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Tema: Discusión sobre la coalición electoral coyuntural Unión Nacional (El Imparcial, 1979)

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  1. #1
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    Re: Discusión sobre la coalición electoral coyuntural Unión Nacional (El Imparcial, 1

    APÉNDICE 2

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 16 de Enero de 1979, página 1.


    El gran deber


    Todos, absolutamente todos los españoles no marxistas, tenemos el ineludible deber de unir nuestros esfuerzos para que, el próximo día 1 de marzo, no salga de las urnas el triunfo del marxismo. Aun cuando algunos líderes de los partidos de los que se conoce por «derechas» hacen a veces declaraciones contradictorias, es innegable que en el ánimo de todos late la imperiosa necesidad de que hay que modificar la Constitución, al menos en los puntos que trata de las nacionalidades, el divorcio, el aborto, la enseñanza y la economía. Puntos que son claves para la unidad de España, la institución familiar y la economía de libre mercado. Todos conocemos, asimismo, que, con el triunfo marxista, estos puntos claves corren, cuando menos, un gravísimo riesgo de romperse.

    Por otro lado, es innegable que para detener esas funestas consecuencias a que nos pueden llevar esos puntos de la Constitución, la UCD no es válida, pues esos puntos figuran como figuran en el articulado de la misma por el consenso a que ellos han llegado con la izquierda, cuando podían haber tenido mayoría total pactando con otros grupos contrarios a la redacción que se ha dado a esos artículos.

    No es ningún eufemismo comparar la situación de la España actual, aunque el enemigo no sea el mismo, con la que padecía cuando hizo que el Alcalde de Móstoles pronunciara: «España está en peligro, corramos a salvarla».

    Señores Fraga, Areilza, Osorio, Silva, Jáudenes, Fernández de la Mora, Sáenz-Díez, Fernández Cuesta, Girón y Piñar: tienen ustedes el sagrado compromiso de unir sus esfuerzos, dejando partidismos, ambiciones y personalismos, para salvar a España. Si así lo hacéis, que Dios os lo premie, y si no, que lo demande a los que sean culpables.



    GUILLERMO DE PADURA Y VIZMANOS

  2. #2
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    Re: Discusión sobre la coalición electoral coyuntural Unión Nacional (El Imparcial, 1

    APÉNDICE 3

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 17 de Enero de 1979, página 6.


    ÚLTIMA HORA

    La total unión de la derecha nacional

    NO SE CONSIGUIÓ


    MADRID, 16.– Los partidos integrantes de la coalición Derecha Democrática Española y los de las denominadas Fuerzas Nacionales no concurrirán en coalición a las próximas elecciones generales.

    Poco antes de la medianoche [1], todas estas fuerzas políticas se han presentado agrupadas en dos coaliciones distintas: Derecha Democrática Española, por un lado, y Unión Nacional, por otro.

    Unión Nacional aglutina a los siguientes partidos: Fuerza Nueva, Falange Española de las JONS, Círculos Doctrinales «José Antonio», Comunión Tradicionalista, Agrupación de Juventudes Tradicionalistas y Confederación Nacional de Combatientes.

    Integran la coalición Derecha Democrática Española: Acción Democrática Española, Unión Nacional Española, Centro Popular, Federación de Partidos Conservadores, Partido Nacional Independiente, Unión Demócrata Cristiana y el Partido Conservador, que, precisamente esta tarde, se ha integrado en esta coalición.

    En Derecha Democrática Española también estaba integrada Unión Regional Andaluza, que dirige Luis Jáudenes. Sin embargo, según explicó a «Efe» el propio señor Jáudenes, cerca de la medianoche de hoy, tras las reuniones mantenidas a lo largo del día y de la noche de hoy, él y su partido decidieron retirarse de ambas coaliciones y no concurrir a las próximas elecciones generales (Efe).




    [1]
    A las doce de la noche del día 16 de Enero de 1979, terminaba el plazo para la presentación de partidos y coaliciones políticas ante la Junta Electoral.

  3. #3
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    Re: Discusión sobre la coalición electoral coyuntural Unión Nacional (El Imparcial, 1

    APÉNDICE 4

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 18 de Enero de 1979, página 4.


    Elecciones generales

    Definitivamente

    “Derecha Democrática” no participará en las elecciones


    MADRID, 17.– La comisión coordinaría de Derecha Democrática Española, en el curso de una reunión, ha acordado esta noche que esta coalición no participe en las próximas elecciones.

    En un comunicado, facilitado poco antes de las doce de la noche, se dice que «la comisión coordinadora de Derecha Democrática Española ha acordado que, no habiendo logrado algún género de entendimiento entre las diferentes coaliciones de la derecha, a fin de no aumentar la división ya existente, no participará en las elecciones generales, y afirma su propósito de integración política para el futuro».

    Integran Derecha Democrática Española: A.D.E. (Federico Silva Muñoz), U.N.E. (Gonzalo Fernández de la Mora), Centro Popular (Juan Pérez de Alhama), Federación de Partidos Conservadores (Mariano Lamamié), Partido Nacional Independiente (Artemio Benavente), Partido Conservador (Antonio Méndez) y la Unión Demócrata Cristiana (Jesús Barros de Lis).

    Hasta medianoche de ayer, también formaba parte de esta coalición U.R.A. (Luis Jáudenes), cuya formación política, ante la falta de acuerdo con Unión Nacional, decidió causar baja en Derecha Democrática Española. – (Efe).

  4. #4
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    Re: Discusión sobre la coalición electoral coyuntural Unión Nacional (El Imparcial, 1

    APÉNDICE 5

    Fuente: El Alcázar, 19 de Enero de 1979, página 5.


    Comunicado de Unión Nacional

    NUEVO LLAMAMIENTO A LA UNIDAD

    La coalición mantiene el mismo programa que aceptó Derecha Democrática Española


    La coalición electoral Unión Nacional hizo público anoche un comunicado en el que se exponen las razones por la que no se llegó a un entendimiento con Derecha Democrática Española, e incluye los siete puntos que configuran el programa de la coalición.


    Un grupo numeroso de hombres pertenecientes a agrupaciones políticas de clara significación nacional, nos propusimos ofrecer a millones de españoles una coalición electoral que, por una parte, recogiera la reiterada e inequívoca demanda de unidad, y, de otra, capitalizase el voto que en el último referéndum rechazó explícita o implícitamente el texto constitucional.

    Este propósito sincero nos aconsejó posponer opiniones personales o diferencias surgidas en el pasado, ante el supremo interés de España, así como a aceptar un programa mínimo que hicieron suyo las «Fuerzas Nacionales» y «Derecha Democrática Española», y que Blas Piñar expuso y comentó en su discurso del pasado día 14, en el Cine Europa.

    «Alianza Popular» y el grupo del «pacto de Aravaca», del que forma parte un sector de la social-democracia, rechazó toda posibilidad de entendimiento con «Unión Nacional», a través de varias notas despectivas de Prensa y del artículo del señor Fraga Iribarne, «La Derecha posible», publicado en ABC el martes, día 16, en el que se marcaba una línea divisoria e infranqueable [1].

    Ante la imposibilidad de entendimiento con el «grupo de Aravaca», con el que «Derecha Democrática Española» ha mantenido conversaciones a nivel oficial, y más numerosas que con las «Fuerzas Nacionales», como indicó el señor Silva en su discurso del día 15 en el Meliá-Castilla, tanto el señor Silva como los representantes de las asociaciones integradas en su coalición, decidieron, a punto de cerrarse el plazo previsto en el calendario electoral, no ratificar por escrito el convenio por el que se creaba «Unión Nacional».

