Fuente: El Pensamiento Navarro, 2 de Octubre de 1977, página 4.
FEMINISMO
Por Clara SAN MIGUEL
Hasta hace muy poco, en España apenas había feministas de verdad y la palabra feminismo se decía siempre en tono de broma. Ahora existen ya numerosas asociaciones feministas que se toman a sí mismas muy en serio y algunas de ellas están homologadas internacionalmente. Tienen muy pocas asociadas; muy pocas, pero ruidosas, agresivas y portadoras de pancartas.
Sin embargo, todo esto no explica la beligerancia que se da al tema del feminismo en la prensa española. No se puede abrir un periódico o una revista sin encontrarse con artículos, reportajes y entrevistas dedicadas al tema de la “liberación de la mujer”. Cierto número de actrices y cantantes se declaran apasionadas feministas y como pruebas de su profunda convicción alegan que tienen un hijo natural o que se han desnudado para una película pornográfica. Y, por supuesto, estas actrices son las más profusamente retratadas y entrevistadas.
Ante el tema del feminismo –como ante todos los que se refieren al orden social y a la familia– caben dos posiciones fundamentales: la tradicionalista y la progresista. Pero la única que nos encontramos al paso, la que resulta imposible de esquivar, es la progresista. La postura tradicional cristiana hay que buscarla en un par de periódicos de modesta tirada, en hojitas enviadas por correo, en revistas sostenidas heroicamente por aportaciones particulares. La gran prensa, la radio, la televisión, necesitan dinero, mucho dinero. Y el dinero, hoy día, está con el progresismo.
Si preguntamos a los periodistas, nos dirán que ellos expresan la opinión de la mayoría del pueblo; pero eso no es verdad. La gran prensa no expresa lo que el pueblo piensa, sino que pretende enseñar al pueblo lo que debe pensar. Los llamados “órganos de expresión” deberían llamarse “órganos de inoculación”.
El feminismo es una buena muestra de esta realidad. La importancia numérica de las feministas en España apenas justificaría que se les dedicaran unas líneas de cuando en cuando y, espontáneamente, la reacción general sería negativa, pues las monstruosidades que propugnan los “Women´s Lib”, M.L.F. y similares inspiran repulsión y temor a cualquier ser humano normalmente constituido.
Ahora bien: cuando ese ser humano es un periodista o un director de cine o televisión, sabe muy bien que el pan de sus hijos, o cuando menos su futuro nivel de vida, depende de que consiga sustituir esa repugnancia por “comprensión” hacia los “aspectos positivos”. Hace falta ser muy valiente para decidirse a aplicar los calificativos adecuados, renunciando con ello a los puestos en los grandes periódicos, a la cadena de bombos mutuos, a los sueldos opíparos, a los “sobres” discretos. En cambio, cuando se trata de cualquier acción antidivorcio, antiaborto, antipornografía, lo rentable es silenciar, minimizar, ridiculizar mientras sea posible, y, cuando no, hablar de vandalismo o de demencia. Desde luego, de “comprender”, nada. La “extrema derecha” no tiene “aspectos positivos”.
El gran motivo de que el capitalismo internacional manipulador de la gran prensa favorezca al feminismo y otros movimientos disolventes, compañeros de ruta de[l] marxismo y sus auxiliares eficaces, no es fácil de entender a primera vista. Pero el hecho es patente e indiscutible.
Hace ya años –desde mucho antes de la muerte de Franco y de la apostasía oficial– está siendo masivamente financiada en España una campaña de coacción moral encaminada a crear en el español medio un complejo de culpabilidad que le impida pensar como piensa y sentir como siente, que le empuje a renegar de su estilo de vida, de su modo de ser espontáneo.
Y donde esta presión se ejerce con mayor fuerza es en lo referente a la familia.
Un ejemplo, que es más que una anécdota: cuando Carrillo habló en TVE la víspera de las elecciones, se presentó con los modales untuosos de un cura de corbata –“¡Y luego dirán que es un asesino! ¡Si es más bueno que Marco!”– y con todo tipo de precauciones verbales, incluso de rotundas falsedades tranquilizadoras, como la de prometer “ayuda a la pequeña y mediana empresa”, propósito directamente incompatible con la doctrina de su partido. Sólo al final se destapó y dejó a un lado los eufemismos: fue cuando propugnó el divorcio y el aborto como derechos de la mujer. No cabe duda de que lo hizo para ganarse los votos de cierto tipo de mujeres y para terminar su actuación con un impacto de contraste. Pero, si eligió “ese” impacto precisamente, fue porque el marxismo ha decidido orientar sus campañas más inmediatas y directas a la disolución de la familia “a través de las mujeres”.
Cuidado, pues, con el feminismo. Es uno de los frentes en que la revolución está atacando con mayor ímpetu. Y con mayor eficacia.
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