Entrevista realizada a Juan Manuel de Prada por la periodista Paula Corroto para Letras Libres y publicada el 11/II/2019.
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Juan Manuel de Prada (Barakaldo, 1970) se encuentra en un momento dulce. Vuelve con una novela, Lucía en la noche (Espasa), en la que retoma a su alter ego “esquizoide”, Alejandro Ballesteros para, a través de una peripecia intrigante, dar buena cuenta del poder sanador e ilusionante que tiene el amor. Él mismo se confiesa subyugado por este sentimiento tras haber abandonado otras épocas más autodestructivas. El escritor, que siempre se ha considerado un tanto outsider, marginado o maldito, es ahora también jaleado desde sectores de la izquierda pese a haberse posicionado siempre cercano a otros más conservadores al hacer públicas sus creencias religiosas y estar en contra de, en otras cuestiones, el aborto. La unión que provoca la fe en el anticapitalismo. De todos estos asuntos charla en esta entrevista.
Lucía en la noche narra el efecto sublimador del amor. ¿Es usted un romántico?
Probablemente es que me estoy haciendo viejo. Hay un momento en el que uno hace un alto en el camino, mira su vida, la de los que le rodean. Contempla más con amor su pasado… Y sí, sentía la necesidad de escribir una novela así.
¿Cree que estamos en una época bastante romántica? Me refiero más como movimiento filosófico con esa sublimación del idealismo.
No le tengo especial cariño al Romanticismo como visión del mundo o filosofía vital. Ni siquiera como proyecto estético. El Romanticismo tiene que ver con ese desafuero, búsqueda de originalidad un tanto compulsiva y, honestamente, su legado es más bien letal para el arte. Muchas veces ha sido bastante destructivo para personas que no tienen muy clara su vocación. Yo creo que ahora estamos viviendo una resaca de ese Romanticismo. En los años anteriores a la crisis sí se lanzó un mensaje optimista de un vitalismo a prueba de bombas, pero luego llegó el tío Paco con las rebajas y nos bajó los humos. Ahora vivimos en una resaca. El malestar de nuestra época es que hemos sido educados en una visión romántica de la vida y nos encontramos con una realidad aplastante.
En esta novela vuelve a aparecer Alejandro Ballesteros, que ya fue el protagonista de La tempestad y Mirlo blanco, mirlo negro. Se siente a gusto con su alter ego…
Sí, aunque es un alter ego esquizoide, ya que en cada novela es una persona distinta. Sí se corresponden a determinados estados mentales, espirituales y personales que tienen que ver con los que yo he pasado a lo largo de mi vida. Pero no es el mismo personaje aunque tenga el mismo nombre.
Pero al final uno como escritor suele escoger una serie de paradigmas y estructuras con las que ya ha tratado.
Sí, pero adaptándolo a las condiciones de cada novela. Mirlo blanco era una indagación en la vocación literaria o en mi relación un poco deformada con la literatura, mientras que aquí es una historia de intriga en donde más allá de que el protagonista sea escritor, la literatura no desempeña un papel primordial. Los personajes cobran vida a través de su peripecia.
¿Los escritores han dejado de lado la peripecia? Hay quien dice que no se respeta la novela de trama…
Muchas veces una peripecia íntima puede tener mundos tan trepidantes como una externa. Creo que hay obras maestras de la literatura en las que pasan muchas cosas y otras en las que hay una gran agitación y son completamente banales. Y al contrario, hay historias quietistas, minimalistas, casi inexistentes, pero logran transmitir alma. Quizá porque he sido muy ecléctico puedo disfrutar con libros de ambos tipos. Y luego libros que son las dos cosas a la vez, como Moby Dick. Lo que sí percibo es un cierto agotamiento en ese género que se llama autoficción.
¿Por abuso?
Sí, percibo que se está convirtiendo en un género muy onanista. Se trata de imponer historias que seguramente interesan mucho al autor y a su tía la de Soria, pero honestamente conocer las vicisitudes de tu tía y aquella cosa que ocurrió en tu pueblo… pues llega un momento que te puede resultar un poquito agotador. Se ha abusado de esta fórmula que en principio me parece interesante porque es verdad que implica más al autor, pero hay veces que el autor te termina contando la lista de la compra y cosas absolutamente banales, pero como están magnificadas pueden resultar un poco grotescas.
