Fuente: Suplemento del Social Credit, 10 de Diciembre de 1937.

Visto en: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE





“Esta guerra, cualquiera que sea su resultado –y yo creo desde el fondo de mi corazón que tendremos éxito–, de lejos trasciende, en la importancia de los asuntos que conlleva, a la guerra de 1914-18, o a cualquier otra guerra habida en la historia.”– Mayor C. H. DOUGLAS, dando una conferencia en el famoso Ulster Hall, de Belfast, el 30 de Noviembre de 1937.



VUESTRA GUERRA EN ALBERTA



Ha sido un privilegio muy grande para mí el haber podido dirigirme a la audiencia de Belfast en este famoso Ulster Hall en varias ocasiones. La última vez que lo hice no pude ver a mi auditorio a causa de la espesa niebla, pero me alegro de poder decir que sí os puedo ver bastante bien esta noche.

En ocasiones anteriores he venido aquí principalmente como propagandista, para aleccionaros en economía o acerca de la teoría de la democracia, en lo cual estamos todos interesados. Esta noche, sin embargo, he venido con un rol en cierta forma diferente: el de un reportero y un intérprete de los acontecimientos que están teniendo lugar a aproximadamente seis mil millas de aquí, en Alberta, bajo el hábil liderazgo del Sr. William Aberhart, Primer Ministro de la Provincia, y bajo la guía y dirección de los dos hombres que vosotros les habéis enviado, el Sr. G. F. Powell y el Sr. L. D. Byrne.

Pienso que podría considerarse como un tributo a nuestra imparcialidad el hecho de que yo sea un escocés, y el Sr. Byrne un irlandés, y el Sr. Powell un galés. O quizás puede que se os recordara o viniera a la mente aquel viejo dicho de “Cuanto más veo a los hombres, más prefiero a los perros”, pues veo a muchos escoceses e ingleses; razón por la que escogí a un irlandés y a un galés.

Las tropas en vuestra guerra en Alberta están constituidas por su población general; y si Powell y Byrne no acaban ambos en la cárcel, los conducirán hacia la victoria. Si efectivamente van a la cárcel, no estarán allí largo tiempo porque los albertanos seguramente los pondrán en libertad.


Una clara alineación de fuerzas

Aun cuando todo el público fuera de la Provincia de Alberta o del Dominio del Canadá no tuviera un interés directo –salvo como meros espectadores– de lo que está ocurriendo bajo el liderazgo del Sr. Aberhart, su valor dramático seguiría siendo del más alto nivel. En efecto, aquello posee un enorme “valor informativo”, tal y como se evidencia a partir del espacio que se le ha dado en toda la prensa general, aun si bien es verdad que los reportes aparecen cuidadosamente editados a fin de tergiversar y distorsionar los hechos.

El hecho, sin embargo, es que en las provincias occidentales de Canadá se ha abierto una guerra, y Alberta es el primer lugar en donde la batalla ha confluido; y esta guerra, cualquiera que sea su resultado –y yo creo desde el fondo de mi corazón que tendremos éxito–, de lejos trasciende, en la importancia de los asuntos que conlleva, a la guerra de 1914-18, o a cualquier otra guerra habida en la historia. Cuando hablo de guerra, me refiero a una auténtica guerra: una guerra en la que se pondrá en juego toda validación y ratificación de civilización y de barbarismo.

Si únicamente fuera en Alberta en donde las fuerzas, que están allí alineadas una frente a la otra, estuvieran empezando a formarse, entonces la perspectiva sería ciertamente desoladora. Pero estas mismas fuerzas se oponen simultáneamente la una a la otra, aunque todavía no de una manera tan obvia, en Australia y Nueva Zelanda, en este país y en partes de Europa, y en menor medida en los Estados Unidos. En todas partes está creciendo una clara alineación de las fuerzas de la finanza internacional contra las fuerzas de la genuina democracia; y la clara naturaleza de los asuntos en juego no constituye el rasgo menos importante de esta situación.


Gobierno unidireccional

Aunque la guerra se encuentra únicamente en sus fases iniciales (pues, cualquiera que sea su resultado, será una lucha prolongada), ciertos hechos de vital importancia para todos nosotros se han visto probados y demostrados como nunca antes lo habían estado. Se ha visto muy claramente de manera especial en Canadá, pero también aquí y en los Estados Unidos, que, aunque sean popularmente elegidos, los Gobiernos democráticos no son más que calles unidireccionales o de un solo sentido. Esto quiere decir que esas cosas, a las que llamamos Gobiernos, sólo se les permite existir, y sólo se les reviste con toda la panoplia del poder, apoyados con dinero, y sus caminos allanados con la ayuda de la prensa, con tal únicamente de que ellos usen sus poderes primariamente en interés de la finanza internacional.

