LAS DELICIAS DE LA DEMOCRACIA
La Democracia, ya lo sabemos, es el mejor de los sistemas políticos que se han inventado. O, por lo menos, como diría Mister Churchill, orfebre en la materia, el menos malo de todos. Suscribimos totalmente esa afirmación, pues, de no hacerlo, infringiríamos la Constitución y ello está penado por la Ley.
No importa que el hundimiento de todo gran imperio, según nos explica la Historia, coincida con el glorioso advenimiento de la Democracia.
Debe tratarse de fatales coincidencia, o, más probablemente, de complots desestabilizadores urdidos por la extrema derecha.
Pero, no obstante...No obstante, nadie es perfecto. Nadie ni nada. Errare humanun est. Aveces, incluso la Democracia da lugar a situaciones chuscas.
En 1928, Charles King fué elegido Presidente de la República de Liberia por una mayoría de 600.000 votos. Esto ya sería digno de alabanza en cualquier elección democrática, pero como dice el escritor inglés Graham Greene en Liberia habían entonces sólo 15.000 electores censados.
Como sea que Greene tratara de obtener alguna aclaración sobre el milagroso fenómeno en la Embajada Liberiana en Londres, un alto funcionario expresó en términos muy poco diplomáticos una "extrema sorpresa" de que hubiera alguien que imaginara que las elecciones en Liberia podían ser diferentes a las celebradas encualquier otro país.
Las elecciones que han provocado menos interés en toda la gloriosa historia de la Democracia fueron, según nuestras noticias, las celebradas en la comunidad de Machars, distrito de Aberdeen, en Escocia. Se trataba de unos comicios municipales, en 1973. El candidato George Kindness resultó vencedor merced al único voto emitido. Al ser solemnemente proclamados los resultados, el nuevo Alcalde Kindness aseguró a los reporteros que él no había votado por sí mismo. "Mi esposa sí quiso ir a votar, y a ella debo mi victoria. Es muy buena. Pero yo no fui. No me molesté", manifestó mientras posaba para la posteridad ante los fotógrafos. Sus rivales no exigieron un recuento de votos.
Inglaterra, como sabemos, es la Madre de la Democracia. Por lo menos así lo afirman los ingleses, en general, y no vamos a discutirles ese mérito insigne.
En Inglaterra hay dos Cámaras legislativas: la de los Comunes y la de los Lores, o Cámara Alta.
La familia Coke durante cinco generaciones, ha estado representada en la segunda. Richard Coke, quinto conde de Leicester, fue miembro de la Cámara durante 22 años antes de que pronunciara su único discurso, rompiendo un ilustre récord familiar de silencio. Su padre no habló en la Cámara durante sus 32 años de mandato, ni tampoco su abuelo en 67 (debutó a los treinta años yterminó casi centenario). Es decir, que ningún Coke habló durante 121 años.
El tercer conde dijo una vez "Muy bien", al final del discurso de un colega, pero pronto se formó la corriente de opinión que sostenía que esas dos palabras no fueron dichas por el señor conde, sino por su vecino de escaño.
En todo caso, hubo que esperar hasta 1962 para oir la voz de la familia Coke, cuando el quinto Conde anunció gravemente que iba a hablar de la pena capital, se levantó de su escaño, dió unos pasos, pero luego agitó un brazo en señal de haber cambiado de idea, volvió asu lugar y se sentó, permaneciendo silencioso.
Hasta que, en Enero de1972, el quinto conde decidió que "iba, a lanzarse" -tal como lo expresó luego a sus amigos privadamente- y habló durante casi tres minutos, ante una Cámara boquiabierta, para anunciar que la polución era una cosa mala y que los fertilizantes artificiales estropeaban el paisaje. El quinto conde de Leicester fué atronadoramente aplaudido por suscolegas. "No quería hablar pero al final pensé que debía hacerlo; era mi deber" dijo el noble Lord, cuya divisa familiar es: "Sólo es prudente elque es paciente".
