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Tema: Tú y el Estado Doctor (Charles Mellick, 1944)

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    Tú y el Estado Doctor (Charles Mellick, 1944)

    Tú y el Estado Doctor

    Las propuestas para el Control Central de la Profesión Médica vistas desde el punto de vista de un lego.

    Por Charles Mellick

    The Sterling Press
    38 Bedford Street, Londres, W.C.3.





    TÚ Y EL ESTADO DOCTOR

    Por Charles Mellick




    Es un hecho memorable que la culminación largamente prometida de esta espantosa guerra, sobre la cual se espera que nosotros, la gente ordinaria, concentremos nuestra atención, haya coincidido con un intento por parte de nuestros gobernantes –algunos de los cuales parecen tener una amplia cantidad de tiempo sobrante para dedicarlo a tales materias– de querer aprobar como ley una vasta masa de legislación social, diseñada para establecer un marco o sistema permanente para el resto de nuestras vidas.

    En este programa de legislación social, se pretende que tome un importante lugar el nuevo Servicio Nacional de Salud propuesto. Ciertamente no ha carecido de publicidad favorable, y todos aquéllos dispuestos a confiar en sus periódicos y en la B.B.C., ya están convencidos de que representa una sabia y justa medida por parte de un Gobierno paternal, que está muy adelantada con relación a cualquier cosa que hubiese sido posible bajo aquellas condiciones de preguerra en las que todavía podía haber interferencia “democrática” en el proceso de legislación. Sin embargo, puesto que los cambios propuestos han de afectar a todas nuestras vidas de la forma más íntima, resulta importante que debamos examinar la idea general de lo que se pretende hacer pues, aunque apenas se pueda negar que los servicios médicos que tenemos disponibles, particularmente bajo condiciones bélicas, dejan mucho que desear, de ello no se sigue que cualquier cambio que se realice constituya necesariamente una mejora, y nosotros tenemos delante nuestro, en los países totalitarios, un ejemplo que muestra que bajo un Control Estatal resulta posible tener algo muchísimo peor que el tipo de servicios médicos con los cuales estamos familiarizados en este país.

    Ningún propósito útil podríamos ejercer en este punto metiéndonos en cualquiera de los detalles de la legislación propuesta, puesto que los detalles siempre pueden variarse sin afectar el resultado general del todo. La cuestión importante que debemos preguntarnos ahora es: ¿Queremos que la gente que nos da servicios médicos queden bajo un tipo cualquiera de dirección central superior, o no? Esta cuestión es de tal obviedad e importancia fundamental que tenemos el derecho de exigir que, antes de introducir legislación alguna sobre este asunto en tiempo de guerra, el Gobierno nos dé una justa oportunidad de responder a ella, y si incluso una minoría expresara una clara y definida oposición al propósito principal de la legislación propuesta, ésta debería ser retirada hasta después de la guerra y de una elección general.

    Todos los indicios apuntan, sin embargo, a que esto es exactamente lo que el Gobierno no va a hacer, y que los Planificadores que hay en él van a aprovechar al máximo la oportunidad ofrecida por la preocupación que hoy día todos tienen con la guerra, para inundar al país con una propaganda monopólica en favor de sus proyectos; hacer pasar el inevitable efecto de semejante propaganda sobre la opinión popular como prueba de que están cumpliendo con “la voluntad del pueblo”; y llevar a cabo toda la legislación “controladora” que puedan antes de que el final de la guerra libere energías que pudieran ser usadas contra ellos.


    ¿Planes de quién?

    En cumplimiento de este objetivo el Gobierno ya ha publicado un Libro Blanco sobre el Servicio Nacional de Salud que contiene en gran medida las propuestas largamente anunciadas de la Sociedad Fabiana (socialista), las cuales han sido objeto de controversia y oposición violenta durante generaciones, y también han sido en gran parte asumidas por el grupo capitalista de la P.E.P. (Planificación Económica y Política) cuyo informe, publicado en 1937, aparece referido o calificado como “valioso” en ese Libro Blanco (p. 76). La cuestión aquí no es si la mención de estos grupos te da una impresión favorable o de cualquier otro tipo, sino si tú estás preparado para que se impongan al país, bajo la cobertura de la guerra, los planes de cualquier grupo minoritario, aun cuando éstos pudieran ser considerados como planes buenos.

    El Libro Blanco muestra signos también de haber sido consultado con los líderes de la Profesión Médica, especialmente en la propuesta de que el órgano de control para los doctores haya de ser una Junta Médica Central, compuesta de médicos, pero “sujeta a la dirección general del Ministro”. Es en esta materia en la que ha habido una buena cantidad de controversia, esto es, en relación a si los doctores habían de estar controlados por el Estado a través de oficiales médicos o no médicos. La cuestión referente a si debían estar controlados por el Estado o por cualquier otro órgano central absolutamente, o a si más bien no se les debía, como ha sido hasta ahora, dejarles establecer contratos libres de servicio con sus pacientes, es una cuestión que muy cuidadosamente no ha sido planteada, ya sea en el Libro Blanco o en la Prensa; y se trata de una cuestión de tal obvia importancia que su omisión apenas puede considerarse como accidental, sino que más bien solamente puede significar que el Gobierno no puede confiar en que ella sea respondida de la forma en que ellos quieren y, por tanto, está determinado a que no sea expresada o planteada.

    Esta cuestión, sin embargo, ha sido formulada en un plebiscito organizado por un grupo recientemente formado de doctores, la Asociación de Política Médica. De los 10.000 doctores que respondieron a la cuestión: “¿Es deseo de usted que se establezca cualquier forma de Autoridad Central para controlar a los doctores y sus prácticas, y para “organizar” la profesión?”, el 77 por ciento dijo que “No” y solamente el 15 por ciento dijo que “Sí”. No puede haber duda, por tanto, de lo que los doctores piensan sobre esto, aunque el recientemente publicado cuestionario de la Asociación Médica Británica parece estar cuidadosamente diseñado para confundir el asunto, ya que logra formular alrededor de cincuenta cuestiones sin dar una sola vez a los que las rellenan la oportunidad de decir si quieren, o no quieren, alguna forma de control central.

    Parece, por tanto, que existe una especie de batalla triangular avanzando sobre nuestras cabezas acerca de lo que ha de hacérsenos. Los contendientes parecen ser los Planificadores “Estatales”, y los Planificadores “Médicos” –quienes están en desacuerdo simplemente acerca de quién habrá de ser quien controle a la gente o personas que se supone que van a ser nuestros asistentes médicos–, y los doctores mismos, la mayoría de los cuales quieren permanecer a nuestro servicio, y no al de un Departamento Gubernamental o Corporación Médica.

    Resulta bastante claro que la gente más vitalmente afectada, es decir, nosotros, el público ordinario, cuya salud, e incluso vidas, está en juego, no ha sido consultada en absoluto, y no parece haber intención, al menos por parte de los Planificadores, de hacerlo. Es hora, por tanto, de que tomemos ciertas cartas en este asunto y hagamos sentir nuestros deseos pues, de lo contrario, nuestro destino será fijado sobre nuestras cabezas por gente que se supone que son nuestros servidores o funcionarios.

    Es esencial, sin embargo, que bajemos a examinar los aspectos fundamentales de este asunto, y no quedemos condicionados por el pensamiento superficial que constituye el fruto de la actual propaganda.


    El oficio del doctor

    ¿Qué es, entonces, un doctor, y cuál es su oficio? Poniéndolo en los términos más simples, un doctor es un servidor personal del cuerpo altamente cualificado. Utilizo esta descripción rotunda y directa a propósito, porque es muy exacta, y únicamente ofenderá a aquellos doctores que tienen una falsa idea de su función, y se imaginan como si fueran algún tipo de superhombres intelectuales, que manejan y controlan al populacho por su propio bien. Existe, por supuesto, un servicio que constituye libertad y un servicio que constituye esclavitud, y yo sugiero que el servicio personal directo prestado por un semejante cae dentro de la primera descripción, y es completamente compatible con la más grande dignidad y nobleza, mientras que un “Servicio Nacional” con sus formas, regulaciones y centralización del poder, cae bajo la segunda descripción.

