La Conjura de la Alta Venta Carbonaria

Mons. Marcel Lefebvre ha denunciado en varias ocasiones la infiltración de las ideas de la masonería dentro de la Iglesia.


Reproducimos un capítulo en donde habla de la importancia de conocer los planes que tiene la secta para con la Iglesia.


El llamado “liberalismo católico” fue penetrando, como humo satánico, dentro de la Iglesia pero esto ha sido con una gran ayuda de parte de la secta masónica. Veamos en qué han consistido los planes masónicos para infiltrar sus ideas en la jerarquía eclesiástica.








LA CONJURA DE LA ALTA VENTA DE LOS CARBONARIOS

Henos aquí, en nuestro breve bosquejo histórico del liberalismo católico, en las vísperas del Concilio Vaticano II.
Pero antes de analizar la victoria lograda por el liberalismo en el Concilio, querría volver atrás en el tiempo para mostrar que la penetración del liberalismo en toda la jerarquía y hasta en el mismo Papado, que era impensable hace dos siglos, fue sin embargo, pensada, anunciada y organizada desde principios de siglo pasado por la francmasonería.


Bastará con reproducir los documentos que prueban la existencia de esa intriga contra la Iglesia, de ese “atentado supremo” contra el Papado.
Los papeles secretos de la Alta Venta de los Carbonarios que cayeron en manos del Papa Gregorio XVI, abarcan el período de 1820 a 1846.


Fueron publicados a pedido del Papa Pío IX, por Crétineau-Joly en su obra L’Eglise Romaine et la Revolution [La Iglesia Romana y la Revolución][1].
Y por el Breve de aprobación del 25 de febrero de 1861 dirigido al autor, Pío IX confirmó la autenticidad de sus documentos, pero no permitió que se divulgaran los verdaderos nombres de los miembros de la Alta Venta implicados en esta correspondencia.
Estas cartas son absolutamente pavorosas, y si los Papas pidieron que se publicaran, fue para que los fieles sepan de la conjura contra la Iglesia urdida por las sociedades secretas, conozcan su plan y estén prevenidos contra su eventual realización.


Por el momento no digo más, pero con temblor se leen estas líneas. No invento nada, no hago sino leer, pero no es un misterio que hoy día ellas se cumplen. ¡No oculto que aún sus proyectos más audaces son aventajados por la realidad actual! Leamos, pues.


El Papa, cualquiera que sea, jamás vendrá a las sociedades secretas: a ellas corresponde dar el primer paso hacia la Iglesia para vencer a ambos.


El trabajo que vamos a emprender no es obra de un día, ni de un mes, ni de un año; puede durar varios años, quizás un siglo; pero en nuestras filas el soldado muere y el combate continúa.
No queremos ganar a los Papas para nuestra causa, hacerlos neófitos de nuestros principios, propagadores de nuestras ideas. Sería un sueño ridículo. Cualquiera sea el giro de los acontecimientos, el hecho de que cardenales o prelados, por ejemplo, hayan entrado a sabiendas o por sorpresa en una parte de nuestros secretos, no es en absoluto un motivo para desear su elevación a la Cátedra de Pedro. Esta elevación nos perdería. Sólo la ambición los habría conducido a la apostasía y la necesidad del poder los forzaría a inmolarnos.
Lo que debemos pedir, lo que debemos buscar y esperar como los judíos esperan el Mesías, es un Papa según nuestras necesidades…


Así marcharemos con más seguridad al asalto de la Iglesia que con los libelos de nuestros hermanos de Francia y el mismo oro de Inglaterra. ¿Queréis saber la razón? Es que con ello, para destrozar la roca sobre la que Dios construyó su Iglesia, ya no necesitamos el vinagre anibalino, ni la pólvora del cañón; ya no necesitamos ni siquiera nuestros brazos. Tenemos el dedo meñique del sucesor de Pedro comprometido en la conjura, y ese dedo vale en esta cruzada más que todos los Urbano II y todos los San Bernardos de la Cristiandad.


No dudamos que llegaremos a ese término supremo de nuestros esfuerzos, pero ¿cuándo y cómo? La incógnita no se revela aún. Sin embargo, como nada debe apartarnos del plan trazado, sino por el contrario, todo debe tender a él como si ya desde mañana el éxito viniera a coronar la obra apenas esbozada, queremos en esta instrucción que para los simples iniciados permanecerá secreta, dar a los encargados de la Venta Suprema, consejos que deberán inculcar a la universalidad de los hermanos, en forma de enseñanza, o de memorandum...