Siempre hay gentes mezquinas dispuestas a enturbiar la justa gloria de los demás, y no faltó periodista que dividiera el salario cobrado del país por las cinco generaciones de Cokes, Condes de Leicester, por los tres minutos escasos de trabajos realizados, sacando conclusiones peregrinas y antidemocráticas, probablemente sin darse cuenta siquiera, de tal operación aritmética.
Precisamente la aritmética es esencial en la Democracia, que alguien ha definido como el recuento de cabezas, independientemente del contenido de las mismas.
La mayoría tiene razón. La mayoría de demócratas, se entiende, es decir, de los que participan en el juego.
En los Estados Unidos, por ejemplo, sólo seis de sus cuarenta presidentes fueron elegidos por la mayoría de electores.
Dieciocho lo fueron por la mayoría de votantes.
Y trece por menos del cincuenta por ciento de los votos emitidos. Fueron éstos: John Quincy Adams, con un 30'5 porciento de los votos; James K. Polk, 49'6 por ciento; Zachary Taylor, 47'4por ciento- James Buchanan, 45'3 por ciento; Abraham Lincoln, 39'8 porciento; Rutherford B. Hayes, 48 por ciento; James A. Garfield, 48'5 porciento; Grover Cleveland, 48'5 por ciento; Benjamin Harrison, 47'9 porciento; Grover Cleveland (segundo mandato) 46'1 por ciento; WoodrowWilson, 41'9 por ciento; Woodrow Wilson (segundo mandato) 49'4 porciento; Harry Truman, 49'5 por ciento; John F. Kennedy, 49'9 por ciento;Richard Nixon, 43'4 por ciento.
Jimmy Carter alcanzó un 50'06, lo que representó algo más de un veintinueve por ciento del total del electorado. El voto de los negros, que tradicionalmente se vuelca en el Partido Demócrata, ha ayudado a subir el promedio en los últimos veinte años. Y es curioso que AbrahamLincoln, llamado "el Emancipador", logró algo más de un diecisiete porciento de los votos del electorado. Sin los votos de los negros en losestados nordistas, se calcula que su promedio hubiera llegado apenas aun trece o un catorce por ciento, como máximo.
Hubo finalmente tres presidentes que alcanzaron la máxima magistratura del Estado sin haber sido votados, al suceder automáticamente, a los Presidentes fallecidos durante su mandato. Fueron aquellos Chester Arthur, Harry Truman (primer mandato) y Gerald Ford.
Si la Democracia es la apoteosis de la Aritmética, como alguien ha pretendido, creemos que las cifras que acabamos de dar son lo suficientemente auto explicativas como para dispensamos de más comentarios.
En Inglaterra la Democracia ha funcionado siempre con diversas cortapisas, encaminadas, de manera más o menos disimulada, a limitar la participación, o la importancia de la participación, del llamado hombre de la calle, o "hombre-voto".
No ya sólo por la intervención no por simbólica menos efectiva del poder de la realeza y de la Cámara de los Lores, nombrados parcialmente en forma digital, sino también y sobre todo por los poderes del llamado "caucus" o grupo de notables que, en el seno de cada uno de los tres grandes partidos, promociona a unoshombres, posterga a otros, y en definitiva coloca en el poder a quien conviene en cada momento.
No es posible minimizar la importancia del "caucus" en Inglaterra. A principios de mayo de 1940, Sir Neville Chamberlain, que había sido democráticamente elegido por el pueblo británico, fue prácticamente depuesto por una maniobra de pasillos en la Cámara de los Comunes; en dicha maniobra, propiciada exclusivamente por miembros del su propio Partido Conservador, los partidarios de Chamberlain, que fue llevado, según su propia confesión, a rastras a la guerra y que acariciaba la idea de llegar a una paz negociada con Alemania, fueron arrollados por el clan belicista, que impuso a Winston Churchill.
