Fuente: Iglesia-Mundo, Número 469, 2ª quincena Marzo 1993. Página 34.




LOS FALSARIOS DE NUESTRA HISTORIA

Por Rafael Gambra



La ignorancia suele aliarse muy estrechamente con la audacia. El que poco o nada sabe se presta fácilmente a hablar o a enseñar de todo. El sabio llega con igual facilidad a la conclusión socrática de que «sólo sé que no sé nada».

José Carlos Clemente, figura eminente de ese titulado «Partido Carlista» que se define como socialista autogestionario, nos ofrece ahora una «Historia General del Carlismo» de mil páginas que pretende ser –nos dice– una visión de ese movimiento «desde la izquierda». (Contemplar al Carlismo desde la izquierda es como pretender ver la Puerta de Alcalá desde la alcantarilla o desde el Metro que pasan por debajo). ¿Qué podrá comprender del Carlismo una mentalidad apriorísticamente de izquierda?

Según esta esclarecida visión, las guerras carlistas del siglo pasado, tuvieron entre sí un carácter diferente en razón de quienes predominaran en su cumbre. Así –nos asegura–, la Primera Guerra de 1833 tuvo un carácter integrista (¡cincuenta años antes de la aparición del integrismo!). La Segunda (la de Montemolín) fue un movimiento socialista (¡tres años antes de que Marx escribiera «El Capital»!). [1]

Parece que nuestro autor ha descubierto que los carlistas en esa guerra quemaban los Registros de la Propiedad y los Catastros cuando entraban en las poblaciones. Lo cual le basta para atribuirles un carácter socialista, enemigo de la propiedad privada.

Es sabido, sin embargo, que la propiedad originaria en el Antiguo Régimen se encontraba generalmente en los «Libros de abolengo» en los municipios y en los llamados «Becerro», en razón del material con que estaban encuadernados. Los primeros describían las propiedades raíces de las «casas» o familias, propiedades que tenían un carácter vincular y patrimonial, a menudo limitado por servidumbres como la de pastos, etc. Los segundos contenían las propiedades comunales y «de propios» (de municipios y comarcas) y las de los monasterios, abadías, etc., es decir, de la Iglesia.

El nuevo régimen liberal procuró transformar la propiedad en individual, homogénea e ilimitada (no vincular), y así mismo expropió o «desamortizó» las propiedades eclesiásticas y comunales. Esto es lo que representaron en su origen los nuevos Registros de la Propiedad y los Catastros. La enemiga de los carlistas hacia éstos, era, por lo tanto, en nombre de una forma de propiedad tradicional, más vincular y responsable, y en protesta de esas desamortizaciones. Todo lo más opuesto a una reivindicación socialista o colectivista-estatal.

(Aparte de lo cual, el dato mismo parece poco verosímil porque en esa época probablemente no existían todavía los Registros y Catastros, cuyo origen –entiendo yo– está en 1861).

A la Tercera Guerra le otorga (no sabemos por qué) el carácter de «tradicionalista», y a la Cuarta (1936) le dará el de «fascista». La ignorancia –repitámoslo– es aliada natural de la audacia, sobre todo si se parte explícitamente de un enfoque «izquierdista».





[1] Nota mía. Aquí hay una errata en el número de años. No puede ser “tres”, como aparece en el texto, sino más bien “trece”, que es lo que más o menos va desde el final de la Guerra de los Matiners (1848) hasta cuando Marx empieza a escribir su obra “El Capital” (1861 – 1863).