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Tema: Feminismo (Clara San Miguel)

  1. #1
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Feminismo (Clara San Miguel)

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 2 de Octubre de 1977, página 4.



    FEMINISMO


    Por Clara SAN MIGUEL


    Hasta hace muy poco, en España apenas había feministas de verdad y la palabra feminismo se decía siempre en tono de broma. Ahora existen ya numerosas asociaciones feministas que se toman a sí mismas muy en serio y algunas de ellas están homologadas internacionalmente. Tienen muy pocas asociadas; muy pocas, pero ruidosas, agresivas y portadoras de pancartas.

    Sin embargo, todo esto no explica la beligerancia que se da al tema del feminismo en la prensa española. No se puede abrir un periódico o una revista sin encontrarse con artículos, reportajes y entrevistas dedicadas al tema de la “liberación de la mujer”. Cierto número de actrices y cantantes se declaran apasionadas feministas y como pruebas de su profunda convicción alegan que tienen un hijo natural o que se han desnudado para una película pornográfica. Y, por supuesto, estas actrices son las más profusamente retratadas y entrevistadas.

    Ante el tema del feminismo –como ante todos los que se refieren al orden social y a la familia– caben dos posiciones fundamentales: la tradicionalista y la progresista. Pero la única que nos encontramos al paso, la que resulta imposible de esquivar, es la progresista. La postura tradicional cristiana hay que buscarla en un par de periódicos de modesta tirada, en hojitas enviadas por correo, en revistas sostenidas heroicamente por aportaciones particulares. La gran prensa, la radio, la televisión, necesitan dinero, mucho dinero. Y el dinero, hoy día, está con el progresismo.

    Si preguntamos a los periodistas, nos dirán que ellos expresan la opinión de la mayoría del pueblo; pero eso no es verdad. La gran prensa no expresa lo que el pueblo piensa, sino que pretende enseñar al pueblo lo que debe pensar. Los llamados “órganos de expresión” deberían llamarse “órganos de inoculación”.

    El feminismo es una buena muestra de esta realidad. La importancia numérica de las feministas en España apenas justificaría que se les dedicaran unas líneas de cuando en cuando y, espontáneamente, la reacción general sería negativa, pues las monstruosidades que propugnan los “Women´s Lib”, M.L.F. y similares inspiran repulsión y temor a cualquier ser humano normalmente constituido.

    Ahora bien: cuando ese ser humano es un periodista o un director de cine o televisión, sabe muy bien que el pan de sus hijos, o cuando menos su futuro nivel de vida, depende de que consiga sustituir esa repugnancia por “comprensión” hacia los “aspectos positivos”. Hace falta ser muy valiente para decidirse a aplicar los calificativos adecuados, renunciando con ello a los puestos en los grandes periódicos, a la cadena de bombos mutuos, a los sueldos opíparos, a los “sobres” discretos. En cambio, cuando se trata de cualquier acción antidivorcio, antiaborto, antipornografía, lo rentable es silenciar, minimizar, ridiculizar mientras sea posible, y, cuando no, hablar de vandalismo o de demencia. Desde luego, de “comprender”, nada. La “extrema derecha” no tiene “aspectos positivos”.

    El gran motivo de que el capitalismo internacional manipulador de la gran prensa favorezca al feminismo y otros movimientos disolventes, compañeros de ruta de[l] marxismo y sus auxiliares eficaces, no es fácil de entender a primera vista. Pero el hecho es patente e indiscutible.

    Hace ya años –desde mucho antes de la muerte de Franco y de la apostasía oficial– está siendo masivamente financiada en España una campaña de coacción moral encaminada a crear en el español medio un complejo de culpabilidad que le impida pensar como piensa y sentir como siente, que le empuje a renegar de su estilo de vida, de su modo de ser espontáneo.

    Y donde esta presión se ejerce con mayor fuerza es en lo referente a la familia.

    Un ejemplo, que es más que una anécdota: cuando Carrillo habló en TVE la víspera de las elecciones, se presentó con los modales untuosos de un cura de corbata –“¡Y luego dirán que es un asesino! ¡Si es más bueno que Marco!”– y con todo tipo de precauciones verbales, incluso de rotundas falsedades tranquilizadoras, como la de prometer “ayuda a la pequeña y mediana empresa”, propósito directamente incompatible con la doctrina de su partido. Sólo al final se destapó y dejó a un lado los eufemismos: fue cuando propugnó el divorcio y el aborto como derechos de la mujer. No cabe duda de que lo hizo para ganarse los votos de cierto tipo de mujeres y para terminar su actuación con un impacto de contraste. Pero, si eligió “ese” impacto precisamente, fue porque el marxismo ha decidido orientar sus campañas más inmediatas y directas a la disolución de la familia “a través de las mujeres”.

