Fuente: Informaciones, 22 de Abril de 1955, página 3.
UNA VISITA A MAURRAS
Por Alberto de Mestas
En reciente artículo publicado en este mismo diario, Santiago Galindo, al evocar los merecimientos del carlismo, recordaba frases de Maurras, condensación mínima de su pensamiento político: «Un César con fueros». La doctrina de la monarquía tradicional es, en definitiva, en sus principios esenciales, la misma en todos los países que antaño formaron la cristiandad europea. Bien poco, o nada, se diferencia la doctrina del carlismo de la de los legitimistas franceses que siguieron al conde de Chambord; o de la doctrina de los legitimistas portugueses, seguidores antaño de don Miguel y hoy de su nieto don Duarte Nuño, cuyos principios adoptaron los integralistas y hoy inspiran en gran parte la obra de Oliveira Salazar. Y haciendo un estudio de cuáles fueron los principios doctrinales de los jacobitas ingleses, los partidarios de los vencidos Estuardos, comparándolos con los de los legitimistas continentales, hallaríamos también no pocas analogías.
Por eso ponderaba Maurras la internacional de los reyes, única que consideraba posible. A su juicio sólo ellos, por su educación especializada, por sus parentescos internacionales y por ser la historia de Europa la de sus propias familias, estaban en condiciones de conocer el viejo continente y sus problemas, «como un burgués conoce su ciudad»; y conociendo uno y otros, sólo ellos podrían buscar las soluciones armónicas y perdurables.
Por eso quizá no es muy exacto mi buen amigo Galindo cuando dice que Maurras importó del carlismo la doctrina que, más tarde, otros monárquicos españoles, a su vez, importaron de Maurras para fundamentar la suya. No se trata de importaciones, ni de copias, sino de coincidencias. Coincidencia en lo fundamental de una doctrina, siempre de actualidad y siempre perenne. Trazando la genealogía intelectual de los grandes pensadores del carlismo, y de los legitimismos francés y portugués, llegaríamos, indudablemente, a un mismo tronco. Se trata, en lo esencial, de una herencia común.
Pero dejando a un lado esta precisión del pensamiento de Galindo, que estoy seguro coincidirá conmigo en lo antes expuesto, recordaré ahora un ya viejo episodio de mi vida que su artículo evocó: mi entrevista con Maurras en octubre de 1931.
Conocía yo sus obras desde dos años antes, gracias a mi fraternal amistad con su gran admirador Eugenio Vegas; y prestados por éste había leído muchos de sus libros, cuya doctrina monárquica habíamos comentado juntos en interminables paseos por las costas y playas de El Sardinero.
Proclamada la República me alisté en el carlismo. No mucho después, el 1 [sic] de octubre, moría repentinamente en París el duque de Madrid, don Jaime de Borbón. Y los círculos y juntas tradicionalistas se dispusieron a enviar representantes al entierro y a los funerales que iban a tener lugar en la capital francesa. Y a mí me tocó ir formando parte de la representación santanderina, asistiendo a los funerales que en Saint Philippe du Roule organizaron los legitimistas franceses.
No quise perder la ocasión que me brindaba la estancia en París para conocer personalmente al gran defensor de la institución monárquica, y con la osadía de los pocos años me dirigí a la casa donde tenía su sede el batallador diario «L´Action Française».
La recepción no pudo ser más efusiva y cordial para quien sólo pudo alegar que era un tradicionalista español, de paso en París con motivo de la muerte de don Jaime. Menudo, ágil, Maurras se levantó gentilmente y me hizo sentar frente a él, al otro lado de su gran mesa de trabajo, repleta de libros, papeles y periódicos.
Comenzó disculpándose por haberme hecho esperar, a lo cual repliqué que más bien él debería perdonarme el interrumpir su labor, sin título alguno que alegar para poder ser recibido sin previa solicitud de audiencia:
– Es bastante el que sea usted carlista –me dijo.
Fui dándole luego la información que me pidió sobre la actitud y las actividades del carlismo frente a la República, y Maurras escuchó con atención, haciéndome repetir algunas frases que su torpeza de oído le habían impedido comprender. Cuando hubo terminado de preguntarme lo que deseaba saber, me dijo que todo ello tenía para él extraordinario interés, ya que, a su juicio, el carlismo era «el partido monárquico más puro de Europa», el de doctrina más rica y más precisa.
Añadió que la frase «un César con fueros» (condensación de su doctrina recordada por Galindo) se inspiraba en el carlismo, del cual le entusiasmaba también la frase «un rey neto».
– «Un rey neto» –comentó– que vele por las libertades individuales, las regionales y las corporativas, como antaño en mi patria velaba «le roi des républiques françaises».
Los fervorosos elogios de Maurras me enorgullecían como español y como neófito del carlismo. Maurras amaba sinceramente a España, encuadrando su afecto en la idea, para él tan cara, de la unión de los países de raigambre latina. Conocedor y admirador del pasado glorioso de España, entusiasmado por las noticias de un reflorecimiento del carlismo, Maurras me expuso al terminar la visita sus temores al futuro de nuestra patria, presa nuevamente de un régimen republicano, de contenido y de forma externa tan opuestos a nuestras tradiciones.
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