Fuente: El Pensamiento Navarro, 5 de Marzo de 1971, página 3.
Legitimidad
La legitimidad se refiere al origen del poder: lo mismo la de un rey que la de un padre.
En el Carlismo, la potestad legítima es la de la dinastía legítima. En esto creo que estamos todos de acuerdo, así como en rechazar otras fórmulas sustitutivas: soluciones plebiscitarias o adoptivas, revolucionarias o de hábil injerto personal. Para nosotros sólo puede ser Rey el hijo legítimo del Rey legítimo, aunque podamos eventualmente respetar presidentes de república u otras formas de jefatura del Estado ajenas a la legitimidad.
La legitimidad por la sangre puede perderse por el mal uso de la potestad, pero la que llaman “legitimidad de ejercicio” no quiere decir que nadie sin legitimidad de origen pueda quedar legitimado por el buen uso del poder que efectivamente tiene, sino que ese buen usa confirma la legitimidad de origen. En realidad, debería hablarse de “ilegitimidad de ejercicio” como modo de perder la legitimidad de origen.
Quien no da importancia a la legitimidad por la sangre, aunque luego defienda el establecimiento de un poder aparentemente monárquico, es, en el fondo, un republicano.
El fundamento de la concepción dinástica del Carlismo está en que concibe éste la sociedad civil como conjunto de familias y no como conjunto de individuos. Porque, así como los individuos deben ser gobernados por sus semejantes, es decir, otros individuos, las familias deben ser gobernadas por una familia igualmente legítima. Esta concepción familiar parece coincidir con la del Catecismo de San Pío X (verdadero “catecismo de adultos” indebidamente olvidado) en su número 408: “Sociedad civil es la unión de muchas familias dependientes de la autoridad (hay que leer “potestad”) de una cabeza para ayudarse unas a otras a conseguir el mutuo perfeccionamiento y el bienestar temporal”. Naturalmente, no aduzco esta coincidencia con la pretensión de hacer creer que nuestra política carlista sea “la católica”. Pero sobre esto, otro día.
A. d´Ors
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