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Tema: Siete excelencias de la sotana

  1. #1
    Avatar de Hyeronimus
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    Siete excelencias de la sotana

    Siete Excelencias de la Sotana




    Tomado de> www.vidasacerdotal.org

    El habito no hace al monje, pero...lo protege!
    Adaptado de un texto publicado en el Fondo Cultural Católico, Miami, Estados Unidos, en base a textos de Jaime Tovar Patrón

    "Fíjese si el impacto de la sotana es grande ante la sociedad, que muchos regímenes anticristianos la han prohibido expresamente. Esto debe decirnos algo. ¿Cómo es posible que ahora, hombres que se dicen de Iglesia desprecien su significado y se nieguen a usarla?"
    Hoy en día son pocas las ocasiones en que podemos admirar a un sacerdote vistiendo su sotana. El uso de la sotana, una tradición que se remonta a tiempos antiquísimos, ha sido olvidado y a veces hasta despreciado en la Iglesia posconciliar. Pero esto no quiere decir que la sotana perdió su utilidad sino que la indisciplina y el relajamiento de las costumbres entre el clero en general es una triste realidad.
    La sotana fue instituida por la Iglesia a fines del siglo V con el propósito de darle a sus sacerdotes un modo de vestir serio, simple y austero. Recogiendo esta tradición, el Código de Derecho Canónico impone el hábito eclesiástico a todos los sacerdotes (canon 136).
    Contra la enseñanza perenne de la Iglesia está la opinión de círculos enemigos de la Tradición que tratan de hacernos creer que el hábito no hace al monje, que el sacerdocio se lleva dentro, que el vestir es lo de menos y que lo mismo se es sacerdote con sotana que de paisano.
    Sin embargo, la experiencia demuestra todo lo contrario, porque cuando hace más de 1.500 años la Iglesia decidió legislar sobre este asunto fue porque era y sigue siendo importante, ya que ella no se preocupa de niñerías.
    1º - La sotana es el recuerdo constante del sacerdote
    Ciertamente que, una vez recibido el orden sacerdotal, no se olvida fácilmente. Pero nunca viene mal un recordatorio: algo visible, un símbolo constante, un despertador sin ruido, una señal o bandera. El que va de paisano es uno de tantos, el que va con sotana, no. Es un sacerdote y él es el primer persuadido. No puede permanecer neutral, el traje lo delata. O se hace un mártir o un traidor, si llega el caso. Lo que no puede es quedar en el anonimato, como un cualquiera. Y luego... ¡Tanto hablar de compromiso! No hay compromiso cuando exteriormente nada dice lo que se es. Cuando se desprecia el uniforme, se desprecia la categoría o clase que éste representa.
    2º - La sotana facilita la presencia de lo sobrenatural en el mundo
    No cabe duda que los símbolos nos rodean por todas partes: señales, banderas, insignias, uniformes... Uno de los que más influjo produce es el uniforme. Un policía, un guardián, no hace falta que actúe, detenga, ponga multas, etc. Su simple presencia influye en los demás: conforta, da seguridad, irrita o pone nervioso, según sean las intenciones y conducta de los ciudadanos.
    Una sotana siempre suscita algo en los que nos rodean. Despierta el sentido de lo sobrenatural. No hace falta predicar, ni siquiera abrir los labios. Al que está a bien con Dios le da ánimo, al que tiene enredada la conciencia le avisa, al que vive apartado de Dios le produce remordimiento. Las relaciones del alma con Dios no son exclusivas del templo. Mucha, muchísima gente no pisa la Iglesia. Para estas personas, ¿qué mejor forma de llevarles el mensaje de Cristo que dejándoles ver a un sacerdote consagrado vistiendo su sotana? Los fieles han levantando lamentaciones sobre la desacralización y sus devastadores efectos. Los modernistas claman contra el supuesto triunfalismo, se quitan los hábitos, rechazan la corona pontificia, las tradiciones de siempre y después se quejan de seminarios vacíos; de falta de vocaciones. Apagan el fuego y luego se quejan de frío. No hay que dudarlo: la desotanización lleva a la desacralización.
    3º - La sotana es de gran utilidad para los fieles
    El sacerdote lo es no sólo cuando está en el templo administrando los sacramentos, sino las veinticuatro horas del día. El sacerdocio no es una profesión, con un horario marcado: es una vida, una entrega total y sin reservas a Dios. El pueblo de Dios tiene derecho a que lo asista el sacerdote. Esto se les facilita si pueden reconocer al sacerdote de entre las demás personas, si éste lleva un signo externo. El que desea trabajar como sacerdote de Cristo debe poder ser identificado como tal para el beneficio de los fieles y el mejor desempeño de su misión.
    4º - La sotana sirve para preservar de muchos peligros
    ¡A cuántas cosas se atreverán los clérigos y religiosos si no fuera por el hábito! Esta advertencia, que era sólo teórica cuando la escribía el ejemplar religioso P. Eduardo F. Regatillo, S. I., es demasiadas veces una terrible realidad.
    Primero, fueron cosas de poco bulto: entrar en bares, sitios de recreo, alternar con seglares, pero poco a poco se ha ido cada vez a más.
    Los modernistas quieren hacernos creer que la sotana es un obstáculo para que el mensaje de Cristo entre en el mundo. Pero al suprimirla, han desaparecido las credenciales y el mismo mensaje. De tal modo que ya algunos piensan que al primero que hay que salvar es al mismo sacerdote que se despojó de la sotana supuestamente para salvar a otros.
    Hay que reconocer que la sotana fortalece la vocación y disminuye las ocasiones de pecar para el que la viste y los que lo rodean. De los miles que han abandonado el sacerdocio después del Concilio Vaticano II, prácticamente ninguno abandonó la sotana el día antes de irse: lo habían hecho ya mucho antes.
    5º - La sotana supone una ayuda desinteresada a los demás
    El pueblo cristiano ve en el sacerdote el hombre de Dios que no busca su bien particular sino el de sus feligreses. La gente abre de par en par las puertas del corazón para escuchar al padre que es común del pobre y del poderoso. Las puertas de las oficinas y de los despachos por altos que sean se abren ante las sotanas y los hábitos religiosos. ¿Quién le niega a una monjita el pan que pide para sus pobres o sus ancianitos? Todo esto viene tradicionalmente unido a unos hábitos. Este prestigio de la sotana se ha ido acumulando a base de tiempo, de sacrificios, de abnegación. Y ahora, ¿se desprenden de ella como si se tratara de un estorbo?
    6º - La sotana impone la moderación en el vestir
    La Iglesia preservó siempre a sus sacerdotes del vicio de aparentar más de lo que se es y de la ostentación dándoles un hábito sencillo en que no caben los lujos. La sotana es de una pieza (desde el cuello hasta los pies), de un color (negro) y de una forma (túnica). Los armiños y ornamentos ricos se dejan para el templo, pues esas distinciones no adornan a la persona sino al ministro de Dios para que dé realce a las ceremonias sagradas de la Iglesia.
    Pero, vistiendo de paisano, le acosa al sacerdote la vanidad como a cualquier mortal: las marcas, calidades de telas, de tejidos, colores, etc. Ya no está todo tapado y justificado por el humilde sayal. Al ponerse al nivel del mundo, éste lo zarandeará, a merced de sus gustos y caprichos. Habrá de ir con la moda y su voz ya no se dejará oír como la del que clamaba en el desierto cubierto por el palio del profeta tejido con pelos de camello.
    7º - La sotana es ejemplo de obediencia al espíritu y legislación de la Iglesia
    Como uno que comparte el Santo Sacerdocio de Cristo, el sacerdote debe ser ejemplo de la humildad, la obediencia y la abnegación del Salvador. La sotana le ayuda a practicar la pobreza, la humildad en el vestuario, la obediencia a la disciplina de la Iglesia y el desprecio a las cosas del mundo. Vistiendo la sotana, difícilmente se olvidará el sacerdote de su papel importante y su misión sagrada o confundirá su traje y su vida con la del mundo.
    Estas siete excelencias de la sotana podrán ser aumentadas con otras que le vengan a la mente a usted. Pero, sean las que sean, la sotana por siempre será el símbolo inconfundible del sacerdocio porque así la Iglesia, en su inmensa sabiduría, lo dispuso y ha dado maravillosos frutos a través de los siglos.
    Nota:
    Conviene recordar: Muchos sacerdotes y religiosos mártires han pagado con su sangre el odio a la fe y a la Iglesia desatado en las terribles persecuciones religiosas de los últimos siglos. Muchos fueron asesinados sencillamente por vestir la sotana. El sacerdote que viste su sotana es para todos un modelo de coherencia con los ideales que profesa, a la vez que honra el cargo que ocupa en la sociedad cristiana.
    Si bien es cierto que el hábito no hace al monje, también es cierto que el monje viste hábito y lo viste con honor. ¿Qué podemos pensar del militar que desprecia su uniforme? ¡Lo mismo que del cura que desprecia su sotana!

    http://cruxetgladius.blogspot.com/se...1%3A00-08%3A00
    Smetana dio el Víctor.

  2. #2
    Avatar de Agustiniano I
    Agustiniano I está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Siete excelencias de la sotana

    Gran comentario, Hyero. O mejor dicho la página en si que nos has expuesto.

    La sotana lo es todo para comparar a un sacerdote ortodoxo, tradicional, puro, "vaticanista", papista ... de los progres o modernosos..que éstos si pueden tener la vocación pero lamentablemente tienen cosas como estas que son malas... hasta pueden ser buenos sacerdotes pero uno si los nota la diferencia, en sus misas, en su forma de ser también, su forma de llevar la vida, que se nota y mucho la diferencia como se ha mostrado.

    Yo, que pertenezco a Miles Christi lo se y lo conosco, una institución a la manera que Dios Padre necesita en SU mundo...