    Cuidado, pues, con el feminismo. Es uno de los frentes en que la revolución está atacando con mayor ímpetu. Y con mayor eficacia.
    Pious dio el Víctor.

  2. #2
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Feminismo (Clara San Miguel)

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 4 de Octubre de 1977, página 3.



    MACHISMO


    Por CLARA SAN MIGUEL


    Hojeando una revista en la peluquería me tropecé casualmente con un artículo antifeminista. Como es tan raro encontrar ideas contrarias al progresismo en una revista de gran circulación, mi primer impulso en estos casos es siempre de solidaridad: ¡Por fin alguien que tiene un criterio independiente y que se niega a balar con los borregos!

    En este caso, sin embargo, mi solidaridad duró poco. El artículo a que me refiero me desagradó profundamente. Su argumentación me pareció tan inadmisible como para convertir en feminista por reacción a cualquiera que lo leyese.

    No diré el nombre del autor, porque es un hombre que suele denunciar con acierto y decisión las estupideces y mentiras de nuestra democrática coyuntura. Pero sí citaré sus frases, porque representan una actitud que no es sólo suya, sino compartida por muchos conservadores.


    “(…) las pretensiones del Women´s Lib están constituidas por la libertad de hacer uso del sexo a slip quitado y no tener ni que atarse a la crianza de unos hijos. Pero esto no es la conducta de un ser humano: es una conducta propiamente varonil. El varón disfruta de varios lechos… (…) Trabajar como el hombre, fornicar como el hombre (…)”.


    No me gusta la palabra machismo por la utilización subversiva que hacen de ella las feministas; pero creo que puede aplicarse con toda propiedad a una argumentación como ésta, inaceptable desde todos los puntos de vista.

    En primer lugar, es inmoral. La ley de Dios prohíbe la fornicación y el adulterio lo mismo a los hombres que a las mujeres, y la conducta que nuestro autor califica de “varonil” es una conducta pecaminosa y abusiva. Una mala conducta, por cierto demasiado extendida y que tiene sin duda su parte de culpa en la rebelión de las mujeres. Merece ciertamente el nombre de machismo pues es correlativa al feminismo y en esencia se identifica con él: uno y otro consisten en querer disfrutar los placeres del sexo sin aceptar sus limitaciones y responsabilidades por la ley de Dios.

    Desde el punto de vista práctico, el machismo es también un grave error; olvida que la dominación materialista basada en los hechos fisiológicos del sexo ha dejado de ser eficaz desde que se inventaron los anticonceptivos y se perfeccionaron las técnicas abortivas. Ante los argumentos arriba citados una feminista podría responder que el hacerse abortar es una conducta propiamente femenina. ¡Y a ver quién lo niega! Y en cuanto a “variedad de lechos”, existe una profesión femenina “la más vieja del mundo”, que se deja muy atrás a toda la raza de los tenorios y casanovas; sólo que las mujeres no nos sentimos orgullosas de ella ni la presentamos como paradigma de nuestra conducta.

    En todo caso, ya no surten efecto en nuestro tiempo esos adjetivos basados en una clasificación de hábitos y reacciones en viriles o femeninos. Actualmente sabemos que es muy difícil discriminar lo que en ellos se debe a la naturaleza y lo que se debe a la historia. Las feministas usan y abusan de las pruebas científicas de que muchas de las diferenciaciones sexuales aceptadas en la civilización occidental son resultado de una larga costumbre. Si a una mujer de hoy le dicen que no debe tomar un amante ni divorciarse de su marido “porque es conducta poco femenina”, la carcajada la estoy oyendo desde aquí.

    La sociedad liberal del siglo pasado y de la primera mitad de éste exageró la diferenciación entre hombres y mujeres y agravó como nunca en la historia la sanción social contra los pecados sexuales de las mujeres. ¿Por qué? Porque tenía miedo. Porque se tenía miedo. Porque se daba cuenta de que al eliminar a la ley de Dios como fundamento de las leyes humanas, había quitado al orden social su única motivación sólida. Los hombres se daban cuenta de que sus mujeres ya no tenían verdadero motivo para estarles sujetas y serles fieles cuando esto representara un sacrificio. Por eso procuraron por todos los medios conservar vivos los hábitos mentales cuyas raíces ellos mismos habían extirpado.