    Ante esta actitud, que lamentamos y que no puede imputarse a los grupos que hoy integran «Unión Nacional», toda vez que el llamamiento a la unidad hecho por el señor Silva fue acogido por ellos inmediatamente, y rechazado por el «grupo de Aravaca», reiteramos ese mismo llamamiento de unidad, ya que el centro-izquierda, coaligado con la social-democracia, que hoy representa la «Coalición Democrática» de don Manuel Fraga Iribarne, no puede de ningún modo ser calificada de derecha o identificarse con quienes se presentaron a las elecciones de junio de 1977 como «Alianza Popular».

    Este llamamiento a la unidad lo hacemos a todos los españoles que comprenden a qué extremos de autodestrucción ha conducido la política del «consenso» y de los pactos de la Moncloa, y ello con independencia de los partidos a que pertenezcan o de su falta de adscripción política concreta. Todos ellos pueden tomar contacto, desde ahora mismo, para cubrir las amplias exigencias de la campaña electoral y de las elecciones propiamente dichas, con las delegaciones de los grupos políticos que integran «Unión Nacional».

    Nuestro programa –el mismo que aceptó «Derecha Democrática Española»– sigue siendo el siguiente:

    1.– La unidad no negociable de España y la solidaridad de sus regiones.

    2.– La recuperación y mantenimiento de la paz y del orden público, con erradicación del terrorismo a través de la Ley y de la justicia, como base de la autoridad.

    3.– La inspiración católica de las leyes civiles dentro del principio de independencia y mutuo respeto de los poderes civil y eclesiástico. Y, de forma expresa, en cuanto hace referencia a la defensa y vigorización de la familia, la libertad para la educación cristiana de los hijos y la defensa del derecho a la vida.

    4.– La consecución de la justicia social a través del entendimiento y solidaridad de los distintos sectores de la comunidad, con rechazo del principio de la lucha de clases.

    5.– La recuperación y afianzamiento de la seguridad económica, laboral y del pleno empleo, como objetivo de bienestar y estabilidad política.

    6.– La lucha contra la corrupción política, administrativa y económica en todas sus manifestaciones.

    7.– La reforma constitucional en función de los principios enumerados.


    Comisiones ejecutivas

    La coalición Unión Nacional ha formado seis comisiones ejecutivas de cara a estructurar eficazmente su trabajo ante las próximas elecciones generales. Estas comisiones son: Planeamiento general y candidaturas, Organización y mecánica electoral, Propaganda, Financiación, Relaciones Públicas y Prensa.

    La comisión de Prensa está integrada por Borja Igartua, de la Comunión Tradicionalista; Alberto Martínez Eguilaz, de Círculos Doctrinales José Antonio; Luis Fernández Villamea, de Fuerza Nueva; y Antonio Gibello, de Falange Española de las JONS.

    Aunque la Confederación Nacional de Combatientes no está inscrita como partido, presta su plena colaboración a esta coalición, y es muy probable, según se manifestó en la comisión de Prensa, que un miembro de la Confederación se incorpore a dicha comisión.


    Derecha Democrática deja libertad

    Derecha Democrática Española se planteará más adelante, y una vez que estén presentadas las listas de candidatos de los partidos y coaliciones, el dar una opinión de voto a sus hipotéticos electores, según manifestó un portavoz de esta formación política.

    Las mismas fuentes han señalado que, en la reunión del miércoles, Derecha Democrática Española se limitó a dejar clara su postura de que, al no poder conseguirse un entendimiento entre todas las fuerzas de la derecha, como era el propósito de esta coalición y como fue pedido por los presentes en el acto de presentación pública de DDE el pasado día 15, la coalición acordó no presentarse a las elecciones para evitar mayor división en los votos de la derecha.

    Por otra parte, Antonio Méndez, preguntado si alguno de los miembros que forman Derecha Democrática Española podrían acudir a las elecciones incorporados a otras formaciones ya existentes, manifestó que, en su opinión, eso no ocurrirá. En todo caso –añadió–, si algún partido lo hiciese, será a título particular, y no en el nombre de Derecha Democrática. En este sentido, señaló que es seguro que el Partido Conservador no concurrirá de ninguna forma a las próximas legislativas.




    [1]
    Véase dicho artículo aquí: La derecha posible, Fraga (ABC SEVILLA-17.01.1979).pdf.

  5. #5
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    Re: Discusión sobre la coalición electoral coyuntural Unión Nacional (El Imparcial, 1

    APÉNDICE 6

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 20 de Enero de 1979, página 1.


    Nota de la Comunión Tradicionalista


    Ante la confrontación electoral que apresuradamente se avecina, considera necesario hacer alguna puntualización, sin entrar, por el momento, en el enjuiciamiento político que, a la luz de su irrenunciable ideología, sea procedente.

    Mantiene su independencia y no compromete el legado histórico que ha recogido a lo largo del tiempo. Esto no impide que establezca alianzas electorales con quienes comparten preocupaciones coincidentes en la defensa de la libertad y la dignidad de la persona humana. Propugna la unidad de acción en la defensa de estos valores, sin descalificación de personas o grupos, por lo que a todos invita a que, deponiendo personales intereses o conveniencias, sepan unirse al servicio de España, en esa rica variedad que, a lo largo de su Historia, ha forjado como unidad nacional, sobre la base de la unidad de fe, que no se impone coactivamente pero se proclama con la profunda convicción de servir así mejor al pueblo español.

    Madrid, 19 de enero de 1979.



    GUILLERMO DE PADURA

    (Secretario General)

  6. #6
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    Re: Discusión sobre la coalición electoral coyuntural Unión Nacional (El Imparcial, 1

    APÉNDICE 7

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 21 de Enero de 1979, página 1.


    Ante la imposibilidad de una total unión de la derecha

    La Comunión Tradicionalista se retira de las elecciones


    No habiendo llegado a ser realidad la gran coalición electoral de la llamada derecha española, la Comunión Tradicionalista ha tratado de reconstruirla bajo la forma de alianzas electorales.

    Agotadas, sin éxito, todas las gestiones realizadas en este sentido, la Comunión Tradicionalista, puesta exclusivamente la vista en el bien de España, entiende que el mejor servicio que en estas circunstancias puede prestar es retirarse de la lucha electoral.

    La Historia juzgará en su día a quiénes corresponde la responsabilidad de lo ocurrido y de lo que pueda suceder.

    Madrid, 20 de enero de 1979.



    JUAN SÁENZ-DÍEZ

    Jefe-Delegado

  7. #7
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    Re: Discusión sobre la coalición electoral coyuntural Unión Nacional (El Imparcial, 1

    APÉNDICE 8

    Fuente: El Alcázar, 29 de Enero de 1979, página 7.


    Comunicado de su presidente, don Juan Sáenz Díez

    «Los carlistas deben apoyar a los candidatos de Unión Nacional»

    ■ «La Comunión Tradicionalista continúa fiel al compromiso firmado con las otras Fuerzas Nacionales»


    El presidente de la Comunión Tradicionalista Carlista ha hecho público un comunicado en el que aclara la postura del grupo de cara a las próximas elecciones generales:

    Con el fin de aclarar todo equívoco que pudiera haberse planteado en cuanto a la situación de la Comunión Tradicionalista Carlista en relación con la coalición de la Unión Nacional, como presidente de ese grupo político, confirmo expresamente que la CTC continúa fiel al compromiso firmado oficialmente en documento público por mí el día 17 de enero del corriente año, y se mantiene, por lo tanto, leal a la palabra empeñada para con las otras Fuerzas Nacionales que componen dicha coalición.