Y no deja de ser curioso que este hombre, tan popular en Inglaterra, como Lincoln en los Estados Unidos, nunca ganó una elección cuando se presentó solo. El símbolo de la "V" -la Victoria de las democracias en la última guerra mundial-, fue sucesivamente derrotado en las urnas cuando se presentó como candidato liberal, independiente, conservador, otra vez liberal, laborista independiente y nuevamente conservador (ala radical).
No sabemos si hubiera tenido más éxito como fascista de haberlo admitido Sir Oswald Mosley en la "British Union of Fascists" cuando Churchill se lo pidió en 1929, aunque lo rechazó por alcohólico. En todo caso, Sir Winston Churchill nunca llegó a obtener más de un 40 por ciento de votos ni de una cuarta parte del electorado. Cuando en 1951 el Partido Conservador obtuvo la victoria, Churchill, entonces con 77 años a cuestas, se presentó flanqueado por Anthony Eden, que representaba, en tal binomio, la eficacia y aquél el símbolo. A los ochenta años se retiró de la política. Una bombástica propaganda le ha convertido en un mito, pero mito o no, sus compatriotas le rehusaron sus votos constantemente, y sólo al final, al verlo acompañado de alguien más, le votaron.
Pero hay mitos tenaces y Churchill que no ganó prácticamente nunca es el símbolo de los demócratas, y Hitler, que ganó siempre, el de los dictadores.
Es así. Es una regla de oro de las democracias que, en más del ochenta porciento de casos, vence un partido que es el único común en todas ellas. Un partido que no dispone de medios propagandísticos, ni de poderes fácticos que lo respalden, bien al contrario, un partido cuyos adherentes son generalmente denostados y puestos en la picota como malos ciudadanos. Es el partido abstencionista.
Este partido ha vencido en el 85 por ciento de las elecciones generales presidenciales de los Estados Unidos.
Ha vencido en todas las elecciones generales celebradas en Francia durante la III y IV Repúblicas, y si en los inicios de la V Repúblicael Genéral-Presidente De Gaulle obtuvo mayoría absoluta de electores se debió a que tales comicios tuvieron un carácter plebiscitario.
En Bélgica, por ejemplo, el porcentaje de abstencionistas llegó a ser tan grande que el gobierno amenazó con rehusar el pasaporte a los ciudadanos que no presentaran un certificado de haber cumplido su "deber electoral".
Por cierto que en Bélgica se dió uno de los casos más chuscos de "antidemocracia" perpetrado por los demócratas.
Se puso a votación si Leopoldo III, al que se reprochaba haber ofrecido una resistencia demasiado tibia al ocupante alemán, debía continuar o no siendo rey delos belgas. El 68 por ciento de los votantes votaron a favor de la continuidad del monarca en el trono. Los socialistas, que habían llegado al poder con un magro 52'5 por ciento de votos emitidos, consideraron que aquél 68 por ciento no era suficiente, pues sólo representaba un 43 por ciento del total del electorado, de manera que Leopoldo III, vencedor en las urnas, fue obligado a abdicar en su hijo Balduíno. Los que le obligaron a abdicar no habían obtenido en las urnas más allá de una cuarta parte de los votos del electorado, es decir, casi tres veces menos que el rey.
Y es que la Democracia será Aritmética, como se ha dicho, pero una Aritmética muy especial que se ha de interpretar. E interpretar bien; de acuerdo con los deseos de los demócratas.
En España, recientemente, las urnas han consagrado el triunfo del Partido Socialista Obrero Español. Un triunfo arrollador, se ha dicho. No lo vamos a discutir. Ha obtenido más votos que los demás. Los datos oficiales hablan de un 49 por ciento de los votos emitidos, con una participación electoral del 75 por cierto (por una vez, el partido abstencionista no ha resultado vencedor, quedando relegado al segundo lugar); es decir, que los socialistas han obtenido aproximadamente un 36 por ciento del total de los votos posibles. Y esto es una victoria arrolladora, como se producen muy pocas en Europa en los últimos decenios.
