Se es cristiano cuando se es capaz de amar no sólo a la Humanidad en abstracto, sino a cada persona que pasa cerca de nosotros. Es una manifestación de madurez humana sentir la responsabilidad de esas tareas de las que vemos que depende el bienestar de las generaciones futuras, pero eso no nos puede conducir a descuidar la entrega y el servicio en los asuntos más ordinarios: tener un detalle amable con quienes trabajan a nuestro lado, vivir una verdadera amistad con nuestros compañeros, compadecernos de quien padece necesidad, aunque su miseria nos parezca sin importancia en comparación con los grandes ideales que perseguimos.
HABLAR DE LIBERTAD, EN FIN, ES HABLAR DE UNA DE LAS MAYORES RIQUEZAS DE LA FE
Hablar de libertad, de amor a la libertad, es plantear un ideal difícil: es hablar de una de las mayores riquezas de la fe. Porque –no nos engañemos– la vida no es una novela rosa. La fraternidad cristiana no es algo que venga del cielo de una vez para todas, sino realidad que ha de ser construida cada día. Y que ha de serlo en una vida que conserva toda su dureza, con choques de intereses, con tensiones y luchas, con el contacto diario con personas que nos parecerán mezquinas, y con mezquindades de nuestra parte.
Pero si todo eso nos descorazona, si nos dejamos vencer por el propio egoísmo o si caemos en la actitud escéptica de quien se encoge de hombros, será señal de que tenemos necesidad de profundizar en nuestra fe, de contemplar más a Cristo. Porque sólo en esa escuela aprende el cristiano a conocerse a sí mismo y a comprender a los demás, a vivir de tal manera que sea Cristo presente en los hombres.
José María ESCRIVA DE BALAGUER
Marcadores