    En el aspecto familiar, el mundo occidental ha vivido hasta hace poco tiempo de un sentido del honor que no le pertenecía, sino que era un resto de la concepción cristiana de la vida. Pero quitada la causa, más pronto o más tarde desaparecen los efectos. Todos estos restos decapitados del orden familiar cristiano –autoridad paterna, fidelidad de la esposa, virginidad prematrimonial de las mujeres– están perdiendo rápidamente su vigencia.

    Esto es en sí mismo un mal, porque todo lo que sea dar facilidades al vicio es un peligro para los débiles, que también son hijos de Dios. Pero tiene también su parte buena y es que nos obliga a una elección tajante. Ya no es útil decir que las virtudes cristianas son convenientes, o más elegantes, o que a la larga proporcionan una vida más feliz.

    Todas éstas, que son verdades, son sólo verdades a medias y no bastan para contrarrestar el poder corruptor del ambiente. Ahora se está haciendo evidente el dilema que los liberales se han negado a ver durante mucho tiempo.

    O Dios y sus leyes como base de la familia y de la sociedad, o el “Mundo Feliz” de Aldous Huxley, es decir, desaparición total de la familia, promiscuidad sexual, y la procreación y educación dirigidas despóticamente por el Estado.

    No hay otra alternativa. Y los que pretenden conservar privilegios sin aceptar responsabilidades, los que quieren mantener sólo aquellos aspectos del orden social que les resulta cómodos, sin basarlos en las leyes de Dios ni someterse por su parte a ellas, están condenados a un ridículo muy útil para la propaganda revolucionaria.
    Pious dio el Víctor.

  3. #3
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    Re: Feminismo (Clara San Miguel)

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Fuente: El Pensamiento Navarro, 6 de Octubre de 1977, página 3.



    CONCRETEMOS EL FEMINISMO


    Por CLARA SAN MIGUEL



    “¡Pobres mujeres! ¡Qué desgraciadas son! Sin embargo, ellas aman a Dios en número mucho mayor que los hombres y durante la pasión de Nuestro Señor las mujeres tuvieron más valor que los hombres, pues desafiaron los insultos de los soldados y se atrevieron a enjugar la faz adorable de Jesús. Tal vez permite el Señor que el desprecio sea su patrimonio en la tierra porque fue el que Él escogió para sí mismo. En el cielo sabrá demostrar claramente que sus pensamientos no son como los de los hombres, porque entonces las últimas serán las primeras”.


    He aquí un singular feminismo. No se parece, ciertamente, al que ahora vocea por las calles y pide a gritos el divorcio y el aborto. Pero es un feminismo, al fin y al cabo, ya que protesta de la injusticia con que el mundo trata a las mujeres. Incluso defiende su superioridad sobre los hombres en el aspecto más importante, el que da la medida más verdadera de un ser humano: el amor de Dios.

    ¿Quién es, pues, esta feminista, a la que evidentemente no aceptarían en sus filas ni el MLF francés, ni el Women´s Lib norteamericano, ni los flamantes Colectivos Feministas españoles? Es una mujer que no se limitó a hablar, sino que respaldó sus dichos con hechos que resplandecieron en la tierra y en el cielo: Santa Teresa de Lisieux.

    Empiezo mi artículo con esta cita porque me interesa aclarar mi opinión acerca del feminismo. Si estoy contra él, no es porque niegue que las mujeres han sido tratadas muy injustamente por la sociedad durante buena parte de la historia, y concretamente en los dos últimos siglos. Ni tampoco desconozco la licitud y la necesidad de luchar por deshacer prejuicios y leyes anticristianos que han asfixiado a nuestro sexo. Mis razones para estar contra el feminismo son otras y voy a tratar de exponerlas.

    Si el comunismo tuviera como objetivo defender el bienestar de cada obrero, su justo salario y adecuado descanso, merecería el apoyo de todos los buenos cristianos.

    Pero el comunismo no es eso, como todos sabemos.

    Si el feminismo tuviera como objetivo asegurar a la mujer dentro de la sociedad la dignidad a que tiene derecho como ser humano creado por Dios y redimido por Cristo, merecería el apoyo de todos los buenos cristianos, mujeres y hombres.

    Pero el feminismo no es eso.

    Por supuesto, el feminismo es un fenómeno muy complejo; no ha nacido, como el marxismo, de las doctrinas de unos determinados señores expresadas en unos cuantos libros que cualquiera puede leer. Por eso es más difícil definirlo y, por consiguiente, argumentar teóricamente contra él. Hay que recurrir a observar los hechos, a estudiar las realidades prácticas en que ese fenómeno se va concretando. Lo cual no es otra cosa que aplicar el divino test: “Por sus frutos los conoceréis”.

