Tú y el Estado Doctor
Las propuestas para el Control Central de la Profesión Médica vistas desde el punto de vista de un lego.
Por Charles Mellick
The Sterling Press
38 Bedford Street, Londres, W.C.3.
TÚ Y EL ESTADO DOCTOR
Por Charles Mellick
Es un hecho memorable que la culminación largamente prometida de esta espantosa guerra, sobre la cual se espera que nosotros, la gente ordinaria, concentremos nuestra atención, haya coincidido con un intento por parte de nuestros gobernantes –algunos de los cuales parecen tener una amplia cantidad de tiempo sobrante para dedicarlo a tales materias– de querer aprobar como ley una vasta masa de legislación social, diseñada para establecer un marco o sistema permanente para el resto de nuestras vidas.
En este programa de legislación social, se pretende que tome un importante lugar el nuevo Servicio Nacional de Salud propuesto. Ciertamente no ha carecido de publicidad favorable, y todos aquéllos dispuestos a confiar en sus periódicos y en la B.B.C., ya están convencidos de que representa una sabia y justa medida por parte de un Gobierno paternal, que está muy adelantada con relación a cualquier cosa que hubiese sido posible bajo aquellas condiciones de preguerra en las que todavía podía haber interferencia “democrática” en el proceso de legislación. Sin embargo, puesto que los cambios propuestos han de afectar a todas nuestras vidas de la forma más íntima, resulta importante que debamos examinar la idea general de lo que se pretende hacer pues, aunque apenas se pueda negar que los servicios médicos que tenemos disponibles, particularmente bajo condiciones bélicas, dejan mucho que desear, de ello no se sigue que cualquier cambio que se realice constituya necesariamente una mejora, y nosotros tenemos delante nuestro, en los países totalitarios, un ejemplo que muestra que bajo un Control Estatal resulta posible tener algo muchísimo peor que el tipo de servicios médicos con los cuales estamos familiarizados en este país.
Ningún propósito útil podríamos ejercer en este punto metiéndonos en cualquiera de los detalles de la legislación propuesta, puesto que los detalles siempre pueden variarse sin afectar el resultado general del todo. La cuestión importante que debemos preguntarnos ahora es: ¿Queremos que la gente que nos da servicios médicos queden bajo un tipo cualquiera de dirección central superior, o no? Esta cuestión es de tal obviedad e importancia fundamental que tenemos el derecho de exigir que, antes de introducir legislación alguna sobre este asunto en tiempo de guerra, el Gobierno nos dé una justa oportunidad de responder a ella, y si incluso una minoría expresara una clara y definida oposición al propósito principal de la legislación propuesta, ésta debería ser retirada hasta después de la guerra y de una elección general.
Todos los indicios apuntan, sin embargo, a que esto es exactamente lo que el Gobierno no va a hacer, y que los Planificadores que hay en él van a aprovechar al máximo la oportunidad ofrecida por la preocupación que hoy día todos tienen con la guerra, para inundar al país con una propaganda monopólica en favor de sus proyectos; hacer pasar el inevitable efecto de semejante propaganda sobre la opinión popular como prueba de que están cumpliendo con “la voluntad del pueblo”; y llevar a cabo toda la legislación “controladora” que puedan antes de que el final de la guerra libere energías que pudieran ser usadas contra ellos.
¿Planes de quién?
En cumplimiento de este objetivo el Gobierno ya ha publicado un Libro Blanco sobre el Servicio Nacional de Salud que contiene en gran medida las propuestas largamente anunciadas de la Sociedad Fabiana (socialista), las cuales han sido objeto de controversia y oposición violenta durante generaciones, y también han sido en gran parte asumidas por el grupo capitalista de la P.E.P. (Planificación Económica y Política) cuyo informe, publicado en 1937, aparece referido o calificado como “valioso” en ese Libro Blanco (p. 76). La cuestión aquí no es si la mención de estos grupos te da una impresión favorable o de cualquier otro tipo, sino si tú estás preparado para que se impongan al país, bajo la cobertura de la guerra, los planes de cualquier grupo minoritario, aun cuando éstos pudieran ser considerados como planes buenos.