    Cuando digo que un doctor es un servidor del cuerpo, quiero decir justamente eso, en el sentido más literal de la palabra. Se trata de una persona especialmente capacitada en las cuestiones del cuerpo humano y sus dolencias, y es en este campo en donde él ofrece sus servicios. Puede que tenga que hacerte las más íntimas, o desagradables, o peligrosas cosas las cuales tú no se las permitirías realizar a ninguna otra persona. Además, para que él pueda tener posibilidad alguna de ofrecerte un tratamiento o consejo correcto, es esencial que sepa todos los hechos de tu caso, lo cual puede implicar que tú tengas que decirle detalles personales, e incluso secretos, que jamás soñarías en confesarlos a cualquier otra persona a quien no conocieras bien y en la que no confiaras incondicionalmente. En el mejor de los casos, la relación entre el doctor de familia y sus pacientes puede llegar a alcanzar un muy alto nivel de amistad y confidencia mutua, y cualquiera que haya tenido experiencia de esta relación –la cual ya se ha resentido a través de las imperfecciones del Sistema de Panel de Pacientes– te dirá que solamente es bajo esas condiciones como puede darse el mejor servicio médico. Vale la pena recordar, también, que el doctor también gana en conocimiento y experiencia por ese tipo de asociación con sus pacientes.

    Hay además otro aspecto en el asunto. El doctor, aunque puede estar dispuesto a dar sus servicios gratis, normalmente los da también a cambio de un pago. Él, de hecho, depende de sus pacientes para su sustento, y en la medida en que tú haces uso de él te conviertes en su empleador. El mantenimiento de este estado de cosas es de la mayor importancia, pues los doctores, igual que otras gentes, están sujetos a las normales flaquezas humanas, y es mucho más probable que te sirvan bien y pongan en primer lugar tu interés si su ingreso depende de ti, que en el caso de que éste estuviera controlado por algún tercero –como, por ejemplo, un oficial o funcionario superior– de cuya voluntad dependieran las perspectivas futuras del facultativo estatalmente controlado. Este hecho, por supuesto, es admitido por todos aquéllos que se quejan de que el paciente “privado” obtiene mejor trato que el paciente de panel o de hospital, y también se prueba por el hecho de que aquéllos que se lo pueden permitir siempre pagan por servicio médico privado en lugar de valerse del servicio público. Lo que es muy curioso es la determinación que tienen muchos, que se imaginan a sí mismos como “progresistas”, a que los pobres nunca accedan a ese tipo superior de servicio, que hoy día está disponible para los ricos; aunque, a su vez, esa misma gente estaría dispuesta, si se lo permitiéramos, ¡a abolir completamente ese mejor servicio!

    Al mismo tiempo, aunque el doctor privado depende de sus pacientes para sus ingresos, él no depende totalmente de ninguno de ellos –como sí lo estaría respecto de un oficial superior– y, de esta forma, permanece como un hombre libre. Esto también resulta vital, porque es infantil suponer que el tipo de servicio íntimo que él es capaz de dar pueda ser dado bajo coacción; y si un doctor no está dispuesto a servir a un paciente en particular a cambio de los emolumentos habituales, cuanto más pronto se rompa la asociación entre ellos, mejor será para ambas partes, ¡especialmente para el paciente! La idea de que el derecho a disociarse y encontrar otro doctor pueda ser efectivamente reemplazado por el derecho del paciente a quejarse a los superiores del doctor en el seno de un Servicio Estatal constituye una pura charlatanería. Si alguien duda de esto, que pregunte a cualquiera en el Ejército lo que piensa de esto. No puede obtenerse un genuino servicio de ese modo.

    Una vez que se tiene al doctor empleado, no por el paciente, sino por cualquier otro que represente al Estado y que sea su oficial superior, uno obtiene el desarrollo de un tipo enteramente diferente de actitud, y pronto cesa de ser posible el mismo tipo de servicio. Esto no les ocurre a todos en seguida, porque es de esperar que muchos doctores logren durante un tiempo llevar a cabo una actitud correcta con el paciente en el ejercicio de su servicio público y, de esta forma, consigan sacar el mejor partido al sistema. Pero a medida que la práctica privada se elimine –ya que se pretende eliminarla (véase el Informe Beveridge, parágrafo 431: “(…) el posible campo de acción del ejercicio libre de la medicina general quedará tan reducido que casi no valdrá la pena conservarlo”), y a medida que los antiguos facultativos formados no solamente en las Escuelas de Medicina sino también en contacto con sus pacientes en tanto que empleadores, vayan muriendo, necesariamente habrán de ser reemplazados por hombres jóvenes que no tengan concepción alguna de la actitud médica tradicional, y tengan inevitablemente que adoptar lo que podría denominarse como la actitud veterinaria, que resulta ya demasiado predominante en grandes instituciones.


    Gestapo médica

    No tengo, por supuesto, nada en contra del Cirujano Veterinario como tal; pero es innegable que él se considera como perteneciente a una clase superior de ser en relación a sus “pacientes”, y se considera responsable, y empleado, no ante ellos, ni por ellos, sino ante, y por, otro Ser Superior de su propia clase: el propietario. Ahora bien, ésta es precisamente la posición del Ganado Humano bajo un Servicio Médico Estatal. El interés “del Estado” por tu salud es muy similar al interés de un propietario por sus percherones –es decir, la de mantenerte al mínimo coste posible lo suficientemente en forma como para trabajar–, con la excepción de carecerse totalmente del sentimiento personal e incluso afecto que pudiera existir entre un hombre y su caballo, ya que tú no eres simplemente más que una entrada o apunte en varios formularios. (Véase el Informe Beveridge, parágrafo 426: “(…) restablecimiento en la capacidad de trabajo por medio de tratamiento (…)”, y “lo que determina por parte del Estado su interés en reducir el número de casos en que se concede dicho subsidio”. Todo lo que tienes que hacer es “reconocer el deber de cuidar la salud y cooperar (…)”). Esta “nueva actitud” se muestra claramente también en la pág. 36 del Libro Blanco, en donde a la Junta Médica Central se la cita como la “empleadora”, y al doctor se lo hace responsable ante ella por sus servicios prestados “a aquéllos cuyo cuidado acomete.

    La indignante impertinencia de esta actitud es suficientemente clara, pero su efecto en la actitud de doctores que están centralmente controlados por oficiales del estilo de los del informe Beveridge, es algo de lo que no nos hemos damos plenamente cuenta. Después de todo, somos nosotros quienes somos responsables de nuestra propia salud; somos nosotros quienes podemos estar enfermos; y somos nosotros los que tenemos que hacer nuestro restablecimiento. Cualquier doctor que conozca su oficio sabe también que lo máximo que puede hacer es ayudarnos y aconsejarnos. Un buen doctor aconseja y trata al paciente; un Servicio Médico Estatal únicamente puede tratar la enfermedad, lo cual tendrá que hacerlo en una forma más o menos estandarizada, ya que no puede tener plenamente en cuenta las diferencias individuales. Con todo, la Enfermedad tomada como tal es algo que no existe. Únicamente existe tu enfermedad, y mi enfermedad, que son cosas diferentes, del mismo modo que mi “salud” no es la misma que tu “salud”. Tener en cuenta las diferencias individuales es algo, por tanto, que pertenece a la misma esencia de la práctica médica. Interfiérase en ello y se tendrá, no un Servicio Médico reorganizado, sino otra cosa distinta, a la que yo he denominado Servicio Veterinario Humano; lo cual, a su vez –puesto que no somos animales, aun cuando seamos tratados como tales– habrá de degenerar en algo todavía peor, que Lord Geddes (en la Cámara de los Lores, 21 de Marzo de 1944) ha calificado como “no muy distinto de una Gestapo médica.”


    “¿No puede ocurrir esto aquí?”

    Es llegado a este punto cuando me veré acusado por algunas gentes de exagerar los peligros, y es justo esa creencia enraizada de que “no puede ocurrir esto aquí” lo que constituye el mayor de todos los peligros. Hay mucha gente que vio ocurrir la cosa en Alemania, y ahora están viéndolo ocurrir aquí, y que nos han dado suficientes avisos de que estamos yendo por el mismo camino. En un encuentro de aproximadamente unos 100 doctores en Guildorf, se informó en el Daily Sketch del 27 de Marzo de 1944, que un doctor alemán llamado Hirsch dijo que él había dejado Alemania porque la práctica propia de la medicina se había convertido en algo imposible debido al Control Estatal, y que ahora lo mismo estaba ocurriendo aquí. El mismo encuentro aprobó con entusiasmo un mensaje dirigido al Primer Ministro que incluía la siguiente frase:

    La política general que se expresa en esta legislación (Nacional de Salud propuesta) ha sido objeto de aguda controversia durante muchos años, y fue primeramente puesta en marcha en Alemania, en donde se ha mostrado ser un escalón hacia el Nacional Socialismo. Imponérnosla de cualquier forma en vísperas de la culminación de esta espantosa lucha contra el país de la que aquélla tiene su origen, constituiría una pieza de traición política, la cual sería un eufemismo calificar de “controvertible”.” (Véase “Truth”, 14 de Abril de 1944, para la versión completa).

