Doctrina carlista sobre el problema social, los principios tributarios y el militarismo
El problema social
Las prevenciones y resoluciones de las denominadas cuestiones sociales las entendemos de tal suerte que sea, en general, la Sociedad misma —no el Estado— la que tome a su cargo el asunto, siguiendo en esto el camino de luz que trazó León XIII en la inmortal Encíclica Rerum Novarum. Por esto rechazamos y combatimos las absurdas propagandas que provocan las luchas de clases y propugnamos la armonía de todos los elementos de la producción como fuente fecunda del bienestar social. Por esto protestamos también del irritante intervencionismo de los Gobiernos, que intentan crear un corporativismo artificioso, complicado e infecundo, además de caro y fomentador de parásitos empleados innumerables, para conjurar los conflictos entre capital y trabajo.
Si como base firme de toda la organización natural, empezamos estableciendo el verdadero censo corporativo por la corporación misma, siempre abierto al individuo y a la clase, tendremos la realidad de los componentes y no la injusticia de la intervención abusiva socialista en los organismos oficialmente formados a título absurdo de mayoritismo ficticio, y, aunque fuera cierto, en perjuicio de sectores de trabajo dignos de representación.
Principios tributarios
Esencialísimo el orden económico y hacendístico para la prosperidad material de la Nación, ansiamos acreditar que no admitimos el subversivo principio socialista de que el Estado tiene derecho a participar de las utilidades de la riqueza y del trabajo de los ciudadanos —como dijo la Dictadura fenecida— sino que todos tienen el deber de cooperar al levantamiento de las cargas públicas en proporción a su respectivo haber, lo cual no es lo mismo, porque en lo primero se condensa todo el intervencionismo y ambición del Fisco, y en lo segundo toda la obligación, pero armada de facultad de impedir que el Estado se considere dueño y señor de las fortunas privadas e investigador inquieto de lo más íntimo y espiritual.
El militarismo
Debemos apuntar algo sobre el militarismo, temido por muchos, aunque no por los tradicionalistas, ya que lo previenen y resuelven estableciendo el servicio militar voluntario o profesional y la instrucción militar obligatoria, con lo cual el ahorro del Tesoro es incalculable y el de personal y material guerrero también, demostrando así nuestro espíritu pacifista y nuestro propósito de común defensa de la Patria como soldados y obreros y, a la vez, favorecemos la restitución de brazos a los oficios manuales y culturales. La reorganización de la Milicia debería ejecutarse sobre el fundamento de la interior satisfacción especial de los diversos Cuerpos armados en armonía perfecta con la unidad esencial, de mando en operaciones y sin gravamen económico ni moral para la Patria, como era de esperar del alto deber de los interesados.
Sentados: Sres. Conde de Arana, Marqués de Villores, Juan M. Roma y Lorenzo Sáenz.
De pie: Sres. Tomás Blanco Cicerón, don Luciano E. Polo, Lorenzo de Cura y Conde de Rodezno
Tomado de las Doctrinas y anhelos de la Comunión tradicionalista (El Cruzado Español, 23 de mayo de 1930)
Firmantes: Marqués de Villores, Secretario general político en España de S. M. Don Jaime de Borbón, por el antiguo Reino de Valencia. — Conde de Arana, por el Señorío de Vizcaya. — Lorenzo Sáenz Fernández, por Castilla la Nueva. — Luciano Esteban Polo, por el antiguo Reino de León. — Juan María Roma, por el Consejo regional de Cataluña. — Lorenzo de Cura y Pérez Caballero, por Castilla la Vieja. — Conde de Rodezno, Joaquín Beunza, por la Junta regional de Navarra. — Tomás Blanco Cicerón, por el antiguo Reino de Galicia. — Sancho Arias de Velasco, por Asturias. — Antonio de Echave-Sustaeta, por Álava. — Francisco Guerrero Vílchez, por Granada. — José María Bellido Rubio, por Jaén. — Ildefonso Porras Rubio, por Córdoba.
Reino de Granada
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