    Así, pues, quiero dejar bien claro que, por fidelidad a ese compromiso, asumido con total convicción, todos los carlistas habrán de votar y ayudar con todas sus fuerzas a los candidatos designados por la Unión Nacional, de la cual somos parte integrante, ya que, el no presentar candidatos en esta lucha electoral, no significa de modo alguno que nos retiremos de esta coalición, única fuerza política con suficiente ideal y mentalización para luchar eficazmente contra el marxismo.

    Una vez más, los carlistas, quienes más que nadie representamos la autenticidad histórica y popular de los caracteres y de los ideales de nuestra España de siempre (por lo cual, no somos ni conservadores ni nostálgicos, pero sí tradicionalistas), seguimos unidos con este frente compuesto por todos los españoles de buena voluntad, en la defensa de nuestra fe en Dios y de nuestro amor a España.

  8. #8
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    Re: Discusión sobre la coalición electoral coyuntural Unión Nacional (El Imparcial, 1

    APÉNDICE 9

    Fuente: El Alcázar, 24 de Enero de 1979, página 10.


    A modo de orientación


    Ha llegado el momento de despertar al pueblo y hacerle reaccionar con premura, alertándole sobre los peligros que nos amenazan. Estamos viviendo momentos decisivos en que los pueblos de los últimos países libres e independientes –es un decir– nos estamos jugando nuestra propia identidad como entidades libres e independientes; el ser o no ser. En España y en el mundo el peligro es cierto, grave e inminente; la situación ha llegado a límites insostenibles; las soluciones brillan por su ausencia… Es el momento de hablar y escribir con toda sinceridad, con la más absoluta claridad y con la mayor firmeza; sin miramientos para nadie, y caiga quien caiga.

    Como el día y la noche, siempre han existido el Bien y el Mal en el mundo; la luz y las tinieblas. Pero hemos entrado en una fría y larga noche polar que no sabemos cuánto durará. El ocaso comenzó con la Revolución Francesa, por la proliferación del Estado Moderno, que ha logrado esclavizar a todos los países del mundo bajo diferentes regímenes políticos de gobierno. Todo el poder político y económico del mundo está en las mismas manos.

    El Estado Moderno es una imposición de derecho positivo, con absoluto desprecio del derecho natural; así obtuvo su «legalidad», pero nunca su legitimidad; siempre será un producto artificial y antinatural. Es un invento del hombre moderno de la Revolución, que quiso tener un Estado a «su» medida; no admite que la autoridad emana de Dios; que la justicia distributiva y la conmutativa han de estar supeditadas a la justicia política –que propugna el bien común–, y, estas tres modalidades de la justicia, inspiradas en la Ley de Dios y al Orden Natural por Él establecido.

    Como consecuencia lógica, el Estado Moderno es dominante, arbitrario y depredador. Convirtió al pueblo en masa humana, y sigue impidiendo su auto-organización, su auto-jerarquización y su desarrollo natural, libre e independiente. No significa esto que también pueda el pueblo actuar con absoluta libertad e independencia, sin dirección alguna, pero el Estado Moderno esgrime este argumento para seguir oponiéndose a que el pueblo adquiera personalidad propia.

    Al prescindir de Dios y del pueblo, el Estado Moderno se libera de todo compromiso; no se siente supeditado a nada ni a nadie; se siente Dios. Cualquier régimen político es aplicable para ocupar la Jefatura del Estado y para gobernar. Es factible acceder al poder, tanto por un sistema natural, como la monarquía hereditaria; un sistema democrático, como el liberalismo electoral; o un sistema revolucionario, como el asalto al poder por la fuerza. Todo vale.

    Tan totalitario y dictatorial será el Estado Moderno bajo un régimen militarista, como bajo otro régimen pluripartidista, bipartidista o de partido único. Todo el mundo coincide en que un régimen militarista –aunque la Jefatura del Estado esté ocupada por un personaje civil, como sucede en Uruguay– y un régimen de partido único –aunque la Jefatura del Estado sea revisable periódicamente, como sucede en Méjico– son siempre dictatoriales y totalitarios. Pero algunos afirman, y muchos les creen, que un régimen bipartidista o pluripartidista, por el simple hecho de estar sometido a una revisión periódica electoral, ya no son ni dictatoriales ni totalitarios.

    El pueblo puede estar esclavizado por un individuo, por un Ejército, por un partido, por distintos partidos y por una clase social burguesa o proletaria. Pero cualquiera de estas «modalidades tiránicas» generan una oligarquía de poder que, más tarde o más temprano, acabará «obedeciendo» a los poderosos del mundo. Sólo Dios y el pueblo podrían evitarlo, y, como Dios no lo remedie, mientras la masa no sea pueblo nada podrá hacer, como no surja un caudillo militar o un líder político capaz de unir y moldear las masas. Pero si luego no permite que el pueblo adquiera su propia personalidad y sus propias responsabilidades, a su muerte le dejará indefenso o desarmado para luchar por sus propios derechos y libertades.

    Como vemos, en un Estado Moderno no existe más posibilidad de lucha contra la ambición y rapiña de las fuerzas internacionales que una reacción nacional o nacionalista, respaldada por la masa popular. Por esta razón, las fuerzas internacionales injurian, atacan, ridiculizan y se empeñan en la destrucción de todo movimiento nacionalista, mientras no cejan en su propósito de infiltrar a sus hombres en la organización, para someterlo a su servicio. Los pocos regímenes nacionalistas que todavía subsisten en el Cono Sur de América –o que tuvieron su origen en un movimiento nacionalista, más o menos real– se encuentran hoy hipotecados, coaccionados y manipulados por estas mismas fuerzas internacionales, que son sus enemigos naturales.

    El sionismo, con la ayuda de sus agentes que militan en las distintas francmasonerías del mundo, es el dueño del mundo y de las fuerzas internacionales: la Banca internacional, las grandes multinacionales, las grandes compañías –de financiación, de inversión, de comercialización, de distribución, de transportes… –, así como de las grandes cadenas de difusión –cine, televisión, radio y Prensa– y las grandes editoriales de libros. En todas partes está instalado y funciona, tanto en el mal llamado mundo libre como en el mundo comunista. Y no hago mención al tercer mundo, porque todos sabemos que están bajo la influencia de uno de los dos mundos anteriores, o de ambos al mismo tiempo.

    Nadie más escarmentados de los movimientos nacionalistas que el sionismo y la masonería, ni más interesados en su desaparición, cosa que acaban siempre por lograr con el enfrentamiento ideológico o la dialéctica de los partidos que ellos financian y manipulan, y los medios económicos y de difusión que controlan y que a ellos les niegan. Como se desprende de todo lo expuesto, ni a España como Nación, ni al pueblo como entidad social, les interesa votar por un partido político de ámbito internacional. Ni de ámbito regional tampoco, porque son focos de desunión nacional al servicio de los mismos fines internacionalistas que obedecen al principio: «divide y vencerás».

    Afirmo que todos los partidos políticos liberales o democráticos, y los socialistas o comunistas, están en el mismo juego, porque todos van al marxismo. El procedimiento que todos ellos emplean para imponerse a los demás es el mismo: el respaldo de una falsa mayoría electoral o revolucionaria. Y, una vez conseguido el poder, los líderes del partido dominante pasan de ser la oposición a integrar el poder del Estado, quedando «representado» el pueblo por otros miembros del mismo partido obligados a la misma disciplina; pero casi la totalidad de esa falsa mayoría que les llevó al poder pasa a ser masa de nuevo.