El Libro Blanco muestra signos también de haber sido consultado con los líderes de la Profesión Médica, especialmente en la propuesta de que el órgano de control para los doctores haya de ser una Junta Médica Central, compuesta de médicos, pero “sujeta a la dirección general del Ministro”. Es en esta materia en la que ha habido una buena cantidad de controversia, esto es, en relación a si los doctores habían de estar controlados por el Estado a través de oficiales médicos o no médicos. La cuestión referente a si debían estar controlados por el Estado o por cualquier otro órgano central absolutamente, o a si más bien no se les debía, como ha sido hasta ahora, dejarles establecer contratos libres de servicio con sus pacientes, es una cuestión que muy cuidadosamente no ha sido planteada, ya sea en el Libro Blanco o en la Prensa; y se trata de una cuestión de tal obvia importancia que su omisión apenas puede considerarse como accidental, sino que más bien solamente puede significar que el Gobierno no puede confiar en que ella sea respondida de la forma en que ellos quieren y, por tanto, está determinado a que no sea expresada o planteada.
Esta cuestión, sin embargo, ha sido formulada en un plebiscito organizado por un grupo recientemente formado de doctores, la Asociación de Política Médica. De los 10.000 doctores que respondieron a la cuestión: “¿Es deseo de usted que se establezca cualquier forma de Autoridad Central para controlar a los doctores y sus prácticas, y para “organizar” la profesión?”, el 77 por ciento dijo que “No” y solamente el 15 por ciento dijo que “Sí”. No puede haber duda, por tanto, de lo que los doctores piensan sobre esto, aunque el recientemente publicado cuestionario de la Asociación Médica Británica parece estar cuidadosamente diseñado para confundir el asunto, ya que logra formular alrededor de cincuenta cuestiones sin dar una sola vez a los que las rellenan la oportunidad de decir si quieren, o no quieren, alguna forma de control central.
Parece, por tanto, que existe una especie de batalla triangular avanzando sobre nuestras cabezas acerca de lo que ha de hacérsenos. Los contendientes parecen ser los Planificadores “Estatales”, y los Planificadores “Médicos” –quienes están en desacuerdo simplemente acerca de quién habrá de ser quien controle a la gente o personas que se supone que van a ser nuestros asistentes médicos–, y los doctores mismos, la mayoría de los cuales quieren permanecer a nuestro servicio, y no al de un Departamento Gubernamental o Corporación Médica.
Resulta bastante claro que la gente más vitalmente afectada, es decir, nosotros, el público ordinario, cuya salud, e incluso vidas, está en juego, no ha sido consultada en absoluto, y no parece haber intención, al menos por parte de los Planificadores, de hacerlo. Es hora, por tanto, de que tomemos ciertas cartas en este asunto y hagamos sentir nuestros deseos pues, de lo contrario, nuestro destino será fijado sobre nuestras cabezas por gente que se supone que son nuestros servidores o funcionarios.
Es esencial, sin embargo, que bajemos a examinar los aspectos fundamentales de este asunto, y no quedemos condicionados por el pensamiento superficial que constituye el fruto de la actual propaganda.
El oficio del doctor
¿Qué es, entonces, un doctor, y cuál es su oficio? Poniéndolo en los términos más simples, un doctor es un servidor personal del cuerpo altamente cualificado. Utilizo esta descripción rotunda y directa a propósito, porque es muy exacta, y únicamente ofenderá a aquellos doctores que tienen una falsa idea de su función, y se imaginan como si fueran algún tipo de superhombres intelectuales, que manejan y controlan al populacho por su propio bien. Existe, por supuesto, un servicio que constituye libertad y un servicio que constituye esclavitud, y yo sugiero que el servicio personal directo prestado por un semejante cae dentro de la primera descripción, y es completamente compatible con la más grande dignidad y nobleza, mientras que un “Servicio Nacional” con sus formas, regulaciones y centralización del poder, cae bajo la segunda descripción.
