Fuente: El Pensamiento Navarro, 6 de Octubre de 1977, página 3.
CONCRETEMOS EL FEMINISMO
Por CLARA SAN MIGUEL
“¡Pobres mujeres! ¡Qué desgraciadas son! Sin embargo, ellas aman a Dios en número mucho mayor que los hombres y durante la pasión de Nuestro Señor las mujeres tuvieron más valor que los hombres, pues desafiaron los insultos de los soldados y se atrevieron a enjugar la faz adorable de Jesús. Tal vez permite el Señor que el desprecio sea su patrimonio en la tierra porque fue el que Él escogió para sí mismo. En el cielo sabrá demostrar claramente que sus pensamientos no son como los de los hombres, porque entonces las últimas serán las primeras”.
He aquí un singular feminismo. No se parece, ciertamente, al que ahora vocea por las calles y pide a gritos el divorcio y el aborto. Pero es un feminismo, al fin y al cabo, ya que protesta de la injusticia con que el mundo trata a las mujeres. Incluso defiende su superioridad sobre los hombres en el aspecto más importante, el que da la medida más verdadera de un ser humano: el amor de Dios.
¿Quién es, pues, esta feminista, a la que evidentemente no aceptarían en sus filas ni el MLF francés, ni el Women´s Lib norteamericano, ni los flamantes Colectivos Feministas españoles? Es una mujer que no se limitó a hablar, sino que respaldó sus dichos con hechos que resplandecieron en la tierra y en el cielo: Santa Teresa de Lisieux.
Empiezo mi artículo con esta cita porque me interesa aclarar mi opinión acerca del feminismo. Si estoy contra él, no es porque niegue que las mujeres han sido tratadas muy injustamente por la sociedad durante buena parte de la historia, y concretamente en los dos últimos siglos. Ni tampoco desconozco la licitud y la necesidad de luchar por deshacer prejuicios y leyes anticristianos que han asfixiado a nuestro sexo. Mis razones para estar contra el feminismo son otras y voy a tratar de exponerlas.
Si el comunismo tuviera como objetivo defender el bienestar de cada obrero, su justo salario y adecuado descanso, merecería el apoyo de todos los buenos cristianos.
Pero el comunismo no es eso, como todos sabemos.
Si el feminismo tuviera como objetivo asegurar a la mujer dentro de la sociedad la dignidad a que tiene derecho como ser humano creado por Dios y redimido por Cristo, merecería el apoyo de todos los buenos cristianos, mujeres y hombres.
Pero el feminismo no es eso.
Por supuesto, el feminismo es un fenómeno muy complejo; no ha nacido, como el marxismo, de las doctrinas de unos determinados señores expresadas en unos cuantos libros que cualquiera puede leer. Por eso es más difícil definirlo y, por consiguiente, argumentar teóricamente contra él. Hay que recurrir a observar los hechos, a estudiar las realidades prácticas en que ese fenómeno se va concretando. Lo cual no es otra cosa que aplicar el divino test: “Por sus frutos los conoceréis”.
Y entonces nos encontramos con que en el feminismo organizado existen varios niveles, aparentemente diferenciados entre sí.
La posición extrema es la de algunas ramas de los Women´s Lib americanos, cuyas líderes se jactan de su lesbianismo –que consideran un deber de lealtad hacia su propio sexo–, y que pretenden eliminar a todos los hombres o reducirlos cuando menos al papel de zánganos en la colmena. Monstruoso, demencial, grotesco. Pero real. En Europa esta manera de pensar tiene ramificaciones aisladas. En USA representa un movimiento de cierta influencia, al menos publicitaria.
Hay quienes creen que, por su mismo carácter absurdo e inaplicable, este tipo de feminismo no es peligroso y que incluso sirve para poner en ridículo a todo el movimiento. Pero los optimistas que así piensan se equivocan. Aunque es verdad que tales perversiones producen reacciones saludables, en el conjunto del ambiente la existencia de un ejemplo-límite, jaleado de un modo o de otro por la publicidad, tiene la consecuencia funesta de que cualquier actitud menos insensata aparezca como normal y plausible.
Y esto nos lleva al nivel intermedio del feminismo. Es el formado por la mayoría de las organizaciones feministas como son, en España, el Frente de Liberación de la Mujer, Asociación Democrática de la Mujer, Mujeres Separadas, etc. Aquí ya no se habla de exterminar a los hombres, y la homosexualidad es sólo un derecho y no un deber de las mujeres. Por supuesto, se exige el divorcio, cuando no el amor libre, y se propugna que los anticonceptivos y el aborto sean facilitados por la Seguridad Social sin ninguna clase de limitaciones. Naturalmente, la crianza y educación de los niños se plantea a base de jardines de infancia e internados estatales.
En el tercer nivel, el más moderado, tenemos en España, por ejemplo, a la Organización de Mujeres Independientes. Su presidenta, Carmen Llorca, se declara partidaria “por supuesto” del divorcio. El aborto le parece más discutible; pero, puesto que de hecho se practica, valdría más legalizarlo.
Pero la actitud “moderada” está representada sobre todo por una opinión más o menos nebulosa y cada vez más extendida entre las mujeres españolas: “El aborto, no, desde luego; pero los anticonceptivos…”. “El amor libre, ni hablar; pero el divorcio cuando hay un motivo serio…”. “Esas feministas exageran, pero hay que reconocer que en el fondo…”.
Moderadas o avanzadas, todas las feministas vienen a coincidir en una misma idea-base: hay que destruir la institución familiar patriarcal que oprime a las mujeres. El trabajo doméstico –incluida, por supuesto, la crianza y educación de los hijos– tendrán que realizarlo servicios colectivos, y no las mujeres.
Es posible que muchas feministas de las moderadas se escandalicen de este planteamiento; pero si reflexionan tendrán que reconocer que sus reivindicaciones no pueden tener otro desenlace: si las mujeres tienen que trabajar en iguales condiciones que los hombres, con salario idéntico e idénticas probabilidades de ascenso no cabe duda de que tendrán que liberarse del inmenso estorbo que representa la crianza y educación de los hijos, precisamente durante los años centrales de la vida en los que normalmente queda decidido el porvenir profesional.
Decir que tiene que desaparecer la familia patriarcal significa en realidad la desaparición de toda familia, puesto que lo único que subsiste es la pareja unida ocasionalmente y separada a voluntad.
Por eso tienen tan poca importancia esas discusiones que a veces surgen entre las feministas sobre si las mujeres deben o no colaborar con los hombres en la lucha de clases. Las más apasionadas líderes acusan a los partidos revolucionarios de ser tan machistas como los conservadores; pero eso es lo de menos: la verdadera colaboración del feminismo con la revolución consiste precisamente en la destrucción de la familia, única base legítima de la sociedad y única barrera eficaz contra el socialismo totalitario.
Ésta es la razón por la cual las mujeres cristianas no podemos colaborar con ninguno de estos grados del feminismo, ni aun con los más moderados, porque no es cuestión de más o de menos, sino de orientación general.
La verdadera reivindicación femenina debería consistir en una defensa a ultranza del papel de la familia dentro de la sociedad y del papel de la mujer dentro de la familia. Y el derecho que tenemos que reclamar no es el de poder abandonar nuestros deberes específicos, sino el de poder cumplirlos con plenitud y con el orgullo de realizar una misión reconocida por todos como superior en dignidad y trascendencia a la gran mayoría de las actividades masculinas.
Pero esto queda, no sólo lejos sino en dirección diametralmente opuesta a la que lleva el feminismo actual.
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