    Saludos y gracias por este gran artículo, muy útil para tenerlo en cuenta.
    -- " ¡Dios, Patria y Familia... o muerte! " --

  3. #3
    Avatar de Litus
    Litus está desconectado "El nombre de España, que hoy
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    Re: Siete excelencias de la sotana

    A veces repetimos las cosas sin pensar y no nos damos cuenta de lo que decimos.

    Yo creo que el hábito si hace al monje. Evidentemente que no solo es el hábito pero si que es un complemento mas.

    La finalidad de la sotana o el habito son simplemente las de servir a Dios. No tienen otro sentido, ni finalidad. El sacerdote no la tiene que llevar por que él quiera o no, no la tiene que llevar por, ni para sus fieles, sino simplemente por Dios.
    Smetana y El Tercio de Lima dieron el Víctor.
    "El nombre de España, que hoy abusivamente aplicamos al reino unido de Castilla, Aragón y Navarra, es un nombre de región, un nombre geografico, y Portugal es y será tierra española, aunque permanezca independiente por edades infinitas; es más, aunque Dios la desgaje del territorio peninsular, y la haga andar errante, como a Délos, en medio de las olas. No es posible romper los lazos de la historia y de la raza, no vuelven atrás los hechos ni se altera el curso de la civilización por divisiones políticas (siquiera eternamente), ni por voluntades humanas.
    Todavía en este siglo ha dicho Almeida-Garret, el poeta portugués por excelencia."Españoles somos y de españoles nos debemos preciar cuantos habitamos la península ibérica" .España y Portugal es tan absurdo como si dijéramos España y Catalunya. A tal extremo nos han traído los que llaman lengua española al castellano e incurren en otras aberraciones por el estilo."
    Marcelino Menéndez Pelayo.

  4. #4
    Avatar de Agustiniano I
    Agustiniano I está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Siete excelencias de la sotana

    Cita Iniciado por Litus Ver mensaje
    A veces repetimos las cosas sin pensar y no nos damos cuenta de lo que decimos.

    Yo creo que el hábito si hace al monje. Evidentemente que no solo es el hábito pero si que es un complemento mas.

    La finalidad de la sotana o el habito son simplemente las de servir a Dios. No tienen otro sentido, ni finalidad. El sacerdote no la tiene que llevar por que él quiera o no, no la tiene que llevar por, ni para sus fieles, sino simplemente por Dios.
    Ciertamente. El título no me convencía, es verdad que también lo protege y con eso sierra la frase pero para mí, también, el hábito hace al sacerdote, a uno verdadero, puro, un verdadero sirvo de Dios y uno que sabe llevar y ayudar a las almas a que vayan a Dios Padre.

    Salud.
    -- " ¡Dios, Patria y Familia... o muerte! " --

  5. #5
    Gothico está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Siete excelencias de la sotana

    Cita Iniciado por Hyeronimus Ver mensaje
    Contra la enseñanza perenne de la Iglesia está la opinión de círculos enemigos de la Tradición que tratan de hacernos creer que el hábito no hace al monje, que el sacerdocio se lleva dentro, que el vestir es lo de menos y que lo mismo se es sacerdote con sotana que de paisano.
    Si bien es cierto que el hábito no hace al monje,
    El sentido disparatado del refrán desde un tiempo acá es "para ser monje no hace falta vestir los hábitos"
    El sentido originario del refrán en cuestión era algo así como: "no creas que solo por vestir los hábitos ya puedes considerarte monje".
    La diferencia es brutal.
    Última edición por Gothico; 31/05/2008 a las 15:21
    Smetana dio el Víctor.

  6. #6
    Avatar de Evelyn
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    Re: Siete excelencias de la sotana

    Cita Iniciado por Litus Ver mensaje
    Yo creo que el hábito si hace al monje. Evidentemente que no solo es el hábito pero si que es un complemento mas.
    Estoy de acuerdo con vos en que el hábito es un complemento más, pero ciertamente como lo dice el título no hace al monje, ni al sacerdote, porque la vocación del sacerdocio no está dada solo por el hábito.
    Al decir que el hábito hace al sacerdote o al monje estaríamos reduciendo el estado del sacerdocio a una vestimenta.
    Pero sí estoy muy de acuerdo con que deben usarlo porque éste es una identidad, es como un documento y estoy segura de que muchos de ellos se mueren por llevarla pero que no la usan porque no se juegan, no son valientes, se dejan llevar por el qué diran y no entienden que deben obedecer a lo que el Papa diga porque le deben obediencia y nada mas, cone eso se cierra toda discusión, aunque claro está que esto no lo ve así un progresista.
    Saludos en Cristo y en María Sma.
    Evelyn.
    “Amar la patria
    es el amor primero
    y es el postrer amor
    después de Dios,
    y si es crucificado
    y verdadero
    ya son un solo amor,
    ya no son dos.
    Amar la patria
    hasta jugar el cuero
    del puro patrio
    Bien Común en pos
    y afrontar marejada
    y majadero
    eso se inscribe
    al crédito de Dios”

    Leonardo Castellani

  7. #7
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    Re: Siete excelencias de la sotana

    A pesar de lo que dice el Concilio Vaticano II, a mi se me hace raro ver a los sacerdote sin sus uniformes. Tanto como ver a los profesores fuera de la escuela. Jejeje

    No se si los uniformes convierte a la gente o no. Yo si creo que los acerca mas a Dios. Y sus ventajas, son innegables.

  8. #8
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    Re: Siete excelencias de la sotana

    Si, además de raro es muy feo ver a un sacerdote sin sotana, parece uno mas del montón, la verdad que muy triste, pero bueno hay que rezar por ellos.
    Saludos en Cristo Rey y en María Sma.
    “Amar la patria
    es el amor primero
    y es el postrer amor
    después de Dios,
    y si es crucificado
    y verdadero
    ya son un solo amor,
    ya no son dos.
    Amar la patria
    hasta jugar el cuero
    del puro patrio
    Bien Común en pos
    y afrontar marejada
    y majadero
    eso se inscribe
    al crédito de Dios”

    Leonardo Castellani

  9. #9
    Avatar de Hyeronimus
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    Respuesta: Siete excelencias de la sotana

    Hábito y clerman

    José María Iraburu

    Reproduzco aquí, con algunos complementos, cuatro artículos que sobre el hábito y el clergyman publiqué los días 6, 8, 12 y 26 de septiembre de 2008 en
    www.religionenlibertad.com

    –I–

    El hábito religioso y el traje eclesiástico, que corresponde a los sacerdotes, aunque no son temas idénticos, son semejantes, y los trataré aquí conjuntamente.

    El hábito religioso
    Por lo que al hábito religioso se refiere, entre otros documentos de la Autoridad apostólica, y además de la norma del Derecho Canónico (canon 669), recordaré solamente, porque su formulación me parece muy precisa, la exhortación apostólica Evangelica testificatio, de Pablo VI (1971), sobre la renovación de la vida religiosa. En el número 22, al dar doctrina y normas sobre el hábito religioso, el Papa centra la cuestión no tanto en cuestiones prácticas discutibles, sino en razones profundas acerca de la significación teológica de lo especialmente sagrado:
    «Aun reconociendo que ciertas situaciones pueden justificar el quitar un tipo de hábito, no podemos silenciar la conveniencia de que el hábito de los religiosos y religiosas siga siendo, como quiere el Concilio, signo de su consagración (Perfectæ caritatis 17), y se distinga, de alguna manera, de las formas abiertamente seglares».

    El traje eclesiástico
    En lo que se refiere al vestir de los sacerdotes, será suficiente recordar un documento-síntesis, publicado en 1994 por la Congregación del Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros. En el número 66, con el título «Obligación del traje eclesiástico», dice lo que sigue:
    «En una sociedad secularizada y tendencialmente materialista, donde tienden a desaparecer incluso los signos externos de las realidades sagradas y sobrenaturales, se siente particularmente la necesidad de que el presbítero –hombre de Dios, dispensador de Sus misterios– sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad del que desempeña un ministerio público (211). El presbítero debe ser reconocible sobre todo, por su comportamiento, pero también por un modo de vestir, que ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel –más aún, por todo hombre– (212) su identidad y su pertenencia a Dios y a la Iglesia.
    «Por esta razón, el clérigo debe llevar “un traje eclesiástico decoroso, según las normas establecidas por la Conferencia Episcopal y según las legítimas costumbres locales” (213). El traje, cuando es distinto del talar [la sotana], debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio. La forma y el color deben ser establecidos por la Conferencia Episcopal, siempre en armonía con las disposiciones de derecho universal.
    «Por su incoherencia con el espíritu de tal disciplina, las praxis contrarias no se pueden considerar legítimas costumbres y deben ser removidas por la autoridad competente (214).
    «Exceptuando las situaciones del todo excepcionales, el no usar el traje eclesiástico por parte del clérigo puede manifestar un escaso sentido de la propia identidad de pastor, enteramente dedicado al servicio de la Iglesia» (215).

    (210) Cfr. S. Congregación para el Clero, Carta circular Omnis Christifideles (23 enero 1973), 9.
    (211) Cfr. Juan Pablo II, Carta al Card. Vicario de Roma (8 septiembre 1982): «L’Osservatore Romano», 18-19 octubre 1982.
    (212) Cfr. Pablo VI, Alocuciones al clero (17 febrero 1972; 10 febrero 1978): AAS 61(1969), 190; 64 (1972), 223; 70 (1978), 191; Juan Pablo II, Carta a todos los sacerdotes en ocasión del Jueves Santo de 1979 Novo incipiente (7 abril 1979), 7: AAS 71, 403-405; Alocuciones al clero (9 noviembre 1978; 19 abril 1979): Insegnamenti I (1978), 116; II (1979), 929.
    (213) Codex Iuris Canonici, can. 284.
    (214) Cfr. Pablo VI, Motu Proprio Ecclesiae Sanctae, I, 25 § 2d: AAS 58 (1966), 770; S. Congregación para los Obispos, Carta circular a todos los representantes pontificios Per venire incontro (27 enero 1976); S. Congregación para la Educación Católica, Carta circular The document (6 enero 1980): «L’Osservatore Romano» supl., 12 de abril de 1980.
    (215) Cfr. Pablo VI, Catequesis en la Audiencia general del 17 de septiembre de 1969; Alocución al clero (1 marzo 1973): Insegnamenti, VII (1969), 1065; XI (1973), 176.