El Gobierno de Alberta elegido en Agosto de 1935, con una aplastante mayoría (cincuenta y siete de los sesenta y tres Miembros del Parlamento Provincial fueron elegidos presentándose bajo la etiqueta de “Crédito Social”), no atrajo oposición particular alguna procedente del Gobierno del Dominio del Canadá en Ottawa mientras únicamente se limitaba aquél a incrementar los impuestos y usar la mayor parte de dicho incremento en pagar el interés de los bonos poseídos por las instituciones financieras.


Ninguna oposición mientras el monopolio no se desafiara

Ahora bien, criticar es lo último que pretendo hacer ahora mismo; ciertamente, pienso que fue algo muy natural el que a un Gobierno de Crédito Social, en el ardor de la victoria, se le hubiese arrastrado fuera del camino del Crédito Social. El punto al que quiero llegar es el siguiente. Se le permitió experimentar con todo tipo de mecanismos que no conducían, ni podían conducir, a ninguna vulneración efectiva sobre el monopolio del crédito poseído por los bancos. Por ejemplo, se aprobó un Proyecto de Ley, entre otros muchos, para establecer algo que resultaba indistinguible de un banco provincial; y otro en virtud del cual se imprimieron y se hicieron circular los llamados Certificados de Prosperidad, que venían a ser documentos muy similares a los billetes ordinarios de los dólares. Ambas Leyes constituían flagrantes vulneraciones de las prerrogativas pertenecientes al Dominio, pero no se tomó ninguna acción al respecto, tal como la de desautorización, puesto que era muy sencillo para cualquiera que entendiera estas materias el ver que ambas medidas eran inútiles en tanto que desafíos efectivos contra la finanza.

En resumen, al menos dos Proyectos de Ley se convirtieron en ley, los cuales constituían absolutas vulneraciones de las relaciones entre la Provincia y el Dominio, pero no se tomó ninguna acción al respecto, porque, bajo los consejos de un financiero ortodoxo nombrado para tal propósito, la dirección y administración de la Provincia de Alberta, al margen de esos dos experimentos, era indistinguible del de cualquier otro Gobierno precedente, a excepción de que triplicó los impuestos, y de que los poseedores de bonos estuvieron obteniendo los beneficios de esa tributación incrementada.

Pero después de dos años de experimentación más bien patética, se tomó por fin una línea de acción muy definida. Mediante métodos que ya he explicado antes en Belfast, basados en lo que se denomina Campaña Electoral, el electorado de Alberta se dedicó a exigir aquellos resultados que todavía no estaban obteniendo. Esta presión para la obtención de resultados resultó tan abrumadora que los Ministros provinciales tuvieron que ceder y tomar pasos hacia la implantación de sus promesas electorales.


La acción efectiva provoca una tormenta

Powell y Byrne fueron invitados a entrar a la arena; y como resultado de su entrada, el Parlamento legislativo de Alberta fue convocado para una sesión especial, y se aprobaron tres Leyes definitivamente diseñadas para dar el control del sistema crediticio de la Provincia a los representantes del pueblo albertano.

Esto sí ya era un asunto serio, y el Gobierno del Dominio, junto con los financieros detrás de ellos, reaccionó en seguida. A la semana de haberse aprobado estas Leyes, se originó una tormenta como nunca ha habido igual en la historia política de Canadá, y el Primer Ministro, el Sr. Mackenzie King, “desautorizó” dichas Leyes.

Esta cuestión de la desautorización es importante como indicación de una línea de contraofensiva.

Puesto que había conciencia de que tan pronto como se tomara una acción efectiva ésta se vería violentamente tergiversada –y, de hecho, esos Proyectos de Ley fueron tergiversados de cara al público tan pronto como fueron propuestos– se aprobó otra Ley que fue tergiversada aún más enteramente que las otras. Ésta era el Proyecto de Ley de Prensa, –representada de manera tergiversada como una ley de censura–, la cual realmente no estipulaba ningún tipo de censura, sino la obligación de publicar las fuentes de información, y de publicar las correcciones. En otras palabras, era una Ley para proporcionar más plena información al público, ya que la fuente de la que se obtiene la información es a menudo tan informativa como la información misma.


