«Reformas mentales» por Juan Manuel de Prada para el periódico «ABC» publicado el 23/VI/2018.
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Me han parecido muy penosas unas declaraciones de la ministra de Justicia, Dolores Delgado, en las que, inquirida por el discutible auto que ha concedido la libertad provisional a los bicharracos de la Manada, afirmaba, refiriéndose a los jueces, que hacen falta “reformas mentales” y “desarrollo de una perspectiva de género”.
Tenía razón Aldous Huxley cuando, después de leer "1984", la novela distópica de George Orwell, escribía a su autor ponderando las virtudes literarias de la obra… y juzgando que su visión del futuro era completamente errónea. Orwell había imaginado un porvenir dominado por los totalitarismos añejos; Huxley, mucho más clarividente, consideraba que las nuevas formas de totalitarismo se dedicarían a moldear las conciencias (o, como diría la ministra de Justicia con sintagma más burdo, a “reformar las mentes”). En realidad, Huxley no hacía sino repetir con otras palabras lo que mucho antes ya había anticipado el clarividente Tocqueville en La democracia en América: «Los tiranos habían materializado la violencia; pero las repúblicas democráticas de nuestros días la han hecho tan intelectual como la voluntad humana que quieren reducir. El despotismo, para llegar al alma, golpeaba vigorosamente el cuerpo; y el alma, escapando a sus golpes, se elevaba gloriosa por encima de él. Pero en las repúblicas democráticas la tiranía deja el cuerpo y va derecha al alma. El amo ya no dice: “Pensad como yo o moriréis”, sino: “Sois libres de no pensar como yo. Vuestra vida, vuestros bienes, todo lo conservaréis, pero a partir de ese día seréis un extraño entre nosotros. (…). Os dejo la vida, pero la que os dejo es peor que la muerte”».
La imposición de lo que Marcuse llamaba una “dimensión única de pensamiento” es el objetivo primordial de este nuevo totalitarismo que se impone bajo máscara democrática. Se ha conseguido que las masas cretinizadas se adhieran a todos los postulados de la ideología triunfante, mediante la creación inducida de una “opinión pública” que condena al disidente a una vida peor que la muerte. Se ha conseguido que los medios de adoctrinamiento de masas colaboren con entusiasmo en esta operación de ingeniería social, según aquella monstruosa observación de Rousseau: «Corregid las opiniones de los hombres y sus costumbres se depurarán por sí mismas». Pero cuando ya parecía que el proceso de ingeniería social estaba culminado, aparecen estos fastidiosos jueces, empeñados en aplicar las leyes con criterios que se resisten a las “reformas mentales” y a las “perspectivas de género” convertidas en dogma de fe.
Estamos asistiendo a un calculado enardecimiento de las masas que los ingenieros sociales utilizan para poder convertir a los jueces en jenízaros de la ideología oficial. Resulta, en verdad, pasmoso que se pueda afirmar impunemente que los jueces necesitan “reformas mentales”. Resulta aberrante que a la justicia, a la que siempre pintaron con una venda en los ojos, se le exija “perspectiva de género”. Y resulta, en fin, sobrecogedor que quienes ahora impulsan esta ingeniería social sean los mismos que previamente aplaudieron todas las degeneraciones morales, quienes favorecieron que la sexualidad se entregase al naturalismo instintivo, quienes exaltaron la concupiscencia y bendijeron la pornografía y declararon abolidas todas las virtudes domésticas. Pero es lógico que hayan obrado así: pues para alcanzar ese nihilismo de la razón que permite a los ingenieros sociales reformar las mentes es preciso antes humillar las almas. Como nos enseña Huxley en "Un mundo feliz", si quieres moldear la conciencia de la gente, primero tienes que garantizarle su ración de "soma" embrutecedor.
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