La monarquía bien constituida
Un Rey legítimo mira como uno de sus primeros deberes el mantener la integridad del territorio, y menos que sea en casos críticos y extraordinarios de una transacción para cortar guerras desoladoras, no se atreviera a desmembrar la Nación ni de un pequeño islote o de una miserable aldea: mas ahora, en plena paz y sin causa conocida, los nuevos moderadores de la España han intentado ceder a los ingleses dos Islas muy útiles al comercio español, y se han creído con bastante facultad para reconocer la independencia de las Provincias americanas que los títulos más respetables de conquista, de población y civilización, y una posesión de tres siglos aseguraban y unían a la España.
Por último el aumentar las cargas y tributos sin límites, el abrogar los fueros y antiguos privilegios de las provincias, el trastornar las leyes generales del Reino, el despojar a los particulares de propiedades las más sagradas, en una Monarquía bien constituida es un empeño que los Reyes por fortuna suya y la de los pueblos que gobiernan, consideran superior a sus soberanas atribuciones, a excepción de algún caso particular en el que la alteración más parece ser debida a las circunstancias extraordinarias, que no hecha por la voluntad del Monarca.
Pero todo esto para el gobierno representativo ha sido como juego de niños, y bajo el pretexto insultante que los pueblos no saben lo que les conviene, disponen de sus intereses, trastornan sus usos, los despojan de sus fueros y derechos, según que así place a unos pocos que por más burla se llaman sus mandatarios. ¡Qué trastorno de cosas y de ideas! Al Rey, al Padre de los pueblos, al primer interesado y primer propietario, digámoslo así, del Reino, al que por su posición está menos expuesto a trocar los intereses públicos por los privados, al que el orden mismo de la naturaleza ha dado el carácter de hombre público por excelencia, y de representante de sus súbditos, a la manera que el padre lo es de sus hijos; a éste se le considera como ageno y en algún modo enemigo del pro-común, se le aleja del cuidado de proveer al mismo, mientras se buscan nuevos representantes de los intereses comunes entre los que tienen ligada su existencia a los propios. ¡Cómo no se han de trastornar las Naciones andando así trocados los frenos!
Yo no diré, que alguna vez no baje del trono legítimo la calamidad a los pueblos, porque la malicia del hombre puede corromper lo más bien constituido; ni que una asamblea de representantes no pueda obrar el bien en algunas circunstancias; mas estos casos aislados no podrán jamás destruir la regla: y aun añadiré con un profundo político de este siglo, que un Rey personalmente malo en una Monarquía bien ordenada puede gobernar y comúnmente gobernará bien a sus pueblos, presidiendo en sus consejos y providencias el instinto de la justicia y de las demás virtudes sociales que ninguna influencia tienen en su corazón; y que al contrario, de una colección de diputados o sean representantes del pueblo individualmente buenos, sin un poder moderador y fuerte que los contenga en su carrera, saldrá de ordinario una voluntad general depravada, que arruine la sociedad. Esto para los que no penetren la razón íntima de las cosas será un enigma, mas no podrá parecerles un absurdo por poco que consulten los hechos.
Vicente Pou. La España en la presente crisis. 1843
La monarquía bien constituida
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