La Ley de la Norteamérica Británica


La Constitución de Canadá, en el supuesto de que realmente tenga una –y se supone que tiene una– aparece contenida en la Ley de la Norteamérica Británica, comúnmente llamada la Ley N.A.B. Ésta es un Ley del Parlamento Británico de 1867, que confiere ciertos derechos al Dominio y a las Provincias, incluyendo derechos relacionados con la desautorización. Un cierto entendimiento de este asunto resulta necesario, pues estaréis viendo un montón de cosas sobre esto en los periódicos durante los próximos doce meses, y a menos que conozcáis en qué consiste todo eso, podrías quedaros mal informados.

El poder de desautorización era una delegación hecha al Gobernador General de un poder que reside en el Soberano, que en 1867 era la Reina Victoria, y cuyos poderes eran mucho mayores de lo que lo son ahora. En teoría, el soberano reinante tiene el derecho, conocido como Prerrogativa Real, de denegar la sanción a Proyectos de Ley aprobados por el Parlamento, pero todos nosotros sabemos muy bien lo que ocurriría si se ejerciera aquélla a día de hoy, y ciertamente no parece posible investir a un Gobernador General con mayores poderes que su soberano.

En la Ley N.A.B., la única referencia a la desautorización que he podido encontrar se encuentra en las Secciones 55, 56 y 57, que dicen así:



55. Cuando un Proyecto de Ley aprobado por las Cámaras del Parlamento es presentado al Gobernador General para la Sanción de la Reina, él deberá declarar de acuerdo a su discreción, pero sometido a las disposiciones de esta Ley y a las Instrucciones de Su Majestad, si bien da la sanción al mismo en nombre de la Reina, o bien deniega la Sanción de la Reina, o bien reserva el Proyecto de Ley a la Manifestación de la Voluntad de la Reina.

56. Cuando el Gobernador General dé la sanción a un Proyecto de Ley en nombre de la Reina, deberá en la primera oportunidad que vea conveniente enviar una copia auténtica de la Ley a uno de los Principales Secretarios de Estado de la Reina, y si la Reina en Consejo, dentro de los Dos Años posteriores a la Recepción de la misma por el Secretario de Estado, considera adecuado desautorizar la Ley, dicha Desautorización (con un Certificado del Secretario de Estado del Día en que la Ley fue recibida por él), siendo dada a conocer por el Gobernador General, por Palabra o por Mensaje a cada una de las Cámaras del Parlamento o por Proclamación, anulará la Ley desde y a partir del Día de dicha Manifestación.

57. Un Proyecto de Ley reservado a la Manifestación de la Voluntad de la Reina no tendrá ninguna fuerza a menos y hasta que, dentro del plazo de Dos Años desde el Día en que fue presentado al Gobernador General para la Sanción de la Reina, el Gobernador General manifieste, por Palabra o por Mensaje a cada una de las Cámaras del Parlamento o por Proclamación, que ha recibido la Sanción de la Reina en Consejo.

Se hará una entrada de cada una de tales Palabras, o Mensajes, o Proclamaciones en el Boletín de cada Cámara, y un duplicado de los mismos debidamente probado será suministrado al Oficial correspondiente para que quede en los Registros de Canadá.




Es decir, que el único caso en que deja de ser un asunto personal que corresponde al Gobernador General, es cuando lo refiere al Consejo Privado Británico.

La Sección 90 de la Ley concede el mismo derecho de desautorización, y reservaba la sanción al Teniente de Gobernador en relación a la Leyes Provinciales, igual que la tiene el Gobernador General en relación a las Leyes del Dominio.

Me introduje cuidadosamente en toda esta cuestión en 1935, cuando estuve en Alberta, con la ayuda de los mejores abogados constitucionalistas, y ellos fueron claros en que el poder de desautorización, en la medida en que todavía existiera, correspondía al Gobernador General personalmente, y no al Gobernador General en Consejo (siendo este último término, por supuesto, otra forma de denominar al Gabinete del Dominio).



Tácticas de oposición ilegales

En el momento en que el Sr. Mackenzie King “desautorizó” las Leyes albertanas, el Gobernador General, Lord Tweedsmuir, se encontraba en el Círculo Ártico y, en mi opinión, es incuestionable que la acción del Sr. King constituyó un flagrante abuso de la Prerrogativa Real, y solamente podría haber sido usada de manera apropiada si el Gobernador General hubiera denegado al principio la sanción a los Proyectos de Ley.