Y ya que, en este peregrinar democrático, nos hallamos en España, quisiéramos destacar un aspecto chusco que se produce en nuestro país. Según la Constitución todos los españoles somos iguales ante la Ley. El ciudadano con sentido común ya sabe que todos somos iguales, pero que hay algunos que son "más iguales que otros", pues tal precepto igualitario se incumple clamorosamente con la actual legislación electoral.
En efecto, en España estaban censados 26.499.933 electores, los cuales, para que les representaran (?) debían elegir a 350 diputados. Es decir, que corresponde un diputado por cada 75.714 electores. No obstante, en la práctica, las cosas no suceden así. Por ejemplo, en Barcelona expresándonos en miles y redondeando, tenemos que hacen falta, de acuerdo con la vigente ley electoral, 101 miles devotos para sacar un diputado; en Madrid 91.9; en Murcia 81.8; enValencia 97.4; en Almería 55.3 en Avila 46.2- en Cuenca 40.6; en Teruel40.2; en Segovia 37.3; en Guadalajara 36; y en Soria 26.3.Moraleja: un elector de Soria tiene 3.84 veces más poder democráticoque un paria de Barcelona y éste un diez por ciento menos poder que unelector de Madrid quien a su vez, tiene 3.49 veces menos poder que elprivilegiado soriano y 2.26 veces menos que el conquense
¿Por qué? ¿Por qué razón un almeriense ha de tener en el Congreso doble representación que un barcelonés y la mitad que un soriano? Si esto no es antidemocrática discriminación cavilamos qué diablos puede ser.
Mucha se ha hablado de la famosa, y muy actual Regla D'Hont, para el reparto proporcional de los votos. Pues bien, esa Regla, impuesta en España por los grandes derrotados camaleónicos de U.C.D., aunque luego se volviera en su contra y beneficiara a los socialistas, no se impuso en lo esencial. O, al menos, en lo que se nos dice que es esencial en una democracia, es decir los votos. De haberse aplicado los votos conseguidos en las elecciones del 28 de octubre con la Regla D'Hont, a una distribución de escaños sobre la pase de un diputado cada 75.714 electores, el mapa parlamentario quedaría profundamente modificado y los socialistas no tendrían mayoría absoluta de puestos en el Congreso, como no la tuvieron en las urnas.
No quisiéramos dar la impresión de que esas anomalías aritméticas son insólitas en el Olimpo Democrático. No son insólitas. Son más que frecuentes.
En las famosas elecciones de junio de 1936 que dieron, en España, el triunfo a la coalición de Izquierdas, las Derechas obtuvieron, oficialmente, un millón de votos más. La explicación radica en que la victoria dependía de los escaños obtenidos y no, directamente, del Pueblo Soberano, es decir, de la mitad más uno de los electores.
A veces, no obstante, dada la infinita capacidad de los hombres para cometer errores, salen, muy democráticamente, de las urnas, unos resultados que no convienen. Unos resultados antidemocráticos, en suma. Y entonces, ¿qué sucede? Pues entonces sucede que se anulan, y en paz.
Ejemplos de anulación de resultados de elecciones los tenemos a montones, en la Historia de este martirizado Planeta. Ahí está el caso, ya relatado, de la forzada abdicación de Leopoldo III de Bélgica, pese a haber obtenido, en las urnas, una victoria como no la obtuvo ningún partido político en Europa en la Postguerra, si exceptuamos los dos primeros plebiscitos gaullistas.
También son dignas de mención: La invalidación de quince diputados "poujadistas" quienes, pese a haber obtenido la victoria en las urnas en sus respectivos departamentos, en Francia, no fueron investidos de su poder de diputados por haber considerado, el Consejo Constitucional, que sus opciones políticas eran anticonstitucionales.
La privación del derecho devoto a 1.300.000 64 "pieds-nois" (franceses blancos de Argelia), en 1962, por sospecharse, con fundados motivos, que iban a votar contra el General De Gaulle y a favor de partidos denominados de "extrema derecha".
