Fuente: Comunión Católico-Monárquica-Legitimista. Hoja informativa. Marzo 1984. Páginas 6 y 7.
TRADICIÓN Y LEGITIMIDAD
Por José M.ª Oria de Rueda García
El Carlismo con alma de tradición y cuerpo de legitimidad, tiene una garantía de permanencia. La tradición es consustancial a la naturaleza de la Sociedad. La legitimidad define, delimita y recorta. Si la tradición es la especie arbórea de una inmensa selva que invade todo sistema ecológico, la legitimidad selecciona y acota. En la tradición están contenidos todos los principios del Carlismo menos uno. El otro destacado es la LEGITIMIDAD. Los n-1 principios se hallan en el arca transmitida. El otro es el portador, centinela, custodio y defensor.
El Carlismo, en su heroica y esforzada singladura, ha seguido caminos de muy diversa naturaleza, amplias avenidas pavimentadas, taludes escarpados de oteros inexpugnables sin más nombre que el número de una cota, barrancos y vaguadas de monte y de gesta. Hoy, 1984, le toca seguir sendas tranquilas y apartadas, de espliego y orégano, sin más vértigo que el del agotamiento, senderos solitarios cuyos valladares le ocultan a la mirada de los observadores poco avisados o ansiosos de su fin.
Diana predilecta desarmada de los comandos criminales generados en la historia por los batallones vencidos de la “Acción Vasca” se ha visto obligado en su zona predilecta del Norte, desde Arrizabalaga en Ondarroa y Jáuregui en Bilbao, a los recursos del secreto, del camuflaje y de una paciente espera, saliendo a respirar en las valientes jornadas de Isusquiza.
A la vera de su ruta inmarcesible ha oído muchas veces, desde los pidalistas o los nocedalistas a los rodeznistas o franquistas, desde el fin agónico de la primera al de la tercera de nuestras guerras limpias, repetir hasta la saciedad y gritar: “Lo importante son los principios”.
Y el Carlismo ha seguido su marcha replicando al paso: “Sí, efectivamente, lo importante son los principios. Pero ¡cuidado! Todos los principios, incluido el de la legitimidad, sin dejar la clave de nuestro edificio, de la arquitectura tradicionalista”. Sin esta clave pierde justificación nuestro combate, carácter el sacrificio de nuestros mártires, fortaleza nuestra estructura, seguridad y garantía de permanencia nuestro propio existir.
A los bordes de nuestra ruta hemos oído gritos amenazadores, pretextos y escusas, sofismas y ditirambos, provocaciones calumniosas, ocurrencias mordaces, gestos irónicos y compasivos, puños crispados. Y hemos sentido, a la otra cuneta, la zalamería de la traición, las procaces insinuaciones del conformismo, las vaporosas ondulaciones de la seducción con sus cebos y sus redes. Y hemos visto en los labios carnosos de la claudicación, las finas flores, amapolas y margaritas, en las ramas frescas y espinosas de la mentira y la ventaja, como las muerde con los labios Flora perseguida y seducida por Céfiro bajo el diestro pincel de Sandro Botticelli.
Hoy vemos a nuestro paso nuestras ideas forales vencedoras y silenciadas, ahogadas nuestras libertades, por una larga avenida de cipreses con los síntomas patentes de epidemia forestal y del muérdago. Gentes y casas que toman nuestras insignias, formaciones autonómicas que se cubren con nuestra boina, cuerpos políticos que se proclaman con nuestro nombre o se disfrazan con nuestros uniformes y hasta tremolan nuestras banderas, asociaciones y personajes tránsfugas que se dicen de nuestros principios.
El Carlismo ha llegado a verse motejado en los primeros medios de comunicación por los payasos del gran circo, por los serviles monigotes encuadrados en formaciones obedientes a las sugerencias del gran clown o club liberal. Se han atacado nuestras madrigueras con botes de humo perfumado. Muchos que venían detrás se han cansado y han ido orillándose a la derecha o a la izquierda, en la cuneta de la claudicación o como pobres garrias se han ido quedando rezagados y los hemos perdido de vista.
A nuestro paso hemos soportado las blasfemias de los comandos con nombres gloriosos de la Causa, o los remedos con siglas de adulación al vil asesinato, o al desafío del rencor de nuestros antiguos adversarios vencidos. Hemos oídos las sentencias paniaguadas del contubernio y de una melosa moderación. Hemos aguantado con paciencia, saltando para eludir los salivazos de la mordacidad, incluso de elementos serviles en agrupaciones sedicentes de una confesión y aduladores de los enemigos de la fe y la moral.
Se nos ha hecho mucho daño. Hemos sufrido y en cierto modo hemos participado del sufrimiento de los Mártires de la Tradición. En otro tiempo fue sufrimiento físico de heridas, de infecciones febriles o de gangrena, de exilios y renuncias, de persecución. En éste ha sido de hondo padecimiento moral, en parte principal producido más que por los desviados por aquéllos que, en nombre de la celosa fidelidad a los n-1 principios, han coqueteado con los empeñados en desmontar de nuestro edificio la clave, piedra esculpida y dorada: la legitimidad proscripta.
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