    Sólo hay ligeras diferencias de forma, entre unos y otros partidos políticos liberaloides y marxistoides. Aun cuando pueden ser tan dictatoriales los partidos liberales, demócratas y socialistas, cuando ocupan el poder, como el comunismo, al estar secundados por su mayoría parlamentaria, lo cierto es que no son tan totalitarios. Para empezar, propugnan la libertad de expresión; el derecho a la huelga; la revisión periódica electoral; y, además, lo aceptan cuando acceden al poder, cosa que no hace el comunismo. Pero, además, comparten el Parlamento –Congreso y Senado– con representantes de otro partido –bipartidismo– o de varios partidos –pluripartidismo–, aunque no lleguen a admitir al resto de las minorías políticas.

    Aquí se esconde la raíz que origina el gran complot judeo-masónico. En lo más recóndito se ocultan las motivaciones primeras que son el origen de nuestros problemas. El Estado Moderno, con un régimen parlamentario, no puede ofrecer al sionismo todas las garantías de perpetuidad que precisan y exigen los «dueños del mundo», para tener la seguridad de no volver a ser expulsados de un país y despojados de sus riquezas. Todavía la masa –el pueblo informe– retiene algunas defensas; se respeta algo la propiedad privada; puede subsistir una libre enseñanza religiosa, con lo que el pueblo puede conservar una esperanza de libertad: «La verdad os hará libres»… Y, sobre todo, pueden hacerse oír los líderes nacionalistas, y poner al descubierto las manipulaciones de las fuerzas internacionales y sus agentes políticos internos. Pueden atraerse una mayoría nacional…

    Esto es lo que obliga a los regímenes de todos los países del mal llamado mundo libre al enfrentamiento con los países de régimen más o menos nacionalista, y a favorecer el desarrollo del comunismo dentro de sus fronteras. Es una imposición aplicada por procedimientos políticos y económicos; una coacción ineludible a que les tienen sometidos los «promotores» –inspiradores, consejeros y financiadores– secretos de todos los partidos políticos internacionales. Que nadie se engañe y piense que los errores de la CIA no tienen nada que ver con los éxitos de la KGB; los temores y claudicaciones, los errores y escándalos, y las inoportunas disposiciones de la supuesta derecha, encajan perfectamente, dentro de un plan internacional, con la acción del terrorismo, la agitación de las masas por medio de los piquetes de acción política, y el «progreso» del marxismo en todo el mundo.



    Felipe LLOPIS DE LA TORRE

  9. #9
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    Re: Discusión sobre la coalición electoral coyuntural Unión Nacional (El Imparcial, 1

    APÉNDICE 10

    Fuente: Iglesia-Mundo, Número 173, 2ª quincena Enero 1979, página 21.


    Orientación electoral (I)

    EL ESTADO MODERNO Y LA MAYORÍA


    El desprestigio del absolutismo a ultranza impuesto por Tudores y Borbones, en vez de aconsejar el retorno al Antiguo Régimen (l´ancien régime) gremialista, perfeccionándolo para que no degenerara en absolutismo de nuevo, provocó la aparición del Estado Moderno. De ello se encargaron los eternos «amasadores de oro» –que tantos beneficios y privilegios lograron con sus préstamos a los reyes absolutistas–, pues necesitaban asegurar un sistema de gobierno que mantuviera al pueblo atado de pies y manos para seguir exprimiéndole. A la vista del poder económico adquirido por ellos, por medio de la Banca internacional y las grandes multinacionales, es evidente que el Estado Moderno les ha permitido seguir adelante con sus ambiciosos proyectos.

    Antes de seguir adelante, conviene dejar sentado que, sin más florituras, el Estado Moderno es un falso Estado democrático que se distingue por estar respaldado, en un principio, por una falsa mayoría indiscriminada, abstracta, social y heterogénea. Puede ser de dos tipos diferentes: de oligarquía cambiable –o parlamentaria de distintos partidos políticos–, y de oligarquía perpetua –o de partido único, y utilizado en las Repúblicas democráticas, como veremos más adelante–. Hay una tercera versión del Estado Moderno, pero no está homologada, porque su misión esencial radica en quitarles las riendas de la mano a los «promotores» de las falsas democracias: me refiero al nacional-socialismo y similares.

    Vistas así las cosas, puede asegurarse que, si no hubiese sido por la falsa democracia, el también falso Estado Moderno –ya que de moderno no tiene nada en la actualidad– no habría podido subsistir hasta nuestros días, como lo confirma la trayectoria histórica. La falsa mayoría de una masa humana fácilmente maleable es lo que ha facilitado la perpetuidad hasta nuestros días del Estado Moderno en cualquiera de sus versiones. El mismo marxismo no hubiera sobrevivido más de treinta años al propio Marx, si no fuera por la aportación de Lenin, que inventó y enseñó una nueva metodología para manipular a una mayoría proletaria con fines revolucionarios en la toma del poder: el leninismo. Sin ello, el marxismo habría desaparecido.

    El Estado Moderno es, para los individuos de un país, como un padre desnaturalizado o un padrastro, ya que los llamados Padres de la Patria sólo buscan su propio provecho y no el de sus hijos. Además, es lógico; por un sistema, unos estarán muy pocos años en el poder, y quieren seguir viviendo bien después; y, por el otro sistema, son los amos absolutos, y pueden hacer lo que quieran. Por esta razón, desde el propio Estado napoleónico –que fue el primer Estado Moderno nacido tras el doloroso parto de la Revolución Francesa–, hasta cualquier Estado comunista, el Estado Moderno necesita de un poder militar sumamente controlado y disciplinado para subsistir, porque la mayoría del país termina siempre por odiarle.

    A este respecto conviene recordar las palabras pronunciadas por el judío socialista –«antes» comunista–, Múgica Herzog, que en el elegante «Club Siglo XXI» ha dicho el pasado 08-01-79: «Las armas sólo podrán utilizarse cuando el Poder Ejecutivo lo ordene». Y más adelante: «Cualquier acto de insubordinación, prevaliéndose del monopolio de las fuerzas, atenta contra el principio mismo de los Ejércitos». Y no hay que olvidar que este buen señor ha sido, hasta hace muy poco, presidente de la Comisión de Defensa. ¡Así, cualquiera…!

    Es evidente que no puede existir un modelo de Estado Moderno si no es dictatorial y tiránico, aun en el supuesto de haber sido respaldado en su iniciación por una inmensa mayoría. A pesar de verse los pueblos convertidos en «masa humana» durante siglos, sin permitirles auto-jerarquizarse o auto-organizarse en cuerpos orgánicos, la mayoría de los individuos se sublevan contra la tiranía. Esto es lo que hizo necesario el «invento» del revisionismo electoral cada cuatro o seis años, para dotarle de un mayor aspecto democrático al tiránico Estado Moderno. Pese a reducir el mandato presidencial a un espacio de tiempo tan limitado, muchos no llegan a cumplir el plazo.

    Aunque el comunismo no acepte este sistema de revisión periódica del electorado, no andan descaminados los países comunistas cuando se autodenominan como Repúblicas Democráticas, porque se apoyaron, para constituirse como Estados, en una falsa mayoría, que es lo que hacen las democracias al uso. Los rebaños o manadas de animales que carecen de «guías» propios, son fácilmente llevados por equivocados caminos, y mucho mejor aún si se les impone falsos líderes o falsos guías que, como cabestros, engañan a sus congéneres encaminándoles hasta el mismo matadero.