Por cierto que, por aquéllos tiempos, este autor vivía en Francia, y recuerda su sorpresa al constatar que ni el Partido Comunista, ni el Partido Socialista, ni la luminaria de la Izquierda, Monsieur Jean-PaulSartre, ni los celosos escrutadores de la virginidad del sistema democrático, capaces de organizar desde una huelga hasta una manifestación con pedradas contra los escaparates por que en Monomotapa o en Kamchatka no se celebraran elecciones democráticas, ninguno de esos partidos, ninguno de esos apóstoles laicos, protestó por esta flagrante violación de los derechos humanos".
Si nos remontamos un poco más en el tiempo recordaremos casos tragicómicos de elecciones invalidadas, no porque se hubieran cometido fraudes electorales, sino simplemente por que los resultados no fueron del agrado de los organizadores de los comicios.
En 1919, por ejemplo,se celebraron plebiscitos en Schleswig-Holstein y en Silesia, para decidir si, según la voluntad de las poblaciones, democráticamente expresada en las urnas, dichos territorios continuaban formando parte del Reich o si preferían la unión con Dinamarca o Polonia. En ambos casos ganaron, ampliamente, los partidarios del "statu quo", es decir, de continuar formando parte de Alemania. Los comicios fueron controlados por las tropas de ocupación. No hubo irregularidades ni desórdenes. No importa. Fueron anulados y ambas regiones partidas en dos, con un trocito, en cada caso, para Alemania, y otro para daneses y polacos.
Ha habido casos en que las elecciones, o los resultados de las mismas, no han sido anuladas, pero, en cambio, sí debieron haberlo sido. Nos referimos a los casos de fraude electoral.
La Democracia, como todos tenemos la perentoria obligación de saber, es un sistema excelso, pero ya hemos tenido la precaución de recordar, oportunamente, que la perfección no es de este mundo. Vamos a citar a continuación unos cuantos ejemplos de imperfección mundana democrática.
En las elecciones presidenciales estadounidenses de 1961, el candidato del Partido Demócrata, Kennedy, se impuso al del Partido Republicano, Richard Nixon, por una ventaja de unos 118.500 votos, es decir, un 0.3 por ciento de los votantes y algo más de un 0.1 por ciento de los electores.
La víspera del día fijado para los comicios, el siempre infalible Instituto Gallup anunció una mínima victoria de Nixon. El insólito error del Gallup causó sensación.
Ahora bien: ¿se equivocó realmente? Nixon pidió recuento de votos. El Consejo Constitucional tiene poderes para ordenar un tal recuento cuando existen fundadas dudas sobre el resultado final o cuando hay indicios de posibles fraudes electorales. Indicios, repetimos; no son imprescindibles las pruebas, por otra parte, difíciles de obtener, en tales casos.
El Comité electoral de Nixon pretendió haber aportado pruebas de flagrantes fraudes cometidos en favor de Kennedy, y posteriormente, casi medio año después, se demostró que en Chicago, la tradicional capital del "hampa" habían votado unos 75.000 muertos, y que muchos otros votos de cadáveres se habían producido en Florida y las dos Carolinas.
En dos condados de Idaho se pudo demostrar -aunque también demasiado tarde- que los resultados, oficialmente favorables a Kennedy, habían sido intervenidos, pues el vencedor real había sido Nixon. Un fraude similar se constató en los condados de Kemper y Holmes, Mississipi.
Olvidándonos de los cadáveres votantes de Chicago, las Carolinas y Florida, el simple recuento en los cuatro condados incriminados de Mississipi e Idaho hubiera dado el triunfo a Nixon, al cambiar el signo del resultado en los dos Estados.
Nixon, entonces,hubiera sido el trigésimo quinto presidente norteamericano, en vez de Kennedy, aún y cuando hubiera obtenido unas docenas de miles devotos menos que su rival.