    En su reciente libro, Camino de Servidumbre, un distinguido economista de origen alemán, el Profesor F. A. Hayek, nos dice en la primera página: “Es necesario declarar ahora la desagradable verdad de que estamos en cierto peligro de repetir la suerte de Alemania”; y en la pág. 135: “pero no olvidemos que, hace quince años, la posibilidad de que en Alemania sucediese lo que ha acontecido habríanla juzgado fantástica igualmente (...)”. También escribe (pág. 137): “No debemos olvidar nunca que el antisemitismo de Hitler ha expulsado de su país o convertido en sus enemigos a muchas gentes que en muchos aspectos son manifiestos totalitarios de tipo alemán”. El hecho, por tanto, de que todos los defensores del Control Estatal en el actual concierto o coro de voces en este país sean también fervientes antinazis, no constituye prueba alguna de que no nos estén conduciendo por el camino que lleva hacia un totalitarismo de tipo alemán.


    La relación inspector-paciente

    Un problema que encontramos es que las artes de la publicidad han sido tan hábilmente usadas en todas las presentaciones públicas del propuesto Servicio Nacional de Salud, que se necesita una considerable habilidad y experiencia por parte del lector para desenmarañar las propuestas reales y separarlas respecto de toda la propaganda formulada en su nombre. Ciertos hechos desagradables, sin embargo, no pueden escapar a la atención de nadie que se haya tomado el esfuerzo de leer cuidadosamente las partes relevantes del Informe Beveridge y del Libro Blanco.

    Lo primero es lo referente a la certificación. En el Informe Beveridge, parágrafo 437, podemos leer: “El interés primordial del Ministerio (…) estriba en lograr un servicio de salud que (…) asegure la escrupulosa certificación del caso para autorizar el pago del subsidio en las proporciones propuestas en este Informe”. La certificación no forma parte del oficio de un doctor, y en la medida en que gasta su tiempo en eso, sus pacientes perderán sus servicios; pero lo más grave es el hecho de que eso lo convierte en un Funcionario del Estado, una especie de Policía Médico cuyo deber es el de mantener abierto un ojo avizor para cualquier simulación de enfermedad, y pillarnos si puede. Su oficio deja de ser el de salvaguardar nuestra salud, y pasa a ser el de salvaguardar el dinero del Estado, y si muestra un interés demasiado grande en lo primero a expensas de lo segundo, sus superiores, que tienen su carrera en sus manos, sabrán cómo tratarle al respecto.

    Cualquiera que conoce mínimamente la Administración, sabe que está diseñada para eliminar de los grados más bajos toda responsabilidad por las decisiones tomadas, y para hacer a los grados más altos –que son los que realmente toman las decisiones– inaccesibles al público en general. El facultativo general ordinario será, por supuesto, el grado más bajo de todos en el propuesto Servicio Médico. El Libro Blanco redacta especiosamente (pag. 47) que se conservará la relación personal doctor-paciente, y que todo el servicio se fundará sobre la idea del “doctor de familia”. La única diferencia será que el público “estará pagando por el cuidado médico de una forma nueva; no a través de un honorario privado, sino parcialmente (…) mediante el proceso ordinario de tributación local y central.” Tú ya pagas de esta forma a tú policía “de familia”, a tú inspector fiscal “de familia”, a tus funcionarios de trabajo “de familia”, etc…, por lo que tú ya conoces bien lo rápido que ellos ceden a tus deseos sobre la base de que tú les pagas, ¿o realmente lo hacen? Depende de ti decidir si quieres que a tu doctor de familia se le pague de la misma manera; pero si no quieres, es esencial que hagas algo con respecto a esto.

    Una cosa debería quedar clara. Si es necesario hacer disponible dinero para proporcionarte a ti un servicio médico acrecentado o incrementado, aquél debería dársete a ti –y no a varios funcionarios– de forma tal que tú puedas seguir siendo el empleador de tu propio doctor. Esto ya está en funcionamiento en Nueva Zelanda, donde el doctor da por cada visita un recibo, el cual da derecho al paciente a percibir el pago estándar. Sin embargo, no forma parte de mi intención presentar propuestas para un plan alternativo al que aparece resumido en el Libro Blanco. En mi opinión esas cosas deberían dejarse para después de la guerra; pero sí querría dejar claro que sería algo perfectamente factible organizar u ordenar una genuina extensión del verdadero servicio médico, incluyendo la más amplia extensión posible del ejercicio privado, eliminando las barreras económicas que en la actualidad lo restringen.

    Pero toda esperanza de poder conseguir una ventaja real de esa clase se perderá si se establece cualquier tipo de control centralizado de la profesión médica. No se trata de una cuestión de obtención de compromisos o garantías. Tales cosas pueden muy ligeramente obstruir el ritmo al que la burocracia se va haciendo insoportable, pero no afectan al resultado final. Una vez que el Órgano Central, cualquiera que sea su naturaleza, tenga poder, podrá mandar lo que quiera por vía de Regulación, sin necesidad de recurrir al Parlamento, y no habrá control efectivo alguno sobre ella por parte del público.


    Ejercicio médico “progresista”

    Semejante sistema está absolutamente viciado. Una burocracia ordinaria es bastante mala; pero una en la que los funcionarios de base están armados con los poderes peculiares que el médico tiene sobre un individuo que se encuentra en su estado más indefenso, es decir, cuando está enfermo, es algo sobre lo que apenas se piensa.

    Con la mejor voluntad del mundo, el doctor que quiera mantener su puesto de trabajo deberá imponer a sus pacientes cualquier cosa que sea considerada “buena” para ellos por “El Ministro”; y desde el comienzo, para cualquier cosa que él te haga, “se le requerirá que observe las disposiciones del plan del área correspondiente” (Libro Blanco, pág. 29). Precisamente no se declara qué es lo que se considera como “bueno” para nosotros, pero podemos obtener un indicio de ello cuando observamos aquellos temas en los que están considerablemente interesados los miembros “progresistas” de la profesión, tal y como se evidencia a partir de sus contribuciones escritas en las revistas técnicas; por ejemplo: eugenesia “positiva”, esterilización de los incapacitados, eutanasia o “muerte dulce”, contracepción, aborto legislado, inseminación artificial. Son precisamente estos doctores “progresistas” los que son más entusiastas de la idea de la Medicina Estatal, y solamente tenemos que contemplar a los países totalitarios para poder ver sus planes en pleno funcionamiento.

    Más aún, son precisamente estos Planificadores Médicos los que ascenderán a lo más alto en la burocracia. El doctor ordinario decente está demasiado interesado en su trabajo como para querer sacrificarlo a cambio de un trabajo de “administración”; pero si dejamos que le rijan o reglamenten en contra de sus –así como de nuestros– deseos, resultará inútil esperar que sus buenas cualidades humanas puedan protegernos de las consecuencias. ¡Él no tendrá posibilidad alguna! Sus registros médicos de nuestros más íntimos asuntos constituirán un “dossier” abierto a la inspección de los de arriba; él estará sujeto a la regulación concerniente a “la distribución de recursos médicos” (Libro Blanco, pág. 33), lo que significa que él puede ser trasladado a otro sitio, y quedar rotos todos sus contactos con sus pacientes; y al principio de su carrera, él puede “ser requerido para que entregue todo su tiempo al servicio público” (pág. 35).


    Palabras vs. hechos

    Quizás el más inquietante, y hitleriano, de todos los aspectos de este asunto es la forma en la que se ha estado constantemente, y explícitamente, asegurando que el Ministro no va a hacer lo que muy descarada y obviamente se ve que pretende hacer. ¡Él no va a interferir en la relación paciente-doctor! (Únicamente lo creeremos cuando retire su propuesta para una Junta Central, pensada para actuar como empleador en lugar de nosotros). ¡Él no va a controlar o reglamentar a los doctores! (Únicamente podremos creer eso cuando retire todos los planes para un Órgano Central de Control de cualquier tipo –pues para qué otra finalidad si no se iba establecer). ¡Él no va a acabar con el ejercicio privado! (Pero como tendremos que pagar por el servicio público de todas formas, apenas podríamos permitirnos el poder pagar dos veces; por tanto, únicamente lo creeremos cuando diga que podemos disociarnos del pago de impuestos y de cuotas sociales para el Servicio Nacional de Salud).