    Al final del Directorio se lee:
    Su Santidad el papa Juan Pablo II, el 31 de enero de 1994, ha aprobado el presente Directorio y ha autorizado la publicación.
    José T. Card. Sánchez, Prefecto
    +Crescenzio Sepe, Arzob. tit. de Grado, Secretario.

    –II–

    Importancia del tema
    Ortega y Gasset decía que «las modas en los asuntos de menor calibre aparente –trajes, usos sociales, etc.– tiene siempre un sentido mucho más hondo y serio del que ligeramente se les atribuye, y, en consecuencia, tacharlas de superficialidad, como es sólito, equivale a confesar la propia y nada más» (Historia del amor).
    Y Miguel de Unamuno estimaba que «jamás se ha dicho un disparate mayor que aquel [...] de que el hábito no hace al monje. Sí, el hábito hace al monje» (La selección de los Fulánez).
    Hasta en los mismos enemigos de la Iglesia encontramos el reconocimiento de la importancia del hábito. Julio Garrido, en su artículo El hábito no hace al monje (Rev. «Roma» nº 48, mayo 1977), citaba un interesante discurso parlamentario que en la Cámara de Diputados de Francia, según consta en su Boletín Oficial, hizo el 4 de marzo de 1904 el diputado Ferdinand Buisson, un distinguido comecuras, defendiendo su proyecto contra las Órdenes religiosas.
    «...Conozco el proverbio que dice: “el hábito no hace el monje”. Pues bien, yo sostengo que es el hábito el que hace al monje. El hábito es, en efecto, para el monje y para los demás, el signo, el símbolo perpetuo de su separación, el símbolo de que no es un hombre como todos los demás...
    «Este hábito es una fuerza... es la fuerza del dominio de un amo que no suelta nunca a su esclavo. Y nuestra finalidad es arrancarle su presa.
    «Cuando el hombre haya abandonado este uniforme de la milicia en la que está alistado, encontrará la libertad de ser su propio amo; no tendrá ya una Regla que le oprima todo el tiempo, toda su vida; no sentirá ya la presencia de un superior al que tiene que pedir órdenes... ya no será el hombre de una Congregación, se convertirá tarde o temprano en el hombre de la familia, el hombre de la ciudad, el hombre de la humanidad.
    «Será necesario que el religioso secularizado se dedique a ganar su vida como todo el mundo. No pidamos más, así será libre.
    «Quizás durante algún tiempo permanecerá fiel a sus ideas religiosas. No nos preocupemos, dejémosle laicizarse él mismo solo; la vida le ayudará».
    ¿Será posible que lo que acerca del hábito saben los enemigos de la Iglesia no lo sepan, incluso lo nieguen, algunos que están dentro de la misma? No. Es un grueso error considerar el vestir de religiosos y sacerdotes como una cuestioncilla meramente accidental: «cuestión de trapos». Más aún, creo que es un grueso error voluntario, ideológico, y de graves consecuencias. Si en el fondo viene a «dar lo mismo» vestir de un modo u otro, si tan poca importancia tiene esta cuestión, ¿por qué muchos sacerdotes y religiosos, a veces tan buenas personas, no se deciden a obedecer lo que la Iglesia ha mandado reiteradas veces en este tema? No. Ya se ve que el asunto tiene mucha importancia, tanto para la vida personal de religiosos y sacerdotes, como para su presencia y ministerio entre los hombres.
    La Iglesia, al mandar con tan determinada determinación el uso del hábito y del clerman, se fundamenta no solo en una tradición que tiene ya muchos siglos, sino en sólidas razones teológicas y prácticas. Comienzo por fijarme en las razones prácticas, considerando ahora solo tres: la pobreza, la identificación social y el voto de los jóvenes. En un tercer artículo recordaré los motivos teológicos, sin duda los más importantes.

    Pobreza
    Cuando la Iglesia trata del vestir de sacerdotes y religiosos, suele aludir al «testimonio de pobreza» (p.ej., canon 669), y lo hace con toda razón. En comparación con el hábito o el clerman, vestir como seglar implica mucho
    –más gasto de dinero. Una religiosa, por ejemplo, con dos o tres hábitos, muchas veces de confección casera, tiene resuelta de una vez la cuestión de la vestimenta para, supongamos, unos diez años. Vestir de seglar, por el contrario, exige un número de prendas relativamente alto, pues no se pueden llevar siempre las mismas. Además, cada una de ellas tiene una expresividad social distinta, adecuada o no a tales o cuáles circunstancias.
    –más gasto de tiempo. Tiempo para confeccionar la prenda. O tiempo para adquirirla: es sabido cuántas horas se lleva el ir a buscar en los comercios una cierta prenda, de tal forma, color y calidad, que a veces se resiste denodadamente a ser encontrada. Habrá que buscar en tal otra tienda. «Es que ya hemos mirado en cinco». «Pues lo dejamos para otro día».
    –y más gasto de atención: «¿qué me pongo hoy?». Los vestidos diversos tienen inevitablemente un lenguaje no-verbal de gran elocuencia. Eligiendo éste o el otro modo de vestir para tal ocasión, no convendrá llamar la atención por algo, pero tampoco presentarse como un adefesio. Conseguir este objetivo no siempre es tan sencillo, porque los lugares, ocasiones y circunstancias cambian mucho. Y todavía cambia más la moda, cuya íntima ley es precisamente el cambio permanente. Pero un cierto respeto por la moda, aunque sea muy relativo, viene a ser obligado en quien vista de seglar.
    Estas no pequeñas inversiones de dinero, tiempo y atención se ven casi totalmente eliminadas cuando religiosos, religiosas y sacerdotes usamos el hábito o el clerman.
    Por otra parte, no parece realista oponerse al hábito religioso o eclesiástico alegando que resulta más caro que el vestir secular. Si, por ejemplo, a unas religiosas Misioneras de la Caridad, de la M. Teresa de Calcuta, les objetáramos que con sus hábitos desentonan de los medios tan pobres y miserables en los que habitualmente se mueven, probablemente reaccionarían sonriendo, pero se abstendrían de argumentar nada. Y es que son muy buenas.
    Los religiosos y religiosas, y de modo semejante los sacerdotes, con sus hábitos o su clerman, ofrecen una presencia visual perfectamente adaptada a un medio pobre o a uno rico. Apenas tienen que pensar cada día en qué ponerse. A lo más podrán tener «un» hábito más nuevo o un traje algo más elegante para algunos acontecimientos señalados. Y basta.
    Ciertamente, no todo «hábito» ha de ser una túnica que vaya del cuello a los talones (usque ad talos; de ahí lo de «hábito talar»). Hay hábitos, por supuesto, más cortos. Y en los hombres, religiosos o clérigos, siempre será posible el clerman. Pero pensando en el hábito más tradicional, el hábito talar, será también difícil argumentar que va contra la pobreza o que es insoportablemente incómodo, si tenemos en cuenta que lo usan normalmente, y no por mortificación, cientos y quizá miles de millones de seres humanos, sobre todo en Asia y África. Quizá una cuarta parte de la humanidad, y precisamente la parte más pobre, la más dedicada a trabajos físicos y la que habita en los países más calurosos. Tampoco hay razón para pensar que tantos millones de personas –en su mayoría, como digo, de países pobres–, vayan «sobre-vestidos», como a veces se alega objetando el hábito religioso. Las prendas que vistan interiormente serán, por supuesto, muy elementales.

    Identificación social
    El vestir religioso o sacerdotal identifica de modo claro y permanente a la persona especialmente consagrada al servicio de Dios y de los hombres. Esto es evidente. Pero lo que importa afirmar es que esa identificación es sin duda positiva y valiosa. No solo la experiencia de la Iglesia así lo afirma, sino también los estudios modernos de psicología social. La bata blanca, por ejemplo, no dificulta la relación del médico con sus pacientes, sino que la facilita. Analizaré más este punto al tratar de la teología del signo. Pasemos, pues, ya a una tercera razón práctica.

    El voto de la juventud
    A comienzos del siglo XXI, sabemos con certeza que los Institutos religiosos y los Seminarios que mantienen el hábito y el clerman tienen muchísimas más vocaciones que aquellos otros que los han eliminado, secularizando deliberadamente su imagen en el vestir. Si nos asomamos a los ámbitos de Iglesia que tienen más vocaciones, comprobamos que, siendo a veces entre sí muy diferentes, todos coinciden en que de un modo u otro identifican de modo evidente por el vestir a sus miembros religiosos o sacerdotes. Esto podrá alegrar a unos y entristecer a otros; pero lo que es evidente es que es así.
    También viene a ser, simétricamente, una regla general significativa que entre los institutos religiosos que caminan aceleradamente hacia su extinción o los Seminarios diocesanos que no tienen vocaciones, suele ser norma común la secularización completa del vestir. El dato, sin duda, es elocuente. Aunque también haya, es cierto, religiosos y Seminarios que conservan el hábito o el clerman y que no tienen vocaciones. Pero no es frecuente, al menos, no es una norma.
    Dicho lo mismo en otras palabras: el voto de los jóvenes que aspiran a la vida sacerdotal o religiosa, masculina o femenina, actualmente se vuelca indudablemente en favor de los Seminarios y de los Institutos religiosos que mantienen la identificación social en el vestir. En las Iglesias diocesanas, por ejemplo, cada vez es más frecuente comprobar que son los sacerdotes jóvenes los más adictos al clerman.
    También conviene señalar, en ese mismo sentido, que los Obispos, sobre todo los más jóvenes, van nombrando cada vez más para las funciones principales de la diócesis –Curia, Seminario, Delegaciones, etc.– a sacerdotes que no solamente en lo fundamental, doctrina y vida, sino también en su vestimenta, se ajustan a la enseñanza y a la disciplina de la Iglesia.

