Fuente: El Pensamiento Navarro, 9 de Agosto de 1979, página 2.


Ortega y Gasset y la europeización

(“New York Times” dijo la verdad)


Este artículo fue escrito en 1956 con ocasión del fallecimiento de Ortega Gasset y de un comentario del «New York Times». Escrito a la sazón para el diario «El Alcázar» fue vetado por la censura oficial. No era entonces fácil perforar aquel muro de triunfalismo y de estolidez. Pensamos que exhumarlo ahora, a los veinticuatro años de escrito, resultará curioso para algunos y revelador para muchos. Ya entonces adular al enemigo se consideraba necesario, y hacer su crítica, como inconveniente y prohibido. ¡Cómo se repiten las situaciones en la Historia!



En uno de sus recientes editoriales, el “New York Times” emite algunos juicios sobre Ortega y Gasset, con motivo de su muerte, que nos parecen muy justos y oportunos: «La muerte de José Ortega y Gasset –dice– traerá a todos el recuerdo de la revolución republicana española, la guerra civil y el gran conflicto intelectual del siglo, que España tiene todavía que resolver. ¿Tiene Europa que terminar en los Pirineos, o formará parte España de Europa algún día? Ésa fue la gran batalla a la que Ortega y Gasset dedicó su vida, como campeón de la europeización. Aun cuando demasiado joven para ser inscrito en ella, Ortega fue uno de los cuatro grandes intelectuales de la “Generación del 98”… Con alguna justificación fue llamado el filósofo de la II República… Pero Ortega y Gasset –concluye el editorial– fracasó en el sentido de que España se encuentra todavía fuera de Europa; pero vendrán otros tiempos…».

Juicio muy exacto el de la significación de Ortega y Gasset, porque esta figura fue la culminación del movimiento “europeizador” y laicista, que empezó en los enciclopedistas y afrancesados del siglo XVIII, se prolongó a través de la Institución Libre de Enseñanza y de la llamada Generación del 98, y encontró su más inteligente expresión en la Revista de Occidente, que es la obra de Ortega y Gasset. Juicio acertado también el del fracaso, al menos en vida, de su obra: nuestra sociedad, en efecto, no se ha acogido a la indiferente coexistencia de opiniones y de credos sobre un fondo religiosamente neutro o “laico”, que es lo que caracteriza a la Europa moderna. Antes al contrario, ha vivido en su seno una serie de luchas político-religiosas encaminadas a mantener nuestra existencia nacional como comunidad católica –confesional– de conciencia; y culminadas hace veinte años en una rebelión nacional contra el intento de imponer políticamente la laicización, lucha que –a lo que creemos– terminó con la victoria de los enemigos de la secularización.

Al editorial que comentamos ha contestado el Embajador español en Washington con una carta cuyos juicios –contradictorios entre sí– no compartimos, dicho sea con todo respeto para su autor. Dice por un lado –apoyándose sin duda en la Geografía de F.T.D.– que España sí pertenece a Europa y que un periodista no debe ignorarlo. Dice, por otro lado, que no es nuevo lo de que “África empieza en los Pirineos” y que tenemos a mucha honra ser africanos. Termina afirmando que nadie puede considerar como un fracaso la obra de Ortega y Gasset, dado su brillante estilo por todos elogiado.

Por nuestra parte, tendríamos bastante que objetar a ese honroso africanismo, pero nuestra discrepancia no es aquí geográfica ni racial. El concepto de “europeo” que emplea el “New York Times” no se opone a africano, sino a lo que los europeos llaman “medievalismo cristiano”. Después de las guerras de Religión y del agotamiento español en ellas, el Occidente dejó de ser la Cristiandad, es decir, un medio religiosamente homogéneo, con creencias, valores y autoridades comunes, para convertirse en la Europa de hoy, esto es, un medio secularizado, laico, en el que conviven grupos y confesiones que no aspiran a presidir la coexistencia general ni a prevalecer sobre las demás.

Nuestra patria, en cambio, se mantuvo en unidad religiosa como una comunidad de fe y de sentimientos por todos compartidos, al menos hasta los primeros intentos “ilustrados” de mediados del XVIII. Desde entonces aparece entre nosotros un movimiento europeizador que sugiere, en mil formas sucesivas, que nuestro pueblo abandone su interna estructura y unidad comunitaria –religiosa–, y se incorpore a la Europa laica y esteticista que nació de la paz de Westfalia.

¿Tendrá razón, en fin, el editorialista del “New York Times” al esperar un futuro en el que España forme parte de esa Europa? Como cristiano y como español, nunca lo he deseado. Debo reconocer, sin embargo, que nos hallamos ante el síntoma más grave que puede esperanzar a los laicistas y europeizadores. Ha sido precisamente con ocasión de la muerte del más ilustre de los laicistas y europeizadores, Ortega y Gasset. Su enterramiento en sagrado, contra la expresa voluntad de toda su vida en ningún momento rectificada, el pleito homenaje de cuantos dicen representar a la España que venció en nuestra Cruzada de Liberación, la resaca de irreligiosidad que tales hechos hayan podido alimentar, no son síntomas demasiado halagüeños para la fe que no hace mucho tiempo se sublevó contra la República de Ortega y Gasset. Pero cuando la siembra haya dado sus frutos –que serán de anarquía y de disgregación–, ¿dónde hallaremos a los píos responsables?


Rafael Gambra