    Algo parecido sucede con la masa humana que carece de jefes naturales nombrados por el pueblo. Lo terrible del caso es que la mayoría de la Humanidad está constituida por la juventud y el proletariado, que son también los estamentos sociales menos capacitados y más manejables por los «cabestros» embaucadores de oficio. Pero no podemos seguir hablando, a estas alturas, de una mayoría indiscriminada, porque la mayoría de la Humanidad no puede –o no debería– imponer «su» criterio a las minorías. Aunque existiera en el mundo una mayoría humana, o, incluso, de países sometidos a regímenes tiránicos comunistas, jamás sería justo que impusieran este sistema político de gobierno al resto de los mortales y de los países.

    Cada país –no región–, libre e independiente, tiene derecho a su autodeterminación, pero la justicia a que nos obligan las verdades objetivas nos lleva, además, a «liberar» a esta mayoría de personas y de países «sometidos». El regionalismo se diferencia del separatismo en que el primero lucha por la libertad del país «entero» que está sometido a la tiranía de un Estado Moderno, mientras el segundo trata de separarse y desentenderse egoístamente del problema. Esto es más inadmisible cuando se proponen seguir sometiendo a sus gentes a un régimen similar; pero, en cualquier caso, –dado que toda región necesita de las demás–, toda región está obligada a solidarizarse con los problemas que a todos les son comunes. Y en cuanto a los Estatutos de Autonomía, no son otra cosa que simples desplazamientos por delegación del régimen centralista y dictatorial.

    Eso de la mayoría está muy bien; pero la mayoría, ¿de quién y de quiénes? La verdad objetiva no puede estar supeditada a la opinión de una mayoría numérica, porque entonces todos tendríamos que convertirnos al budismo. Ni siquiera la opinión de un cuerpo social puede estar supeditada a la opinión de la mayoría numérica de uno de sus estamentos. La opinión política del gremio de la construcción no puede depender de la opinión de los albañiles, aunque éstos sean una mayoría numérica absoluta. Hay que conocer la opinión de cada parcela que integra este gremio: empresariado, técnicos y trabajadores manuales. Así, nunca podrá haber empate. Eso en cuanto a la opinión política, porque, con vistas a la dirección o administración de un gremio o de una simple empresa, sólo la directiva tiene reconocida capacidad.

    En cada parcela social es donde puede y debe establecerse el sistema «un hombre, un voto» para elegir al representante –jefe natural– y para conocer la opinión mayoritaria de todos los miembros en toda materia discutible. Desde abajo a arriba, y a nivel local, provincial, regional y nacional, podrá conocerse la opinión de los distintos cuerpos sociales en las Cortes. Por separado y no indiscriminadamente, porque cada órgano del cuerpo común de la nación tiene su función propia, y lo que es bueno para los nervios puede ser fatal para el hígado. Y no hay razón alguna para pensar que los albañiles siempre tienen razón; ni tampoco la juventud.

    Toda encuesta, plebiscito o sufragio debe respetar el «medio» en que se vaya a efectuar, según sea un medio homogéneo o heterogéneo; en un cuerpo homogéneo, la consulta ha de tener una respuesta por mayoría numérica; en un cuerpo heterogéneo, la respuesta ha de ser homogénea, y, para ello, es necesario encontrarla operando con los resultados «parciales» habidos de los distintos cuerpos homogéneos que lo integran. El resultado final también será por mayoría numérica, como en un cuerpo homogéneo; la respuesta será cualitativa y cuantitativa, y no sólo cuantitativa.

    La mayoría no es de derechas, ni de izquierdas, y tampoco de un hipotético centro, cuando está responsabilizada y tiene que responder ante una «determinación» propia. Pero esto sólo cabe en una sociedad con personalidad y propia entidad, porque la mayoría de una sociedad responsable busca la verdad, la justicia y lo bien hecho –y no siempre por simple conveniencia–, debido a una tendencia natural en el hombre –instinto de superación–, y, más aún, cuando va a ser conocida y reconocida su buena disposición.

    Tampoco la justicia está a la derecha, a la izquierda o en el centro. En la balanza de la justicia, el «fiel» no debe vencerse a la derecha ni a la izquierda, sino permanecer en el centro, pero en el centro no existe ningún «platillo». No hay en el centro nada que sume o reste valor a las cosas; nada que le conceda o le quite la razón a una causa. Por esto, el «centro» no vale nada; es como un cero a la izquierda, en cualquier caso. Y la UCD todavía vale menos, porque el «cero» o el círculo está partido en dos pedazos [1].

    El verdadero centro del Universo es Dios –teocentrismo–, que será quien efectúe todas las «pesadas» en el momento preciso, y Él tiene reservado un lugar a Su derecha para los corderos, y otro a la izquierda para los «cabritos»; por algo será. En este mundo sólo los Tribunales de Justicia que inspiren su justicia en la Ley de Dios, pueden utilizar con justicia esa balanza –como un anticipo del Juicio Final–; los demás pesan y miden a ojo, y así les va. Los partidos políticos son los que aceptan como algo respetable y siempre discutible cuanto indiscutiblemente es vergonzoso; y, al mismo tiempo, someten a discusión las verdades indiscutibles sin el menor respeto, poniendo a nivel de calle lo que pusieron a nivel de calle los enemigos de Dios y de la Patria, los enemigos de la Justicia.

    Los Estados Modernos necesitaban de los partidos políticos; pero los partidos políticos no hubieran sido posibles sin el «habitat» enrarecido, originado por el régimen dictatorial del Estado Moderno, que debilitó la sociedad. El Estado Moderno necesitaba a los partidos para «entretener» a una masa informe, sin contenido ni objetivos. Desde entonces, amparándose en una falsa mayoría, los dirigentes de los partidos ocupan los lugares que antes correspondían a los jefes naturales del pueblo, y, más aún, pueden llegar a ostentar el poder que le corresponde al jefe del Estado. Así ha llegado a imponerse el Estado Moderno, respaldado en una mayoría relativa y siempre impopular; ha quedado «legalizado» un Estado partidista y dictatorial.

    En la segunda parte de este artículo, añadiré a estos argumentos otros ajenos de mucho más valor que los míos. Confío dejar bien demostrado que es el tradicionalismo el único partido político que no es «partidista», porque propugna un régimen político con unas Cortes –o Parlamento– donde los representantes del pueblo auténtico serían elegidos por los distintos cuerpos sociales; serían representantes sociales de los distintos intereses políticos y económicos, y no sólo unos representantes políticos de una masa incontrolada. También al Estado le estarían reservadas sus funciones propias y específicas responsabilidades frente al pueblo, con el respeto debido a sus derechos y libertades. Pero de estas cosas trataremos en la próxima ocasión.



    FELIPE LLOPIS DE LA TORRE




    [1]
    Alusión al logotipo de la UCD.

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    Re: Discusión sobre la coalición electoral coyuntural Unión Nacional (El Imparcial, 1

    APÉNDICE 11

    Fuente: Iglesia-Mundo, Número 174, 2ª quincena Febrero 1979, página 21.


    Orientación electoral (y II)

    EL ESTADO MODERNO Y LA MAYORÍA


    Es posible que muchos de cuantos leyeran la primera parte de este artículo pudieran pensar que mis amargas críticas al Estado Moderno, o Estado Nuevo, y a la falsa mayoría democrática, sólo son una pequeña muestra del furioso antagonismo secular que existe en España entre carlistas y liberales, y que tienen su origen en un pleito dinástico. Nada más lejos de la verdad, y nada más fácil que demostrarlo. Bastará con reproducir aquí mismo, en esta segunda parte, algunas de las afirmaciones hechas en una conferencia pronunciada en el Congreso de Laussane, en 1970, por el profesor belga de la Universidad de Lieja, Marcel de Corte, con el título «El Estado y el dinamismo de la economía» [1], y que fue incluida en su libro «Humanismo económico», editado por FORUM. Nadie podrá decir que el conocido profesor sea todo un carlista español, porque hasta es posible que ni siquiera haya oído hablar en su vida del carlismo.