    El voto del Espíritu Santo
    Acabo de aludir, entre las razones prácticas, al voto de los jóvenes de hoy. Y es un argumento que no debe ser ignorado. Pero ese mismo dato ha de ser considerado en una significación infinitamente más profunda. Siendo el Espíritu Santo el único que puede suscitar vocaciones, y mantenerlas en la fidelidad perseverante, puede conocerse por datos ciertos que Él prefiere suscitar vocaciones religiosas y sacerdotales allí donde se guarda la disciplina de la Iglesia en lo relativo al vestir de sacerdotes y religiosos.
    En un tercer artículo, con el favor de Dios, he de tratar de las razones más profundas del hábito en el sacerdote y el religioso.


    –III–

    Al examinar algunos puntos de la doctrina y normativa de la Iglesia sobre el hábito y el clerman, conviene que recordemos algunas categorías teológicas importantes.

    Santo y sagrado
    En la Biblia y en la tradición teológica de la Iglesia, «Dios» es el Santo. Y son sagradas aquellas «criaturas» que en modo manifiesto han sido especialmente elegidas por el Santo para santificar a los hombres. Ese modo, según digo, es manifiesto para los creyentes, ciertamente, pero en alguna medida, también para los paganos.
    Nuestro Señor Jesucristo, por tanto, es el único que une absolutamente santidad y sacralidad: es santo por su divinidad y perfectamente sagrado por su encarnación. Más aún, Él es la fuente de toda sacralidad cristiana.
    En efecto, sagrado es el cuerpo místico de Cristo, la Iglesia («sacramento universal de salvación», Vat.II: Lumen gentium 48; Ad gentes 1). Sagrado es el pan eucarístico. Los cristianos (su mismo nombre lo expresa), ya por el bautismo, son sagrados, ungidos, consagrados por Dios en Cristo. Y así tantas otras sacralidades cristianas: sagradas Escrituras, sacramentos, sagrados Concilios, vírgenes consagradas, templos, lugares sagrados, etc.
    Ciertamente, la especial sacralidad está exigiendo especial santidad, por ejemplo, en los sacerdotes. Pero no la implica de modo necesario: un ministro sagrado no deja de serlo si es un gran pecador. Eso sí, la Iglesia podrá suspenderle en el ejercicio de sus funciones sagradas.

    El Vaticano II y lo sagrado
    Dentro de la Iglesia, donde todo es sagrado (sacramento universal), se distinguen diversos grados de sacralidad, y se reserva habitualmente el término sagrado a aquellas criaturas más directamente dedicadas por Dios a la santificación. Habiendo en los religiosos, por ejemplo, una sacralidad especialmente intensa, la Iglesia habla de vida consagrada para designar la vida religiosa, cuando en realidad, obviamente, toda vida cristiana es sagrada y consagrada. Por tanto, el uso tradicional que la Iglesia hace de la terminología de lo sagrado tiene un fundamento real. En este caso, la especial consagración de los religiosos.
    El Concilio Vaticano II, que emplea con frecuencia el lenguaje de lo sagrado, puede servirnos de modelo. Fijándonos solo, por ejemplo, en la constitución Lumen gentium, comprobamos que el Concilio habla de la sagrada Escritura (14, 15, 24, 55), de la sagrada liturgia (50), del sagrado Concilio (1, 18, 20, 54, 67). Califica de sagrado el culto (50), el bautismo (42), la unción (7), la eucaristía (11), la comunión (11), la asamblea eucarística (15, 33), la comunidad cristiana sacerdotal (11), los religiosos y sus votos (44). Para el Concilio es especialmente sagrado todo lo referente al sacerdocio: el orden sacramental (11, 20, 26, 28, 31), el carácter (21), los Obispos, los pastores sagrados (30, 37), el ministerio (13, 21, 26, 31, 32), los ministros (32, 35), la potestad pastoral de regir (10, 18, 27, 28, 35, 37).

    Lo sagrado tiende de suyo a ser visible
    Lo sagrado participa de la economía sacramental de la gracia cristiana. Y el sacramento es signo visible de la gracia invisible que santifica a los hombres. Esta visibilidad sensible pertenece, pues, a la naturaleza misma de lo sagrado, y por eso la Iglesia acentúa tanto este aspecto en su doctrina y en su disciplina (cf. Vaticano II, Sacrosanctum Concilium 7c, 33b, 59).
    Así pues, lo sagrado existe en la Iglesia porque quiso Dios, el Santo, comunicarse a los hombres en modos manifiestos y sensibles, es decir, empleando la mediación de criaturas (sagradas Escrituras, sacramentos, sagrada liturgia, Obispos, pastores sagrados, sagrados Concilios, etc.). Podría Dios haber organizado la economía de la gracia y de la salvación de otro modo. Pero quiso santificar a los hombres empleando ese conjunto de mediaciones visibles que forman «el sacramento admirable de la Iglesia entera» (Sacr. Conc. 5b).

    Secularización y secularismo
    Cuando los Padres del Concilio Vaticano II empleaban con tanta frecuencia y naturalidad el vocabulario de lo sagrado, usaban simplemente el lenguaje católico de la Iglesia, y no imaginaban probablemente que el huracán secularizante de los años postconciliares iba incluso a arrasar y proscribir toda la terminología de lo sagrado, como si esta categoría teológica, bíblica y tradicional, fuera completamente ajena al cristianismo, y como si toda sacralidad cristiana implicara una judaización, o más aún, una paganización del cristianismo. Los teólogos secularizantes y desacralizantes conceden a lo más –y no todos– una existencia cristiana de lo sagrado, pero siempre que sea exclusivamente interior, puramente invisible. Falsifican, pues, totalmente la teología natural y cristiana de lo sagrado.
    Sus tesis, sin duda, contrarían tanto la religiosidad natural de los pueblos, como la religiosidad sobrenatural cristiana instituida por nuestro Señor Jesucristo y sus Apóstoles. Sin embargo, esta falsa teología ha conseguido secularizar en no pocas partes de la Iglesia las misiones, la beneficencia, la misma liturgia, los templos, la moral, los colegios y Universidades, etc. Y por supuesto, ha procurado con especial interés y eficacia secularizar completamente la imagen del sacerdote y del religioso.

    Especial sacralidad del sacerdote y del religioso
    Todos los cristianos, ya lo hemos dicho, son sagrados, es decir, consagrados por el bautismo, y forman un pueblo sagrado, un Templo de piedras vivas, que es en medio de las naciones sacramento universal de salvación. Y dentro de ese pueblo, ha querido Dios intensificar de un modo especial la condición sagrada –es decir, la especial potencia y dedicación para la santificación– tanto de los sacerdotes, como de los religiosos, aunque en modos diversos. En efecto, como enseña el Vaticano II, los sacerdotes ministros han sido «consagrados de un modo nuevo» por el sacramento del Orden («novo modo consecrati», Presbyterorum ordinis 12a). Y también los religiosos, por la profesión de sus sagrados votos, han recibido de Dios una nueva consagración («novo et peculiari titulo... intimius consecratur», Lumen gentium 44a).

    El hábito religioso y el traje eclesiástico
    Pues bien, la Iglesia, al establecer sus normas sobre el vestir de religiosos y sacerdotes, considerándolos como personas especialmente consagradas a Dios, se fundamenta muy principalmente –casi exclusivamente– en la gran conveniencia de significar sensiblemente su condición sagrada invisible. Por esa razón teológica, verdadera, profunda, importante, la Iglesia, fiel a la tradición de ya muchos siglos, quiere y manda con autoridad apostólica que por la misma vestimenta «se vea», se haga visible de modo patente, la condición especialmente sagrada de sacerdotes y de religiosos. La Iglesia quiere que el signo sagrado en sacerdotes y religiosos signifique visiblemente y cause lo que significa. Y esto lo quiere y ordena con tanto mayor empeño cuanto que advierte con todo realismo que estamos «en una sociedad secularizada, donde tienden a desaparecer los signos externos de la realidades sagradas y sobrenaturales» (Direct. 66). Comprobemos esta voluntad de la Iglesia en los dos documentos ya aludidos.
    Religiosos.– La Iglesia afirma «la conveniencia de que el hábito de los religiosos y religiosas siga siendo, como quiere el Concilio, signo de su consagración (Perfectæ caritatis 17), y se distinga de alguna manera de las formas abiertamente seglares» (Evang. Test. 22). Lo mismo dice el Código: sea «signo de su consagración» (c. 669). Ahora bien, el signo, para ser significante, ha de ser visible. Si es invisible, si apenas se distingue, se hace in-significante, y no causa los efectos que debería producir.
    Sacerdotes.– De modo semejante, la Iglesia quiere que «el presbítero, hombre de Dios, dispensador de Sus misterios, sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad del que desempeña un ministerio público. El presbítero debe ser reconocible sobre todo por su comportamiento, pero también por un modo de vestir, que ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel –más aún, por todo hombre– su identidad y su pertenencia a Dios y a la Iglesia». Para ello, su modo de vestir «debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio» (Direct. 66).