Ahora bien, para aseguramos un Papa de las debidas proporciones, se trata primero de labrar a ese Papa una generación digna del reino que soñamos. Dejad de lado la vejez y la edad madura; dirigíos a la juventud y, si es posible, aún a la infancia (...) os ganaréis sin mucho esfuerzo una reputación de buen católico y de patriota sin doblez.


Esta reputación hará llegar nuestras doctrinas tanto en el corazón del joven clero, como dentro de los conventos. Dentro de algunos años forzosamente este clero joven habrá invadido todas las funciones. Será él quien gobierne, administre, juzgue, forme el consejo del soberano, y será el llamado a elegir el Pontífice que tendrá que reinar, y este pontífice, como la mayor parte de sus contemporáneos, estará necesariamente más o menos imbuido de los principios italianos y humanitarios que comenzaremos a poner en circulación. Es un granito de mostaza que confiamos a la tierra; pero el sol de las justicias lo hará crecer hasta el más alto poder, y un día veréis qué mies abundante producirá este granito.


En la ruta que trazamos a nuestros hermanos, hay grandes obstáculos que deberemos vencer, muchos tipos de dificultades que superar. Triunfaremos gracias a la experiencia y la perspicacia; pero la meta es tan espléndida que es preciso izar todas las velas al viento para alcanzarla. Si queréis revolucionar a Italia, buscad el Papa que acabamos de pintar. Si queréis establecer el reino de los elegidos sobre el trono de la prostituta de Babilonia, que el clero marche bajo vuestro estandarte, creyendo ir siempre tras la bandera de las llaves apostólicas.


Si queréis hacer desaparecer el último vestigio de los tiranos y los opresores, echad vuestras redes como Simón Bariona; echadlas dentro de las sacristías, de los seminarios y de los conventos más que en el fondo del mar; y si no os apuráis, os prometemos una pesca más milagrosa que la suya. El pescador de peces se convirtió en pescador de hombres; vosotros os rodearéis de amigos junto a la Cátedra Apostólica. Vosotros habréis predicado una revolución por la tiara y la capa, marchando con la cruz y el estandarte, una revolución que no tendrá necesidad más que de una chispa para incendiar las cuatro esquinas del mundo.[2]


He aquí aún un extracto de una carta de “Nubius” a “Volpe”, del 3 de abril de 1824:


Se ha puesto sobre nuestros hombros una pesada carga, querido Volpe. Debemos hacer la educación inmoral de la Iglesia y llegar por medios pequeños, bien graduados aunque bastante mal definidos, al triunfo de la idea revolucionaria gracias a un Papa. En este proyecto, que siempre me ha parecido sobrehumano, marchamos aún tanteando...[3]


¡“Plan sobrehumano” dice Nubius, y quiere decir plan diabólico!
Ya que es planear la subversión de la Iglesia por su misma cabeza, lo que Mons. Delassus[4] llama el atentado supremo porque no se puede imaginar nada tan subversivo para la Iglesia como un Papa seducido por las ideas liberales, un Papa que utilice las llaves de San Pedro al servicio de la contra-Iglesia.


Ahora bien ¿no es acaso lo que vivimos actualmente desde el Vaticano II y desde el nuevo Derecho Canónico?
¡Con este falso ecumenismo y esta falsa libertad religiosa promulgados en el Vaticano II y aplicados por los Papas con fría perseverancia, a pesar de todas las ruinas que han provocado desde hace más de veinte años!
Sin que se haya comprometido la infalibilidad del Magisterio de la Iglesia, incluso quizás sin que jamás haya sido sostenida una herejía propiamente dicha, asistimos a la autodemolición sistemática de la Iglesia. Autodemolición es una palabra de Pablo VI, que implícitamente denunciaba al verdadero culpable, pues ¿quién puede “autodemoler” la Iglesia sino aquél cuya misión es mantenerla en la roca firme?... ¡Y qué ácido tan eficaz para disolver la roca como el espíritu liberal que penetra al mismo sucesor de Pedro!


¡Este plan es de inspiración y de realización diabólica! No sólo lo han revelado los enemigos de la Iglesia, sino también los Papas lo han develado y predicho.




Mons. Marcel Lefebvre, tomado de “Le destronaron”.



[1] 2 volúmenes, 1859; reimpreso por el C. R. F., 1976. Mons. Delassus reprodujo de nuevo esos documentos en su obra La Conjuration Antichrétienne [La ConjuraciónAnticristiana], D.D.B., París, 1910, T. III, págs. 1035-1092.


[2] Instrucción permanente de 1820, op. cit., T. II, págs. 85-90.



[3] Op. cit. pág. 129.



[4] Le Problème de l’Heure Présente [El Problema de la Hora Presente], D.D.B., París, 1904, T. I, pág. 195.