Por paradójico que parezca, esto es posible, por cuanto la presidencia se alcanza por mayoría de representantes en la Cámara (diputados) y no por mayoría de votantes. De hecho hubiera sido la cuarta vez que ello sucediera en la gran democracia americana. Las tres veces precedentes en que ocurrió tal "aparente" anomalía fueron:
En 1824, en que el 30.5 por ciento de votos: emitidos le bastaron a JohnQuincy Adams para alcanzar la presidencia pese a los 43.1 por cien del derrotado Andrew Jackson.
En 1876, en que Rutherford B. Hayes, Presidente, obtuvo un 48 por ciento contra el 51 por ciento de SamuelTilden.
En 1888, Benjamin Harrison, Presidente con un 47.9 frente a los 48.6 del vencido Grover Cleveland.
En 1961, según todas las trazas, Nixon alcanzó la victoria tanto en votos como en representantes; pero según se demostró, por lo menos en representantes debió haber sido proclamado vencedor y ello bastaba. O hubiera debido bastar.
Otro caso de imperfección mundana lo constituyeron, también en los Estados Unidos, las elecciones municipales de Kansas City, en 1934. El dirigente del Partido Demócrata en esa ciudad, utilizó los servicios de veinte hampones para intimidar a los candidatos de los PartidosRepublicano y Fusionista y a electores que se suponían adversos. Centenares de éstos fueron apaleados con bates de béisbol; cuatro personas murieron y otras once fueron hospitalizadas, incluyendo un periodista.
En las elecciones en cuestión, obvio es, resultó vencedor el Partido Demócrata, que obtuvo ocho de los diez escaños en liza. Con tan amplia mayoría, el líder del Partido Demócrata en Kansas City, un tal Pendergast, que no pasará ciertamente a la Historia -y ello será injusto- pudo lograr que fuera elegido como Senador un oscuro vendedor de camisetas, llamado Harry Salomon Schippe Truman, sionista notorio, que llegaría a Presidente y se haría famoso por haber dado la orden que posibilitó que 135.000 personas fueran atomizadas en catorce segundos.
Otro caso irregular -para usar un eufemismo lo menos duro posible- y en el que también estuvo envuelto un futuro Presidente de los Estados Unidos, se produjo en las elecciones senatoriales primarias de 1948, en el Estado de Texas.
Según los resultados oficiales, Lyndon B. Johnson resultó vencedor con una ventaja de 87 votos; ventaja realmente apretada si tenemos en cuenta que estaban censados más de nueve millones de electores y que cuatro millones de ellos acudieron a las urnas. No obstante, pudo demostrarse, "a posteriori", que los partidariosde Johnson habían hecho trampa. Sólo seis días después de la proclamación oficial de los resultados, el colegio electoral núm. 13, en la ciudad fronteriza de Alice, mostró un resultado interesante. Exactamente 203 personas habían votado en el último minuto y, ¡oh, casualidad!, en el mismo orden en que esas personas estaban inscritas en las listas de recaudación de impuestos. 202 de esas personas (todas no, pues, menos un "bromista" infiltrado), votaron por Johnson.
Como el candidato Republicano Stevenson protestara ante el Tribunal Supremo, el Juez Hugo Bláck díó el resultado por bueno alegando que "la casualidad siempre es posible y que no habían pruebas de irregularidades favoreciendo a Johnson". Y éste llegó a Senador, y, desde ese trampolín, a la presidencia, al morir Kennedy.
Hubo que esperar al 30 de julio de1977 a que Luis Salas, un "chicano" que era juez electoral en Alice, admitiera que él y un conocido "gangster" de la política, George Parr, que se había suicidado en 1975, habían hecho trampa en favor, de Johnson mediante, una fuerte suma de dinero.
Y ahora, un caso en que el elemento cómico supera al trágico y al divertido. En las elecciones primarias para el Senado, en Florida, en 1950 George Smathers, del Partido Republicano, cuya fortuna era inversamente proporcional a su cultura, y tenía mucho dinero, desató una campaña contra su oponente, del Partido Demócrata, Claude Pepper, exponiendo los vicios "secretos" de éste.