    Aversión al hábito y al clerman
    Por el contrario, aborrecen lógicamente la identificación visible de sacerdotes y religiosos todos aquellos que rechazan la enseñanza de la Iglesia Católica sobre la teología y la disciplina de lo sagrado; quienes estiman que el sagrado cristiano no debe tener –debe no tener– visibilidad sensible; quienes no aceptan que entre el «sacerdocio ministerial» y el «sacerdocio común de los fieles» haya una diferencia esencial, y no solo de grado (Lumen gentium 10); quienes niegan que, sobre la consagración bautismal de todo cristiano, haya en sacerdotes y religiosos una nueva consagración. Todos ellos –que normalmente son los mismos– aborrecen visceralmente el hábito o el clerman. Se oponen a ello por principio, por principio doctrinal, teológico; falso, por supuesto. Incluso no raras veces marginan y descalifican a quienes se atienen en el vestir a las normas de la Iglesia, y aún llegan en ocasiones a palabras y actitudes agresivas. Ellos, en cambio –merece la pena señalarlo–, no suelen recibir ataque alguno, ni dentro ni fuera de la Iglesia, a causa de la secularización completa o casi total de su apariencia.

    Atención verdadera a los signos de los tiempos
    Entre la aversión al hábito y al clerman y la tendencia secularizadora o incluso secularista hay una relación que no podemos ignorar. Que religiosos y sacerdotes vistan como seglares, sin distinguirse en nada de ellos, no es en modo alguno una exigencia de los hombres de nuestro tiempo; y mucho menos en países de misión, a veces pobres y de antiguas culturas muy sensibles al signo, también al signo del vestido.
    ¿Procede de un sincero afán inculturador del cristianismo que, por ejemplo, las religiosas prescindan de su hábito, allí donde la inmensa mayoría de la población viste túnicas? No. Los sacerdotes y religiosos que prefieren vestir como laicos, tanto en las naciones ricas como en las pobres, tanto en países de antigua tradición cristiana como en países de misión, lo hacen simplemente, al menos en muchos casos, por una exigencia ideológica, disconforme con la realidad, ajena a los signos de los tiempos.
    Así lo explicaba Mons. Albert Malcolm Ranjith, secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en una entrevista (Radice cristiane nº 38, octubre 2008):
    «En el Concilio Vaticano II nos hemos preguntado con frecuencia cómo estar atentos para leer los signos de los tiempos. Por lo demás, una bellísima expresión. Pero entramos en contradicción con nosotros mismos cuando cerramos nuestros ojos y nuestros oídos a lo que ocurre en torno a nosotros. Existe hoy una gran demanda de espiritualidad, de coherencia, de sinceridad, de una fe no sólo proclamada sino también vivida. Esto lo vemos sobre todo en las jóvenes generaciones. Me gusta encontrar a veces jóvenes sacerdotes y seminaristas que quieren ir en una dirección de búsqueda del Eterno. Nosotros, que somos de la generación del Concilio Vaticano II, que ha proclamado siempre el deber de estar siempre atentos a los signos de los tiempos, no debemos justo ahora volvernos ciegos y sordos. Los signos de los tiempos cambian con la historia. Si estamos no sólo atentos a los signos de los tiempos del sesenta y ocho, sino también a los de hoy, entonces tendremos que abrirnos a este fenómeno, reflexionarlo, examinarlo.
    «Es extraño que en algunos países de Europa las religiosas vistan como mujeres comunes y abandonen el velo. El velo es un símbolo de algo eterno, algo de “un ya y todavía no”. De aquel sentido escatológico predicado por el Señor mismo: aunque ahora estemos en la tierra, pertenecemos a una realidad distinta.
    «Por eso ¿qué sentido tiene abandonar todo esto para integrarnos en una cultura moribunda? He visto tantos jóvenes sacerdotes y religiosas que son fieles a sus signos de consagración. No es que el hábito sea todo, pero también él tiene un sentido. Me acuerdo de un día que viajaba en tren desde París a Lyon, vestido de sacerdote, con el cuello, etc. En un determinado momento un señor se me acerca y me pregunta si soy un sacerdote católico. Respondí que sí y él me pidió que lo confesara [...]. Decía estar contento de haberme encontrado, porque veía que soy un sacerdote. Pero ¿habría tenido él esta ocasión si yo hubiese estado vestido de chaqueta y corbata?
    «Repito, es extraño y triste que en un mundo con tantos jóvenes desilusionados de las trivialidades, hartos de superficialidad, del materialismo consumista, muchos sacerdotes y religiosas vayan vestidos de civil, abandonando su signo de pertenencia a una realidad diversa. Leer los signos de los tiempos significa discernir que ahora los jóvenes buscan al Eterno, buscan un objetivo por el cual sacrificarse, que están listos y generosos. Y donde hay estas disposiciones debemos estar presentes».

    La obediencia a las normas disciplinares de la Iglesia
    Pero recordemos ya otra verdad muy importante, hoy excesivamente silenciada.
    La disciplina canónica de la Iglesia se ha formado a lo largo de los siglos fundamentándose sobre todo en los cánones de los Concilios. Estos cánones, que la Iglesia reúne en el Derecho Canónico, establecen con autoridad apostólica normas disciplinares eclesiales, que han de ser obedecidas y cumplidas. No son meras orientaciones sujetas a libre opinión, discutibles y devaluables en público por cualquiera. En el primer Concilio de Jerusalén, dicen los Apóstoles: «nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros» (Hch 15,28). Y veinte siglos después estamos en las mismas: las normas disciplinares de la Iglesia expresan ciertamente la benéfica autoridad del Señor y de la autoridad apostólica sobre el pueblo cristiano. En consecuencia, deben ser obedecidas en conciencia.
    Algunos dirán que tratándose de leyes positivas de la Iglesia pueden ser objeto de críticas y de discusiones públicas. Pero esto, al menos en las cuestiones más graves, no es verdad. Hay en la Iglesia leyes positivas de gran importancia, como las que se refieren al celibato eclesiástico, la comunión ordinaria bajo solo una especie, la comunión frecuente, la confesión al menos anual de los pecados graves, etc., y también las referentes al vestir de sacerdotes y religiosos, que más que discusión, piden obediencia.
    Todas esas leyes, y otras semejantes, son, efectivamente, leyes positivas, y por tanto de suyo podrían ser cambiadas. Pero no sin grave escándalo y daño para los fieles –laicos, sacerdotes, religiosos– pueden ser discutidas en público, criticadas y desprestigiadas, sobre todo cuando se trata de cuestiones en las que la Iglesia se ha pronunciado con gran fuerza y reiteración. En el tema del vestir que nos ocupa, la Iglesia establece sus normas con tanta firmeza que dispone que «las praxis contrarias no se pueden considerar legítimas costumbres y deben ser removidas por la autoridad competente» (Direct. 66).
    Tengámoslo claro: una de las maneras principales de «hacerse como niño» para poder entrar en el Reino es aceptar y obedecer las enseñanzas y mandatos de la Iglesia, Esposa de Cristo, nuestra Madre y Maestra –la Mater et Magistra, del Beato Juan XXIII–. Aquel que prefiere su propio juicio y discernimiento al de la Iglesia, al menos en algunas cuestiones, no sabe hacerse como niño, no sabe asumir una actitud discipular. Y las consecuencias son previsibles.

    Otras consideraciones
    En favor del vestir propio de religiosos y sacerdotes hay muchas otros argumentos
    –apostólicos: el hábito y el clerman son con mucha mayor frecuencia una ayuda que una dificultad para establecer una relación religiosa con los hombres.
    –psicológicos: ayudan al sacerdote y al religioso a mantener actualizada la conciencia de la propia identidad personal y ministerial.
    –ascéticos: implican un cierto sacrificio, evitan tentaciones, eliminan vanidades seculares, dificultan asistir a lugares o espectáculos inconvenientes. El hábito y el clerman son continuos, profundos y positivos condicionantes identificadores tanto para el propio sacerdote y religioso, como para las demás personas.
    –estéticos: libran a religiosos, religiosas y sacerdotes de cuestiones de vestimenta que, por razones obvias, resultan no pocas veces lamentables.
    –testimoniales: el hábito y el clerman están «confesando a Cristo» ante el mundo secular, y vienen a ser entre los hombres como una iglesia, digna y bien visible, que se alza entre las casas de un pueblo o una ciudad.
    En uno de los comentarios a uno de mis artículos, un sacerdote, capellán de un hospital, añadía: «¿Se imagina en un hospital la confusión que se produciría si el personal sanitario no fuera vestido de modo que se les pueda indentificar y reconocer fácilmente? La bata y el uniforme ayuda a saber quién soy, lo que soy y para quién soy.
    «Yo soy capellán de hospital y voy siempre vestido con clergyman, bata, identificación y cruz. Otro compañero capellán va de paisano, solo con bata, sin identificación. A mí me paran en los pasillos para pedir atención sacerdotal, porque me reconocen como capellán; a él no. A mí me conoce el personal, a él no tanto. A mí me toca algún desprecio y algún rechazo; a él ninguno.
    «Éste es un aspecto esencial de la cuestión: el bien que los otros merecen y al que tienen derecho a recibir de mí. Soy sacerdote para ellos. Porque no lo soy sólo en las horas de hospital, sino siempre, y siempre voy vestido visiblemente como sacerdote. Tras el ocultamiento y disimulo hay mucho concepto funcionarial del sacerdocio, mucha injusticia contra el derecho de los hombres a conocer a Cristo.
    «Si los sacerdotes ocultamos que lo somos, ¿cómo pediremos a los laicos que fermenten de Evangelio el mundo secular, que vivan su índole secular, su vocación propia? Mucha falta de fortaleza es lo que hay, mucha cobardía».
    Pero además de éstas y de tantas otras razones prácticas y teológicas, ya suficientemente expuestas, el vestir propio de religiosos y sacerdotes se fundamenta sobre todo en la gran conveniencia de significar la consagración de las personas y en la obligación de obedecer a la Iglesia.
    «Quien pueda oir, que oiga».

