La Tradición

Saludos en Cristo a todos los cámaras seguidores de este cuaderno de bitácora, y muy especialmente a nuestro correligionario Rodrigo, gracias al cual tengo la oportunidad de participar aquí y aportar mi granito de arena a la Santa Causa de la Tradición.

Carga carlista, por el gran pintor Augusto Ferrer-Dalmau, retratista de nuestra Historia.

Y ahora surge la pregunta, ¿qué es la Tradición? Bien, la Tradición es el patrimonio religioso, espiritual, territorial, racial, social, que recibimos de nuestros padres. Es nuestra identidad, pues nosotros sólo somos un eslabón en la cadena de nuestra estirpe, que se remonta a celtíberos, grecorromanos y visigodos. Y esa Tradición empieza por la Fe, la religión revelada por Dios, el mismo que bajó de los cielos hecho Hombre a vencer a la muerte en la Cruz y a redimirnos de nuestros pecados. Desde Recaredo, España sólo conoció la grandeza heroica a la sombra de la Cruz. España fue ejecutora de las más grandes obras en nombre de Cristo Rey y de la Santísima Virgen: "Luz de Trento, Martillo de Herejes, Espada de Roma, Cuna de San Ignacio", en palabras de Menéndez y Pelayo. El Catolicismo, además de ser la Fe verdadera, es la nuestra, y sin ella, volveríamos al cantonalismo de los arévacos y los vetones, al paganismo decadente de las bacanales y las supersticiones. El Cristianismo es la religión de los valientes y de los héroes, la de un Dios que fue capaz de encarnarse y morir para salvar a sus hijos. Y nosotros, sus hijos, respondimos expandiendo su Palabra a los pueblos de aquel mundo por el que España se desparramó.


La Tradición sigue en la Patria, realidad metafísica e incombustible, pero también sencilla y mundana. La Patria en España fue más un conjunto de pueblos unidos en una gran misión que un estado-nación insignificante y corriente. La Historia de España es la de la forja de una raza de indomables, con una voluntad de hierro. Al amar a la Patria no amamos solo el pueblecito que nos vio nacer, las dehesas, los bosques, las mesetas, las montañas, nuestra tierra a la que nos sentimos ligados desde tiempos atávicos y cuya esencia corre por nuestras venas. Al amar a la Patria no amamos tampoco solamente nuestra raza, nuestros compatriotas, apretados en un estrecho sentimiento de camaradería, hermanos de una misma sangre y miembros de esa gran familia que integramos vascos, castellanos, leoneses, catalanes, aragoneses, catalanes, occitanos, andaluces, granadinos, napolitanos, sicilianos, sardos, saharauis, angoleños, guineanos, timorenses, mexicanos, quechuas, argentinos, mozambiqueños, guaraníes, tagalos, macaenses... Y me faltan todavía más de la mitad. Amamos también esa idea metafísica e imperial, gibelina y militar, esa misión que Roma y Constantinopla legaron a las Españas a través del título del imperio Bizantino que el basileo Andrés Paleólogo concedió a los Reyes Católicos. Aquello fue la consumación del "Fecho del Imperio", perseguido por Alfonso X (aunque ya muchos reyes de León se titularon emperadores), consumación que sería completada al fin con la coronación del César Carlos V. Este es el destino histórico del Quinto Imperio (tras asirios, persas, griegos y romanos): el imperio de la Fe.

No podría haber Patria sin Fueros. Los Fueros, las Leyes Viejas, las ancestrales costumbres de nuestro pueblo, forjadas por la lucha contra el sarraceno. En España nunca existió el feudalismo. España era una tierra de hombres libres, de pequeños propietarios rurales y campesinos. Esa lucha contra el sarraceno dio a los españoles un sentimiento de pertenencia a una tierra que habían reconquistado con su sangre, y que iban a trabajar con su sudor. Surgió así la vertebración comunal-jerárquica de las Españas, la de los concejos y las Cortes, la de la hidalguía atrevida, dueña de su propia tierra. Aquellos hidalgos con temor a Dios y sin miedo al hombre, fuese cual fuese, ante el cual siempre harían valer sus antiguas libertades, en las cuales radicaba la legitimidad del gobernante. Era una especie de "federalismo arcaico", la organización natural de los pueblos hispánicos. La aparición de un régimen absolutista-jacobino desde 1833, y su incapacidad de asimilación por la gente, es responsable de que hoy en día, aquí en España, no haya cuajado el nacionalismo moderno como sí ha pasado en otros países europeos.

Y, por último, no podrían haber Fueros sin un Rey que los hiciese valer. Nuevamente, el Rey hispano poco tenía que ver con absolutismos feudales. La monarquía hispánica tenía un fundamento isidoriano que la acercaba mucho a la "Res Pvblica", al bien común. El rey era ante todo, el primus inter pares (primero entre iguales, dijo don Carlos VII que si la nación es pobre, vivirán pobremente el Rey y sus ministros), y los pueblos de España tenían siempre la noción de reconocerlo por su propia voluntad, tras el pacto en el que el Rey juraba los fueros. El tiranicidio y el probablismo, que posteriormente, la Escuela de Salamanca no haría sino confirmar, fueron parte importante de la doctrina jesuita (por cierto, muestra de ese espíritu militar hispánico es que al jefe de la Compañía se le denomina General) que posteriormente importaría a las misiones guaraníes (todo un exitoso trasplante del modelo comunal hispánico al Nuevo Mundo, y uno de los mejores ejemplos de la doctrina distributista chestertoniana). Por tanto, el espíritu de la Monarquía Hispánica puede ser definido como meritocrática en esencia.

Esta es la esencia de España, NUESTRA IDENTIDAD. No podemos buscar nuestra grandeza en modelos extranjeros trasnochados, en teorías cuadriculadas decimonónicas, que intenten castrar la combativa alma hispánica y su católica misión, hacernos apostatar de nuestra Fe y convertirnos en un gregario rebaño de descabezados gobernado por oligarquías plutócratas que nos llaman a malgastar una papeleta cada 4 años. Tenemos que destruir el sistema, mirar hacia nuestro pasado para poder avanzar a nuestro futuro, en definitiva, ¡ser españoles!

Reino de Granada