Ahora bien, el siguiente paso para Alberta era re-aprobar las leyes con modificaciones para hacerlas más difíciles de desautorizar, y esto puso en funcionamiento un poder que nunca antes había sido usado en Canadá, en el momento en que el Teniente de Gobernador de Alberta, el Sr. Bowen (quien fue nombrado por el Sr. Mackenzie King en 1935), se reservó la concesión de la Sanción Real.

Puesto que estas Leyes acababan de ser aprobadas por segunda vez, la naturaleza de aquella acción podría ser mejor apreciada si nos imagináramos que el Rey denegara la sanción a una Ley vital del Parlamento aprobada por grandes mayorías en la Cámara de los Comunes y la Cámara de los Lores.

Ciertamente, las acciones del Sr. Mackenzie King y del Sr. Bowen no pueden ser ninguna de ellas legales.

Todo esto es una clara indicación de que tan pronto como uno haga algo que verdaderamente suponga un ataque a la prerrogativa de la finanza internacional –y ésa era la naturaleza de las Leyes albertanas– entonces los gobernadores titulares simplemente pasan a convertirse en las marionetas de los financieros internacionales.



El collar de fuerza hipotecario

Antes de proceder a explicar con más detalle la naturaleza de estas Leyes, la actual situación de las mismas, su objetivo y la probable tendencia que se desarrolle en relación con las mismas, pienso que sería deseable dar un breve cuadro de la situación tal y como la vemos, y como, pienso yo, que correctamente la vemos.

En primer lugar, existe, específicamente en Alberta, pero también en mayor o menor medida en todo el mundo, un estado de cosas, cuyo entendimiento resulta absolutamente esencial para cualquier comprensión de la política mundial de hoy en día. Puede ser expresado resumidamente diciendo que un Gobierno –no importa si se trata de un, autodenominado, gobierno soberano, o si su soberanía está siendo disputada, como ocurre en Alberta– es considerado por la Plutocracia (por la cual quiero significar a los intereses de los prestamistas del dinero, y no necesariamente a los hombres ricos) primariamente como el cuerpo de administración de una finca que es hipotecada hasta los tuétanos, siendo creadas dichas hipotecas mediante el préstamo, a la población de la finca, de su propio crédito a la más alta tasa posible de interés.

Es esencial también darse cuenta de que el objetivo primario de esta política no es meramente (y ciertamente no lo es visto en un sentido realista), la adquisición de riqueza dineraria por parte de los plutócratas por medio de la maquinaria de los bancos, de las compañías financieras hipotecarias, y de las compañías aseguradoras que constituyen sus agencias. Aunque en comparación con el resto de la población estos hombres son inmensamente ricos, su escala de lujo personal podría en muchos casos ser mantenida con un ingreso de proporciones extremadamente modestas, y sus inmensas reservas son usadas para perpetuar el sistema y para financiar las guerras que son el resultado del mismo.



La amenaza del esfuerzo agobiante

Con plena conciencia de la gravedad de lo que estoy diciendo, estoy convencido de que, en lo que a la camarilla de financieros internacionales que controlan el sistema se refiere, el objetivo consciente es el de mantener a la gran masa de población en el miedo a la pobreza y a la pérdida de la posición social; con lo cual no necesariamente quiero dar a entender que mantengan a la población con falta de artículos de primera necesidad, sino que lo que quiero decir es que lo que se pretende es que la población sea mantenida en una inseguridad constante y bajo la amenaza del esfuerzo agobiante, aun cuando tal esfuerzo no sea exigido por ninguna razón realista de la situación. Principalmente, todo esto se consigue mediante una completa orientación desviada del esfuerzo productivo: fábricas redundantes, “Obras Públicas”, “Modas”, etc…, todo menos bienes de consumo deseados.

Puedo imaginar que cualquiera que no esté familiarizado con las técnicas del sistema de creación de deuda en el cual todos existimos, podría decir que todo esto no es más que una agreste afirmación incapaz de probarse. Por el contrario, es capaz de probarse con la más simple de las pruebas posibles, y resulta a partir de las siguientes proposiciones:

(a) La vida y el trabajo modernos no pueden llevarse a cabo sin el uso de dinero;

(b) Todo dinero viene a la existencia como una deuda de la comunidad con las agencias creadoras del dinero;

(c) El deudor es el siervo del prestamista hasta que su deuda sea pagada;

(d) Las deudas que la comunidad debe a las agencias prestadoras del dinero están incrementándose en una proporción geométrica, y nunca podrían ser devueltas, ya que la cantidad de dinero en existencia en todo momento en posesión de la comunidad representa una fracción microscópica de las deudas que poseen contra ella las agencias prestadoras del dinero.