Cuando digo que un doctor es un servidor del cuerpo, quiero decir justamente eso, en el sentido más literal de la palabra. Se trata de una persona especialmente capacitada en las cuestiones del cuerpo humano y sus dolencias, y es en este campo en donde él ofrece sus servicios. Puede que tenga que hacerte las más íntimas, o desagradables, o peligrosas cosas las cuales tú no se las permitirías realizar a ninguna otra persona. Además, para que él pueda tener posibilidad alguna de ofrecerte un tratamiento o consejo correcto, es esencial que sepa todos los hechos de tu caso, lo cual puede implicar que tú tengas que decirle detalles personales, e incluso secretos, que jamás soñarías en confesarlos a cualquier otra persona a quien no conocieras bien y en la que no confiaras incondicionalmente. En el mejor de los casos, la relación entre el doctor de familia y sus pacientes puede llegar a alcanzar un muy alto nivel de amistad y confidencia mutua, y cualquiera que haya tenido experiencia de esta relación –la cual ya se ha resentido a través de las imperfecciones del Sistema de Panel de Pacientes– te dirá que solamente es bajo esas condiciones como puede darse el mejor servicio médico. Vale la pena recordar, también, que el doctor también gana en conocimiento y experiencia por ese tipo de asociación con sus pacientes.
Hay además otro aspecto en el asunto. El doctor, aunque puede estar dispuesto a dar sus servicios gratis, normalmente los da también a cambio de un pago. Él, de hecho, depende de sus pacientes para su sustento, y en la medida en que tú haces uso de él te conviertes en su empleador. El mantenimiento de este estado de cosas es de la mayor importancia, pues los doctores, igual que otras gentes, están sujetos a las normales flaquezas humanas, y es mucho más probable que te sirvan bien y pongan en primer lugar tu interés si su ingreso depende de ti, que en el caso de que éste estuviera controlado por algún tercero –como, por ejemplo, un oficial o funcionario superior– de cuya voluntad dependieran las perspectivas futuras del facultativo estatalmente controlado. Este hecho, por supuesto, es admitido por todos aquéllos que se quejan de que el paciente “privado” obtiene mejor trato que el paciente de panel o de hospital, y también se prueba por el hecho de que aquéllos que se lo pueden permitir siempre pagan por servicio médico privado en lugar de valerse del servicio público. Lo que es muy curioso es la determinación que tienen muchos, que se imaginan a sí mismos como “progresistas”, a que los pobres nunca accedan a ese tipo superior de servicio, que hoy día está disponible para los ricos; aunque, a su vez, esa misma gente estaría dispuesta, si se lo permitiéramos, ¡a abolir completamente ese mejor servicio!
Al mismo tiempo, aunque el doctor privado depende de sus pacientes para sus ingresos, él no depende totalmente de ninguno de ellos –como sí lo estaría respecto de un oficial superior– y, de esta forma, permanece como un hombre libre. Esto también resulta vital, porque es infantil suponer que el tipo de servicio íntimo que él es capaz de dar pueda ser dado bajo coacción; y si un doctor no está dispuesto a servir a un paciente en particular a cambio de los emolumentos habituales, cuanto más pronto se rompa la asociación entre ellos, mejor será para ambas partes, ¡especialmente para el paciente! La idea de que el derecho a disociarse y encontrar otro doctor pueda ser efectivamente reemplazado por el derecho del paciente a quejarse a los superiores del doctor en el seno de un Servicio Estatal constituye una pura charlatanería. Si alguien duda de esto, que pregunte a cualquiera en el Ejército lo que piensa de esto. No puede obtenerse un genuino servicio de ese modo.
