Elena Risco
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1 noviembre, 2017
El pasado día 28 de octubre se celebró la tradicional cena de Cristo Rey en Madrid. Los asistentes, que llenaban completamente el local, tras la comida de hermandad, oyeron con entusiasmo los tres magníficos discurso que pronunciaron a los postres Elena Risco, estudiante de Filosofía y Derecho, Alfredo Allué, profesor de Derecho, y Juan Manuel Rozas, abogado. Con gran gusto publicamos hoy la primera de tan brillantes piezas oratorias y en los próximos días editaremos, D. m., las otras dos.
Discurso de Elena Risco:
«Reverendo Padre, Sr. Jefe Delegado y miembros de la Secretaría Política, señoras y señores: Aún no me he repuesto de la sorpresa -tampoco del susto- que me llevé cuando me pidieron que pronunciara unas palabras en la cena de Cristo Rey. Entre otros motivos, porque soy prácticamente una recién llegada. Sin embargo, esta condición de recién llegada me da la posibilidad de corroborar lo que ya anunciaba el profesor Gambra en esta misma ocasión hace cuatro años: la falta de rumbo que tanto caracteriza a nuestros días nos está llevando a muchos a buscar alternativas que sólo se encuentran fuera del panorama político más mediático. Por eso hoy quiero dar las gracias a la Comunión Tradicionalista, a todos ustedes, por haber mantenido abierta, con tantos esfuerzos, una puerta para todos los que hemos llegado después. Una puerta a una explicación coherente de nuestro pasado, lamentablemente tan mal contado en las aulas; a una explicación lógica de los acontecimientos nefastos a los que hoy asistimos y, sobre todo, una puerta abierta a un proyecto de futuro no creado ex nihilo sino alzado sobre toda la sabiduría política que ya manifestaran filósofos paganos como Aristóteles, que fue depurada y perfeccionada por el cristianismo a lo largo de muchos siglos y que el carlismo adapta a las costumbres y tradiciones de las Españas sin modificarla en su esencia. He logrado entender que el carlismo no es sólo un programa político ni una doctrina, no es una mera reunión social de académicos e intelectuales y también estoy segura de que, en ningún caso, es una reunión de nostálgicos porque no afrontar el presente y pretender refugiarse en el pasado es una cobardía y he podido comprobar de primera mano que aquí no tienen cabida los cobardes. Como explican magistralmente Elías de Tejada, Rafael Gambra y Francisco Puy en la imprescindible obrita ¿Qué es carlismo?, las tres bases de éste son: una bandera dinástica, la de la legitimidad; una continuidad histórica, las de Las Españas y una doctrina jurídico-política: el tradicionalismo. Que el carlismo sea un movimiento político significa principalmente que los que defendemos este ideario tenemos un compromiso a todos los niveles: social, intelectual, político, familiar… Supone una obligación constante y profunda. Y soy plenamente consciente de que actualmente queda muy mal eso de hablar de obligaciones y de sacrificios, siempre visten más un discurso palabras grandilocuentes como tolerancia y diálogo. Pero lo siento mucho, yo me empeño en hablar de obligaciones porque sólo dónde hay relaciones auténticas, vínculos relevantes, entrega, se dan las obligaciones. Desde el primer momento todos ustedes me transmitieron que para ser carlista no basta con ponerse una boina roja o blanca, ni con votar una vez cada cuatro años, ni con tener un carnet, ni con ir periódicamente a ciertas manifestaciones – aunque, por supuesto, todas ellas son cosas que llegado el momento adecuado deban hacerse. La defensa del ideario carlista no puede ser un compartimento estanco que no haga eco en todos los demás aspectos de nuestra vida. La Comunión Tradicionalista es ejemplar a este respecto. Cubre todos los ámbitos: cumple con el cometido de recoger y transmitir la ingente obra intelectual que han llevado a cabo – y siguen haciéndolo- tantos pensadores tradicionalistas y carlistas, pero también logra que nos reunamos hoy aquí, que cenemos todos juntos, rodeados de personas con las que compartimos una misma Esperanza. Esta sabiduría la manifiesta el Papa Pio XI en su encíclica Quas primas al encomendar que se celebre la fiesta de Cristo Rey porque las conferencias hablan una sola vez mientras que las fiestas hablan cada año, perpetuamente y, gracias a ellas, el hombre aprenderá mejor las divinas doctrinas convirtiéndolas en su propio jugo y sangre. Porque tan importante como mantener la doctrina verdadera es el cultivar los lazos que nos ayudan a persistir en su defensa, dado que nuestro proyecto no se puede imponer por la fuerza desde arriba. Muy al contrario. Tiene que tejerse poco a poco desde abajo. Tiene que ser sostenido y vivido por todos: por las familias, por los municipios, por los gremios y demás sociedades intermedias. No puede, sin más, ser decretado por un gobierno elegido por sufragio universal. Visto lo importante que es mantener el tejido comunitario, querría dar las gracias a aquellos que tanto se esfuerzan por hacer comunidad. A la familia Gambra: a Clara, Paula y Miguel; a Mónica Caruncho, a Eugenio Barrera, a mi amigo Carlos – que ha entrado por esa puerta de la que antes les hablaba al mismo tiempo que yo – y a muchos otros más que están en el umbral. También a mi prometido, que fue el primero en guiarme por el buen camino. Y, especialmente, al Padre José Ramón García Gallardo y al Profesor José Miguel Gambra, porque ellos no ponen sólo una parte de su vida en este empeño, sino toda su vida y por eso, además de maestros, son ejemplo personal de perseverancia, lealtad y valentía. Ahora quiero dirigirme en especial a las margaritas. Nosotras, las mujeres, debemos ser defensoras intrépidas de la familia cristiana española, tal y como lo mandan las Ordenanzas de las margaritas. Nuestro papel es fundamental, es nuestro el honor y la responsabilidad capital de guiar y cuidar en sus años más vulnerables a toda nueva generación. Todos los que quieren quitarnos nuestra tarea y se lamentan de que la mujer siempre quede por debajo parecen incapaces de comprender que quienes están en la base sostienen todo lo demás. Por eso tenemos que ser constantes, pacientes y firmes – ¡siempre firmes!- porque si nosotras nos tambaleamos, se cae todo lo demás. Y para terminar quiero contaros un fenómeno que tiene lugar a menudo en los campos de mi pueblo. Yo soy de Extremadura y por aquellas tierras es fácil que en época de estío desaparezcan muchos riachuelos. Pero, si nos fijamos detenidamente, el cauce por el que transcurrían esos ríos aparentemente desaparecidos mantiene un inusual verdor y frescura y a su amparo nacen más plantas y animales. De repente, el día menos pensado, cuando Dios quiere, llegan las lluvias y esos riachuelos vuelven a ser magníficos y caudalosos torrentes. Yo estoy acostumbrada a este tipo de ciclos, por eso confío en que esta doctrina eterna que tenemos por bandera volverá a contar con innumerables y valientes defensores que lucharán por restaurar el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo. ¡Viva Cristo Rey!»
RES PUBLICA OMNIUM HISPANIARUM ET INDIARUM
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