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JUAN MANUEL DE PRADA
En el caso aberrante protagonizado por los bicharracos de ‘La manada’ también se prueban las consecuencias nefastas de esta abdicación de la razón teórica. Nuestra época pretende que toda relación sexual consentida entre personas adultas sea lícita; de ahí que, para poder condenar una conducta sexual aberrante como la que esos bicharracos perpetraron, se trate a toda costa de imponer que la mujer no consintió. Pero lo cierto es que, si la mujer hubiese consentido, se trataría de una mujer con el consentimiento viciado, bien porque estuviese bajo los efectos de sustancias que nublaban su juicio, bien porque estaba anímica y espiritualmente devastada. La razón teórica nos enseña que hay conductas sexuales sanas y conductas sexuales aberrantes, pero se niega a dictaminar sobre ellas por sumisión a dictaduras ideológicas abyectas que se han impuesto para acallar su juicio y así poder promover las formas más variopintas de degeneración, llegando incluso a incentivarlas mediante la plaga de la propaganda pornográfica o la libre disponibilidad de aplicaciones para teléfonos móviles que facilitan las coyundas más sórdidas y animalescas.
Ante esta ‘dejación’ de la razón teórica, la razón práctica tiene que intervenir aspaventeramente, tratando de imponer a toda costa que no medió ningún tipo de consentimiento. Pero lo cierto es que hay actos sexuales aberrantes, con independencia de que hayan sido consentidos o no, que la razón teórica debe calificar como tales y condenar, para que luego la razón práctica pueda dictaminar si en su comisión medió o no consentimiento de la víctima, agravando o atenuando, según el caso, la condena de la razón teórica.
Mientras no sea restablecida la razón teórica y reconocidos los principios y verdades universales que guían su acción, la razón práctica estará obligada -por mala conciencia, por puro afán de supervivencia- a ‘sobreactuar’ para impedir el definitivo advenimiento del caos. Pero, a la larga, todos sus afanes serán inútiles, porque allá donde declinan los principios y abdica la razón teórica acaba infaliblemente imponiéndose la más inicua ley de la selva, disfrazada de sentimentalismo o consenso.
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