Una vez que se tiene al doctor empleado, no por el paciente, sino por cualquier otro que represente al Estado y que sea su oficial superior, uno obtiene el desarrollo de un tipo enteramente diferente de actitud, y pronto cesa de ser posible el mismo tipo de servicio. Esto no les ocurre a todos en seguida, porque es de esperar que muchos doctores logren durante un tiempo llevar a cabo una actitud correcta con el paciente en el ejercicio de su servicio público y, de esta forma, consigan sacar el mejor partido al sistema. Pero a medida que la práctica privada se elimine –ya que se pretende eliminarla (véase el Informe Beveridge, parágrafo 431: “(…) el posible campo de acción del ejercicio libre de la medicina general quedará tan reducido que casi no valdrá la pena conservarlo”), y a medida que los antiguos facultativos formados no solamente en las Escuelas de Medicina sino también en contacto con sus pacientes en tanto que empleadores, vayan muriendo, necesariamente habrán de ser reemplazados por hombres jóvenes que no tengan concepción alguna de la actitud médica tradicional, y tengan inevitablemente que adoptar lo que podría denominarse como la actitud veterinaria, que resulta ya demasiado predominante en grandes instituciones.
Gestapo médica
No tengo, por supuesto, nada en contra del Cirujano Veterinario como tal; pero es innegable que él se considera como perteneciente a una clase superior de ser en relación a sus “pacientes”, y se considera responsable, y empleado, no ante ellos, ni por ellos, sino ante, y por, otro Ser Superior de su propia clase: el propietario. Ahora bien, ésta es precisamente la posición del Ganado Humano bajo un Servicio Médico Estatal. El interés “del Estado” por tu salud es muy similar al interés de un propietario por sus percherones –es decir, la de mantenerte al mínimo coste posible lo suficientemente en forma como para trabajar–, con la excepción de carecerse totalmente del sentimiento personal e incluso afecto que pudiera existir entre un hombre y su caballo, ya que tú no eres simplemente más que una entrada o apunte en varios formularios. (Véase el Informe Beveridge, parágrafo 426: “(…) restablecimiento en la capacidad de trabajo por medio de tratamiento (…)”, y “lo que determina por parte del Estado su interés en reducir el número de casos en que se concede dicho subsidio”. Todo lo que tienes que hacer es “reconocer el deber de cuidar la salud y cooperar (…)”). Esta “nueva actitud” se muestra claramente también en la pág. 36 del Libro Blanco, en donde a la Junta Médica Central se la cita como la “empleadora”, y al doctor se lo hace responsable ante ella por sus servicios prestados “a aquéllos cuyo cuidado acomete.”
La indignante impertinencia de esta actitud es suficientemente clara, pero su efecto en la actitud de doctores que están centralmente controlados por oficiales del estilo de los del informe Beveridge, es algo de lo que no nos hemos damos plenamente cuenta. Después de todo, somos nosotros quienes somos responsables de nuestra propia salud; somos nosotros quienes podemos estar enfermos; y somos nosotros los que tenemos que hacer nuestro restablecimiento. Cualquier doctor que conozca su oficio sabe también que lo máximo que puede hacer es ayudarnos y aconsejarnos. Un buen doctor aconseja y trata al paciente; un Servicio Médico Estatal únicamente puede tratar la enfermedad, lo cual tendrá que hacerlo en una forma más o menos estandarizada, ya que no puede tener plenamente en cuenta las diferencias individuales. Con todo, la Enfermedad tomada como tal es algo que no existe. Únicamente existe tu enfermedad, y mi enfermedad, que son cosas diferentes, del mismo modo que mi “salud” no es la misma que tu “salud”. Tener en cuenta las diferencias individuales es algo, por tanto, que pertenece a la misma esencia de la práctica médica. Interfiérase en ello y se tendrá, no un Servicio Médico reorganizado, sino otra cosa distinta, a la que yo he denominado Servicio Veterinario Humano; lo cual, a su vez –puesto que no somos animales, aun cuando seamos tratados como tales– habrá de degenerar en algo todavía peor, que Lord Geddes (en la Cámara de los Lores, 21 de Marzo de 1944) ha calificado como “no muy distinto de una Gestapo médica.”
