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Tema: La línea de flotación del Carlismo (Rafael Gambra)

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    La línea de flotación del Carlismo (Rafael Gambra)

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 18 de julio de 1971.

    [Las partes subryadas no son mías, sino del documento original]



    La línea de flotación del Carlismo

    Por Rafael Gambra


    UNA OPCIÓN ALUCINANTE

    Vivimos un tiempo de contradicciones y de anarquía en las mentes. Es preciso tomar las cosas como son y afrontarlas sin adoptar una actitud de avestruz que, para salvar nuestra vida diaria y nuestra comodidad, trate de ver que “toda época fue análoga” o que “todo tiene precedentes” iguales o peores.

    Un carlista, por ejemplo, se siente hoy solicitado por dos visiones de la situación –y de su misión en ella– totalmente contradictorias e igualmente falsas. Son –diríamos– sus dos “tentaciones” en esta época de contradicciones y desconcierto.

    Por un lado se le dirá que los tiempos han cambiado: lo que era verdad ayer –de acuerdo con Hegel– no lo es hoy, como la verdad de hoy no será la de mañana. Que la misma Iglesia ha evolucionado liberándose de un pasado “triunfalista” y “constantiniano” (toda su historia), y ha abrazado el ideal de una sociedad “pluralista”, democrática y aún socialista. Que uno de los “elementos positivos” del marxismo ha sido descubrir que las tensiones humanas están condicionadas por la economía, y que la misión de todos consiste en promover el desarrollo y la paz en la tierra para que surja el auténtico humanismo y la fraternidad universal. El carlismo, si no quiere verse desplazado por el “viento de la Historia” debe también enterrar su pasado, uncirse al carro del vencedor y ser el pionero de esa nueva religión humanista y socializadora. El carlista medio se ve solicitado hacia esta nueva mentalidad tanto por las predicaciones de los “nuevos curas” como por la casi totalidad de los llamados “medios de comunicación” (léase medios de propaganda).

    Por otro lado se ofrece al carlista una antitética visión del presente y de su puesto en el mismo. Nada de tener que abjurar de su pasado para abrazar la democracia y el socialismo de sus enemigos. Antes al contrario, su esfuerzo a lo largo de más de un siglo está a punto de verse coronado por un éxito rotundo. Se encuentra hoy en las puertas de la Tierra de Promisión. Después de la victoria de 1939 el Régimen ha incorporado las esencias de su ideario y camina hacia una monarquía tan católica, tan tradicional, tan legítima, orgánica y foral como podría desearla el propio Carlos VII.

    Según estos dos modos de presentar la situación actual y el papel del carlismo, éste tendría: o que abjurar de su pasado y “pasarse” con armas y bagages a sus enemigos de ayer, de anteayer y de siempre; o disolverse feliz y triunfante en un supuesto de cumplimiento actual de todas sus reivindicaciones y esperanzas.

    Y, efectivamente, como el carlista medio no oye desde hace años más que estas dos opciones contradictorias y esencialmente falsas, como sólo puede escuchar estos dos cantos de sirena, es natural que sucumba masivamente a una o a otra (o, en una tercera opción, caiga en el desaliento y la inhibición política, entregándose a su vida privada). Máxime si se tiene presente –y ésta es la tragedia nueva y propia de nuestra época– que todas las autoridades para él respetables (la eclesiástica como católico, la civil como ciudadano, la misma del carlismo como carlista) participan en una u otra de aquellas dos posiciones; es decir, reafirman con su peso moral alguna de esas tentaciones.


    TRES GRUPOS EN EL CARLISMO ACTUAL

    Consecuencia de ello es que sean tres los grupos más visibles en que hoy se divide el carlismo, es decir, aquella gran comunión de hombres que luchó unida en 1936 y sus hijos y herederos espirituales. Los tres –por desgracia– enteramente ajenos a lo que siempre fue y debería ser el carlismo, y los tres con una buena dosis de aprensión, amargura y remordimiento en su respectiva posición.

    El primero está constituido por aquéllos que han aceptado: 1.º) la idea hegeliana del “movimiento de la Historia”; 2.º) la idea marxista de que el móvil de la Historia es la economía, y que no existe, por lo tanto, otro problema que la igualación económica, el desarrollo y el “nivel de vida”; y 3.º) la idea “pluralista” según la cual la unidad religiosa (y la religión en general) debe dejar de constituir el cimiento del orden social y el origen del poder para sustituirla por una tecnocracia socialista basada en la democracia inorgánica o individualista. Un “neocarlismo” democrático, revolucionario, socialista (y progresista en el orden religioso) debe sustituir, en el concepto de este grupo, al antiguo carlismo “contagiado” de los “prejuicios” reaccionarios y capitalistas de su época.

