Fuente: Boletín Fal Conde, Febrero 1988, páginas 2 – 3.
LAS COSAS CLARAS Y EL CHOCOLATE…
Nos sentimos obligados, por su carta de petición, a publicar el artículo de nuestro querido correligionario Sr. Ibáñez Quintana en el Boletín de Enero y a contestarle también públicamente para dejar, hoy, con serenidad, una vez más, las cosas muy claras, pues, como tantas veces hemos reiterado, el Círculo Fal Conde y su Boletín fue creado para “defender la Doctrina Tradicional de la Iglesia y las Españas”.
No estábamos adscritos antes, cuando pedíamos, defendíamos y se consiguió la Unidad del Carlismo, a ninguno de los grupos existentes, y ahora seguimos aplicando esta postura, nuestra razón de ser, defendiendo estas Doctrinas de nuestros Estatutos por todos los medios legales posibles, sin compromisos con nadie. Sólo nos comprometemos ante Dios y ante el Pueblo Carlista, y éste decidirá si nos acepta o no con la ortodoxia doctrinal que defendemos.
Además, querido amigo, es imprescindible en los momentos actuales de “reorganización” que el Pueblo Carlista –sí, con mayúscula, porque ya lo dijo D. Carlos al referirse proféticamente a fallos dinásticos– necesita saber de qué va la ortodoxia doctrinal y cómo se aplica la doctrina y (con toda modestia) somos la única publicación regularmente periódica y puntual que les informa sobre ello, y lo hacemos por obligación, deber y respeto a nuestro Gran Pueblo.
Y es obligado referirse a alguno de tus párrafos, y, sintiéndolo, discrepar de la mayoría de ellos.
No creemos que sea “evolución natural” el seguir adscrito “a una escisión adoptada por los antepasados”, pues se es Carlista por Doctrina y por aplicación de ella en la vida familiar, social, económica y comunitaria, por convencimiento de que el Carlismo es la única solución natural de los problemas de las Españas; todo lo demás es, por lo menos, mal minorismo; algo así como la “progresía” actual de que la fornicación no es pecado si existe el amor, o la de que las Sagradas Formas que están depositadas en el Sagrario son “latas de mala conserva”. No, Dios está allí aunque pasen siglos. La Tradición Carlista es igual –permítase el símil–, no se puede transformar, transfundir o trastocarse, aunque se precise ponerla al día.
Nadie, por el Boletín o a su través, se ha separado o escindido; nos hemos “soportado” y aguantado, y de ello salió la luz alguna vez, pero sin pretender jamás –ni insinuarlo siquiera– echar a nadie del Carlismo. ¿Quién puede echar a quién de ser Carlista? A lo más se han criticado posturas doctrinales o de actuaciones circunstanciales que nos han parecido poco ortodoxas.
Tampoco hemos creído, creemos, ni creeremos jamás, que las posibilidades de la actual sociedad española sean limitadas; y si nos lo parecieran así, nuestra obligación sería cambiar, con la ayuda de Dios, estas posibilidades que innatamente lleva en sí el pueblo español, y que el liberalismo ha y está procurando invertir y cambiar desde Fernando VII a nuestros días.
Tu ejemplo del “arquitecto” es poco afortunado porque, además de que el Carlismo no se aprende en una “escuela”, ya que es un modo de ser, vivir y gobernarse naturalmente, la escuela Carlista es la Ley que Dios nos dio y la que nos sigue dando a través de Pedro; son nuestros Fueros; y, como servidor de estas dos premisas, el Rey Legítimo de sangre y ejercicio; y con esta “escuela” no caben límites de “terreno, materiales y recursos económicos” que lo posibiliten. Es, a fin de cuentas, todo lo contrario del Liberalismo y el Marxismo.
Nuestro Boletín no es alumno brillante ni arquitecto; sólo pretende “construir” por la “ciencia y el arte” del Carlismo. Desde que nació esta “hojita” (como la tituló una relevante personalidad carlista que por su edad no supo calibrar su necesidad y sacrificios) sólo pretende el bien común de las Españas a través de la ley natural, la Ley de Dios y la representatividad orgánica que hace al pueblo “todos juntos más que Vos”; y lo pretende hacer sin protagonismos personales, sin pedir a nadie más que colaboraciones doctrinales y sin olvidar jamás que NO se pueden “dejar de aplicar determinados principios”, sean las circunstancias que fuesen, ni “prescindir de los cánones de la estética”, pues peligraría “la estabilidad de la obra” y lo que saldría sería un mamotreto de cemento –como tantos edificios actuales–. No sólo hay que ser honrado, querido Carlos, hay que parecerlo; y al que es Carlista nadie puede echarlo, pues se es, no por un carnet, una ficha o una disciplina, sino por un modo de estar, creer y actuar en la vida.
Los Carlistas que hemos sufrido las persecuciones, el acoso y, a veces, el derribo de propios y extraños, no podemos silenciar en nuestra prensa, aunque sea un Boletín, las “extrañezas” doctrinales, y no estamos para ser la voz de nadie, sea quien sea, pues si al Rey se le limita su mandato y poder, a todos los demás también se les puede decir, se les debe decir, y exponer, libremente y por escrito en un Boletín, la opinión que se tenga, siempre que no atente al honor, la moral, la Fe, o la integridad nacional; y esa opinión debe conocerla el pueblo carlista, a quien nadie le cuenta nada o se lo explica por ningún medio de forma regular y periódica, y porque como, además, hasta hoy no está representado por nadie con mandato imperativo, no sabe nada de nada, –sólo, si tiene medios y salud para viajar, los discursos de los 6 ó 10 actos carlistas anuales–.
NO SOMOS POLÍTICOS, amigo Ibáñez, aunque por culpa del liberalismo que padecemos tengamos que actuar como “partido”, y quizá esto nos está intoxicando políticamente la sangre y el pensar Carlista; quizá esto sea la causa de que a este Director se le pida “seguir la disciplina íntegra y aceptar sus directrices”. ¡Cuidado, amigos, con las cosas de Dios y España no se juega! ¡El Carlismo no es un Partido Único indiscutible e incriticable!
Sigamos el ejemplo de D. Manuel Fal Conde y de Antonio Molle en sus entregas totales, de martirios cruentos e incruentos como los de ellos, que dieron sus vidas, su familia y su hacienda por Dios, España y el Rey. No fueron políticos, sabían lo que tenían que hacer, por qué tenían que hacerlo, y para qué lo hicieron. Ya gozan de Dios; pidámosles que algún día, con igual entereza y claridad de ideas, podamos gozarnos nosotros de ÉL también.
Un abrazo del Director del Boletín
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