“¿No puede ocurrir esto aquí?”
Es llegado a este punto cuando me veré acusado por algunas gentes de exagerar los peligros, y es justo esa creencia enraizada de que “no puede ocurrir esto aquí” lo que constituye el mayor de todos los peligros. Hay mucha gente que vio ocurrir la cosa en Alemania, y ahora están viéndolo ocurrir aquí, y que nos han dado suficientes avisos de que estamos yendo por el mismo camino. En un encuentro de aproximadamente unos 100 doctores en Guildorf, se informó en el Daily Sketch del 27 de Marzo de 1944, que un doctor alemán llamado Hirsch dijo que él había dejado Alemania porque la práctica propia de la medicina se había convertido en algo imposible debido al Control Estatal, y que ahora lo mismo estaba ocurriendo aquí. El mismo encuentro aprobó con entusiasmo un mensaje dirigido al Primer Ministro que incluía la siguiente frase:
“La política general que se expresa en esta legislación (Nacional de Salud propuesta) ha sido objeto de aguda controversia durante muchos años, y fue primeramente puesta en marcha en Alemania, en donde se ha mostrado ser un escalón hacia el Nacional Socialismo. Imponérnosla de cualquier forma en vísperas de la culminación de esta espantosa lucha contra el país de la que aquélla tiene su origen, constituiría una pieza de traición política, la cual sería un eufemismo calificar de “controvertible”.” (Véase “Truth”, 14 de Abril de 1944, para la versión completa).
En su reciente libro, Camino de Servidumbre, un distinguido economista de origen alemán, el Profesor F. A. Hayek, nos dice en la primera página: “Es necesario declarar ahora la desagradable verdad de que estamos en cierto peligro de repetir la suerte de Alemania”; y en la pág. 135: “pero no olvidemos que, hace quince años, la posibilidad de que en Alemania sucediese lo que ha acontecido habríanla juzgado fantástica igualmente (...)”. También escribe (pág. 137): “No debemos olvidar nunca que el antisemitismo de Hitler ha expulsado de su país o convertido en sus enemigos a muchas gentes que en muchos aspectos son manifiestos totalitarios de tipo alemán”. El hecho, por tanto, de que todos los defensores del Control Estatal en el actual concierto o coro de voces en este país sean también fervientes antinazis, no constituye prueba alguna de que no nos estén conduciendo por el camino que lleva hacia un totalitarismo de tipo alemán.
La relación inspector-paciente
Un problema que encontramos es que las artes de la publicidad han sido tan hábilmente usadas en todas las presentaciones públicas del propuesto Servicio Nacional de Salud, que se necesita una considerable habilidad y experiencia por parte del lector para desenmarañar las propuestas reales y separarlas respecto de toda la propaganda formulada en su nombre. Ciertos hechos desagradables, sin embargo, no pueden escapar a la atención de nadie que se haya tomado el esfuerzo de leer cuidadosamente las partes relevantes del Informe Beveridge y del Libro Blanco.
Lo primero es lo referente a la certificación. En el Informe Beveridge, parágrafo 437, podemos leer: “El interés primordial del Ministerio (…) estriba en lograr un servicio de salud que (…) asegure la escrupulosa certificación del caso para autorizar el pago del subsidio en las proporciones propuestas en este Informe”. La certificación no forma parte del oficio de un doctor, y en la medida en que gasta su tiempo en eso, sus pacientes perderán sus servicios; pero lo más grave es el hecho de que eso lo convierte en un Funcionario del Estado, una especie de Policía Médico cuyo deber es el de mantener abierto un ojo avizor para cualquier simulación de enfermedad, y pillarnos si puede. Su oficio deja de ser el de salvaguardar nuestra salud, y pasa a ser el de salvaguardar el dinero del Estado, y si muestra un interés demasiado grande en lo primero a expensas de lo segundo, sus superiores, que tienen su carrera en sus manos, sabrán cómo tratarle al respecto.