    En cualquier caso, se trata de un científico extranjero que analiza estos mismos problemas desde un prisma diferente y sin ese apasionamiento característico de los españoles. Tampoco creo que su vecindad fronteriza con Holanda, y la posible simpatía hacia la familia política de Hugo de Borbón-Parma, le hayan movido a romper una lanza a favor del carlismo, porque, en ese caso, habría hecho una apología del socialismo autogestionario, o autosugestionario mejor, ya que sólo estando «hipnotizado» se puede creer en el mal llamado Partido Carlista, que nada tiene en común con la Tradición.

    A un ilustre profesor universitario, de uno de los países más adelantados y progresistas del centro de Europa, no creo que nadie pueda censurarle de cavernícola, retrógrado o inmovilista, ni de montaraz, cerril o cualquier otra lindeza con que nos obsequió siempre el liberalismo a los carlistas. Sin embargo, hay que reconocer que, si el profesor Corte hubiera nacido en España, sería carlista y de los buenos. En su exposición dejó bien patentes los defectos del Estado Moderno, su afán desintegrador del pueblo para mantenerlo indefenso frente a los partidos políticos, y la manipulación de éstos para lograr una falsa mayoría «democrática» que respalde la perpetuidad de esa situación de injusticia manifiesta.

    «Si es cierto, como dice Simón Weil, que el poder es como un gas que se dilata indefinidamente, a menos que se encuentre un obstáculo a su expansión, el poder del Estado Moderno no tiene límites. No tiene límite ninguno por encima; se ha desligado de toda subordinación a Dios; ha llegado a ser radicalmente laico. No choca con ninguna barrera por debajo; no tiene frente a sí sino seres débiles, moldeables y curvables a su merced –pese a sus revueltas esporádicas– que se llaman individuos. Tiende a reducir, conquistar o eliminar a los otros Estados, y a constituir, abiertamente o bajo diversos camuflajes, un Estado Universal».

    «El Estado Moderno no tiene nada en común con el Estado del Antiguo Régimen (l´ancien régime), prolongación institucional de las comunidades naturales y seminaturales, de sus afinidades, de su complementariedad, de sus intereses comunes y de su vocación por la unidad…». Y sigue más adelante: «El Estado Moderno es instrumento inventado en todas sus piezas por el hombre moderno para transformar su sueño en realidad; hacer lo social con lo asocial; construir lo homogéneo con lo heterogéneo; edificar (o estructurar a su capricho) una sociedad de individuos…». Al final del párrafo concluye resumiendo todo lo anterior: «El Estado Moderno precede a la sociedad o, más exactamente, a la pseudo-sociedad que será su obra, como así lo testimonian todos los Estados salidos de la descolonización y cuyos apoyos sociales son inexistentes».

    «El ejemplo del Estado jacobino, del Estado napoleónico, del Estado marxista ruso, del Estado nacional-socialista alemán y de otros, son suficientemente elocuentes a este respecto. Tal Estado Moderno es totalitario, y prevalece únicamente en todo el espacio territorial y psíquico que le queda disponible. Drena hacia sí todas las energías sociales acumuladas en el fondo de las subjetividades humanas, que no encuentran otra salida. Los lazos sociales naturales que se han roto, el Estado Moderno los reemplaza por canales artificiales (sindicatos y demás instituciones estatales y para-estatales) de los cuales es la bomba aspirante e impelente».

    «Bajo su forma democrática endulzada, lo mismo que en su forma comunista virulenta, el Estado Moderno tiene sus sacerdotes, sus devotos, sus místicos, sus iluminados, sus mártires, sus dogmas, sus pompas, sus liturgias, sus sacrificios. Acapara todo el potencial de fe de las religiones que elimina, y no sin razón –de cuya terrible profundidad no nos apercibiremos quizá sino demasiado tarde–, pues desea ser considerado el Estado-Providencia».

    Finalizando la primera parte de su conferencia, que estaba destinada a analizar el Estado, afirma el distinguido profesor: «Hemos visto que el Estado Moderno es un Estado sin sociedad; a la sociedad del Antiguo Régimen no ha sucedido ninguna otra sociedad. Lo que sirve de lazo social a los individuos desprovistos de lazos sociales, como son nuestros contemporáneos, es el Estado Moderno en sí mismo, creación específica del estado de espíritu individualista y democrático. Este estado de espíritu persistirá en tanto que las sociedades naturales desaparecidas o debilitadas no resuciten o no hayan vuelto a tomar vigor; mientras, el Estado Moderno seguirá siendo el mando, la argolla o el aparato de prótesis que, supliendo la ausencia de vida social, permitirá a los súbditos vivir –si podemos llamarlo así– en régimen de democracia. La democracia moderna, pues, no es un régimen del que se pueda cambiar. No es ni un régimen; es una mixtificación, una ilusión análoga en el plano colectivo a la que procura el uso de estupefacientes al individuo. Los hombres creen gobernarse a sí mismos, pero, en realidad, es una falsa creencia; otros hombres los gobiernan y continúan gobernando procurándoles su ración de droga. Todas las técnicas modernas de información se utilizan para este fin. Es una constante, decía el cardenal de Retz, que los hombres quieren ser engañados».

    La prueba más rotunda y evidente de que cualquier Estado Moderno es tiránico, tanto si se trata de una falsa democracia de partidos políticos, como de una dictadura totalitaria de partido único, la encontramos en que todas las Constituciones de estos Estados llamados democráticos imponen el parlamentarismo político de los partidos como el «único» legal y viable. Un régimen basado en la auténtica democracia, que es social y no política, no tiene cabida en una Constitución que se autotitula como democrática.

    Pero en la parte de la conferencia que analiza los problemas económicos que genera el Estado Moderno, el profesor Corte nos alerta sobre la auténtica y secreta finalidad del Estado Moderno. Su fin último no es la consecución del poder político; destruye los lazos sociales propios del pueblo y les proporciona una falsa vinculación política por medio de los partidos o del partido único –que, en ambos casos, controlan el poder estatal– para desarmar y controlar al pueblo indefenso, pero ahí no queda la cosa. El Estado Moderno pretende ser el amo absoluto de todos los medios de producción.

    Refiriéndose al mal llamado mundo libre, nos dice: «Estamos en una civilización de industriales dominada por el Estado Moderno, planificador, totalitario o semi-totalitario, y que tiene como eje una economía de productores desprovista de finalidad. Tal sociedad es artificial hasta el extremo, y las sacudidas que la quebrantan, incluso en el seno de la prosperidad, muestran cuán precaria es su estabilidad».

    Sigue más adelante: «Se trata de salvar, de las presas del aparato político y económico que prolifera alrededor de ellas, a las comunidades naturales o seminaturales que él no puede destruir sin destruirse a sí mismo, como el monstruo Catoblepas, pero que, en su progresión implacable, debida a nuestra debilidad y a nuestra ceguera conjugadas, amenaza peligrosamente…».

    «A nivel de empresa, la economía contemporánea conserva los mismos trazos que la economía antigua y medieval, llamada justamente doméstica, puesto que la casa familiar y la empresa productora de bienes materiales no formaban sino una sola unidad. Las leyes de la naturaleza son inmutables a pesar de los cambios».