La propuesta que es presentada por todos los Gobiernos, que actúan como portavoces de las agencias prestadoras del dinero, es que la capacidad de pago debería constituir la medida de las obligaciones del deudor, lo cual significa que todo lo que él no necesite para llevar una existencia básica debería ponerse al servicio del prestamista.

Existe otro punto que es frecuentemente malentendido, y que me gustaría introducirlo, ya que resulta vital para la consideración de las medidas correctivas que pueden tomarse en relación con la situación, y éste es que, aunque las deudas de la comunidad con las agencias prestamistas del dinero están asumiendo proporciones astronómicas, éstas son muy pequeñas en comparación con la riqueza real de la comunidad medida en las mismas unidades.


La riqueza real de Alberta es de £ 46.200.000.000

Quizás un ejemplo de esto en relación con la Provincia de Alberta pueda ser ilustrativo. Una muy conservadora y detallada estimación, que se realizó a petición mía, del capital real de Alberta en la actualidad, sitúa esa riqueza en la asombrosa cifra de cuarenta y seis mil doscientos millones de libras esterlinas, o más de £ 50.000 por cada hombre, mujer y niño de esta Provincia.

Como probablemente sepan, la población de Alberta, hombres, mujeres y niños, es de aproximadamente tres cuartos de millón, poco más de la mitad de la que hay en Irlanda del Norte en un área cincuenta veces más pequeña, y la mayor parte de esa población, a la que bien se la podría suponer como la propietaria titular de la Provincia de Alberta, –asumiendo que son los ciudadanos de un país los propietarios del mismo, lo cual, por supuesto, no es verdad en la realidad–, está en su mayor parte en un estado, no simplemente de pobreza extrema, sino también de deuda irremediable.

No estoy diciendo que haya una cantidad de £ 50.000 potencialmente en los bolsillos de cada hombre y mujer en Alberta, sino que las deudas de la población ascienden a aproximadamente £ 400 por cabeza; y, sin embargo, todas sus deudas juntas no representan ni la centésima parte del capital real de Alberta; pero debido a que se tratan de deudas monetarias, y la riqueza de Alberta es riqueza real, y no riqueza monetaria, la vida civilizada en Alberta se está convirtiendo en algo imposible.


La deuda debería ser un activo de los ciudadanos, y no de los bancos

Ahora bien, esencialmente el problema que afronta Alberta, y en no menor medida el resto del mundo, es muy simple. El actual sistema financiero es, como ya he dicho, un sistema creador de deuda; pero debe recordarse que, para el poseedor de una deuda, un reconocimiento de deuda constituye para él un activo. Si captáis lo que quiero decir con esto, veréis que únicamente tenéis que poner a los ciudadanos individuales en la posición del prestamista de dinero, y todo desarrollo que tenga lugar mediante la ayuda de dinero se reflejará en un activo que podrá situarse en el haber del ciudadano. En otras palabras, no es el sistema crediticio en sí mismo lo que primariamente está defectuoso en el mundo hoy día; es la usurpación de ese crédito y su conversión en un monopolio lo que está en la raíz de todos los peligros que afronta nuestra civilización.


La nacionalización no es un remedio

Una vez más, permítanme subrayar que eso que llaman “nacionalización” no tiene nada que ver con todo este problema. El Banco de Nueva Zelanda ha sido nacionalizado, y la deuda y los impuestos están subiendo más rápidamente que como lo hacían antes de su nacionalización. El Commonwealth Bank of Australia es un banco nacionalizado y es, si eso fuera posible, más tiránico que el Banco de Inglaterra. El Banco de Canadá está controlado a través del Gobierno del Dominio, con el resultado final de que es el Banco de Canadá el que controla al Gobierno del Dominio. Al Sr. Montagu Norman, el Gobernador del Banco de Inglaterra, se le atribuye el haber dicho: “¿Nacionalización? Bienvenida sea.”

Una vez más, permítanme que me esfuerce en presentar el asunto con esas pocas palabras con las que todos los creditistas sociales están familiarizados, por ser las dimensiones a las que se les pide que reduzcan sus explicaciones.

Ningún cambio en el sistema bancario, o en su administración, será de valor alguno si no sitúa en el haber del ciudadano individual aquellos activos que hoy día son situados en el haber de los bancos.