Cualquiera que conoce mínimamente la Administración, sabe que está diseñada para eliminar de los grados más bajos toda responsabilidad por las decisiones tomadas, y para hacer a los grados más altos –que son los que realmente toman las decisiones– inaccesibles al público en general. El facultativo general ordinario será, por supuesto, el grado más bajo de todos en el propuesto Servicio Médico. El Libro Blanco redacta especiosamente (pag. 47) que se conservará la relación personal doctor-paciente, y que todo el servicio se fundará sobre la idea del “doctor de familia”. La única diferencia será que el público “estará pagando por el cuidado médico de una forma nueva; no a través de un honorario privado, sino parcialmente (…) mediante el proceso ordinario de tributación local y central.” Tú ya pagas de esta forma a tú policía “de familia”, a tú inspector fiscal “de familia”, a tus funcionarios de trabajo “de familia”, etc…, por lo que tú ya conoces bien lo rápido que ellos ceden a tus deseos sobre la base de que tú les pagas, ¿o realmente lo hacen? Depende de ti decidir si quieres que a tu doctor de familia se le pague de la misma manera; pero si no quieres, es esencial que hagas algo con respecto a esto.
Una cosa debería quedar clara. Si es necesario hacer disponible dinero para proporcionarte a ti un servicio médico acrecentado o incrementado, aquél debería dársete a ti –y no a varios funcionarios– de forma tal que tú puedas seguir siendo el empleador de tu propio doctor. Esto ya está en funcionamiento en Nueva Zelanda, donde el doctor da por cada visita un recibo, el cual da derecho al paciente a percibir el pago estándar. Sin embargo, no forma parte de mi intención presentar propuestas para un plan alternativo al que aparece resumido en el Libro Blanco. En mi opinión esas cosas deberían dejarse para después de la guerra; pero sí querría dejar claro que sería algo perfectamente factible organizar u ordenar una genuina extensión del verdadero servicio médico, incluyendo la más amplia extensión posible del ejercicio privado, eliminando las barreras económicas que en la actualidad lo restringen.
Pero toda esperanza de poder conseguir una ventaja real de esa clase se perderá si se establece cualquier tipo de control centralizado de la profesión médica. No se trata de una cuestión de obtención de compromisos o garantías. Tales cosas pueden muy ligeramente obstruir el ritmo al que la burocracia se va haciendo insoportable, pero no afectan al resultado final. Una vez que el Órgano Central, cualquiera que sea su naturaleza, tenga poder, podrá mandar lo que quiera por vía de Regulación, sin necesidad de recurrir al Parlamento, y no habrá control efectivo alguno sobre ella por parte del público.
Ejercicio médico “progresista”
Semejante sistema está absolutamente viciado. Una burocracia ordinaria es bastante mala; pero una en la que los funcionarios de base están armados con los poderes peculiares que el médico tiene sobre un individuo que se encuentra en su estado más indefenso, es decir, cuando está enfermo, es algo sobre lo que apenas se piensa.
