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Tema: Puntualizaciones sobre la Legitimidad dinástica (Álvaro D´Ors)

  1. #1
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    Puntualizaciones sobre la Legitimidad dinástica (Álvaro D´Ors)

    Fuente: Montejurra, Número 13, Enero 1966?, página 9.



    Puntualizaciones sobre la Legitimidad dinástica


    Por Álvaro D´Ors


    Legitimidad no hay más que una: la de origen. Legitimidad es la familiar, tanto en la familia privada como en la dinástica. Legitimidad dinástica quiere decir titularidad para el poder en virtud de la filiación que habilita para el gobierno de la familia real. Porque la que reina es la familia real, la dinastía, pero es rey el jefe actual de la dinastía reinante.

    Eventualmente, la misma familia real puede inhabilitar a uno de sus miembros para la sucesión política. Esto ocurre cuando aquel miembro conculca los principios esenciales de la Tradición política y moral del pueblo que debe gobernar, o rompe el juramento con su pueblo: la familia real lo excluye entonces de la sucesión dinástica, y queda en aquella familia como un miembro inerte, inhabilitado para reinar; como puede ocurrir con un miembro loco. En tales casos, la inhabilitación viene a impedir la legitimidad de origen.

    En términos generales, todo miembro de la familia real que se declara en rebeldía contra el rey legítimo queda “ipso iure” inhabilitado para ser él mismo rey. Su posible legitimidad queda por ello impedida sin remedio; es decir, sin más remedio que el de la expresa condonación de la rebeldía por el rey legítimo que la sufrió.

    La legitimidad se adquiere en el momento de la concepción en justas nupcias. Así, el rey inhabilitado no puede expropiar de sus derechos ya adquiridos al hijo concebido con anterioridad a la inhabilitación; en tanto todos los hijos concebidos con posterioridad a la inhabilitación, y toda su ulterior descendencia quedan definitivamente excluidos de la sucesión dinástica. Ésta es la razón por la que Francisco de Paula, Isabel II y toda su posible descendencia quedaron excluidos de la legitimidad, en tanto Carlos VII fue rey legítimo pese a la inhabilitación de su padre.

    El ejercicio de la realeza por un monarca excluido de la legitimidad no puede legitimarlo, por mucho que dure tal ejercicio. Cabría pensar quizá que una prescripción de larguísimo tiempo, incluso sin buena fe, podría consolidar los derechos reales, por el ejercicio prolongado de los mismos. Para impedir tal posibilidad, el Carlismo tuvo buen cuidado de interrumpir reiteradamente esa prescripción mediante protestas solemnes, y a veces bélicas, de modo que los sucesores de Isabel II no pudieran jamás invocar tal prescripción a su favor. Por lo demás, el abandono de la realeza detentada (como ocurrió en 1931) excluiría por sí mismo tal pretensión.

    La llamada legitimidad “de ejercicio” no es más que el aspecto positivo de un concepto en sí mismo negativo, que es el de la inhabilitación por el ejercicio abusivo, contra los principios políticos de la Tradición. En realidad, no existe una legitimidad de ejercicio, sino la pérdida de la legitimidad por el mal ejercicio. El que no incurre en este mal ejercicio inhabilitante continúa legitimado por la legitimidad de origen. El buen uso de la realeza no habilita a nadie, sino que no lo inhabilita. Los descendientes de los inhabilitados carecen de legitimidad de origen, y no pueden adquirir otra legitimidad, pues no existe.

    ¿Por qué insistimos tanto en la legitimidad dinástica? ¿No sería posible mantener los ideales de la Tradición en la persona de un rey cualquiera? ¿Acaso no se dice hoy que el rey debe serlo en consideración a sus talentos personales? Todos estos reblandecimientos de la legitimidad se deben al impacto democrático, que llega a infiltrarse, desgraciadamente, en las cabezas de algunos tradicionalistas.