Las leyes bancarias

Estamos ya, quizás, en posición de considerar los pasos que se están dando en Alberta para implantar estas ideas. Las primeras de éstas aparecen comprendidas en dos Proyectos de Ley bancaria, uno de los cuales está compuesto a su vez de dos Proyectos de Ley que fueron subsiguientemente consolidados en un solo Proyecto de Ley conocido como “Una Ley para Enmendar y Consolidar la Ley Reguladora del Crédito en Alberta”, siendo su título abreviado “Ley Reguladora del Crédito en Alberta, 1937.” Las principales estipulaciones de esta Ley son, en primer lugar, que todos los oficiales bancarios han de estar autorizados, de tal forma que si se negaran a llevar a cabo órdenes razonables, sus licencias podrían ser retiradas o suspendidas. En segundo lugar, se estipula que todo banco que esté funcionando en Alberta deberá establecer, desde la aprobación de la Ley, uno o más directorios locales, y que un número predominante de directores habrán de ser nombrados a través de la Junta del Crédito Social, que es el departamento del Gobierno de Alberta específicamente dedicado o destinado a la iniciación de un sistema de Crédito Social.

Advertiréis que este Proyecto de Ley no implica confiscación alguna de la propiedad del banco, ni implica interferencia alguna en los métodos de la administración del banco; sino que esos directorios o juntas directivas establecidas –del mismo modo como lo hace toda junta directiva– solamente tendrían el control de la política del banco.

Estas disposiciones no son siquiera muy originales. Muchos otros negocios, hoy día, precisan de una autorización: prestamistas de las casas de empeño, doctores, dentistas, contables diplomados, etc. Esta Ley fue desautorizada porque se refería a los bancos.

Muchos otros negocios tienen en sus juntas directivas personas nombradas por el Gobierno: citaré como ejemplo la compañía Imperial Airways, pero existen muchos otros ejemplos tanto domésticos como extranjeros. No constituye nada original o nuevo; y, sin embargo, fue desautorizada porque se refería a los bancos.

El segundo Proyecto de Ley bancaria venía a ser una réplica a la “desautorización” del primer Proyecto, y estipulaba un aumento considerable de impuestos sobre los bancos a fin de poder aliviar los impuestos sobre los individuos. Bajo la Constitución de Canadá, una Provincia puede incuestionablemente imponer cualquier impuesto directo que desee, pero esto fue desautorizado porque se refería a los bancos.


Correcta información: una necesidad vital

Ya que es importante que el poder político de la población de Alberta apoye esas y otras medidas similares, es fundamental que estén propiamente informados acerca del significado y el propósito de las mismas, y, por tanto, para ello se aprobó un Proyecto de Ley titulado “Una Ley para Asegurar la Publicación de Información y Noticias Correctas”. Fue ferozmente atacada bajo el pretexto de que se trataba de un Proyecto de Ley para la censura, lo cual era una declaración tremendamente falsa. Por el contrario, las disposiciones de la misma hacían obligatorio que, si el Gobierno así lo requería, se publicasen por cualquier periódico tanto la fuente de sus noticias como, si fuera necesario, un comentario sobre ellas.

Ahora bien, el peso que se pueda asignar a unas noticias o a un comentario, depende en gran parte de la fuente de la que procede; y la llamada “libertad de prensa”, en la actualidad, consiste en la libertad de publicar cualquier cantidad de propaganda, junto con el derecho, o bien a censurar completamente cualquier réplica, o bien, alternativa e invariablemente, a insistir en que haya una firma al lado de la réplica. De esta forma, cualquiera que esté llevando a cabo una controversia con los poderes que en la mayor parte controlan los periódicos, se encuentra en una posición en la que su adversario puede decir lo que quiera sin revelar su identidad, mientras que la publicación de toda disensión con respecto a esas opiniones anónimamente expresadas pueden ser rechazadas o, si son publicadas, pueden ser menospreciadas calificándolas como viniendo de alguien del que se sabe que es un “maniático”.

Es un derecho civil primario de cualquier pueblo el estar correctamente informado. Una nación es simplemente una asamblea de individuos que están de acuerdo en cooperar para su propio beneficio. Despojada de todos los adornos romanticistas, si una nación fracasa en conseguir una cooperación satisfactoria en beneficio de todos los interesados, entonces fracasa como nación; y una comunidad no puede conocer qué es lo que le beneficia si está persistentemente desinformada. Podría añadir que la población de Gran Bretaña es la más tremendamente desinformada de cualesquiera de los llamados países democráticos.