    –IV–

    Los tres artículos precedentes han dado ocasión a un gran número de comentarios en la web. Se hace, pues, necesario otro artículo más, en el que doy las gracias a los comentaristas laudatorios, y trato de responder las objeciones principales de los contradictores.

    El incumplimiento de una ley no exige sin más su retirada
    Uno de los comentaristas arguye que las leyes positivas de la Iglesia, como las que se han dado sobre el vestir de los sacerdotes, pueden ser cambiadas. Y que «ya que hay tantos clérigos que no lo utilizan igual habría que replantearse algún cambio jurídico como por ejemplo liberalizar el uso».
    No convence el argumento. Tantas leyes positivas de la Iglesia son masivamente incumplidas, y no por eso son cambiadas o retiradas por la Iglesia. Por ejemplo, manda la Iglesia que «el domingo y los demás días de precepto los fieles tienen obligación de participar en la Misa» (Código c. 1247). ¿Habrá de retirar la Iglesia esa norma secular fundamentalísima por el hecho de que en muchas regiones la incumpla un 80 o un 90 por ciento de los cristianos? El hecho de que en una parte de la Iglesia, y en un tiempo determinado, una gran mayoría de sacerdotes y religiosos vista como los laicos no exige quitar las normas sobre su vestimenta. Y menos si se ve que cada vez son más los sacerdotes y religiosos jóvenes que cumplen en su modo de vestir las normas de la Iglesia.

    La tolerancia de un abuso no significa su aprobación
    Otro comentarista argumenta que si la Iglesia de hecho permite que tantos sacerdotes vayan de paisano, será que no obliga realmente a llevar el traje eclesiástico: «Si Roma lo tiene bien claro y no mueve ficha es señal de que de claro no lo tiene tanto y más bien lo ve borroso».
    Como ya recordé en mi primer artículo, el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, al tratar de la norma del traje eclesiástico (n.66), llega a afirmar que «por su incoherencia con el espíritu de tal disciplina, las práxis contrarias [vestir de laico] no se pueden considerar legítimas costumbres, y deben ser removidas por la autoridad competente». La Iglesia, pues, da sobre el tema normas con absoluta firmeza y claridad.

    Las leyes positivas de la Iglesia obligan en conciencia
    Dice uno: «Yo soy obediente como un niño para el Credo (que es lo que exige la Iglesia al cristiano), ¿en el Credo se habla del traje eclesiástico? pues eso». Y unas horas antes él mismo había escrito: «la lealtad que tengo en relación con el depósito de la Fe, no tengo porque tenerla con las leyes positivas, es más no me da la gana. Hay leyes que me parecen buenas y otras no, concretamente la obligación de portar el traje eclesiástico pues no la acepto».
    Aquel cristiano que en cuestiones disciplinares, que afectan a veces gravemente a la vida del pueblo creyente –como el precepto dominical–, solo acepta «las leyes que le parecen buenas», y en caso contrario prefiere atenerse a su conciencia, resiste la Autoridad apostólica. No se hace como niño, para entrar en el Reino. No reconoce a la Iglesia como Mater et Magistra. Se fía más de su juicio personal que de las normas acordadas, muchas veces en Concilios, por los Pastores sagrados. No reconoce la autoridad de atar y desatar dada por Cristo a los Apóstoles, y especialmente a Pedro y a sus sucesores. No admite que el Orden sacramental comunica a los Pastores sagrados una especial autoridad para enseñar, santificar y regir al pueblo cristiano: para regir y dar leyes (Vaticano II, Lumen gentium 18, 27; Christus Dominus 16; Presbyterorum ordinis 2,6-7).
    No pocas comunidades protestantes aceptan con fe el Credo, pero en temas doctrinales o disciplinares no aceptan la Autoridad apostólica, tal como está constituida en la Iglesia católica. Por eso no son católicos. Son protestantes.

    La crítica de leyes católicas hecha por no católicos
    No es fácil entender por qué se molesta un cristiano en rechazar una norma de la Iglesia católica –en este caso, el vestir de sacerdotes y religiosos– si no reconoce la autoridad de los Pastores católicos para darla. Supongamos que en un blog islámico se está tratando si es conforme con la ley islámica, la sharia, una cierta fatwa acerca del velo femenino, emitida por un muftí chiíta. ¿Siendo yo católico, no obraría en forma insensata entrando en ese blog para discutir la conveniencia, la licitud, la validez de esa norma, si desde un principio dejo claro que no creo ni en la sharia, ni en las fatwas, ni en los muftíes, ni en los chiítas? ¿Qué pintaría yo en ese foro de discusión? Sería un troll; dicho en castellano, un reventador.

    La Iglesia debe dar leyes positivas
    Lo ha hecho siempre, ya desde el Concilio apostólico de Jerusalén: «Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros»... (Hch 15,28). Los acuerdos tomados entonces, como es sabido, se referían a cuestiones prácticas bien concretas, que los Apóstoles estimaban no debían quedar atenidas solamente a la conciencia de cada uno. Y San Pablo, en sus viajes misioneros, comunicaba a los neo-cristianos «los decretos dados por los apóstoles y presbíteros de Jerusalén, encargándoles que los guardasen» (16,4).
    A partir del siglo IV, una vez lograda la libertad civil de la Iglesia, cesadas las persecuciones, nacen los monjes, con sus modos peculiares de vestir, y también se inicia en el clero su diferenciación visual de los laicos. Ya en el siglo V y VI se establecen normas referentes a la identificación externa de los sacerdotes, tanto por la tonsura como por el modo de vestir. «Clericus professionem suam etiam habitu et incessu probet» (Statuta Ecclesiæ Antiqua, sigloV).
    Y posteriormente son muy numerosos los Concilios que dan normas de vita et disciplina clericorum, en las que se regulan ciertos modos concretos de la vida de los clérigos, en referencia al vestido, a la costumbre de llevar armas, a la práctica de ciertos juegos, negocios y variantes de la caza, etc., tratando siempre de que la fisonomía social de los clérigos se diferencie claramente de los laicos (cf. concilio de Agda 506, Maçon 581, Narbona 589, Liptines 742, Roma 743, Soisson 744, Nicea 787, Maguncia 813, Aquisgrán 816, Metz 888, Aviñón 1209, Rávena 1314, Trento 1551, Milán 1565, etc.). Estas normas canónicas se siguen dando, en disposiciones análogas, hasta nuestros días (Conferencia Episcopal Española 14-VII-1966; Código de Derecho Canónico 1983, cc. 284, 669; Directorio para la vida y el ministerio de los presbíteros, 1994, n.66).
    Teniendo, pues, en cuenta esta unánime actitud de la Iglesia durante tantos siglos, en Oriente y Occidente, se ve claro que aquellos comentaristas que exigen que «la cuestión del hábito ha de ser algo limitado a la conciencia del religioso o clérigo», alegando que «en temas de conciencia la Iglesia no puede meterse», ya que «ante la conciencia no podemos nada», etc., están gravemente errados. Con esa actitud se marginan de la tradición católica, se enfrentan a ella, y estiman una intromisión abusiva de la Iglesia toda normativa sobre el vestir de sacerdotes y religiosos. Y eso no está nada bien.

    Jesús no usó hábito especial
    Un comentarista arguye: «¿Cómo no se le ocurrió a Jesús utilizar un hábito que le hiciera evidentemente sagrado a los ojos del mundo?»
    La objeción ya está respondida al exponer la teología de lo sagrado. Recuerdo ésta aquí y la aplico. El Hijo eterno de Dios, nuestro Señor Jesucristo, es la realidad divino-humana que se presenta ante los hombres por la epifanía de su encarnación. Los sacerdotes y religiosos han de ser signos de esa realidad, que están llamados a representar en formas especialmente visibles, por su condición especialmente sagrada. Cristo no necesita de ningún signo en el vestir para re-presentarse a sí mismo. Quienes necesitan de esos signos sagrados son los religiosos y los sacerdotes, que han de actuar frecuentemente «in persona Christi» (Presbyterorum ordinis 2). Y esos signos ayudan también no poco a los laicos para mirar al sacerdote como «alter Christus».
    A lo que ya en mi artículo III expuse sobre este tema añado ahora solamente una cita del Sínodo de los Obispos dedicado en 1971 al sacerdocio presbiteral: «El sacerdote es signo del plan previo de Dios, proclamado y hecho eficaz hoy en la Iglesia. Él mismo hace sacramentalmente presente a Cristo, Salvador de todo el hombre, entre los hermanos» (I,4). Ahora bien, los sacramentos son signos visibles de la gracia invisible. Por eso la Iglesia ha querido que el sacerdote, y más aún hoy, en «una sociedad secularizada y tendencialmente materialista», sea un signo bien patente, que también «por un modo de vestir ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel –más aún, por todo hombre– su identidad y su pertenencia a Dios y a la Iglesia» (Directorio 66; cf. Vaticano II, Perfectæ caritatis 17) .

    Tiempos de persecución
    A veces, ciertamente, en tiempos de grave persecución, convendrá que religiosos y sacerdotes prescindan del hábito y del clerman. También Jesús hubo de andar escondido. En su vida pública fue cada vez más perseguido –sufrió varios atentados–, y al final era tal el peligro que corría, que tenía que mantenerse oculto, y «ya no andaba en público entre los judíos, sino que se fue a una región próxima al desierto, y allí moraba con los discípulos» (Jn 11,54). Cuando vuelve a presentarse en público –Betania, Jerusalén–, lo matan.
    Ya sabemos que, en tiempos de persecución, como en la guerra civil de 1936-1939 en España, lógicamente, Obispos, sacerdotes y religiosos visten de laicos para evitar el encarcelamiento e incluso la muerte. Es lo mismo que hicieron los cristianos de los tres primeros siglos.