Con la mejor voluntad del mundo, el doctor que quiera mantener su puesto de trabajo deberá imponer a sus pacientes cualquier cosa que sea considerada “buena” para ellos por “El Ministro”; y desde el comienzo, para cualquier cosa que él te haga, “se le requerirá que observe las disposiciones del plan del área correspondiente” (Libro Blanco, pág. 29). Precisamente no se declara qué es lo que se considera como “bueno” para nosotros, pero podemos obtener un indicio de ello cuando observamos aquellos temas en los que están considerablemente interesados los miembros “progresistas” de la profesión, tal y como se evidencia a partir de sus contribuciones escritas en las revistas técnicas; por ejemplo: eugenesia “positiva”, esterilización de los incapacitados, eutanasia o “muerte dulce”, contracepción, aborto legislado, inseminación artificial. Son precisamente estos doctores “progresistas” los que son más entusiastas de la idea de la Medicina Estatal, y solamente tenemos que contemplar a los países totalitarios para poder ver sus planes en pleno funcionamiento.
Más aún, son precisamente estos Planificadores Médicos los que ascenderán a lo más alto en la burocracia. El doctor ordinario decente está demasiado interesado en su trabajo como para querer sacrificarlo a cambio de un trabajo de “administración”; pero si dejamos que le rijan o reglamenten en contra de sus –así como de nuestros– deseos, resultará inútil esperar que sus buenas cualidades humanas puedan protegernos de las consecuencias. ¡Él no tendrá posibilidad alguna! Sus registros médicos de nuestros más íntimos asuntos constituirán un “dossier” abierto a la inspección de los de arriba; él estará sujeto a la regulación concerniente a “la distribución de recursos médicos” (Libro Blanco, pág. 33), lo que significa que él puede ser trasladado a otro sitio, y quedar rotos todos sus contactos con sus pacientes; y al principio de su carrera, él puede “ser requerido para que entregue todo su tiempo al servicio público” (pág. 35).
Palabras vs. hechos
Quizás el más inquietante, y hitleriano, de todos los aspectos de este asunto es la forma en la que se ha estado constantemente, y explícitamente, asegurando que el Ministro no va a hacer lo que muy descarada y obviamente se ve que pretende hacer. ¡Él no va a interferir en la relación paciente-doctor! (Únicamente lo creeremos cuando retire su propuesta para una Junta Central, pensada para actuar como empleador en lugar de nosotros). ¡Él no va a controlar o reglamentar a los doctores! (Únicamente podremos creer eso cuando retire todos los planes para un Órgano Central de Control de cualquier tipo –pues para qué otra finalidad si no se iba establecer). ¡Él no va a acabar con el ejercicio privado! (Pero como tendremos que pagar por el servicio público de todas formas, apenas podríamos permitirnos el poder pagar dos veces; por tanto, únicamente lo creeremos cuando diga que podemos disociarnos del pago de impuestos y de cuotas sociales para el Servicio Nacional de Salud).
Finalmente, ¡él no va a interferir en el estatus de los excelentes hospitales voluntarios! Podremos creer esto cuando retire sus planes para presionarles a que proporcionen servicios por debajo del coste, para sujetarlos a Inspectores, y para reemplazar sus mayores fuentes de ingresos (y de amplio apoyo popular), como la Asociación de Ahorros para Hospitales, por una subvención gubernamental, eliminando así todo incentivo en la gente para contribuir voluntariamente.
Puesto que la formación en la Profesión Médica se basa sobre estos hospitales voluntarios, éstos vienen a ser de la mayor importancia. Proporcionan el mejor servicio hospitalario disponible, probablemente en cualquier parte del mundo; pero cualquiera que los conozca, sabe también que, desde el punto de vista del paciente, aún dejan bastante que desear. Sus fallas son aquéllas que se pueden encontrar en las grandes instituciones: burocracia y papeleo; en las cuales, sin embargo, todavía siguen siendo mejores que los hospitales públicos.
El cambio que nosotros, como pacientes, queremos, no es un cambio hacia más burocracia y papeleo, sino hacia menos. Esto habrá de obtenerse, no reduciendo el elemento voluntario, sino incrementándolo, e introduciendo entre el contribuyente voluntario y el personal hospitalario el mismo tipo de interés personal que el que existe entre el paciente privado y el doctor. Si se permite que se nos impongan las condiciones propuestas, ciertamente perderemos nuestros hospitales voluntarios y, con ellos, toda esperanza de un desarrollo libre de la ciencia y la formación médicas, así como del tipo de mejoras que son necesarias.