Ahora bien, Alberta posee ciertos derechos que se le conceden conforme a la Ley de la Norteamérica Británica que están fuera de toda discusión (en tanto en cuanto se siga concediendo validez a la Ley N.A.B., y ésta se ha visto gravemente afectada por la posterior aprobación del Estatuto de Westminster); se establece en ella específicamente que todas las materias pertenecientes a la propiedad y a los derechos civiles serán de la sola prerrogativa de la Provincia y no del Dominio.

Es opinión de la Provincia que constituye un derecho civil primario el estar correctamente informado, y que la interferencia habida con la Ley para Asegurar la Publicación de Información y Noticias Correctas constituía una enorme vulneración de los derechos de la Provincia conforme a la Ley N.A.B.


La locura de los planes prematuros

Para un auditorio como éste estos Proyectos de Ley apenas requerirán la explicación de que constituyen simplemente pasos lógicos encaminados hacia el objetivo principal de cualquier Gobierno de Crédito Social: la asunción o apropiación por la población del control de su propia política a través del control del Sistema Crediticio. Por favor, adviertan que aquéllos no se tratan de un “Plan de Crédito Social”. Un inmenso daño se ha realizado por parte de personas, probablemente bien intencionadas, aunque igualmente carentes de experiencia, formación o juicio, las cuales han representado el problema como si se tratara de redactar algún “plan” ordenado, pulcro, al estilo familiar de los sostenedores o guardadores de la tradición de la Sociedad Fabiana de Sidney Webb.

El único efecto que tiene esto es producir en aquellos miembros de la comunidad cuya asistencia y ayuda serían de lo más útil, una impresión de irresponsabilidad. Los americanos tienen un nombre para la gente de esa clase: “Rojillo de Salón”. La fría y dura realidad es que la lucha por el control del crédito es una guerra: la guerra más letal jamás librada por la humanidad. Cuando la guerra se haya ganado, tendrá sentido disponer del botín, pero no hasta entonces.


La Liga del “Pueblo”

Los tres Proyectos de Ley que he mencionado son, por tanto, la primera ofensiva contra el atrincherado monopolio del crédito, y fueron instantáneamente reconocidos como tal por los internacionalistas financieros. Fueron los primeros Proyectos de Ley que consiguieron inmediata y vigorosamente resentirles, y el primer paso de su represalia fue esa “desautorización” que ya he descrito.

Al mismo tiempo, las actividades de una organización llamada “La Liga del Pueblo” se redoblaron. Sin duda habréis notado que siempre que se ha de hacer un trabajo particularmente sucio, generalmente lo hace una liga que dice representar a las mismas personas a las que se quiere estafar. Siempre he observado que a cualquier compañía controlada casi exclusivamente con capital extranjero se la denomina “La no-sé-qué-no-se-cuánto… británica”, y actúa en interés de los británicos de la misma manera que como lo hace el Banco de Inglaterra. Los representantes de los bancos comerciales, compañías hipotecarias y compañías de seguros fueron, y son, también miembros activos de la Liga del Pueblo.

Todos ellos estaban muy indignados de que a los británicos se les tratara en Alberta tan malamente, y estaban de acuerdo en que sólo había una única cosa que se pudiera hacer, y ésa era la de echar al Sr. Aberhart y su Gobierno lo más rápidamente posible.

Esta Liga del “Pueblo” celebra meetings por todo el país; yo asistí a uno en un lugar llamado Red Deer, en donde el auditorio era mayor que la población de la ciudad, y la mitad de ese auditorio fue reconocida en otro meeting a 300 millas de allí. ¡Una población móvil!

Un rasgo muy interesante de la propaganda que se está llevando acabo consiste en un ataque indirecto contra la política de “Demanda de Resultados” sostenida por la Liga del Crédito Social y por los Demócratas Unidos en Alberta, que fue tan espectacularmente exitosa en manos del Sr. G. F. Powell en restaurar la unidad en Alberta hace seis meses. Sin excepción, las emisoras de los banqueros están dedicadas a lanzar ataques sobre la técnica del Crédito Social y a distorsionar hechos en relación a la banca y la finanza, y a la vez se deja a un lado lo más posible la política de “Demanda de Resultados”.

La línea general que se está tomando ahora es la de que, aunque el sistema financiero, por supuesto, no es perfecto, cualquier cambio que se realice en la dirección señalada por el Crédito Social haría que las cosas fueran mucho peores, y que el curso adecuado que se ha de seguir es el de reorganizar completamente todo el sistema económico conforme a los lineamientos del Fascismo o del Comunismo, y tener una discusión general acerca de cómo hacerlo. Considero este rasgo de la campaña –el intento de espolear o excitar una riña en torno a cuestiones técnicas– como algo particularmente interesante e informativo, puesto que yo no subestimo los cerebros de nuestros adversarios; y estoy seguro de que su principal estrategia consiste en retrasar a toda costa toda acción de Crédito Social hasta que llegue el tiempo en que tengan un control del sistema administrativo en la misma línea que Rusia o Italia.