    En mi opinión, la legitimidad es necesaria para salvar la Tradición, del mismo modo que es la Tradición la que justifica la legitimidad dinástica; porque la legitimidad se pierde precisamente por el atentado a la Tradición; y de ahí el juramento recíproco del rey y su pueblo. La legitimidad resulta así una firme garantía de la conservación de la Tradición, y por eso he dicho alguna vez que la legitimidad dinástica garantiza la conservación del ideal tradicional de modo análogo a como un buen corcho garantiza la integridad del precioso licor de una botella: no es lo más importante, pero es imprescindible. De hecho, cuantos han intentado defraudar la legitimidad salvando la efectiva Tradición –una vieja y constante y perversa tentación de posibilismo– han venido a caer en el más claro liberalismo: al perder la legitimidad, se les evaporó la Tradición.

    Nuestra Guerra de 1936-1939 hubiera debido conducir a una victoria de la Causa Legítima, de no haber sido por la desfavorable coyuntura internacional del totalitarismo imperante entonces en Europa y radicalmente incompatible con el Carlismo. Ese “europeísmo” frustró nuestras justas expectativas. Luego, el posible efecto de la Guerra y de la Victoria se fue desvirtuando por sucesivos eventos, y nos encontramos hoy ante la dificultad de reconstruir un resultado político concreto para la Victoria de 1939. Sólo el Carlismo sigue consecuente con aquella Guerra, precisamente porque aquélla fue en el fondo una Guerra Carlista, aunque frustrada por los factores que todos conocemos.

    Recuperar la Tradición, reconstituir políticamente a España, eso es ahora muy difícil, y el riesgo –un riesgo enorme– es el de que nos encontramos, a los treinta años de aquella noble gesta, con que no llegó al rango de una Guerra Civil decisoria, de que fue una simple Cruzada, y España espere todavía el momento de su configuración política.

  2. #2
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    Re: Puntualizaciones sobre la Legitimidad dinástica (Álvaro D´Ors)

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 5 de Marzo de 1971, página 3.


    Legitimidad



    La legitimidad se refiere al origen del poder: lo mismo la de un rey que la de un padre.

    En el Carlismo, la potestad legítima es la de la dinastía legítima. En esto creo que estamos todos de acuerdo, así como en rechazar otras fórmulas sustitutivas: soluciones plebiscitarias o adoptivas, revolucionarias o de hábil injerto personal. Para nosotros sólo puede ser Rey el hijo legítimo del Rey legítimo, aunque podamos eventualmente respetar presidentes de república u otras formas de jefatura del Estado ajenas a la legitimidad.

    La legitimidad por la sangre puede perderse por el mal uso de la potestad, pero la que llaman “legitimidad de ejercicio” no quiere decir que nadie sin legitimidad de origen pueda quedar legitimado por el buen uso del poder que efectivamente tiene, sino que ese buen usa confirma la legitimidad de origen. En realidad, debería hablarse de “ilegitimidad de ejercicio” como modo de perder la legitimidad de origen.

    Quien no da importancia a la legitimidad por la sangre, aunque luego defienda el establecimiento de un poder aparentemente monárquico, es, en el fondo, un republicano.

    El fundamento de la concepción dinástica del Carlismo está en que concibe éste la sociedad civil como conjunto de familias y no como conjunto de individuos. Porque, así como los individuos deben ser gobernados por sus semejantes, es decir, otros individuos, las familias deben ser gobernadas por una familia igualmente legítima. Esta concepción familiar parece coincidir con la del Catecismo de San Pío X (verdadero “catecismo de adultos” indebidamente olvidado) en su número 408: “Sociedad civil es la unión de muchas familias dependientes de la autoridad (hay que leer “potestad”) de una cabeza para ayudarse unas a otras a conseguir el mutuo perfeccionamiento y el bienestar temporal”. Naturalmente, no aduzco esta coincidencia con la pretensión de hacer creer que nuestra política carlista sea “la católica”. Pero sobre esto, otro día.


    A. d´Ors

  3. #3
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    Re: Puntualizaciones sobre la Legitimidad dinástica (Álvaro D´Ors)

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 12 de Marzo de 1971, página 3.