    Esta posición tiene hoy en su apoyo la parte más visible de la jerarquía eclesiástica post-conciliar, y –mientras no sea desautorizada– la aprobación de la jerarquía carlista que sobrevivió a don Alfonso Carlos. También se ve apoyada por la vertiente “táctica” o “maquiavélica” de la actual situación política, que en el paraestatal “Pueblo” o en TVE se muestra siempre “aperturista” y “abandonista” de cuanto significó su origen. Y apoyada –por supuesto– por la propaganda a escala mundial de la UNESCO y del comunismo.

    El segundo grupo se halla formado por aquéllos otros que prefieren suponer que todo ha ido bien (al menos en lo esencial) desde el alzamiento de los requetés y fuerzas afines en 1936, y que, proclamados los “principios fundamentales” de gran inspiración tradicionalista, e instaurada una monarquía (al menos “en expectativa de destino”), el triunfo del carlismo –y de ellos mismos– es ya realidad o logro inminente. Esta posición cuenta en su apoyo con lo que podríamos llamar “teoría” u “ortodoxia pública” del Régimen vigente (su vertiente constitucional o “seria”), y también con una antigua corriente del propio carlismo cuya figura más representativa fue el Conde de Rodezno y que ha contado con varios ministros y altos cargos en los últimos treinta y cinco años.

    El tercer grupo –el más numeroso quizá–, lo forman aquéllos que, hastiados o definitivamente desorientados, han preferido desentenderse de todo, enterrar sus ilusiones político-religiosas de antaño, y dedicarse a su vida privada. Éstos tienen en su apoyo motivos psicológicos muy profundos que reaccionan contra todo este horrible desquiciamiento y falta de autoridad; desquiciamiento que –entiéndase bien– no es exclusivo del carlismo, sino común a toda la política española y a la civilización occidental.


    EL CARLISMO, SIN EMBARGO, ES ALGO

    Sucede, sin embargo, que el carlismo –como toda realidad o fenómeno histórico– es algo, consiste en algo. Todo el mundo en España, y en el mundo, sabe con bastante precisión lo que es ser carlista. No es, desde luego, una tribu o una raza como los gitanos o los bantúes que pueden convertirse al cristianismo o al islamismo sin dejar de ser gitanos o bantúes. Ser carlista es creer, pensar, sentir, amar algo, luchar bajo un determinado signo. El carlismo nació (en 1833) en nombre de algo; luchó (en 1833, en 1873 y en 1936) por algo; venció (en 1936) para algo. Esto le confiere una significación y una personalidad históricas a las que no puede contradecir sin dejar de ser eso que es: carlismo. Un carlista puede hacerse protestante o socialista y no deja de ser hombre y español, pero deja en ese instante de ser carlista, y él debe saberlo.

    Pues bien: si un carlista del primero de aquellos grupos actuales expusiera a cualquier persona ajena al carlismo, o a un extranjero (o al historiador futuro) que él ha evolucionado hacia eso que pudorosamente llama la “nueva línea” del carlismo, y le explica la nueva ideología de ese “neocarlismo” que dice profesar, dejaría con la boca abierta a su interlocutor. Éste se creería en presencia de un perturbado que, después de aceptar íntegramente todo aquello contra lo que nació y luchó el carlismo de todos los tiempos, quiere, sin embargo, seguir llamándose carlista. Creería hallarse ante una contradicción viviente, como un cura ateo o un militar “objetor de conciencia”.

    Lo mismo habría de suceder al carlista del segundo de aquellos grupos que expusiera su posición a un extraño, o a su propia conciencia en momento de sincero diálogo interior. ¿Vivimos o nos orientamos nacionalmente hacia una realización del tradicionalismo carlista? ¿Podría afirmarse seriamente que representará la legitimidad carlista un poder que ignora de raíz a esa legitimidad? ¿Podrá afirmarse que la pérdida legal de la unidad religiosa, que los proyectos de reforma del Código Penal que ponen en pie de igualdad a todas las religiones y dejan maniatados a los católicos para luchar por su Fe contra el progresismo o contra las otras religiones, es doctrina tradicionalista? ¿Que la nueva Ley de Educación, made in UNESCO y ataque frontal a la familia, es tradicionalista? ¿Que la pornografía y la demagogia campantes y fomentadas son tradicionalismo? ¿Que la “apertura al Este” y la mano tendida a los Gobiernos marxistas de Hispanoamérica son tradicionalismo? ¿Que el centralismo más feroz es tradicionalismo?

    Trabajar desde dentro para que esto se encauce por derroteros viables y ordenados puede ser tarea aceptable y aún meritoria. Pero pretender que el carlismo se integre y diluya en esto bajo tan peregrinos supuestos, es labor mendaz, impía y suicida.