    Finalmente, ¡él no va a interferir en el estatus de los excelentes hospitales voluntarios! Podremos creer esto cuando retire sus planes para presionarles a que proporcionen servicios por debajo del coste, para sujetarlos a Inspectores, y para reemplazar sus mayores fuentes de ingresos (y de amplio apoyo popular), como la Asociación de Ahorros para Hospitales, por una subvención gubernamental, eliminando así todo incentivo en la gente para contribuir voluntariamente.

    Puesto que la formación en la Profesión Médica se basa sobre estos hospitales voluntarios, éstos vienen a ser de la mayor importancia. Proporcionan el mejor servicio hospitalario disponible, probablemente en cualquier parte del mundo; pero cualquiera que los conozca, sabe también que, desde el punto de vista del paciente, aún dejan bastante que desear. Sus fallas son aquéllas que se pueden encontrar en las grandes instituciones: burocracia y papeleo; en las cuales, sin embargo, todavía siguen siendo mejores que los hospitales públicos.

    El cambio que nosotros, como pacientes, queremos, no es un cambio hacia más burocracia y papeleo, sino hacia menos. Esto habrá de obtenerse, no reduciendo el elemento voluntario, sino incrementándolo, e introduciendo entre el contribuyente voluntario y el personal hospitalario el mismo tipo de interés personal que el que existe entre el paciente privado y el doctor. Si se permite que se nos impongan las condiciones propuestas, ciertamente perderemos nuestros hospitales voluntarios y, con ellos, toda esperanza de un desarrollo libre de la ciencia y la formación médicas, así como del tipo de mejoras que son necesarias.

    Las cosas ya han llegado a tal punto de admisión o aprobación, que resulta suficiente observar lo que el Gobierno protesta que no va a hacer, para saber que precisamente esas cosas constituyen su intención fija. Tal y como fue planteada la cosa hace muchos años por un destacado Planificador internacional [1]: “Todo el tiempo estamos negando con nuestros labios lo que estamos haciendo con nuestras manos.” Es la misma técnica que utilizaba Hitler antes de la guerra: prepararse abierta y descaradamente para hacer algo, bajo la cobertura de una barrera de declaraciones altisonantes de que nada podía estar más lejos de sus intenciones. El siguiente paso será el abandono de incluso toda pretensión de democracia, y el Sr. Willink, nuestro Ministro de Sanidad, no parece estar muy lejos de esa fase. En un discurso en Croydon el 17 de Mayo de 1944, se informa que él dijo lo siguiente: “El nuevo proyecto de salud seguirá adelante. No hay lugar a que nos preguntemos “si” se aprobará o no: solamente “cómo” o “en qué forma” se aprobará”.” Un Ministro es un servidor, un subordinado, de la Corona y, por tanto, en este país, del pueblo. Es competencia del pueblo el decidir “si” se aprobará o no, y de su “Ministro” el decidir “cómo” se aprobará, no al revés; y a este Ministro se le ha de poner al tanto de cuál es su posición antes de que su complejo de Führer se vuelva peligroso.


    ¿Qué podemos hacer?

    Es en verdad una desgracia para nosotros que semejante pre-totalitarismo se haya extendido por este país y esté floreciendo mientras el elemento masculino de esta nación se encuentra totalmente ocupada en luchar contra su prototipo. Nos corresponde a nosotros, los que nos hemos quedado en la retaguardia, luchar contra este monstruo extranjero sobre nuestro propio suelo. No sirve de nada el simplemente hablar o “quejarse”. ¿Qué podemos hacer?

    Podemos:

    1. Apoyar a nuestros propios doctores. Puesto que los Planificadores les están asegurando que sus pacientes quieren y desean a un tercero burocrático que interfiera en sus asuntos privados, lo mejor que podemos hacer es ayudarles a organizar un plebiscito entre sus pacientes para averiguarlo, preguntándoles las siguientes cuestiones: (1) ¿Desearías emplear a tu doctor como ocurre en la actualidad? O, (2) ¿Desearías que él estuviera empleado por algún Órgano Central responsable ante el Estado? En un plebiscito de este tipo organizado por dos doctores en Escocia, 1.000 pacientes estaban a favor de (1) y ninguno a favor de (2). Los resultados, cuando se obtuvieran, podrían útilmente ser enviados a la Prensa, y a la Asociación de Política Médica, 18 Harley Street, Londres, W. 1.

    2. Escribir a nuestro Representante Parlamentario, a la Prensa nacional y local, y al Sr. Churchill, oponiéndonos a cualquier tipo de control central de nuestros doctores, tanto ahora como después de la guerra. En el Parlamento, el 13 de Octubre de 1943, el Sr. Churchill prometió “nada controvertido que no sea auténticamente necesario para la guerra.” Deberíamos exigir que esta promesa se mantenga hasta para después que la guerra haya terminado. N.B.: si el Representante Parlamentario se niega a cooperar, la mejor forma de presión es organizar una demanda para su dimisión entre nuestros vecinos, y mantenerle bien informado de su progreso.

    3. Pasar y distribuir copias de este folleto.




    [1] Profesor Arnold Toynbee, en Copenhague; véase International Affairs, 1931, pág. 809.






    Visto en: SOCIAL CREDIT SECRETARIAT

  2. #2
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    Re: Tú y el Estado Doctor (Charles Mellick, 1944)

    Fuente: Punta Europa, Número 39, Marzo 1959, páginas 77 a 85.


    LA DESHUMANIZACIÓN DE LA MEDICINA

    Por el Dr. Antonio Arbelo

    Asesor de Demografía en los Servicios Centrales de Higiene Infantil


    Al hacer público a una minoría intelectual el fenómeno de cambio de signo del ejercicio de la Medicina en nuestro tiempo, pienso en la valiosa ayuda que con ello puede recibir mi más querida meta profesional: defender la salud del niño desde la atalaya sanitaria donde habitualmente contemplo y estudio la población infantil de España.

    A los no médicos que esto leyeren puede que cause sorpresa lo que aquí decimos. Es natural que así sea al no conocer otra Medicina que la tradicional, la del sacerdocio del médico, de la que todavía siguen recibiendo asistencia. Sin embargo, espero que ningún profesional de la Medicina de mi época o de la época anterior a ella, se sorprenderá porque un pediatra, un médico de niños como generalmente se le denomina, un pediatra-puericultor o simplemente puericultor como ahora se llama, y que hace veintisiete años se incorporó al ejercicio de la Medicina infantil en nuestra patria, formule hoy día la afirmación que da título a este artículo, con el que pretende únicamente dar a conocer las impresiones que la evolución de la práctica de la medicina viene determinando en su espíritu, con el fin de poner remedio a los males –y en lo sucesivo evitarlos– que su mal realizada colectivización viene causando, por su deplorable organización e imperfecta asistencia a la infancia, en la mente y sentir de muchos padres y de los pediatras.

    Ignoro si soy el primer médico que en España hace público esta exteriorización de su sentir en relación con la nueva Medicina. Si así fuera, debería tenerse muy presente lo que creo la razón de ello. Todos los médicos, en general, de las distintas especialidades, en particular otorrinolaringólogos, tisiólogos, radiólogos, analistas, etc., conocen bien el exceso de trabajo que determina el alto cupo de familias asignadas, pero saben solamente de las impresiones recogidas en consultas por faltarles, en general, las percepciones múltiples de la asistencia domiciliaria del enfermo.

    La más fina detectación del ambiente –espíritu, pureza, inocencia, cariño, ternura, desinterés, etc.– y circunstancias –pobreza, humildad, enfermedad, etc.– del niño permiten al pediatra ser quien, antes, mejor y más hondamente perciba las reacciones humanas de la familia y las de sus compañeros frente a la decadente evolución de la Medicina, que debemos evitar.