    SOBRE UN ARTÍCULO DE ÁLVARO D´ORS


    Por CLARA SAN MIGUEL


    “Concibe el carlismo a la sociedad civil como conjunto de familias y no como conjunto de individuos”.

    Esta frase, contenida en el breve y formidable artículo de Álvaro D´Ors, titulado “Legitimidad” y publicado en EL PENSAMIENTO NAVARRO del pasado día 5 de marzo, me parece la más luminosa de las explicaciones del carlismo que he leído hasta ahora. Y, además, su mejor apología.

    ¡Cuántas cosas, de pronto, me han parecido claras al leerla! He visto la raíz de muchos problemas y el origen de muchas amenazas que se presentan enrevesadas y confusas.

    Problemas cotidianos e inmediatos que nos cercan y crecen como plantas parásitas, y todo lo invaden y desvitalizan. Amenazas sombrías con pretensiones de fatalidad ineluctable.

    ¿Por qué los hijos se rebelan contra sus padres creando el deprimente (y nuevo en sus caracteres actuales, por mucho que se quiera negar la evidencia) conflicto generacional? Porque los padres faltan a su primer deber como tales: crear y mantener el ambiente adecuado al desarrollo normal de un ser humano, una verdadera familia.

    ¿Por qué ese creciente descontento de las mujeres con su papel de mujeres? ¿Por qué su resentimiento feroz contra los hombres, especialmente en los países más “desarrollados” e igualitarios, donde los derechos individualistas de la mujer están más plenamente reconocidos legal y socialmente? Pues precisamente por eso: los hombres han hecho dejación de su autoridad; la familia ha perdido su cohesión y su solidez; y, por muy alto que llegue una mujer en cualquier profesión, nada podrá compensarla de la pérdida del puesto específico que le asignó la naturaleza: el de madre y señora de una familia auténtica.

    ¿Por qué las jóvenes y las solteras de cualquier edad consideran más interesante y digno escribir a máquina en una oficina o despachar en una tienda que quedarse en casa ayudando a su madre o a su hermana casada, tan necesitadas de esa ayuda? No se trata de una cuestión económica en la mayoría de los casos: hay cientos y miles de chicas que trabajan fuera de casa sin verdadera necesidad. Es una cuestión de prestigio: la familia ha perdido el suyo al ser decapitada de su función social.


    CONSECUENCIAS CATASTRÓFICAS

    Aun dejando aparte la culpable deserción de las madres de familia, esta desviación de las mujeres solteras crea problemas de catastróficas consecuencias: las madres de familia numerosa se encuentran solas frente a una misión que excede a las fuerzas humanas; los ancianos están destinados inexorablemente al asilo, sea cualquiera el eufemismo social con que se disfrace esta realidad, y lo mismo sucede con los inválidos de todo tipo.

    ¡Qué misión tan maravillosamente humana y divina la de las hijas, hermanas, tías solteras! ¡Qué misión tan indispensable y tan insustituible!

    Me apresuro a decir que no son ellas, las mujeres solteras, las responsables de esta situación. El ambiente materialista y erotomaníaco que respiramos ha reducido a la familia a una molesta secuela del sexo que el progreso debe reducir al mínimo; y los trabajos hogareños son desdeñados con tan obtusa injusticia que es muy humano y disculpable el esquivarlos.

    Pero todo esto, aunque más trascendental de lo que parece, no es más que el primer nivel en las consecuencias de esta degradación del concepto de familia. Sus repercusiones son mucho más amplias y profundas: la propiedad privada, las jerarquías naturales de la sociedad, el municipio, la representación orgánica, pierden su razón de ser; la previsión económica, la educación de los niños, la beneficencia y el cuidado de ancianos, enfermos y toda clase de personas incapaces de valerse por sí mismo, quedan en manos del Estado que se apresura a convertirlos, teóricamente, en un problema técnico; prácticamente, en instrumentos de dominación.

