Cuando se ha intentado pacientemente explicar al guardián de la paz eclesiástica de turno que no, que uno no hace sino cumplir con un deber universal de claridad en las proposiciones que debe creer y que en absoluto cuestiona la más mínima iota de la doctrina católica, aun no ha superado todo el armamento de esos pseudo-censores.
Todavía puede tener que escuchar a modo de punto final un nervioso: “¡Yo creo lo que la Iglesia enseñe!”
¿Cabe mayor muestra de obediencia filial, de fe sin reservas, en un cristiano? Pues, depende. Si con esa protesta se quiere manifestar, de modo sintético, que se cree en la Iglesia y en todo lo que la Iglesia católica enseña, no habrá católico que deje de alabar la afirmación..
Pero si semejante declaración se utiliza para evitar hacer un juicio tan simple como qué cosa enseña la Iglesia en un particular, entonces admitamos que estamos ante un problema. Claro, yo también creo lo que la Iglesia enseñe.
El problema, ya lo hemos visto, es tener claridad sobre qué enseña.
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