    Los errores programáticos de nuestra Medicina Social –mejor sería llamarla colectivizada o de masas en tanto no se mereciera el calificativo de social– no debe tener nunca el silencio de quienes cada día ejecutamos los actos más valiosos de ella, porque podían ser interpretados como asentimiento, conformidad. Además, si seguimos casi callados como hasta ahora, la Medicina en nuestra Patria corre el riesgo de sucumbir, o lo que es peor, de transformarse en su «conato». De continuar la Medicina como hasta hoy, no siendo recibida y encausada con la inteligencia puesta al servicio de lo más grandioso y perfecto que alienta el corazón y anima el espíritu del hombre, de proseguir arrastrada anónimamente por los equivocados servidores de la marea demográfica, no la podemos vislumbrar otro fin. ¡Y en estas circunstancias se pretende la Seguridad Social!... Nunca existirá una seguridad social si nuestra Medicina Social no cambia de signo, si sigue con su mala estructuración, si el espíritu del médico se sigue perdiendo, si la vida de los humildes en sus depresiones no encuentra que hay algo organizado de carácter selecto y superior para atenderlas, y sólo ve en quien asiste aquéllas la rapidez y la prisa, mientras el médico, día tras día en la contemplación de estas imágenes se forja la idea de la deshumanización de la Medicina y de las vidas humanas transformadas en un hormiguero.

    Por ahora el fenómeno está en su comienzo y sólo afecta a la tercera parte de la población española. Diez millones de habitantes están obligatoriamente servidos por esta medicina colectivizada, de los cuales alrededor de la cuarta parte palian las imperfecciones de la misma en Sociedades Médicas o en médicos particulares.


    LA FALSA MEDICINA SOCIAL

    Con la industrialización del siglo XIX se inició la época de la creciente intensidad evolutiva, cuyo ritmo progresivo ignoramos hasta cuándo y dónde podrá proseguir. Como consecuencia de ello, hoy vivimos una época de ritmo acelerado, de casi continuo cambio, sin que se prevea signo alguno de disminución ni detención.

    A la Medicina y al médico también les ha correspondido ser transformados. El ritmo impetuoso del demografismo impera y manda en lo social, cuyo «cuantum» todo lo determina.

    Sus servidores se sirven del avance terapéutico para interpretar al médico en sus actuaciones sobre mayor número de familias y de asistencias, mayor espacio, en el que ven sólo un simple servidor de la deslumbrante farmacología. Sobre esta base, Medicina y médico han sido adentrados y aprisionados en el campo de lo social. Resulta paradójico que, en el nombre de la Medicina y Seguridad Social, se cree una falsa Medicina y un médico también falso; a la medicina se la “masifica” y al médico, al desposeerle de sus deberes tradicionales, al profesional de la individualidad humana, se le convierte en un “adocenado”.

    El pediatra, como todos los médicos, excesivamente agobiado por el excesivo cupo de familias asignadas, está materialmente imposibilitado para hacer una anamnesis, una exploración meticulosa, ha de molestar a las pobres madres con traslados a que obliga los envíos al radiólogo, analista, etc., siempre que precisa estos valiosos métodos auxiliares…

    Por esta causa se le ha puesto en el camino que conduce a actuar con prisa, a explorar con rapidez, lo que poco a poco le ha ido tergiversando el patrón de su deber y, por lo tanto, de su conciencia de médico, a participar de la angustia de la época, como si no fuera ya bastante con el peso que cada día mantiene en su conciencia y sentimientos.

    Tenemos que ir contra la tendencia actual de la creación de un falsa Medicina Social, de una medicina de masas, de una Medicina de colectividades, en la que se ignora lo individual, lo personal; tenemos que ir contra el engendro de «una Medicina que es la antítesis de la misma Medicina, que sólo ve la enfermedad y no al enfermo», donde se pierden los mejores matices del ser, de sus dolencias, matices que mejor definen la individualidad, y es la razón suprema de ser del médico.

    Hasta ahora la Medicina sólo fue colectiva sanitariamente, sobre la base primordial de haberse ejercido bien, individualmente, agrupando y clasificando luego los casos, bajo la visión conjunta que interesa, en general, de una protección sanitaria. El apellido de lo social, ni una superior colectivización y menos una obligatoria subordinación de enfermos, autoriza a nadie a tergiversar la Medicina, a olvidar sus eternos principios, pues siempre fue aquélla social en cada una y en todas sus magníficas actuaciones individuales, pues en ellas mismas radica el mejor y el más excelso exponente de lo social. Sólo tratando al ser humano como siempre, en su grandiosidad, es decir, individualmente, se está autorizado para considerarlo bajo la visión colectiva de relaciones de características, incluyendo hasta las presupuestarias, y sólo entonces tendremos en verdad una Medicina que, justamente, desea ser social.

    A nosotros católicos debe importarnos mucho, más que a nadie, que la organización del movimiento de la Medicina Social sea auténticamente social, inspirado en la más grandiosa fe que poseemos los humanos, ya que de no ser así sabemos bien a dónde conducirá el camino de lo empezado: a la contribución del desarrollo de los pensamientos políticos que en los humildes abren las puertas de la negación, mediante la creación del medio preferido por los políticos de la negación: la falta o la falsa asistencia médica a los niños que integran el actual arrollador ímpetu demográfico (40.000 nacidos cada día en el mundo, de los cuales 1.780 pertenecen a España) que interpretan mal y angustian a algunas naciones, tergiversando y explotando en el mundo, lo que es más puro y grandioso del sentimiento humano.

    Desde que comenzó la especialidad Pediatría-puericultura en nuestra llamada Medicina Social, tanto en la primera como en la segunda etapa o actual, el pediatra-puericultor y la enfermera puericultora han estado siempre agobiados por el excesivo trabajo y no disponer de tiempo para el mismo.

    Pese a ello, los buenos resultados obtenidos en la Asistencia Infantil del S.O.E. se deben, como hace años he puesto de manifiesto, exclusivamente a los pediatras-puericultores y enfermeras, quienes, luchando con adversidades de toda índole, no considerados y mal remunerados, vencieron miles dificultades e incomprensiones, movidos de sus sentimientos cristianos y profesionales hacia los niños que cada día habían de atender.

    La calidad del ejercicio diario del pediatra-puericultor, en lucha constante con las adversidades que origina la falta de tiempo por sobrecargas de asistencias, la están todavía manteniendo el espíritu cristiano, el deber y la mentalidad profesional de otra época, camino de desaparecer, ayudados por el grandioso progreso de la terapéutica que ha permitido con su mayor eficacia un periodo menor de control médico, un número menor de asistencias.

    Causa profundo pesar ver a los hombres no médicos que dirigen nuestra naciente Medicina Social, indiferentes o complacidos en lo inmediato, en resultados engañosos sólo aparentemente buenos, y en hechos de posibles repercusiones políticas personales, mientras no ven o no quieren ver los importantísimos detalles prácticos del desarrollo del programa trazado, los males que ocasionan en el alma de los humildes, la proyección de los mismos en el futuro, las posibilidades para corregir sus imperfecciones, con el afán superior y eterno de toda obra bajo la inspiración de Dios.

    ¿Hasta cuándo durará este ambiente negativo que malforma, en general, a las nuevas generaciones pediátricas desde sus primeros pasos en el ejercicio profesional, y desencanta el espíritu de las viejas?

    La nueva generación médica no debe tener miedo, debe tener fe en que todo se arreglará, en que la Medicina Social será auténticamente social y el médico será, de siempre, el protector constante sanitario-clínico de la individualidad humana. Esta seguridad nos la debe de dar el conocimiento que tenemos del poder espiritual de la vocación de prevenir a los sanos, de aliviar, cuidar y curar a los enfermos, fuerza espiritual que nadie podrá vencer, ni arrebatarnos, y menos los que pretenden servirse falsamente de ella.

    Claro es que todo esto se arreglará por la acción profiláctica social de los mismos médicos, ayudados por el hecho de que el sistema de Seguridad Social no puede existir sin la seguridad de la auténtica Medicina. El sistema colectivo de la Medicina Social no podrá vivir sin la consulta tradicional, individual, médico-tiempo, médico-enfermo. El sistema Social no podrá vivir si los médicos encuentran sus posibilidades limitadas y sus fuerzas vocacionales no están satisfechas de los medios y forma en que actúan.


    LA RELACIÓN MÉDICO-TIEMPO

    No se nos esconde el hecho básico de los medios económicos en la realización de cualquier programa. Hace ya tiempo lo señalamos para la Medicina Social con la frase que sigue: «La piedra angular del Seguro radica en la relación médico-tiempo, donde todas las relaciones se encuentran limitadas por el trasfondo de posibilidades económicas».