Las cosas ya han llegado a tal punto de admisión o aprobación, que resulta suficiente observar lo que el Gobierno protesta que no va a hacer, para saber que precisamente esas cosas constituyen su intención fija. Tal y como fue planteada la cosa hace muchos años por un destacado Planificador internacional [1]: “Todo el tiempo estamos negando con nuestros labios lo que estamos haciendo con nuestras manos.” Es la misma técnica que utilizaba Hitler antes de la guerra: prepararse abierta y descaradamente para hacer algo, bajo la cobertura de una barrera de declaraciones altisonantes de que nada podía estar más lejos de sus intenciones. El siguiente paso será el abandono de incluso toda pretensión de democracia, y el Sr. Willink, nuestro Ministro de Sanidad, no parece estar muy lejos de esa fase. En un discurso en Croydon el 17 de Mayo de 1944, se informa que él dijo lo siguiente: “El nuevo proyecto de salud seguirá adelante. No hay lugar a que nos preguntemos “si” se aprobará o no: solamente “cómo” o “en qué forma” se aprobará”.” Un Ministro es un servidor, un subordinado, de la Corona y, por tanto, en este país, del pueblo. Es competencia del pueblo el decidir “si” se aprobará o no, y de su “Ministro” el decidir “cómo” se aprobará, no al revés; y a este Ministro se le ha de poner al tanto de cuál es su posición antes de que su complejo de Führer se vuelva peligroso.
¿Qué podemos hacer?
Es en verdad una desgracia para nosotros que semejante pre-totalitarismo se haya extendido por este país y esté floreciendo mientras el elemento masculino de esta nación se encuentra totalmente ocupada en luchar contra su prototipo. Nos corresponde a nosotros, los que nos hemos quedado en la retaguardia, luchar contra este monstruo extranjero sobre nuestro propio suelo. No sirve de nada el simplemente hablar o “quejarse”. ¿Qué podemos hacer?
Podemos:
1. Apoyar a nuestros propios doctores. Puesto que los Planificadores les están asegurando que sus pacientes quieren y desean a un tercero burocrático que interfiera en sus asuntos privados, lo mejor que podemos hacer es ayudarles a organizar un plebiscito entre sus pacientes para averiguarlo, preguntándoles las siguientes cuestiones: (1) ¿Desearías emplear a tu doctor como ocurre en la actualidad? O, (2) ¿Desearías que él estuviera empleado por algún Órgano Central responsable ante el Estado? En un plebiscito de este tipo organizado por dos doctores en Escocia, 1.000 pacientes estaban a favor de (1) y ninguno a favor de (2). Los resultados, cuando se obtuvieran, podrían útilmente ser enviados a la Prensa, y a la Asociación de Política Médica, 18 Harley Street, Londres, W. 1.
2. Escribir a nuestro Representante Parlamentario, a la Prensa nacional y local, y al Sr. Churchill, oponiéndonos a cualquier tipo de control central de nuestros doctores, tanto ahora como después de la guerra. En el Parlamento, el 13 de Octubre de 1943, el Sr. Churchill prometió “nada controvertido que no sea auténticamente necesario para la guerra.” Deberíamos exigir que esta promesa se mantenga hasta para después que la guerra haya terminado. N.B.: si el Representante Parlamentario se niega a cooperar, la mejor forma de presión es organizar una demanda para su dimisión entre nuestros vecinos, y mantenerle bien informado de su progreso.
3. Pasar y distribuir copias de este folleto.
[1] Profesor Arnold Toynbee, en Copenhague; véase International Affairs, 1931, pág. 809.
Visto en: SOCIAL CREDIT SECRETARIAT
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