Smathers descubrió a los electores que Pepper era un "extravertido" a quien siempre se veía acompañado de muchachos jóvenes, su hermana era una "lesbiana" y su hermano un "homo sapiens" practicante. Además, cuando Pepper fue al colegio, incluso llegó a "matricularse". Y lo peor de todo era que Pepper "practicó el celibato" antes de casarse. Como es natural, los electores rurales quedaron horrorizados ante esta serie de "vicios" y Pepper fue ampliamente derrotado.
Es reconfortante comprobar cómo la virtud vence al vicio. Sería absurdo suponer que cosas como éstas -y muchas otras que no mencionamos, aparte de las que quedan en un piadoso camuflaje- suceden solamente en la gran y ejemplar democracia americana.
En los varios años en que viví en Francia pude seguir de cerca las vicisitudes de diversas elecciones y referendums, y puedo atestiguar que la práctica de "sacarse los trapos sucios al sol", unos candidatos a otros, es mucho más corriente que la exposición de un programa serio, realizable y coherente ante el electorado.
Y algo parecido, aunque tal vez en menor escala, puede decirse que sucede en Inglaterra y Alemania.
En España la costumbre no ha llegado a la generalización de esas naciones, que tienen una mayor experiencia democrática. Tal vez otro motivo -aparte la falta de experiencia- sea el consenso a que parece haberse llegado, motivado por la innegable relación de la inmensa mayoría de, los miembros de la "clase política" con el aborrecido régimen anterior. "Si tú te callas, yo me callo", diríaseque es el pacto no escrito a que han llegado los padres de la patria en este viejo país.
Queremos cerrar este epígrafe con un par de constataciones que nos parecen antológicas.
Según encuestas llevadas a cabo por el Instituto de la Opinión Pública, en Francia, por el "Gallup" en los Estados Unidos y por el "Daily. Express", en Inglaterra, los tres presidentes más populares de estos tres pilares de la Democracia fueron AbrahamLincoln, Charles De Gaulle y Winston Churchill. Naturalmente, cuando las encuestas fueron realizadas, los tres grandes hombres habían fallecido tiempo ha.
Pues bien, Lincoln fue elegido solamente por el diecisiete por ciento de sus electores, mientras sus oponentes Stephen Douglas, John C. Breckenridge y John Bell obtenían el once, el siete y el cuatro por ciento mientras que el sesenta y uno por ciento se abstenían.
En cuanto a De Gaulle fue Presidente Provisional de la República, auto nombrándose él mismo mientras presidía la "Resistencia" desde la B.B.C. londinense y en cuanto hubieron elecciones libres (como las llaman), los electores le mandaron a su casa. Volvió al poder diez años después, aprovechándose de la revuelta de los militares de Argelia, el 13 de Mayode 1958. Luego, consolidó su presidencia mediante un referéndum, sistema que los "demócratas de toda la vida" han aborrecido siempre como dictatorial. Con referendums prolongó su mandato (que losbuenos "républicains" calificaron de "reinado") hasta que un buen día cometió un error monumental, propiciado por su inmenso orgullo. Tanto le habían hablado de su "grandeur" que llegó a creer en ella ciegamente. Un día, en pleno Consejo de Ministros, le largó a su Primer Ministro, Georges Pompidou, antiguo director general de la Banca Rothschild, la siguiente frase: "Aquí, yo soy las Tablas de la Ley." Pompidou le había reprochado su apoyo a los árabes contra el Estado de Israel.
En el siguiente referéndum, De Gaulle fue barrido por una poderosa campaña propagandística y derrotado. En todo caso, queremos insistir en el hecho de que De Gaulle nunca ganó unas elecciones. Las dos veces que llegó al poder fue detrás de los tanques; angloamericanos primero y de los generales sublevados de Argel, después.
