LOS SERVICIOS PRESTADOS

JUAN MANUEL DE PRADA





ASISTIENDO a la cena del premio Planeta, donde no había jamona que no quisiera hacerse un selfie cachonduelo con Albert Rivera, uno entendía de inmediato las razones del éxito del partido llamado Ciudadanos.


A los partidos conservadores el sistema les ha asignado el papel de ajamonar a sus votantes, haciéndolos más mollares a las «reformas», más permisivos ante los «signos de los tiempos», más dispuestos a dejarse magrear; de tal modo que vayan asumiendo que las ideas sistémicas, por repulsivas que parezcan, son dogmas que el progresista abraza jubiloso y el conservador acata al principio a regañadientes, pero poco a poco –a medida que se deja magrear– con mayor gustirrinín. Nadie podrá acusar al Partido Popular de no haber desempeñado con eficacia el papel que el sistema le asignó, que no es otro sino introducir en las conciencias de sus votantes una visión movilista del mundo, según la cual todo lo que existe se halla en fase constante de mutación, progresando siempre, de tal modo que es imposible mantener convicciones firmes sobre las cosas. La imagen más expresiva y grotesca de este movilismo pepero es la de Rajoy, ayer firmante del recurso de inconstitucionalidad contra el matrimonio por vía anal y hoy invitado de honor y con cara de supositorio feliz en un bodorrio gay. Y todo ello en menos de diez años.
La experiencia nos demuestra que los conservadores progresan siempre, aunque hagan muchos jeribeques ante la galería, fingiendo que libran alguna batallita inane contra el progresismo. Sumarse al bando conservador se ha convertido en garantía de derrota, porque en ese bando siempre hay una avanzadilla que se pasa al bando progresista, en aplicación de una de las leyes de oro del movilismo, que afirma que el fin del pensamiento no es la verdad (o sea, la estabilidad), sino la opinión fluctuante; y una vez que esa avanzadilla se pasa al bando progresista al resto del bando conservador no tiene más remedio que sumarse, aunque sea poniendo cara de supositorio feliz, como hace Rajoy. Sólo que Rajoy, en medio de esta dinámica movilista muy eficazmente ejecutada por su partido, se ha quedado más descatalogado que unos calzones enjutos, en un momento en el que lo que molan son las bragas mojadas. Y aquí entra en acción Albert Rivera, que ha humedecido de gozo nuestra democracia.
Ciudadanos, un partido escoba hecho con plusmarquistas de la tertulieta televisiva, ha venido a recoger a los votantes mollares y ajamonados por la dinámica movilista del Partido Popular. Y los engatusa ofreciéndoles un cóctel estrafalario de patrioterismo gallardo, arbitrismo demagógico y liberación de entrepierna, que es la indulgencia plenaria que el votante de derechas anhela, después de dejarse magrear con el aborto, el matrimonio por vía anal y demás derechos de bragueta que el Partido Popular le ha enseñado a aceptar. Y ahora ese votante, que de tan enseñado ya sabe más que Lepe, abandona el bando de los calzones enjutos y se pasa al bando de las bragas mojadas, donde lo espera Albert Rivera, cantando con exultación gregaria:
–¡Yo soy español, español, español!
Y así, mientras arrima cebolleta patrióticamente, mientras se deja magrear y se hace selfies cachonduelos con Albert Rivera, el votante de derechas deja atrás la retórica de calzones enjutos de Rajoy, que de repente le parece casposa, viejuna y con halitosis, y se pasa a la retórica de bragas mojadas de Ciudadanos, la nueva marca blanca diseñada por el sistema para recoger a los votantes de derechas maleados por el movilismo. Al Partido Popular ya sólo resta darle las gracias por los servicios prestados, cosa que el sistema hará puntualmente, adjudicando a los restos de su naufragio suculentas sinecuras.






Histórico Opinión - ABC.es - sábado 17 de octubre de 2015