Como sucede con otras de sus novelas, en esta también juega con las dobles identidades. Uno muestra una cara, pero luego resulta que es otro. ¿Eso es por desconfianza hacia la gente?
No, no, qué va, al contrario. Es una constatación entre resignada y también tranquilizadora. Los seres humanos no estamos hechos de una pieza, y eso me parece bueno. Todos tenemos una brecha por la que se cuela un yo mucho más verdadero aunque oculto. Yo no creo que esto sea malo. Muchas veces el mostrar estas ambigüedades que todos tenemos dentro no es una visión de desconfianza sino esperanzada. Pese a nuestro aspecto romo o previsible, guardamos todo un mundo de riqueza desconcertante. Y muchas veces quien creemos que es un villano pues no lo es, y quien pensamos que es una persona anodina resulta extraordinariamente valiosa. Y luego la complicidad del alma humana me ha llamado la atención siempre. Hay personas de las que tenemos una idea y esa idea se hace añicos porque esa persona se impone con su humanidad sobre las ideas que tenemos preconcebidas.
De esta confianza en el ser humano atisbo un razonamiento religioso en el sentido de tender la mano al otro. ¿Esta es una época de vuelta a las creencias? ¿De creer en el otro, en los otros?
No creo que sea una necesidad estrictamente religiosa aunque apela a una razón trascendente. Pero en el sentido de vinculación, la necesidad de sentirte hermanado y confiar en el otro, más allá de las mentiras o las pequeñas traiciones que te ha podido hacer, creo que es una necesidad que forma parte de nuestro código genético. Una de las ideas más nefastas de la historia de la humanidad es la del liberalismo económico, según el cual el mundo funciona por una suma de egoísmos donde todo el mundo busca su propio provecho. Esto es mentira y lo desmiente la pura experiencia de la vida. Todos sabemos que muchas de las cosas que hacemos no solo no las hacemos por egoísmo sino por altruismo, a veces insensato. Y Lucía en la noche tiene algo de esto. Más allá de que una persona nos haya fallado, nos haya mentido o pensemos que nos oculta cosas, tenemos una querencia irrefrenable a abrazarnos con ella, a buscarla. Tiene una lectura religiosa, pero creo que tiene algo que ver con la nostalgia de lo humano. Las sociedades capitalistas han fomentado el individualismo de forma monstruosa para imponer ya no solo su modelo económico sino sus formas de vida. Nos necesitaban aislados, mónadas que se creen autosuficientes cuando no son más que burruños que pueden ser estrujados y tirados a la basura. Y en esta fase de deterioro de ese modelo antropológico está surgiendo de forma imparable una necesidad de volver a los afectos y a los cuidados y de darnos cuenta de que lo único que tenemos es al otro.
¿La Ilustración está en horas bajas?
Es que este no es un ideal contra la Ilustración. La Ilustración hablaba de la fraternidad. En todo caso lo desligó de la paternidad común. La Ilustración también es una hija del cristianismo. Es una secularización del cristianismo porque es un intento de trasplantar una visión del mundo reconvertida, pero el ideal de fraternidad es hijo del mundo cristiano en el que floreció. Y creo que es lo más constitutivo del ser humano. Una necesidad inaplazable. Todos los movimientos filosóficos o las doctrinas políticas están sometidos a un periodo ascendente, otro de madurez y otro descendente que acaba con su decrepitud y su muerte. Y en este momento no me extrañaría que estuviéramos viviendo una época en la que los ideales ilustrados fueran a morir, aunque no lo creo. En medio del derrumbe de las ideologías y del desengaño colectivo esta necesidad de apego, arraigo y vinculación va a ir acrecentándose.
Usted siempre se ha reconocido como un outsider, pero tengo la sensación de que cada vez genera más aplausos. ¿Se siente más arropado?