Y ya hemos mencionado más arriba que Churchill fue repetidamente rechazado por el electorado británico, que sólo le votó cuando se presentó flanqueadode otro político y cuando ya era un anciano con las facultades embotadas por el abuso del alcohol.
La segunda constatación se refiere a la Conferencia de Potsdam, celebrada tras el fin de la II Guerra Mundial en Europa. Allí había cuatro estadistas y el representante de un quinto país. Truman, Churchill, Stalin, De Gaulle y un delegado chino, de apellido impronunciable.
De hecho, festejaban la victoria sobre el dictador Hitler. La victoria de las democracias, se aseguró.
Pues bien: Truman no había sido votado por el pueblo americano; había alcanzado la presidencia a la muerte deRoosevelt, como Vice-Presidente que era, nombrado tal por el Senado, al que accedió, como hemos visto más arriba, merced a un fraude electoral.[/b]
De Churchill ya hemos dicho que había llegado al cargo de Primer Ministro gracias a una maniobra "de pasillos", pero que el pueblo británico no le había votado.
Como tampoco habían sido votados ni Stalin ni De Gaulle. Ni tampoco Chiang-Kai-Chek, representado por un colega en Potsdam, y que debía su mandato a una revuelta militar que implantó la república en China.
El único que debía su mandato a una victoria electoral era el ausente; el gran ausente: Hitler. Este era el dictador. Los que pontificaban en Potsdam y arreglaban el mundo a su capricho, los demócratas. Por lo menos, esto nos han asegurado a todos.
Churchill, el hombre que militó en todas las formaciones políticas de su país, desde los laboristas independientes (de extrema izquierda) hasta los ultraconservadores, pasando por los laboristas, los liberales y los llamados "jóvenes conservadores", de tendencia que podríamos llamar centrista.
No figuró en el Partido Comunista, es cierto, ni tampoco en la Unión Británica de Fascistas. En éste último porque no le admitió su Presidente, Sir Oswald Mosley.
¿Quiere esto decir, acaso, que Sir Winston no tenía criterio?
¿Podría insinuarse que,tal vez, Sir Winston iba de partido en partido y de tendencia en tendencia para ver si, de una vez, lograba ser elegido por el democrático pueblo británico, cubierto por la etiqueta política que fuera?
Creer esto sería faltar a la caridad.
¿Qué derecho tenemos para suponer esto de tan ilustre prócer?
¿No es más sencillo y lógico suponer que los sucesivos cambios de parecer de Sir Winston obedecían a maduras reflexiones en busca de la perfección política y del servicio a su patria?
Bien cierto es que en 1935 aquél gran adalid de la Democracia escribió: "Los que se han encontrado con Herr Hitler, cara a cara, en asuntos públicos o en términos sociales les han podido apreciar que se trata de un políticoaltamente competente, ponderado, bien informado, de modales agradables y una desarmante sonrisa".
Y, dos años después,machacó: "Si nuestro país fuera derrotado, desearía que encontrásemos un campeón tan indomable como el señor Hitler para restaurar nuestro coraje y conducirnos otra vez al lugar que nos corresponde entre las naciones".
Luego, en 1938, afirmó que sería capaz de aliarse con e lDiablo, si preciso fuera, para derrotar al monstruo Hitler.
Sir Winston, a base de profundas y abstrusas cogitaciones, sin duda, había llegado a la Verdad. Espíritus malévolos han osado pretender que, entre 1937 y 1938, es decir, cuando se gestó su radical cambio de modo de pensar acerca del Führer, Sir Winston se arruinó tras desgraciadas especulaciones bursátiles y que se rehizo financieramente gracias al apoyo del financiero judío Sir Ernest Cassel.
De ahí a osar insinuar que Sir Ernest sobornó, manipuló, coaccionó a Sir Winston no hay más que un paso que los eternos mal pensados -entre los que no contamos, naturalmente- no dudaron en dar tranquilamente.
¿Cómo pensar mal detan pulcro personaje?
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