    Otras objeciones
    Algunas objeciones de otros comentarios no requieren respuesta, pues se oponen frontalmente a la doctrina de la Iglesia. Por ejemplo, aquellos que niegan que haya en sacerdotes y religiosos una especial sacralidad o consagración se oponen abiertamente a la doctrina católica de siempre, actualizada en el Vaticano II (cf. p. ej., Presbyterorum ordinis 12a; Lumen gentium 44a).
    Tampoco es oportuno responder a otros comentarios tan precarios como: «Vamos... creo que tus argumentos son penosos». En tal frase no hay pensamiento, no hay argumento, carece de logos: no puede haber dia-logo sobre esa afirmación. Aunque sí conviene precisarle algo a quien la dice. Y es que esos argumentos «penosos» no son propiamente míos; son, como lo he mostrado ya sobradamente, doctrina teológica y disciplina de la Iglesia.
    Termino, pues, como terminaba mi tercer artículo:
    «Quien pueda oir, que oiga».



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  10. #10
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    Respuesta: Siete excelencias de la sotana

    Después de lo leído poco se puede añadir, así que me limito a expresar mi conformidad con el uso de la sotana o del clériman. El sacerdote debe parecer sacerdote las veinticuatro horas del día. Salvo en países y épocas de persecución religiosa abierta no hay excusa para aparentar ser lo que no se es. Creo que sería bueno que la Iglesia hiciera uso obligatorio.

    Lo mismo opino de los militares, es muy triste ver que no se atreven a salir de sus cuarteles con el uniforme. Yo fui alférez de complemento y me sentía orgulloso de vestir de uniforme en la calle. Es verdad que cuando llegaba a casa me cambiaba, pues la ropas civil era más cómoda, además no tenía razón de ser irse al cine con la novia vestido de militar. Pero esto es salirse del tema, perdonad.

  11. #11
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    Re: Siete excelencias de la sotana

    EL CURA CON SOTANA



    ¡¡¡Sacerdote usa tu sotana!!! No eres un hombre común y corriente...¡¡¡Es Cristo vivo en ti!!!!
    El Tercio de Lima y jasarhez dieron el Víctor.

  12. #12
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está en línea "inasequibles al desaliento"
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    Re: Siete excelencias de la sotana

    Me temo que ya las sotanas no se deben ni fabricar (aunque suene horrible, me da la sensación de que, caso de fabricarlas, solo debe ser para disfraces)
    Los menores de 30 años no deben saber ya ni qué cosa es una sotana.
    Cosas del concilio y de los nuevos curas.

  13. #13
    Avatar de Donoso
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    Re: Siete excelencias de la sotana

    Tengo entendido que en Roma desde que llegó Benedicto XVI ahora es obligatorio el ir vestido de cura, ya sea el clergyman o la sotana, y muchos optan por la sotana. Lo cierto es que si se va por allí se ven bastantes (bastantes más que en cualquier otra parte, quiero decir).
    Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.

    Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI


  14. #14
    Avatar de Anorgi
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    Re: Siete excelencias de la sotana

    A mi parroquia llegó hace dos años un párroco nuevo y joven,solo tiene 37 años. Y recientemente otro de 26 años. Ambos visten con cleryman,y la verdad es que resulta agradable verlos vestidos de lo que son. Los dos sacerdotesantiguos, ahora eméritos, siempre iban vertidos de “paisano”.
    «Todo lo que manda el Rey,
    que va contra lo que Dios manda,
    no tiene valor de Ley,
    ni es Rey quien así se desmanda.»
    (Lope de Vega)

  15. #15
    Avatar de juan vergara
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    Re: Siete excelencias de la sotana

    Bueno sería que vuelvan a lo que nunca debieron dejar:
    La Sotana.
    jasarhez dio el Víctor.

  16. #16
    Avatar de Smetana
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    Re: Siete excelencias de la sotana

    Cita Iniciado por Litus Ver mensaje
    La finalidad de la sotana o el habito son simplemente las de servir a Dios. No tienen otro sentido, ni finalidad. El sacerdote no la tiene que llevar por que él quiera o no, no la tiene que llevar por, ni para sus fieles, sino simplemente por Dios.
    Cito simplemente porque me parece exquisita la frase, si la menos la mitad de las cosas que hacemos las hiciéramos "simplemente por Dios" estaríamos a un paso de la santidad (a la que estamos llamados), la otra mitad posiblemente mas que hacerlas por Dios habría que dejar de hacerlas y ya jajaja. Me encantó Hyeronimus tu aportación muchísimas gracias hermano creo que nunca había reparado realmente en la importancia del hábito sacerdotal pero ahora la tengo muy presente.
    ¡Viva la Nueva España! ¡Viva la madre patria Española! ¡Viva la santísima virgen de Guadalupe!

  17. #17
    Avatar de Hyeronimus
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    Re: Siete excelencias de la sotana


    ¡Viva la Sotana! (Vídeo Completo)




    NOTA DE ADELANTE LA FE: Agradecemos al Padre Juan Manuel y a Agnus Dei el habernos dado la oportunidad única de ofrecer el mismo íntegramente. Es de alabar al magnífico trabajo que realizan con sus vídeos, de impecable realización técnica, por la difusión de la Fe. Aunque el vídeo se ofrece aquí íntegro, pues la intención de los autores es netamente apostólica, pueden solicitarse copias en DVD a los autores. Rogamos a quien pueda lo adquiera para favorecer su difusión y apoyar la elaboración de nuevos documentales. Puede pedirse a
    Tf: 619 413 401 ó 690 272 548.
    agnusdeiprod@gmail.com


    ¡Viva la sotana! Es un documental que quiere poner de actualidad la prenda por excelencia del sacerdote católico. Lo es por su gran sentido espiritual, por su forma, por su color y porque han sido generaciones de sacerdotes quienes la han llevado.

    La sotana le recuerda al sacerdote que lo es para Jesucristo y de Él para los demás. La sotana ayuda al fiel a encontrar a Cristo en el sacerdote y no al amigo, pues el fiel busca la santidad del sacerdote antes que su simpatía.


    La sotana es tan actual ahora como ayer y como mañana, y lo es porque no depende de la moda, como así depende la camisa con alzacuellos y el pantalón. La moda pasa y la sotana queda inalterable, como inalterable es el sacerdocio de Cristo visible en la sotana.


    La sotana no puede ocultarse como se oculta la camisa y el alzacuello, por esta razón el sacerdocio es siempre visible para el mundo. La sotana es testigo constante de la presencia de la Iglesia en la sociedad.


    La sotana imprime carácter en el seminarista y en el sacerdote, afirma su personalidad, robustece la fe, le une a los mártires y confesores de la fe, y le une especialmente a la Cruz de Nuestro Señor al verse sometido a las injurias del mundo que rechaza la Luz. La sotana es escuela de hombres.


    Dios quiera que este documental ayude y estimule a seminaristas y sacerdotes a llevar la sotana y a los fieles les haga comprender la importancia de este hábito eclesiástico tanto para el sacerdote como para ellos.


    Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa



    ¡Viva la Sotana! (Vídeo Completo) | Adelante la Fe

  18. #18
    Avatar de Hyeronimus
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    Re: Siete excelencias de la sotana


    Por su vestimenta, ¿Lo reconocerán?

    Me encontraba el otro día leyendo un titular de prensa, en el cual destacaba la presencia de un Párroco en un evento deportivo, con retrato a color, incluido en el reportaje. Después de mirar detenidamente durante un rato la fotografía, me preguntaba, cual de los cuatro podía ser el cura. Todos iban de traje, así que primero aposté por los que llevaban la corbata más sobria, pero cuando leí el pie de foto, comprobé que me había equivocado. De traje, corbata de color, copa en mano, y brindando… ese, era el Sacerdote. ¿Es esa la presencia que tiene el clero hoy en día, en nuestra sociedad? ¿Dónde está la congruencia entre un titular que destaca una condición Sacerdotal y un hombre que la oculta, o se mofa de ella?


    Se habla de lo que supone para el Sacerdote llevar Clerygman o Sotana, pero, ¿A los Laicos nos aporta algo, verlos así, o nos resulta indiferente como se vistan? ¿Puede ser una importante catequesis para todos nosotros, el ver a un Presbítero llevando con orgullo el distintivo Sacerdotal?


    Igualdad
    , pregonaban los precursores del Concilio Vaticano II y cual ministros del gobierno español de los años 80, lanzaban la tirilla del cuello por los aires y se ponían la chaqueta de pana. ¡Relación horizontal con las ovejas!


    No encuentro nada recriminable en que los Sacerdotes acudan a eventos públicos, tales como el teatro, el cine, el fútbol…De hecho, recuerdo un gran Abad, que era uno de los hombres más destacados en los eventos deportivos, pero, siempre llevaba visible, su condición Sacerdotal, dando testimonio de su entrega a Dios. ¿No es posible combinar ambas facetas? Desde luego, lo normal no es estar de fiesta en fiesta y mostrando una vida frívola, en disonancia con la austeridad propia del Ministerio, pero en caso de tener que acudir a algún evento, ¿Por qué ocultar algo tan hermoso y puro, como es la vocación que llevan impresa en su alma? Que contrariedad, que se nos insista todos los días a los Laicos, en que demos testimonio con nuestra presencia en los distintos ambientes de nuestra sociedad y que justamente, sean, los que nos lo dicen, los que renieguen de ello. ¿Ejemplo o contraejemplo?