    “La sociedad es una agrupación de familias, no una agrupación de individuos”. Todo está en esta idea; ella es la clave del futuro y el único medio de luchar contra el totalitarismo tecnocrático, contra el hormiguero infrahumano que amenaza nuestros hijos.

    La Patria, los Fueros y el Rey están unidos a Dios por ese nexo sagrado y en peligro que es la familia.

  4. #4
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    Re: Puntualizaciones sobre la Legitimidad dinástica (Álvaro D´Ors)

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    Monarquía: federación de familias

    mayo 27, 2020







    Ni uno solo de los hombres ha brotado por generación espontánea, sin origen familiar. Todos, sin excepción, somos familia.

    Es nota incivil, impolítica, la de una familia mal constituida, la de un origen irregular y poco familiarmente establecido. Al más desvergonzado de los destructores de la familia, no se le hace ningún favor, ni cree que se le adula, ni le agrada, si le mientan las irregularidades de su familia.

    Hay algo sagrado en la familia, evidentemente. En ella está ininterrumpida la sucesión humana, en ella está la fuente de nuestras primeras necesidades materiales y racionales. Y en ella está la primera y perdurablemente reproducida potestad legítima de la sociedad humana: el Padre.

    Ese poder viene, como todo poder, de Dios. Pero la determinación de la potestad en la persona del padre, también. Dios creó a la primera pareja y le dio ley natural y expresa de amor, crecimiento, multiplicación y potestad.

    La potestad del padre es ley de Dios natural y expresamente positiva.

    No se le da particularmente a cada hombre, sino del primero para todos.

    Dentro del cumplimiento de la ley crecieron y se multiplicaron los hombres. No se diseminaban como bestias; formaban familias bajo la autoridad común del Patriarca. El Patriarca era la potestad el conjunto solidario de familias: de la Patria. Adán, que vivió centenares de años, conoció la Patria, fue el primer Padre y el primer Patriarca. Dios se dirigía a ellos, les trataba en calidad de Patriarcas, es decir, en su potestad; les premiaba y les castigaba en sus generaciones. Eran toda la humanidad; para todos fueron ejemplo.

    El Patriarca fue, en las primeras patrias, el Padre, primero, y el mayor de sus hijos de generación en generación, después, dentro de la directa sucesión de sus líneas por primogenitura.

    Esa era la dinastía de los Patriarcas, de las potestades legítimas y legítimamente ejercidas en la Patria, en las Patrias.

    La Patria era y es perfecta sociedad política. ¿En qué han cambiado que sea esencial? En nada. Podrán ser mas o menos, en un lugar o en otro, con unas u otras accidentales diferencias, peo con forma natural perfecta de federación de familias para la finalidad política de la sociedad humana, no existe ninguna diferencia.

    Y en la potestad del Patriarca estaba comprendida toda la natural sustancia de la potestad política: la conservación del bien común que alcanzaba todos los fines naturales. La autoridad soberana de establecer sus normas o leyes, de proveer a su cumplimiento, de juzgar las acciones y discordias de todos. Faltaba el carnet electoral, pero eso no es sustancia política.

    La potestad del Patriarca era personal y soberana.

    Era, pues, Monarquía.

    Era sucesoria, hereditaria, dentro de un linaje.

    Se fundaba en la naturaleza social: ley de Dios.

    En la familia: instituida por Dios.

    En la autoridad del padre: voluntad de Dios.

    Se estableció para la Patria: conjunto de familias federadas en sociedad natural, política, naturalmente, legítimamente, con fuerza intrínseca y espontánea hasta cuando se la perturba.

    Dios reconoció la legitimidad de la Patria.

    Y aprobó la legitimidad del poder del Patriarca.

    Si todo poder viene de Dios, en absoluto, ¿quién negará que la potestad monárquica hereditaria, en el conjunto de familias que constituyen la perfecta sociedad compleja de la naturaleza humana viene de Dios, la estableció, reconoció y aprobó Dios?



    Luis Hernando de Larramendi, «Cristiandad, tradición, realeza», cap. 10: El rey, págs. 140, 141 y 142.






    Fuente: CARLISMO GALICIA

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