Entrevista al arabista Serafín Fanjul publicada en el periódico «ABC» el 25/I/2018.

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El libro de historia que triunfa estos momentos en Francia es obra de un prestigioso arabista español, habla de la presencia musulmana en España y es políticamente (muy) incorrecto. Al-Andalus, l’invention d’un mythe, de Serafín Fanjul (Madrid, 1945), reúne en un volumen dos ensayos de este académico: Al-Andalus contra España. La forja del mito y La quimera de al-Andalus (ambos publicados por Siglo XXI), que desmitifican ese paraíso multicultural vendido por la historiografía romántica que permeó los manuales escolares y los discursos políticos y que, en realidad, no fue muy distinto a cualquier territorio islámico medieval.

«El éxito del libro en Francia se explica porque el Islám se ha convertido en un problema acuciante allí», comenta. «Al-Andalus es uno de los pretextos que se utilizan para presentar como benéfica la llegada de musulmanes a Europa. Pero lo que pretenden sus líderes no es integrarse, sino un estatus especial, que es lo que había en Al-Andalus. No una convivencia exquisita. Eran comunidades que vivían opuestas y no se ponían de acuerdo salvo en asuntos económicos y administrativos. Cristianos y judíos estaban sometidos por una casta despótica y no tenían valor jurídico. No me parece un modelo aceptable en una Europa de igualdad de derechos y obligaciones».

—Generaciones de españoles se han educado en la creencia de un al-Andalus culto, refinado y tolerante.

Es una construcción que comienza a finales del XVIII, si bien en Francia, un par de siglos antes, ya se había desarrollado la imagen literaria del noble moro. España contribuye a esta idealización rayana en la novela pastoril. Eso fue muy dañino, aunque hay autores, como Lope de Vega, Góngora y Quevedo, que no participan de este entusiasmo. En muchas obras de Lope los musulmanes salen escaldados, lo cual no me parece justo, porque suponía la persecución a una minoría. Si aplicamos un criterio moral a los episodios históricos la verdad es que no se salva nadie. Francia, como decía, empieza a edulcorar, pero cuando la cosa estalla es a partir de Herder, Goethe y otros autores del romanticismo alemán que surge en torno a 1770. Herder habla de «árabes ennoblecidos que iluminan la cultura europea». Después los viajeros ingleses, franceses y americanos del siglo XIX inventan la imagen de charanga y pandereta, pero ni había flamencas y toreros paseando por las calles ni dábamos garrote vil a quien nos parecía. Chateaubriand e Irving insisten en un al-Andalus maravilloso, donde todo el mundo se entretenía componiendo versos y las lavanderas seducían a los califas. A esa idea se sumaron los arabistas que querían contrarrestar la animadversión popular a los musulmanes por la Guerra de África de 1859, y no digamos por la Guerra del Rif del primer tercio del siglo XX.

—¿Tenía color político esa hostilidad?

En contra de lo que se cree, la izquierda española ha sido muy antiárabe (sobre todo antimarroquí) hasta hace cuatro días. Eran los moros de las guerras de África, pero sobre todo de la Guerra Civil. Hay documentos del Partido Comunista muy despreciativos, algo que no era extraño en el resto de Europa. Ahora los tiernos talibanes a la violeta (que, por cierto, no han pasado más de diez días seguidos en un país árabe) quieren entregar la mezquita de Córdoba a la comunidad musulmana.

—¿Existía un concepto de nación en al-Andalus?

El concepto de nación es muy posterior, del siglo XVIII y relacionado con la Revolución Francesa, y el de nación española se debe a los liberales que la oponían a la monarquía absoluta. Lo que había era un estado basado en el predominio cultural y religioso de la casta árabe. Y tensiones muy fuertes y luchas por el poder. Los bereberes, por ejemplo, cobran mucha importancia con Almazor. Esa división resultó ser una debilidad que favoreció la Reconquista.

—No me diga que andalusíes como Abderramán III o Averroes no representan un florecimiento cultural.

La cultura andalusí es muy importante, pero se ha exagerado. Al-Andalus es un fenómeno histórico que dura casi ocho siglos y no podemos verlo de manera homogénea. Las tribus árabes que entran en la península en 711 tienen un bajo nivel, y los bereberes ni siquiera están islamizados, se apuntan a una conquista de rapiña. El error es pensar que estos tipos son iguales que los poetas sevillanos del siglo XI. Cuando empieza el declive político y militar se ve una base cultural más sólida. Al-Andalus era un país árabe de religión musulmana, y así lo ven los árabes y tienen razón. La mistificación de Américo Castro y de ciertos escritores como Blas Infante, ideólogo de la nación andaluza, no tiene sentido. Como no hay una burguesía nacionalista al estilo catalán ni una lengua propia hay que buscarse un origen mítico en la historia.

—¿Existe una identidad hispana anterior a los Reyes Católicos?

Me adjudican que soy seguidor de Sánchez Albornoz y no lo soy en este punto. Él se agarra a un espíritu hispano que viene casi de la cueva de Altamira y se mantiene a lo largo de los siglos. Para «salvar» al-Andalus dice que sus habitantes eran españoles. Pues no. Ni Séneca ni Trajano lo eran. Eran romanos nacidos en la península Ibérica. Cuando la noción de España aparece a finales del siglo IX es más geográfica que identitaria.

—Hay una moda española de no sentirnos españoles. ¿Falta un relato que no sea de autoflagelación?

No falta, pero es necesario difundirlo. Hay historiadores que han producido estudios serios que no son conocidos por el gran público. Títulos como Imperiofobia y leyenda negra, de Elvira Roca Barea, deberían ser de lectura obligatoria para los alumnos de Secundaria y para los políticos. Aunque me molesta el concepto de «defensa de España» de Stanley Payne. ¿Nos tenemos que defender? ¿Por qué? No podemos reescribir la historia, pero sí entenderla.

Serafín Fanjul: «Al-Andalus no es un modelo aceptable hoy para Europa»