    Pese a las advertencias que entonces se hicieron, se llegó a la estructuración tan deseada de pediatras-puericultores convertidos en médicos generales de niños, pero en la forma absurda en que ha sido ordenada, dando origen a lo peor que la medicina ha podido ver en nuestro tiempo.

    Los tradicionales valores del espíritu en la «relación médico-enfermo-familia» han descendido grandemente desde que la relación médico-tiempo ha menguado por imperativo del abuso del colectivismo médico. Es cierto que el progreso de la Medicina, especialmente el terapéutico, permite hoy un menor tiempo en el acto médico, pero no al extremo que absurdamente han supuesto los malos organizadores de nuestra Medicina Social, y pese a las advertencias que para la Medicina Infantil sobre este particular se le formularon antes de llevar a la práctica la segunda etapa de la misma.

    Con la obligación «menor tiempo» que han impuesto al acto médico se ha iniciado el comienzo de la desaparición o tergiversación de lo más excelso de la Medicina, la atmósfera cristiana, deber-dignidad, consejo-guía, que siempre reinó con el médico en la relación médico-enfermo-familia, hasta el extremo de hacer innecesario el prestigio del médico.

    La medicina, al despersonalizarse, se deshumaniza, o lo que es peor, se descristianiza, se desposee del espíritu religioso que siempre signa y determina los actos del médico. Todo parece conducirnos a un estado igual a lo que existe en los países materialistas, ateos, de allende el telón: el acto práctico formulario, sin repetición, sin trascendencia ante el valor de los resultados, dada la nula o escasa importancia de la vida individual familiar, cuando sólo se finge, o cree inspirarse en la superioridad de una comunidad rebosante, como si ello fuera posible sin la elemental, básica, previa y cristiana consideración individual del sujeto humano.

    El problema de la asistencia sanitaria médica a nuestra infancia adquiere máxima importancia porque el espíritu católico y el carácter emigratorio de nuestra patria, exigen un esfuerzo para obtener la más perfecta y ejemplar organización, que sirviera de modelo a las naciones europeas y facilitara la adopción de nuestra fe y de nuestro sistema en Hispanoamérica y en el resto del mundo. Además, en la nueva idea unitaria que la necesidad de pervivir ha hecho brotar en la cristiana Europa, la nación más representativa no puede concurrir sin el matiz propio de su tradicional sentir y hacer por la infancia, que la concepción de una falsa Medicina Social comienza arrebatarle, minando la más poderosa base del hogar familiar.

    Faltaron hombres bien dotados y dispuestos en el planteamiento de la estructuración de la especialidad de Pediatra-puericultura, y más juiciosos y experimentados al ordenar su realización. Es cierto que en los puestos directrices no faltaron médicos bien dispuestos, por cuyos espíritus vive la Medicina tradicional, que vieron las medidas superficiales e incompletas, y hasta que previeron los males que iban a causar, pero sus opiniones no fueron suficientes, nada pudieron evitar.

    El momento actual es que los médicos de niños llevamos a cabo el ejercicio de la segunda etapa de la Pediatría-puericultura del S.O.E., descontentos, pero fieles cumplidores a nuestros tradicionales deberes, resignados, silenciosos, pero llenos de caridad y agradecimiento hacía los pobres y humildes padres, que toda comprensión nos ayuda grandemente en nuestra labor, reduciéndonos el número de asistencias, etc., mientras el alma se nos impresiona angustiosamente ante los males que determina la decadente evolución de la Medicina.

    La existencia de una buena o mala Medicina Social es un problema de civilización y organización cristiano social, bien resuelto en la mayoría de los países civilizados occidentales. A nosotros nos urge mucho tener una buena Medicina Social, para lo que bastaría una transformación profunda de nuestra actual Medicina Social, especialmente de la Infantil, que permita en las familias que asistimos y en nuestro «yo» profesional la pervivencia del espíritu cristiano tradicional en nuestra patria.

    En la formación de la infancia, es donde mejor se deposita la esperanza para el futuro; por ello, desde el puesto que Dios me ha permitido alcanzar en la vida, una vez más, bajo la inspiración de la divisa católica «Por un mundo mejor», lucho para lograr una mejor asistencia sanitario-médica del niño español.

  3. #3
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    Re: Tú y el Estado Doctor (Charles Mellick, 1944)

    Fuente: ¿Qué Pasa?, 25 de Septiembre de 1971, página 11.


    LA REFORMA DEL SEGURO DE ENFERMEDAD

    Por el Doctor Pablo Castillo


    Se han promulgado últimamente decretos conducentes –dicen– a una importante reforma del Seguro de Enfermedad. Es aún difícil imaginar el nuevo perfil de éste, después de la reforma. Pero sí cabe, desde ahora, un comentario político por exclusión. Por lo que ya se ve, no se trata de conducir el Seguro de Enfermedad hacia una concepción tradicionalista sino de perfeccionarlo –dicen– dentro del mismo lugar fronterizo con el socialismo que siempre ha ocupado. Como una reforma de la pregonada ahora no se puede hacer a menudo, hay que perder la esperanza próxima de ver un síntoma, siquiera aislado, de conversión política nacional al tradicionalismo. Queda aplazada sine die la restitución a la sociedad de la gestión sanitaria que pasó a la administración del Estado.


    SOCIALISMO Y TRADICIONALISMO.– El socialismo es la propiedad por el Estado de los medios de producción y de los servicios como paso previo para que posea también los bienes de consumo, lo cual sería cabal en el comunismo. El Tradicionalismo está en las antípodas. Relega al Estado a una función subsidiaria de la propiedad e iniciativas individuales y de los cuerpos naturales de la sociedad, impropiamente llamados ahora cuerpos intermedios. En el Tradicionalismo es la sociedad la que predomina sobre el Estado. En los «socialismos» sucede al revés; el Estado devora a la sociedad.

    Se ha señalado entre las causas de la ruina del Imperio Romano la confusión entre gobierno y administración. Esta confusión, hasta fundir los dos conceptos, se da en el socialismo y en el comunismo, y también, más atenuada, en el fascismo y en otros totalitarismos. En cambio, en el tradicionalismo están siempre muy claramente separados el gobierno y la administración: la sociedad, estructurada espontánea y naturalmente es la que se administra, y también la que se autogobierna. En este caso el Estado tendría que limitarse a gobernar, y poco, nunca a administrar lo que no fuera su propia organización, por cierto, mínima. Gobernar es «hacer-hacer»; no es hacer; administrar es hacer directamente; «hacer», a secas.

    Entre estos dos polos opuestos, tradicionalismo y socialismo, se han situado importantes asuntos contemporáneos. Cerca del tradicionalismo ha estado la gestión del señor Silva Muñoz en el Ministerio de Obras Públicas; varios e importantes trabajos han sido hechos no por los funcionarios de ese Ministerio, por empleados del Estado, sino por contrata con compañías particulares. Disfrutamos hoy de ellos sin que la administración pública haya aumentado sus plantillas en una mecanógrafa, ni sus oficinas en un metro cuadrado. También en el Ministerio de la Vivienda se ha hecho una política próxima al tradicionalismo. No ha construido casas directamente, sino a través de incentivos dados a individuos o a grupos naturales y espontáneos de ellos. No empezó su política por construir gigantescas oficinas desde donde dirigir a batallones de albañiles estatales, como en Rusia. El papel de ambos ministerios se ha centrado en que la redacción de los contratos fuera correcta y ventajosa para el Estado y en que las subvenciones fueran fructíferas.

    El Seguro de Enfermedad, por el contrario, fue situado en el polo opuesto, próximo al socialismo, desde su nacimiento, y después ha faltado valor para rectificar. Ha sido el propio Ministerio de Trabajo quien ha construido las instalaciones, ha nombrado a sus empleados y ha llevado la gerencia directamente. En vez de «hacer-hacer», ha «hecho», simple y directamente. Y ahora se reafirma en esta política estatista.


    EL FRACASO DE LA MEDICINA SOCIALISTA.– El fracaso de la medicina socialista es un fracaso doble. En él se suman el fracaso de cualquier administración socialista, irresponsable en su anonimato, ahogada en la frondosidad de su burocracia, reprochada de todo por parte de los hombres a quienes «liberó» de sus responsabilidades personales. Y el fracaso de una medicina hecha de forma esencialmente incapaz de establecer una correcta y satisfactoria relación personal entre el médico y el enfermo.