    Y entonces nos encontramos con que en el feminismo organizado existen varios niveles, aparentemente diferenciados entre sí.

    La posición extrema es la de algunas ramas de los Women´s Lib americanos, cuyas líderes se jactan de su lesbianismo –que consideran un deber de lealtad hacia su propio sexo–, y que pretenden eliminar a todos los hombres o reducirlos cuando menos al papel de zánganos en la colmena. Monstruoso, demencial, grotesco. Pero real. En Europa esta manera de pensar tiene ramificaciones aisladas. En USA representa un movimiento de cierta influencia, al menos publicitaria.

    Hay quienes creen que, por su mismo carácter absurdo e inaplicable, este tipo de feminismo no es peligroso y que incluso sirve para poner en ridículo a todo el movimiento. Pero los optimistas que así piensan se equivocan. Aunque es verdad que tales perversiones producen reacciones saludables, en el conjunto del ambiente la existencia de un ejemplo-límite, jaleado de un modo o de otro por la publicidad, tiene la consecuencia funesta de que cualquier actitud menos insensata aparezca como normal y plausible.

    Y esto nos lleva al nivel intermedio del feminismo. Es el formado por la mayoría de las organizaciones feministas como son, en España, el Frente de Liberación de la Mujer, Asociación Democrática de la Mujer, Mujeres Separadas, etc. Aquí ya no se habla de exterminar a los hombres, y la homosexualidad es sólo un derecho y no un deber de las mujeres. Por supuesto, se exige el divorcio, cuando no el amor libre, y se propugna que los anticonceptivos y el aborto sean facilitados por la Seguridad Social sin ninguna clase de limitaciones. Naturalmente, la crianza y educación de los niños se plantea a base de jardines de infancia e internados estatales.

    En el tercer nivel, el más moderado, tenemos en España, por ejemplo, a la Organización de Mujeres Independientes. Su presidenta, Carmen Llorca, se declara partidaria “por supuesto” del divorcio. El aborto le parece más discutible; pero, puesto que de hecho se practica, valdría más legalizarlo.

    Pero la actitud “moderada” está representada sobre todo por una opinión más o menos nebulosa y cada vez más extendida entre las mujeres españolas: “El aborto, no, desde luego; pero los anticonceptivos…”. “El amor libre, ni hablar; pero el divorcio cuando hay un motivo serio…”. “Esas feministas exageran, pero hay que reconocer que en el fondo…”.

    Moderadas o avanzadas, todas las feministas vienen a coincidir en una misma idea-base: hay que destruir la institución familiar patriarcal que oprime a las mujeres. El trabajo doméstico –incluida, por supuesto, la crianza y educación de los hijos– tendrán que realizarlo servicios colectivos, y no las mujeres.

    Es posible que muchas feministas de las moderadas se escandalicen de este planteamiento; pero si reflexionan tendrán que reconocer que sus reivindicaciones no pueden tener otro desenlace: si las mujeres tienen que trabajar en iguales condiciones que los hombres, con salario idéntico e idénticas probabilidades de ascenso no cabe duda de que tendrán que liberarse del inmenso estorbo que representa la crianza y educación de los hijos, precisamente durante los años centrales de la vida en los que normalmente queda decidido el porvenir profesional.

    Decir que tiene que desaparecer la familia patriarcal significa en realidad la desaparición de toda familia, puesto que lo único que subsiste es la pareja unida ocasionalmente y separada a voluntad.

    Por eso tienen tan poca importancia esas discusiones que a veces surgen entre las feministas sobre si las mujeres deben o no colaborar con los hombres en la lucha de clases. Las más apasionadas líderes acusan a los partidos revolucionarios de ser tan machistas como los conservadores; pero eso es lo de menos: la verdadera colaboración del feminismo con la revolución consiste precisamente en la destrucción de la familia, única base legítima de la sociedad y única barrera eficaz contra el socialismo totalitario.

    Ésta es la razón por la cual las mujeres cristianas no podemos colaborar con ninguno de estos grados del feminismo, ni aun con los más moderados, porque no es cuestión de más o de menos, sino de orientación general.

    La verdadera reivindicación femenina debería consistir en una defensa a ultranza del papel de la familia dentro de la sociedad y del papel de la mujer dentro de la familia. Y el derecho que tenemos que reclamar no es el de poder abandonar nuestros deberes específicos, sino el de poder cumplirlos con plenitud y con el orgullo de realizar una misión reconocida por todos como superior en dignidad y trascendencia a la gran mayoría de las actividades masculinas.

    Pero esto queda, no sólo lejos sino en dirección diametralmente opuesta a la que lleva el feminismo actual.
    Pious dio el Víctor.

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