Los financieros están luchando por retener el control, y es este control el que tenemos que arrebatarles. Aunque el asunto, por el momento, y en la superficie, se está llevando a cabo conforme a las líneas de la legalidad, sin embargo, como siempre, la cuestión real viene a ser siempre una cuestión de sanciones. En este sentido resulta significativo el comentario atribuido comúnmente al General Griesbach, de la Liga del Pueblo, de que con mil doscientos rifles él podría quitar el Crédito Social en Alberta en dos semanas.

Nuestros adversarios ciertamente son realistas, y ya en 1932 dispusieron que la fuerza policial de la Provincia fuera sustituida por la Policía Montada de Canadá, la cual es controlada desde Ottawa. Sin embargo, por razones obvias, no puedo discutir muy detalladamente sobre este aspecto del asunto, pero sé que está recibiendo toda la atención posible, y existen formas de abordarlo.


Otras Provincias están ahora prestando atención

Mientras tanto, se le ha hecho claro a un gran número de gente en Canadá que el Crédito Social, que anteriormente sólo consistía en palabras para ellos, realmente sí tiene algo que hacer con los bancos. Esto es muy importante. Por todo el Canadá la gente está diciendo: “Oh, ellos están en contra de los bancos, ¿verdad? Bueno, estamos totalmente de acuerdo.”

También hay un sentimiento creciente de que si las leyes albertanas pueden ser tratadas con semejante desprecio, podría tocarle el turno a continuación a cualquier otra Provincia. Están tomando nota, especialmente en New Brunswick y el Quebec. Quebec, que posee un inmenso poder político en Ottawa, está sólidamente del lado de mantener y extender el control provincial en contraposición al control federal o del Dominio. Es algo casi seguro que eche del poder al Sr. Mackenzie King, y cualquiera que tome su lugar tendrá que andar con mucha más cautela.

El objetivo inmediato de la oposición es ganar tiempo, y en esto han tenido éxito, pues los Proyectos de Ley, que habrían sido desastrosos para ellos, ciertamente han sido retrasados. Cualquiera que sea el resultado de la deliberación de la Corte Suprema sobre éstos, casi seguro serán remitidos, por un lado u otro, al Consejo Privado en Londres, probablemente a mitad del próximo verano.

Los albertanos han hecho un gran trabajo y se han marcado tres victorias tácticas por una del Dominio. Y mientras la táctica dilatoria de este último ha establecido en el Gobierno Provincial el problema de tener que mantener la moral del pueblo albertano contra toda una barrera de desinformación, al mismo tiempo el Gobierno del Dominio está continuamente perdiendo prestigio en todo este asunto.


La suprema tarea de esta generación

De cuál será el resultado último de esta lucha, es algo de lo que no tengo duda alguna; pero ésta será larga y amarga. No hay hoy día en el mundo ninguna otra cuestión singular que se aproxime a ella en importancia, no solamente para el pueblo de Alberta, o incluso para el pueblo de Canadá, sino para todo el mundo. Las cuestiones de la pobreza en medio de la abundancia, de la guerra, de la inseguridad, de la salud e incluso de la cordura, todas ellas son absorbidas por aquélla.

Ésta es tanto vuestra lucha como lo es la lucha del pueblo de Alberta. De hecho, no tendréis futuro alguno que valga la pena considerar a menos que captéis y abordéis este asunto. Las cosas que llenan los periódicos en estos días son de la menor importancia. Las correrías de aquí para allá de los Edens y los Hitlers son el resultado inevitable del actual sistema, y esos hombres son simplemente los agentes de relaciones públicas de la Finanza Internacional, que hace necesarias sus correrías.

Si esto es así, y estoy convencido de que es así, todas esas otras cuestiones quedan absorbidas por la lucha en hacer de la democracia un correcto reflejo de la voluntad del pueblo y, al mismo tiempo, en abolir la pobreza en medio de la abundancia.

No hay en esta habitación nadie que no pueda, en alguna forma, jugar una pequeña parte o, posiblemente, una gran parte, en esta lucha; y os lo encomiendo a todos vosotros como algo de mucha más importancia que cualquier otra cosa que os pueda ocurrir en vuestras vidas.


C. H. DOUGLAS