    Las gestiones socialistas, en general, son carísimas, y buscan la salida de su fracaso económico en el crecimiento. Están en equilibrio inestable. O crecen, o mueren. El socialismo es expansivo, invasor, devorador. Entre otros rasgos señalaré únicamente el intento, renovado ahora, pero antiguo, de invadir la enseñanza de la medicina, que debe corresponder exclusivamente al Ministerio de Educación. Ya en tiempos de Girón de Velasco quedó claramente definido que no hay por qué convertir a los productores en material pedagógico. Ni hay por qué dotar económicamente mal a numerosos puestos de trabajo trepidante con el pretexto de lo mucho que aprenden quienes los cubren con la generosidad de su vigor juvenil.

    El fracaso de la medicina socialista se vería aún más claramente si se publicaran los costes reales y comprobables de sus servicios concretos y se examinara la calidad de los servicios que por costes inferiores aportaría la iniciativa privada.


    UN SEGURO DE ENFERMEDAD TRADICIONALISTA.– Se basaría en tres puntos principales, a saber: 1.º Solamente sería obligatorio para los económicamente débiles. Conviene respetar la libertad humana al máximo; para aquéllos que tienen capacidad económica para afrontar eventualidades, el resolverles, aunque sólo fuera aparente y deficientemente, esos problemas, es privarles de la gimnasia de la iniciativa y del autogobierno, empobrecerles mentalmente, masificarles, prepararles para el marxismo. Es importante que el actual Seguro de Enfermedad defina qué entiende por económicamente débil. Esto no quiere decir que los económicamente pudientes no puedan prevenir su asistencia médica, pero si prefieren el seguro al ahorro o al riesgo, ese seguro habría de ser libérrimo y privado. 2.º El seguro obligatorio de enfermedad habría de ser atendido por cualquier médico o grupo de médicos elegidos libremente por los asegurados o sus empresas; tendrían éstos la obligación de asegurarse con carácter genérico, conservando la libertad de la manera concreta de cumplir esa obligación. La competencia que así surgiría entre médicos sería regulada por las autoridades y los Colegios de Médicos. Así se hace en muchos países no socialistas. En el nuestro, muchos grupos de médicos de seguro libre han probado con creces que se puede hacer a plena satisfacción, y no digamos si fueran subvencionados por las empresas, los Sindicatos y el Estado con cantidades aún inferiores al déficit del actual seguro estatal. Cuanto más se nos arguya por parte del Estado de que no es así, más le invitaríamos a que probara la confianza en sí mismo dando libertad de elección de sistema. 3.º El actual aparato estatal quedaría reducido al cuerpo de inspectores, que velarían por que todo español económicamente débil estuviera debidamente atendido en su salud por cualquiera de los infinitos mecanismos de asistencia privada, vigilarían el funcionamiento de estos servicios, especialmente si estaban subvencionados, y por la pureza y eficiencia general del sistema. Algún lector habrá pensado ya en la posibilidad de que un seguro libremente concertado por individuos económicamente débiles o por las empresas acabaría por explotar al trabajador. Es cierta. Sería cierta en un Estado liberal que tuviera por lema el de «laissez faire, laissez passer», pero no sería probable en un Estado serio y fuerte que contara con un cuerpo de inspectores eficaces.

    Por supuesto que la transición a esta concepción habría de hacerse con plenas garantías económicas para el personal de las actuales estructuras, y con una lentitud y prudencias antitéticas a los sobresaltos revolucionarios propios del socialismo.

  4. #4
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    Re: Tú y el Estado Doctor (Charles Mellick, 1944)

    Fuente: ¿Qué Pasa?, 30 de Diciembre de 1972, página 8.


    1972: Final del carácter liberal de la profesión médica

    Por el Dr. Fernández Arqueo


    Unos sucesos políticos se destacan con grandes titulares en los diarios sensacionalistas y otros influyen mucho más en nuestra manera de vivir desde la penumbra de la letra pequeña del «Boletín Oficial del Estado». Ejemplo de los primeros son las fechorías de la ETA, que son agua que no mueve molino; y de los segundos, la Ley de Perfeccionamiento de la Seguridad Social de 21-6-72, que ha incorporado al Seguro Obligatorio de Enfermedad, de manera imperativa, a los pocos españoles con posibilidades económicas que aún acudían a las consultas particulares de los médicos. Vamos a discurrir sobre este segundo caso, de trascendencia y significación muy superiores a las que se podrían suponer si únicamente se valorara la escasa cantidad de comentarios que ha suscitado.

    En tres períodos se puede esquemáticamente dividir la asistencia médica en la España posterior a la Cruzada: 1.º, desde ésta a la creación del Seguro Obligatorio de Enfermedad, 11-XI-43; 2.º, desde éste a la Ley de Reforma de la Seguridad Social de 21-VI-72; y 3.º, de aquí en adelante.

    1.º Después de la Cruzada y hasta el nacimiento del SOE, continúa el régimen anterior a la misma, en la cual los españoles se distribuyen en tres grupos: Uno, formado por quienes se entienden directamente con sus médicos, sin ninguna clase de intermediarios, en la forma más puramente liberal de la relación médico-enfermo. Sería una estimación grosera decir que son los ricos y los de la clase media alta, porque pudientes hay que pueden, pero no quieren, costearse unas relaciones personales con sus médicos; contrariamente, otras personas de menos posibilidades prefieren ahorrar y sacrificarse en otros sectores de su economía para poder, en cambio, costearse una asistencia médica directa. Hay aquí un problema de mentalidad: el de cuál es el orden de preferencia que a cada necesidad se le asigna en un presupuesto familiar limitado; siempre ha habido partidarios de gastar más en tabaco, fútbol y diversiones que en prever la enfermedad o en mejorar la enseñanza de los hijos; el número de los tales aumentará enormemente en la sociedad de consumo; es un problema de educación, de mala educación.

    En un extremo opuesto están los indigentes, sin capacidad, ni económica ni mental, para tratar sus enfermedades. Son atendidos por las beneficencias municipal, provincial y estatal, y también, cosa muy importante, por asociaciones espontáneas y libres de ciudadanos de carácter caritativo, de economía autónoma unas veces, y subvencionada otras. Reconocen su indigencia, y de este reconocimiento brota una gratitud manifiesta hacia los médicos, monjas, mecenas, etc., que les asisten, y hay en dichos centros una atmósfera de cierta cordialidad.

    Entre esos dos extremos, está un sector mayoritario de la población que no puede o no quiere costearse una asistencia singular, sobre todo si es larga, y que, por otra parte, no tiene títulos para recibirla gratuita, ni lo pretende. Es la clase media, la pequeña burguesía, los artesanos, que se «iguala» o asegura por una cuota mensual con uno o varios médicos asociados espontáneamente o convocados por un empresario mercantil que organiza y financia, con ánimo de lucro legítimo, la organización. Muchos colegios profesionales, gremios y asociaciones de todo tipo cubren de análoga manera las necesidades médicas de sus miembros, y fructificaban organizaciones tan perfectamente concebidas y gobernadas que, por cuotas modestas, proporcionaban servicios de alta calidad técnica. Especial mención merece a este respecto el antiguo servicio médico de la Unión General de Trabajadores de Madrid. Después de la Cruzada se creó, con análoga concepción, la Obra Sindical 18 de Julio, pero no llegó a desarrollarse por la aparición del SOE, que, finalmente, con su reciente ampliación y pretensiones (tercer período), la ha liquidado.

    2.º 11 de noviembre de 1943. Se promulga el Reglamento del Seguro Obligatorio de Enfermedad. Durante los primeros años se asegura mil veces a los médicos alarmados que sólo afectará a los económicamente débiles que no pueden formar en sus clientelas, que seguirán intactas. Pero realmente se ha violado el Principio de Subsidiariedad, y esto es no sólo grave, sino complicado. Dice así dicho principio: «Como es ilícito quitar a los particulares lo que con su propia iniciativa y su propia actividad pueden realizar para encomendarlo a una comunidad, así también es injusto, y al mismo tiempo de grave perjuicio y perturbación para el recto orden social, confiar a una sociedad mayor y más elevada lo que comunidades menores e inferiores pueden hacer y procurar». (Pío XI, en la Quadragesimo anno).