    El otro día, comentando con una amiga las fotos de un cura en las redes sociales, en bañador y en una piscina pública, ella, me decía que le parecía bien, que tenían que ser como nosotros, normales…como si lo cotidiano fuera pasarse el día en traje de baño y mostrarse al mundo en ropas menores… ¿A qué le llamamos normalidad? ¿Es que acaso, lo anormal, hoy en día, es lo normal? ¿Es que lo habitual y común, es poner fotos íntimas y de mal gusto, en un perfil público de Internet? ¿Qué ejemplo da un Presbítero en tamaña situación? Lo lógico y recomendable, sería, que se vistieran con la sotana y dieran testimonio de una vida acorde al Evangelio. ¿Se puede llamar gravedad Sacerdotal, a lucir cuerpo en una web pública, cual si fueran Greg Lugannis en un concurso mundial de saltos de trampolín? Menos piscina y más Sagrario, ese es el ejemplo que necesita el Pueblo de Dios. Eso debería ser la normalidad, la vida de oración y recogimiento


    La semana pasada, en un hospital, cuando salió el médico a llamar al paciente, me llamó la atención, estaba completamente de negro y pensé para mi, “parece un cura” y a la persona que estaba conmigo le dije, “el mundo del revés”. Y es así, se supone que el médico ejerce una profesión y hasta la fecha, llevaban la bata blanca que los diferenciaba del resto de los mortales y ¿Para qué, esa diferenciación? Sencillamente porque el paciente necesita saber o sentir que está ante un médico, queremos tener la seguridad, aunque la ropa no sea prueba fiable de nada, de que la persona que nos está atendiendo, es un profesional de la medicina y con su bata blanca nos hace pensar, en lo que deseamos lograr: la sanación del cuerpo. ¡Cuánto más importante será ese distintivo, si pensamos en la curación del alma!


    El Sacerdote, no ejerce una profesión, lleva implícita una vocación que ha elegido libremente y por ello, su vida, no debe de estar dividida en dos facetas, la pública y la privada. Ahora me pongo la Casulla para oficiar, ahora me pongo en pantalón corto para la excursión de la Parroquia y ahora la camisa de cuadros para atender el despacho parroquial ¡Cuánta estupidez! ¿Se trata de representar distintos papeles? ¿Es acaso la función Sacerdotal, una función teatral?


    ¿Qué nos supone o qué nos deja de suponer a los Laicos, ver a un Sacerdote con Clerygman o Sotana?
    Primeramente una referencia, un hombre que vive entregado a Dios y a sus ovejas. Hace poco en una Iglesia, una señora le preguntaba al Párroco, por el Párroco, parece un juego de palabras, pero así es, ella, NO lo diferenció del resto de las personas que estaban allí. En el polo opuesto, observaba a alguien que le besaba la mano a un Laico, al confundirlo con un Sacerdote. ¡Así está el patio! Curas que parecen laicos y laicos que se confunden con curas.


    Mientras miles de Presbíteros están siendo asesinados en el mundo, por dar un testimonio público de su condición de Cristianos, en nuestros países, que el único peligro que corren es el mismo que cualquier mortal, que nos insulten por la calle, ocultan su condición y desobedecen a la Iglesia, incumpliendo las normas prescritas. La historia de la Iglesia nos demuestra que no siempre el traje talar o el clerygman fueron las prendas utilizadas, sino que hubo una evolución, pero, lo que es seguro, es que siempre se diferenció la condición Sacerdotal y a día de hoy, está recogido en el Código de derecho Canónico, con lo cual, su incumplimiento, sólo nos hace pensar en una falta de amor a la Iglesia y un mal ejemplo para nosotros, que deberíamos ver en los Sacerdotes, un modelo a seguir, en nuestro camino a la Santidad. ¿Cómo podemos rezar para que haya vocaciones, si ni siquiera hay un referente visual para los jóvenes? ¿Cómo nos hablarán de Dios, si reniegan de Él, en detalles tan pequeños? Como diría mi compañero, el Padre Juan Manuel, ¡Viva la Sotana!




    Por su vestimenta, ¿Lo reconocerán? | Adelante la Fe

  19. #19
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    Re: Siete excelencias de la sotana



    La Sotana y el maligno


    Queridos hermanos:
    El uso de la sotana por parte del sacerdote no es algo trivial que quede a gusto del propio sacerdote. Aunque así es en realidad, la caída en desuso de la sotana es una pérdida para la santidad del sacerdote, de la Iglesia y de los fieles; y un grandísimo éxito del enemigo infernal de la Santa Iglesia.


    Quiero mostrarles una pequeña experiencia personal de la reacción del demonio ante la sotana. Es significativa. Me limito a transcribir las palabras oídas en una posesión, no todas por la dificultad de hacerlo, pero suficientes para caer en la cuenta de la importancia tan grande que tiene el hábito talar en la indumentaria del sacerdote.


    El demonio al ver al sacerdote con sotana ve al Sumo y Eterno Sacerdote, el Señor. Por esta razón el enemigo quiere destrozar el rostro del sacerdote son sotana.


    “Quemaría la sotana. Me revienta su nombre. Es algo insoportable. No la puedo mirar. Me queman los ojos. Es repugnante. Me queman los ojos ver dentro a un hombre
    (no puede decir la palabra sacerdote). Me entran ganas de vomitar, de escupirla. Si pudiera golpearlo en la cara lo haría (no en la sotana, no la puede tocar).


    Lo quemaba, lo torturaba, lo lapidaría, lo flagelaría. Empezaría por el rostro, para que no quedara nada, empezaría por los ojos
    (el poder de la mirada. Una mirada puede salvar o condenar),


    No me importa que lleven pantalones
    (no puede decir sacerdotes).”


    El maligno blasfema contra el único Señor, Jesucristo, al ver la sotana. No repara en el sacerdote con pantalones. Si comprendiéramos los sacerdotes la enseñanza que el Maestro nos da, no habría tela en España para hacer sotanas.


    Todo lo que dice el enemigo a través de la persona poseída está siempre bajo control del Padre Eterno, de lo contrario sería imposible seguir oyendo lo que la posesa dice. La ira y el desprecio es a tal punto que si puede mata al sacerdote.


    Curiosamente al sublime desprecio de la sotana y de su color negro, se une el deprecio a la estola y al bonete. Desprecio a lo tradicional del sacerdote y de la Iglesia. Y aún le repugna más cuando el sacerdote lleva con orgullo la sotana.


    Con la sotana, el maligno ve únicamente al sacerdote; pero cuando lo ve con pantalones sólo ve al sacerdote a medias, lo ve en el mundo. Por eso la reacción del maligno no es igual.


    Por experiencia, al ir con sotana por la calle y al pasar cerca de ciertas personas, el maligno que llevan dentro se manifiesta, no pudiendo callar, haciendo espavientos con gestos o pronunciando palabras ofensivas. La sotana provoca como una “levantera” que saca de su escondite al maligno agazapado. Todo se resume como un “vómito”, que es lo que expulsa con los insultos.


    ¡Viva la sotana!


    Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa

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  20. #20
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    Re: Siete excelencias de la sotana

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    A los Sacerdotes indecisos en el uso de la Sotana

    Querido hermano en el sacerdocio,


    Me dirijo a ti que te gusta la sotana, que la valoras, que quieres llevarla pero no te decides. Te revistes con ella en ocasiones, posiblemente en algunas fiestas de tu parroquia, eso sí, dentro de ella; quizá la lleves en tiempo de la Semana Santa. En definitiva, la usas muy ocasionalmente.
    Pesa mucho sobre ti “el qué dirán”, o “el qué dirá” tu párroco, o a lo mejor tu Sr. Obispo.


    Sabes que el Magisterio establece el uso del hábito talar, es decir, la sotana. Pero también sabes que, desgraciadamente, la autoridad del Magisterio está en entredicha; y que la autoridad queda reducida a la opinión personal de tu párroco o a la del Sr. Obispo. Por tanto, no quieres que te señalen, en definitiva no quieres tener “problemas”. Quizá termines pensando que no vale la pena crear una “conflicto” por una simple sotana. Entonces pregúntate, ¿a quién quieres servir? Es el Señor es quién te ha escogido personalmente, ¿por qué te cuesta servirle?


    Querido hermano sacerdote, el uso de la sotana no es un tema marginal, ni circunstancial en tu ministerio. Si deseas llevarla y no te decides a ello por “temor” a los respetos humanos, esta debilidad te pasará factura en tu ministerio. Sin querer, sin ser consciente posiblemente, tu firmeza sacerdotal estará debilitada, y en muchas ocasiones te faltará la firmeza y seguridad que te faltó en la decisión para ponerte la sotana de forma habitual.


    La sotana afirma tu carácter sacerdotal y tu identidad sacerdotal. Su color negro, no color de luto, es para recordarte que has de estar “muerto” al mundo, en cuanto a sus placeres y vanidades, porque eres el elegido de Dios, el consagrado de Dios, exclusivo de Dios. Siendo únicamente de Dios podrás entonces darte al mundo, sin riesgo de que tu corazón quede atrapado en sus efímeros atractivos.


    La sotana te cubre desde el cuello a los talones para recordarte que el hombre que eras antes ya ha desaparecido, que tus gustos y aficiones han de ser las de Dios; que eres un hombre “transfigurado” en Cristo, es decir, un sacerdote de Cristo.


    La sotana sólo te ayuda, recordándote lo que eres, protegiéndote de las tentaciones del mundo, advirtiéndote de ellas, reafirmándote en tu vocación e ilusiones primeras; te mantiene la “juventud” de tu corazón aunque tu rostro indique el paso de los años. La sotana es un bien para tu sacerdocio. La sotana es para el sacerdote exclusivamente, nadie más la puede llevar.


    Tu sotana es tu identidad sacerdotal, y su “cicatrices” serán el recuerdo de tu vida, de tus trabajos y fatigas, de tus alegrías y tristezas, de tus soledades… de tu vida sacerdotal. Tu sotana quedará como testigo fiel y “notario” de tu consagración a Dios.

    Si deseas llevarla, querido hermano sacerdote, póntela hoy mismo. No lo dudes un instante. Y ya no te la quites. La quiere tu Madre la Iglesia y la quieres tú.


    ¡Viva la sotana!, hermano sacerdote.


    Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa

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