    «Los últimos recursos de vida social real se encuentran en la empresa. Se trata de defenderlos. En algunas empresas, en particular aquéllas cuyo gigantismo es tal que las relaciones sociales efectivas entre sus miembros no pueden anudarse normalmente, estas relaciones están a punto de agrietarse. Es una ley sociológica, corroborada siempre por la experiencia, que una empresa está más sujeta a conflictos sociales cuanto mayor es su volumen. La alianza entre el Estado Moderno y la economía de productores favorece cada vez más el desmesurado volumen industrial; la naturaleza tiene límites, lo artificial no los tiene. Y el Estado Moderno no parece poderoso si no dispone de empresas colosales…».

    El Estado Moderno, por un lado, desprecia, descuida y agobia a impuestos a la pequeña y mediana empresa, mientras fomenta las grandes empresas. Pero las grandes empresas generan enormes conflictos laborales, con lo cual, a los grandes empresarios y al Estado Moderno les interesa un régimen totalitario comunista, donde nadie pueda protestar. Así se entiende que la Banca internacional y las grandes multinacionales –todas ellas instaladas en los países comunistas– estén tan interesadas en imponer el comunismo en todo el mundo. Y también parece lógico que los Estados Modernos que conocemos como demócratas, estén haciendo el «caldo gordo» a Rusia y sus satélites, y al comunismo interior en sus propios países.

    Dice otras muchas cosas interesantes el profesor Corte en su conferencia, que demuestran cómo los «amasadores de oro» son los verdaderos responsables de la desintegración de la sociedad y del orden natural, y también aporta muchas soluciones precisas para poner fin al caos y a la Revolución imperante. Pero creo que es suficiente para esta «Orientación Electoral» que me había propuesto.

    Sabemos que los partidos políticos sólo pueden ofrecernos una falsa vinculación social y una solidaridad aparente, donde lo único que une a sus miembros es, de una parte, el fanatismo pagano de que sus ídolos alcancen el poder –aun a sabiendas de que luego se limitarán a defender sus propios intereses y los de su partido, cuando el «el elegido» represente al Estado o asuma los poderes del Gobierno–, y, de otra, el sadismo morboso de que su propio voto haya servido para vencer y someter a otra «clase social» diferente.

    Tengamos en cuenta todo esto el próximo 1-M a la hora de votar, y votemos por la coalición electoral donde se integran los defensores de los intereses nacionales, y no al resto de las coaliciones, que sólo sirven a intereses extranjeros, obedeciendo las consignas de sus partidos políticos «internacionales». El nacionalismo es el primer paso hacia una postura de autenticidad. El segundo, lograr la auténtica representatividad popular por medio del gremialismo a nivel local, provincial, regional y nacional. Y el tercer paso, el recíproco «reconocimiento» foral de derechos y libertades entre el poder y el pueblo. Pero estos dos últimos pasos no se han vuelto a dar en España desde 1700, en que llegara el primer Borbón a España.



    FELIPE LLOPIS DE LA TORRE




    [1]
    El texto de esta conferencia fue reproducido por la revista Verbo, en su número 87 – 88, de Agosto-Septiembre-Octubre de 1970, páginas 675 – 702: El Estado y el dinamismo de la economía.pdf. (Fuente del documento: FUNDACIÓN SPEIRO).

  11. #11
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    Re: Discusión sobre la coalición electoral coyuntural Unión Nacional (El Imparcial, 1

    APÉNDICE 12

    Fuente: Iglesia-Mundo, Número 176, 2ª quincena Marzo 1979, página 15.


    Por gracia de los partidos

    UNA NUEVA DICTADURA


    «Los partidos políticos y sus sindicatos respectivos son una interpretación dictatorial de
    las funciones del hombre como ser compuesto de alma y cuerpo –lo espiritual y lo
    material–, para usurpar al pueblo sus funciones naturales».




    El triunfo electoral del centro el 1-M, fue un éxito de la derecha española. Los que no están de acuerdo ni desean una política de la derecha ni de la izquierda, son ese 32 por ciento que se han abstenido de votar y, lógicamente, el auténtico centro inútil y no útil. La izquierda es siempre más pertinaz y tiende antes a radicalizarse, porque no teme a la revolución; ella es quien la hace.

    Este desplazamiento de la derecha que ha contabilizado el centro viene a demostrar que el «sistema» de partidos es injusto, informal e inconsecuente, y, en ocasiones, puede ser peligroso. Podríamos denominar la pasada contienda electoral como las elecciones del miedo o del mal menor. Toda la derecha sabía que CD ó UN no podrían vencer al PSOE, razón por la que votó una gran mayoría a UCD. Ha pesado más el temor a caer en el marxismo que el riesgo a que puedan llegar a «pactarse» ciertas fórmulas legales catastróficas.

    La Constitución vigente tuvo varios padres, pero no tuvo más que una madre: UCD. Es de esperar que siga «tragando» lo que la echen, porque lo suyo es entregarse. Es muy posible que se «regulen» con excesiva amplitud el aborto, el divorcio y las funciones autonómicas, mientras se someten a las más rigurosas restricciones y estrictas reglas la enseñanza libre, la libre empresa y el mercado libre. Y eso sí, manga ancha para huelgas, manifestaciones y declaraciones…

    También ha quedado claro que las regiones quieren tener sus propios representantes y sus propios órganos de expresión, rechazando las candidaturas de los partidos donde figuran «personajes» extraños impuestos por el poder central o por partidos que podrían llegar a ostentar este poder; el tradicionalismo tenía razón. Quieren sus propios representantes y no representaciones delegadas del poder, ni un centralismo dictatorial a nivel regional. Quieren que sus representantes estén al servicio de la región y sus electores, no de un partido.

    Estos argumentos podemos aplicarlos a los partidos políticos que ostentan el poder por el resultado de las urnas; no pueden servir a sus electores, porque «se deben» a quienes les promocionaron y financiaron, a las grandes multinacionales políticas –partidos internacionales– y económicas, a los «ciudadanos del mundo»…

    El triunfo de UCD no es una solución a los problemas actuales, sino una posibilidad de aplazamiento para encontrar esta solución. Tampoco otros partidos de la derecha hubieran podido ofrecer una solución «estable» a la actual situación, aunque la coalición nacionalista hubiera tenido mayores posibilidades, por no tener que defender intereses ajenos y, muchas veces, opuestos a los nuestros.

    Lo que está en crisis no es uno u otro partido, sino lo que les dio la vida y les mantiene: el propio Estado Moderno. Todos los pueblos se resisten a caer en una dictadura, por «dulce» que ésta sea. Acabamos de salir de una dictadura en España, que dudo mucho pueda ser superada en el futuro como régimen provechoso, pacífico y duradero. Durante cerca de cuarenta años se ha seguido un ritmo ascendente de desarrollo económico, progreso social y prosperidad ciudadana. El supuesto «tirano» fue aclamado hasta su muerte y ésta fue sentida y llorada por millones de españoles. Sin embargo, el famoso Referéndum 15-D, que propugnaba un «cambio» político, fue respaldado por una indudable mayoría que nadie sabe de dónde salió.

    Otra gran mayoría eligió también a UCD en las elecciones del 15-J, que es una coalición de partidos liberales y demócratas, para evitar caer en una dictadura de izquierda o en otra nueva de la derecha, porque comporta un riesgo encontrar un caudillo o un líder como Franco, y, en el mejor de los casos, como nadie es inmortal, volveríamos a estar un día en un franquismo sin Franco.