    Los de la tercera posición –los desalentados o “retirados”– podrán tener muchas disculpas, pero tampoco podrá su conciencia absolverlos si recuerdan el valor sagrado de lo que está en juego y el heroísmo de sus hermanos en la fe que murieron sin abandonar la posición.


    MIRANDO HACIA EL FUTURO

    ¿Qué cabe hacer para un carlista de hoy? ¿Cuál puede ser su actitud en este desolado comienzo de la década 70?

    Ante todo, reconocer la situación sin engañarse a sí mismo, sin actitudes de avestruz. Admitir la extrema gravedad de una coyuntura de la que –si Dios no concurriera a remediarla– resultaría no menos que la pérdida de la Fe de nuestros hijos o de nuestros nietos, la completa descristianización de la civilización occidental que nos alberga. Admitir que, de momento al menos, los poderes de la Tierra –los mundiales, los nacionales, incluso los de la Iglesia y los del carlismo– están comprometidos en una autodemolición de cuanto constituye nuestra Fe, nuestra esperanza, nuestra razón de vivir.

    Y, frente a tal desventura, la decisión firme de rechazar esas tentaciones. Las tres: la de traicionar la Fe recibida incorporándose al “viento de la Historia”; la de aceptar por bueno el statu quo inmediato; la de encogerse de hombros. La decisión consiguiente de mantener la Fe y la esperanza; la de transmitirla íntegra a nuestros hijos cueste lo que cueste, aún a riesgo del aislamiento y de la soledad, de la incomprensión o de la persecución “psicológica” o sangrienta…

    Como San Atanasio de Alejandría en tiempos del arrianismo, cuando toda la cristiandad parecía negar la divinidad de Cristo; como los cristianos en tiempos del Cisma de Occidente, con tres papas excomulgándose mutuamente; como en las primeras décadas del protestantismo, en las que todo parecía disolverse en herejía o en corrupción. Aquellos hombres se vieron desasistidos de todos los poderes de la Tierra, pero supieron que contaban con el más alto de los poderes: el de Dios que nunca falta a quienes en Él confían y saca luz de las tinieblas. Sin la acción de aquellos hombres que esperaron en Dios contra toda esperanza humana hubiera sido imposible el triunfo de la Fe católica frente al arrianismo, la resolución del Cisma de Occidente, la reordenación de Trento…

    Esto es lo que, modestamente, han tratado de realizar desde hace un año “EL PENSAMIENTO NAVARRO” y sus colaboradores. Desasistidos de los poderes de la Tierra, colgados sólo de la misericordia divina y de la intercesión de nuestros mártires, creemos que humildes posiciones como ésta serán –con la esperada ayuda de Dios– el eslabón para la futura restauración del Altar y del Trono de nuestros mayores.
    Ennego Ximenis dio el Víctor.

  2. #2
    Avatar de Ennego Ximenis
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    Re: La línea de flotación del Carlismo (Rafael Gambra)

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    Magnífico análisis. Pero en una cosa no estaba del todo acertado, el carlismo fue algo más que una ideología moderna pues sus mismas raíces son premodernas, sin llegar a ser una etnia los carlistas tenían conciencia de linaje familiar. Por eso más que carlistas, que suena no ya a nombre ideológico sino a subgrupo adorador de las doctrinas de alguien llamado Carlos, yo prefiero llamarlos "españoles viejos" ya que fueron los españoles que mantuvieron en su seno los principios jurídicos, políticos, religiosos, étnicos, familiares y culturales de las Españas Grandes. Y desde el Concilio Vaticano II los carlistas somos también los Cristianos Viejos frente a los Cristianos Nuevos, cuasi herejes (algunos totalmente), que son también algo nuevo y revolucionario, en este caso en el ámbito religioso.
    Y es cierto que los carlistas en esa conservación del ser de España no llegaron al punto de aislamiento de los amish por lo que no llegaron nunca a formar una etnia pero eran mas que un grupo de intelectuales, seguidores e interesados en torno a unas ideas.
    Libra zagun, mutillak, España lepratik,
    harturik hontarako fusillak bertatik;
    ekarriko dizkigu pakiak gerratik,
    poztutzen dala oso mundua gugatik.

    Españan española da Don Karlosena,
    ekarri zagun hura ahal degun lehenena;
    konfiantza jar zagun oso harentxena,
    berak emango digu gustorik onena

    POR DIOS Y POR ESPAÑA VICTORIOSOS DE TODOS SUS ENEMIGOS, SIN PACTOS NI MEDIACIONES.

    .“Miguel, Miguel, Miguel guria,
    Zaizu, zaizu Euskalerria”.

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