    La intención proclamada con la que se estableció este Seguro Obligatorio de Enfermedad era mejorar la asistencia sanitaria de los económicamente débiles; no podía ser establecerla ni asegurarla, porque ya existía de la manera señalada en el período anterior. Pero la manera de llevarla a la práctica fue errónea. Se incurrió en la confusión, totalitaria, marxista y esencialmente antitética de la esencia del Tradicionalismo, entre gobernar y administrar, que ya le había costado la vida al Imperio Romano.

    Un cuerpo de inspectores y una legislación adecuada hubieran bastado por sí solos para asegurar la asistencia médica a todos los económicamente débiles mediante las beneficencias y los servicios médicos sindicales, empresariales u otros; para vigilar las deficiencias y abusos de las sociedades «libres» en las que las empresas hubieran podido, a elegir, pero obligatoria y vigiladamente, asegurar su personal. Y para dirigir hacia el mejoramiento de la asistencia sanitaria parte del esfuerzo del Estado para redistribuir la riqueza, mediante un plan de variadas subvenciones controladas.

    Pero no. Se procedió a la gestión estatal directa, construyendo edificios, montando instalaciones y escalafonando médicos. Lo cual es como si el Ministerio de Vivienda hubiera empleado a millares de albañiles, fontaneros, etc., y hubiera construido para sí fábricas de cemento. O como que el Ministerio de Obras Públicas, en vez de contratar las obras, hubiera reclutado y dispuesto de un ejército permanente de encofradores, hormigoneros y metalúrgicos.

    El Seguro Obligatorio de Enfermedad crece solapadamente mediante discretas y desapercibidas ampliaciones del concepto inicial de «económicamente débil». Este forzado reclutamiento se hace al principio entre la población asistida por las beneficencias oficiales y privadas, y en la formada por los afiliados más modestos de los servicios sanitarios gremiales y libres; pero después, a expensas de otros nuevos «económicamente débiles» que ya no lo son tanto, y constituyen el armazón de los seguros concertados y libres, que se resienten y enferman por estas mermas en todo caso, y, en algunos casos, mueren. Es verdad que a esa muerte y a esas languideces también contribuye, y no poco, la inflación monetaria, que dificulta o impide la renovación y la ampliación de sus instalaciones; pero esta dificultad se hubiera podido salvar mediante subvenciones y créditos severamente controlados.

    Esta inflación monetaria, y el aumento de los costes de los medicamentos y exploraciones clínicas, dificulta también el desarrollo de las beneficencias, que resultan insuficientes con su planteamiento clásico. Unos de sus gestores las dejan seguir el curso de su agonía, y otros las dedican a producir dinero para su autofinanciamiento; éstos invierten grandes sumas en su modernización, pero es para poder alquilar sus instalaciones; se montan tinglados de tal envergadura que el propósito inicial de autofinanciación se olvida y los nuevos monstruos inmanentes son nuevos violadores del Principio de Subsidiariedad a su alrededor. No es sólo el Estado el posible violador de este principio, sino cualquier Diputación, Municipio u organismo cualquiera que haga competencia a particulares.

    El retroceso de todas esas actividades sanitarias es directo generador de un estado de subdesarrollo de los cuerpos intermedios que las mantenían y en ellas daban fe de vida. Calcúlese la importancia y significación política de estas lesiones a los cuerpos intermedios.

    Los médicos son víctimas por partida triple: de la inflación monetaria general; del incremento velocísimo de los gastos de farmacia y exploraciones, que agotan económicamente a los clientes; y del trasvase de sus clientes particulares a los seguros obligatorios y libres. Una ineludible elevación de sus honorarios alimenta y cierra un círculo vicioso. La profesión deja de ser liberal «de facto», aunque lo sea aún «de iure».

    Tercera y actual etapa.– La Ley de Financiación y Reforma de la Seguridad Social de 21 de junio de 1972 suprime la barrera móvil que separaba en las empresas a los «económicamente débiles» (más o menos auténticos), que formaban en el Seguro Obligatorio de Enfermedad, de los pudientes, e incluye a los más altamente retribuidos empleados en sus servicios. Es la puntilla de las clientelas, y también el final de las asociaciones médicas de colegios profesionales, entidades y libres, que sufrirán una duplicidad onerosa e inútil. Así, el año 1972 pasará a nuestra historia política como el año del final de la socialización de la medicina iniciada en 1943.

    Con este proceso termina de consolidarse un sofisma clásico para disimular la violación del Principio de Subsidiariedad. Ahora ya se podrá decir con toda verdad que la iniciativa privada es incapaz para asegurar la asistencia médica moderna, y que, para suplirla, la gestión del Estado es necesaria, legítima, loable, y ya no viola el Principio de Subsidiariedad. Esta Ley es la hebilla que cierra un círculo vicioso. La Seguridad Social ha destruido la iniciativa privada, y la muerte de ésta pide un incremento de la Seguridad Social. El sofisma radia en silenciar por qué la iniciativa privada ha sido hecha insuficiente, y a manos de quién.

    La última noticia es que el Arzobispo de Zaragoza, Dr. Cantero, ha pedido al Ministerio de Trabajo que facilite al clero el acceso a la Seguridad Social, lo cual implica la renuncia a salvar y perfeccionar la Mutual del Clero.

  5. #5
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    Re: Tú y el Estado Doctor (Charles Mellick, 1944)

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Fuente: El Pensamiento Navarro, 9 de Enero de 1979, página 3.


    MEDICINA SOCIALISTA Y MEDICINA HUMANA

    Por el Dr. F. Fernández Arqueo


    Durante el año que ha terminado se ha repetido mucho un poco por todas partes que la medicina moderna está deshumanizada. El Ministerio de Sanidad estudia además de su abaratamiento, su humanización.

    Hay en este asunto una media verdad que no es toda la verdad y que conviene aclarar y precisar. La medicina en sí no se ha deshumanizado. Es la medicina socialista la que es inhumana: no se puede llamarla deshumanizada, porque nunca fue humana sino que nació, como el mismo socialismo, ya inhumana. Calificarla de deshumanizada es hacerle el favor de reconocer en ella una esperanza de arreglo. Otros favores son, llamarla «socializada», y hablar de un socialismo «con rostro humano», que es una irremediable contradicción; favores inútiles.

    Aunque la mayor parte de la medicina se ejerce en España de manera socialista, y esto ya desde los tiempos de Girón y de Franco, queda otra forma de hacer medicina que no es inhumana, sino simplemente humana, y que es la medicina libre o privada. Su existencia y su posibilidad de crecer, impiden generalizar los calificativos que merece la medicina socialista, que, aunque mayoritaria, no es la única.

    Parece ser que en el Ministerio de Sanidad se han dado cuenta de esto, con la sola luz natural y sin especiales devociones al derecho público cristiano y al tradicionalismo. Pasa lo mismo que con la enseñanza: el Estado no puede con toda ella; ya lo advirtió en los albores del socialismo concreto en España, que fueron durante la segunda República, persona tan poco sospechosa como don Gregorio Marañón. Ahora estamos viendo, de manera más clara y concreta, dolorosa, que el Estado no puede con toda la asistencia médica o reprivatización de la asistencia médica.

    La única forma de humanizar la medicina es pasarla del socialismo a la libertad. Es aplicar el gran principio tradicionalista de que el Estado debe restituir a la sociedad la gestión sanitaria que le usurpó en una situación excepcional. Toda la seguridad social, de la que es parte la asistencia sanitaria, debe ser igualmente restituida. Pero poco a poco y con gran cuidado, sin lesionar derechos adquiridos e intereses creados que se han ido legitimando con el tiempo.

    Algunos ideólogos marxistas han tocado a rebato en cuanto han oído que en los pasillos del Ministerio de Sanidad se hablaba de «reprivatizar» una parte de la asistencia médica actualmente a cargo del Estado. Hacen ver que la medicina libre, privada, humana, es sólo para ricos, y eso es una criminal mentira.

    Si los sindicatos obreros fueran auténticamente libres, en vez de dedicarse al servicio de los partidos políticos marxistas, tendrían organizada la asistencia médica para sus afiliados en plan libre y privado, estupendamente bien. No les faltaría capacidad, y si les faltara, el Estado debería completarla. De todo esto hay abundantes ejemplos en España antes de la guerra y actualmente en el extranjero.

    Una cosa es predicar, y otra, dar trigo. A las centrales obreras actuales les resulta más fácil y cómodo el incesante politiqueo abstracto, disimulado con las distracciones electorales, que dirigir sus inmensos recursos al servicio concreto y claro, humano, de las necesidades reales y diarias de sus afiliados.

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