La oligarquía intelectual
Juan Manuel de Prada
Cualquier persona no demasiado atufada de propaganda que siga el discurso de los llamados 'intelectuales' habrá descubierto, bajo el postureo rebelde y el aspaviento de independencia, una unánime sumisión a la morralla ideológica sistémica, desde la exaltación de los derechos de bragueta hasta la denigración de la religión católica (compatible, por supuesto, con el aplauso de toda forma de catolicismo ful y pachanguero), con parada y fonda en el parque temático del antifranquismo, que en España es el salvoconducto del 'intelectual' fetén (y que exige, por ejemplo, que toda película, novela o 'producto cultural' autóctono, aunque se ambiente en el planeta Marte, incluya una ridícula y extemporánea proclama antifranquista). Cualquier persona no demasiado atufada por la propaganda se dará pronto cuenta de que tal unanimidad (que los 'intelectuales' disfrazan adscribiéndose a los negociados de derecha e izquierda y discrepando en cuestiones menores) obedece a una razón muy profunda que no es estrictamente alimenticia, aunque sea propia de estómagos agradecidos.
Leo un artículo del profesor John Rao en la revista 'Verbo' que explica a la perfección el modus operandi de esta 'oligarquía intelectual', lacaya en último término de la oligarquía plutocrática, que como todo el mundo sabe es la que gobierna el mundo, sustituyendo la búsqueda del bien común por la satisfacción de su interés particular, que es el afán de lucro; pero tal interés particular es tan descarado y tan corto de miras que la plutocracia necesita disimularlo con una 'tapadera' intelectual. De este modo, la oligarquía plutocrática puede alegar que, en realidad, quienes influyen sobre las masas no son ellos, sino los «mercaderes de la palabra» la acuñación, muy afortunada, es del profesor Rao, que ejercen su seducción incluso entre quienes, por disposición natural, procedencia social o convicciones, profesan animadversión a la plutocracia. Esta 'oligarquía intelectual' que sirve de 'tapadera' a los desmanes de la oligarquía plutocrática es, además, extraordinariamente eficaz, porque está compuesta por dos facciones distintas los consabidos negociados de izquierdas y derechas que, a la vez que fingen una disputa enconada y sin cuartel, mantienen a las masas entretenidas con golosinas diversas (de la liberación sexual a la memoria histórica, por poner dos ejemplos en apariencia disímiles) que les hagan olvidar que están siendo saqueados, tanto material como espiritualmente.
No es cierto, como a veces se pretende, que los proveedores de esta 'tapadera' intelectual pertenezcan exclusivamente al negociado de izquierdas. Un 'intelectual' de derechas puede alcanzar el mismo predicamento y los mismos honores (¡hasta el Premio Nobel, incluso!), siempre que acepte su papel de 'tapadera' de la plutocracia. Naturalmente, el 'intelectual' de derechas deberá defender, por ejemplo, el libre mercado con más ardor que el 'intelectual' de izquierdas, dejando que este defienda con más brío, pongamos por caso, el aborto, para mantener la ilusión de la discrepancia; pero ambos podrán ser igualmente entusiastas en su profesión de fe europeísta y en su antifranquismo sobrevenido y sobreactuado. El auténtico enemigo de esta oligarquía intelectual, según nos explica Rao, será el «buscador del logos»; es decir, quien se atreva a denunciar que las argucias ideológicas de la oligarquía intelectual son, en última instancia, coartadas que garantizan la seguridad de la oligarquía plutocrática.
Y para combatir a estos impertinentes «buscadores del logos», las oligarquías disponen de un instrumento eficacísimo que, a la vez que los desactiva, permite que las contradicciones de la alianza plutocrático-intelectual no lleguen nunca a provocar su ruptura, pues la amenaza de un enemigo común las mantiene unidas. Tal instrumento es la fantasía del pluralismo, en la que los buscadores del logos tienen presuntamente tantas posibilidades como cualquier otro para argumentar; pero donde, en realidad, el enjambre de opiniones sistémicas (que siempre cuentan con los mejores altavoces) acaba condenando a la irrelevancia a la voz auténticamente discrepante. Este pluralismo, además, favorece el desgaste de las masas en una guerra ruinosa de todos contra todos (lo que nosotros hemos denominado 'demogresca') que, jaleada por la oligarquía intelectual, permitirá a la oligarquía plutocrática dedicarse a lo que en verdad le interesa, que es el lucro, mientras las masas apacentadas por los intelectuales sistémicos reclaman un chute de derechos de bragueta, o un colocón de memoria histórica, o cualquier otra ración de droga que las distraiga y apacigüe.
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