    Por parecidas razones se aprobó en el Referéndum 6-D la peligrosa Constitución proclamada internacionalmente como la más «avanzada» del mundo y pese a todas sus «pegas». Lo que movió al pueblo a su aprobación fueron, de un lado, las declaraciones de su preámbulo, y, de otro, los dos primeros artículos. Para nada se tuvo en cuenta que la legalización y la libre concurrencia de ciertos partidos a nuevas elecciones pondría en peligro la propia Constitución y la seguridad del Estado «nuevo» que acababa de nacer.

    El Estado Moderno –o Estado Nuevo– nació con un destino fatalista, que es y ha sido siempre el mismo en un plano nacional y a nivel mundial. Se trata de un ciclo o proceso que, inexorablemente, se cumple: dictadura, libertad, caos, y, de nuevo, dictadura. En la historia particular del Estado Moderno, podríamos resumir el proceso así: absolutismo, liberalismo, anarquía democrática y marxismo. Las dictaduras o totalitarismos de matiz nacionalista, no fueron ni serán otra cosa que unos nobles y justificados intentos para retrasar –más que romper– el fatídico proceso, porque jamás renunciaron al Estado Moderno, que ya hoy no es ni moderno ni nuevo, sino viejo y caduco.

    Se impone volver a los orígenes y adoptar de nuevo las «antiguas» –que no viejas– y sabias normas cristianas de gobierno, que dieron origen a la civilización occidental en aquellos reinos y elevaron a la Humanidad entera a cotas jamás alcanzadas. Nada tenía que ver con el humanismo cristiano, sino que se trataba de puro cristianismo «a secas», porque para que fuera humano, Dios se hizo Hombre; el cristianismo no es sólo Divino.

    La civilización occidental se fraguó bajo el Antiguo Régimen (l´ancien régime) en Europa, y, en España, bajo la Monarquía Tradicional, con ventaja para este régimen sobre el anterior, porque consideraba al gremialismo como complemento del régimen foral, que se ocupaba de limitar las funciones y libertades del poder y del pueblo –de mutuo acuerdo–, haciendo que fueran indiscutibles aquellas cosas discutibles que ya habían sido discutidas y pactadas. No es suficiente que se «autorice» al pueblo a que se organice y auto-jerarquice, para determinar lo que pertenece al César o al pueblo de Dios; es «necesario» ofrecerle garantías de que se respetará lo pactado.

    El hombre se compone de un cuerpo y un alma. En lo espiritual, la familia es la célula primaria de la sociedad, y, en lo material, será la empresa esa célula primaria de la «asociación». El hombre debe cuidar y defender el lugar «en» donde habita con la familia y «de» donde obtiene lo necesario para mantenerla; es la única forma de entender la iniciativa privada si hemos de defenderla. No se comprende cómo no se fomentan y potencian toda clase de comunidades, hermandades, corporaciones, y toda clase de cuerpos sociales orgánicos, y se abandona este «campo» al marxismo que, en cuanto ocupa el poder, lo dinamita.

    La autenticidad popular se encuentra en estos cuerpos sociales «primarios», a nivel local, comarcal y provincial, cuyos representantes legítimos elegirán a los miembros de la Diputación Provincial y a los de la Junta Gremial Provincial en cada provincia: éstos son los llamados cuerpos intermedios –entre poder y pueblo– de la sociedad. Diputaciones y gremios nombran, así, a sus representantes naturales, que serán los encargados de elegir a los representantes regionales, y éstos serán los interlocutores válidos para «enfrentarse» en las Cortes al Gobierno y al poder. En la «autenticidad» se encuentra la nobleza y la pureza.

    Asimismo, caben en las Cortes los representantes de algunos municipios superpoblados, de algunas instituciones independientes, estatales y para-estatales; la Iglesia, Justicia, Ejército, Universidad y cualquier cuerpo social que tenga una jerarquización orgánica propia, sin la cual no tiene personalidad ni independencia. También tiene derecho a defender en público sus intereses.

    Para que esto no se convierta en una autarquía –o gobierno de los ciudadanos por sí mismos–, el tradicionalismo hispánico instituyó la monarquía hereditaria, entendida como una representación del poder temporal legítimo que emana de la autoridad de Dios. Dios instauró la Monarquía hereditaria y el poder real en el Antiguo Testamento, cuando después del diluvio promete a Abraham que establecerá a través de él y de sus descendientes un pacto con su pueblo, y añade que, si fuera fiel a esta alianza, Él proveería siempre un vástago de su linaje, y jamás se repetiría un castigo semejante a la Humanidad. Como van las cosas, no sería sorprendente que se repitiera.

    Es «necesario» acatar por unanimidad las «normas morales» religiosas acordes en todo con las Leyes de la Naturaleza, como fuentes indiscutibles de inspiración para instaurar un régimen de gobierno como ha quedado expuesto, y para determinar la Justicia: «Al que imite el Reino de Dios y su Justicia, lo demás se le dará por añadidura». Claro que también es «necesario» disfrutar de cierta autonomía en determinadas funciones a nivel regional, provincial y local; ¿pero es que acaso no disfrutamos también los hombres, las familias y las empresas de ciertas libertades y autonomía?

    A niveles superiores con mayor motivo, pero dentro de un orden… Sin acatar un orden moral como Dios manda –«indiscutible» por su propia naturaleza– que permita un ordenamiento jurídico adecuado, y sin un previo ordenamiento social justo, donde no quepan injustas imposiciones de criterio, sería imposible establecer un orden político justo, económico, urbanístico, o cualquier otra clase de ordenamiento, si queremos que sea justo. Hasta el orden público debe estar al servicio de la sociedad entera y no al de un partido político en el poder.

    Por otra parte, las funciones de gobierno son privativas del poder ejecutivo, pero la función legislativa, y la determinación de la política a seguir en todo aquello que es «discutible» o dudoso, no es una función privativa del Gobierno, ni de ninguna oligarquía social o económica del signo que sea (los grupos de «clase», capitalista o proletaria). Es todo el pueblo quien debe estar representado sin diferencias sociales o económicas.

    Al subir al trono de España el primer Borbón, Felipe V, quedan abolidas estas normas cristianas: «In necessariis, unitas» (para lo indiscutible), y «In dubiis, libertas» (para lo discutible). Se comienza a «construir» el Estado Moderno. De entonces parte el concepto de las dos Españas: una formada por los «partidarios» de un rey que se «libera» de Dios para imponer la tiranía, y la otra integrada por los tradicionalistas hispánicos. Después, los «liberados» de Dios se llamarán liberales y libertarios, pero se enfrentarán a los de siempre… y para siempre.

    Por esto, los tradicionalistas no encontramos nuestro puesto en ningún partido político, ni junto a ninguno. En sus programas de acción política, no sólo imponen soluciones categóricas para problemas discutibles, en cuya solución deben participar ante todo los más interesados, sino que «imponen» criterios en temas indiscutibles que llegan a oponerse a las normas morales más elementales, y contra toda razón o razonamiento: «In ómnibus, caritas» (para todo, caridad).

    San Agustín sabía lo que decía, pero debería haber añadido que, para hacer una política concreta y efectiva, el hombre «necesita» tener un puesto en la sociedad y no en un partido. Si España ha perdido su autenticidad, se debe a que perdió su identidad y su entidad. Se impone encontrarlas; se impone la verdad; se impone el antiguo régimen: ¡¡ES NECESARIO!!

    Y si es necesario, también es necesaria la unidad (unitas) para lograrlo. Este periódico se ofrece como «medio» IMPARCIAL para recibir toda clase se sugerencias y facilitar cualquier información en busca de esta unidad, siempre que sea por escrito.



    FELIPE LLOPIS DE LA TORRE

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