Va a hacer casi ya un cuarto de siglo que publiqué mi primer libro venal, porque antes había publicado otros libritos pagados de mi bolsillo o publicados por diputaciones… Tengo una larguísima dedicación a la literatura y he pasado por etapas de todo tipo. Pasé por un éxito apabullante en mi juventud, pasé por el rechazo, pasé por la autodestrucción, pasé por la travesía del desierto. Y es posible que hoy se me contemple con menos animadversión, o al menos sí se me vea como una persona que, pese a todos los lastres, sí ha demostrado una dedicación y amor a su vocación. Pero lo que he aprendido a lo largo de todo este tiempo es a no dejarme encandilar por el éxito ni a dejarme frustrar por el fracaso. En realidad mi relación con la literatura es más ilusionada que en otras etapas de mi vida, como en esa etapa de autodestrucción, y al mismo tiempo es mucho más tranquila. Es como una relación conyugal que conserva esa chispa del deseo pero que ya no es un deseo compulsivo sino que nace de la ternura, dedicación, delicadeza, y lo contemplo todo de una manera menos agónica. Pero tu percepción quizá sea más acertada que la mía. ¿Crees que soy menos…?
Yo creo que sí. Y le arropan mucho desde la izquierda. Íñigo Errejón le ha elogiado en público. ¿Le sorprende?
Sí, es verdad. Y estuvo en la presentación de mi libro. Creo que en el mundo de la izquierda, de una izquierda no sistémica y no totalmente doméstica sí he suscitado cierto sentimiento de fraternidad por mi visión de la economía o determinados aspectos de la cuestión social. Sí que es posible que haya personas a las que les he suscitado interés. Y yo se lo agradezco porque este interés lo han mostrado de forma generosa sin buscar nada a cambio y exponiéndose a la incomprensión. Como cuando Pablo Iglesias me entrevistó para La Tuerka y mucha gente maliciosa lo interpretó con motivos muy turbios. Y era más sencillo: Pablo Iglesias se había leído algunos de mis libros, le habían gustado y le había suscitado interés entrevistarme.
Antes hablaba de los afectos, los cuidados. Esto está muy cercano al discurso de Errejón. ¿Y no se aproxima también al catolicismo de base?
Yo es que las ideologías modernas las califico como herejías o sucedáneos religiosos. En la visión que la izquierda tiene de determinadas cuestiones sociales y económicas hay una gran cercanía con la doctrina social católica. Esto es una evidencia. Y me atrevería a decir que con frecuencia encuentro más estas semillas de la razón en la izquierda, o en cierta izquierda, que en la derecha. Sobre todo he encontrado este sentimiento de hermandad, del apego, de cuidado por los apegos más en sectores de izquierda.
Un escritor como C. K. Chesterton ha gustado mucho a la izquierda. Un grandísimo escritor, más allá de sus creencias católicas.
Sí, indudablemente. Pero es que es un gran escritor. Es un gran escritor que ha sido muy falsificado por la derecha. La derecha siempre se ha burlado del distributismo de Chesterton y lo ha querido presentar como una doctrina alternativa al capitalismo, y se han burlado de ella diciendo que es irrealizable. En realidad, Chesterton no plantea una teoría económica. Lo que dice es que hay que evitar la concentración de propiedad que es un signo del capitalismo, y si quieres sociedades justas lo que hay que conseguir es que cada vez más gente sea propietaria de su tierra, dueña de su negocio y que cada vez haya menos gente asalariada. Por el centro de Madrid es imposible encontrar un negocio que no sea de una sucursal y cualquiera que pasee por ahí se dará cuenta de que estamos creando un mundo horrendo. Lo que le reprocha Chesterton a la izquierda es que no se da cuenta de que la crítica al capitalismo necesita de los vínculos fuertes. Y la derecha no se da cuenta de que la destrucción de la familia y la exaltación del deseo y esa autodeterminación personal que te lleva a romper con la persona con la que te has comprometido o que te lleva a abortar o a desarraigarte es lo que le interesa al capitalismo para debilitarnos. Chesterton tenía la visión de que la lucha contra el capitalismo solo se podía hacer desde los vínculos fuertes. Y la izquierda eso no lo ha aceptado aunque creo que lo empieza a aceptar porque pienso en los discursos como los de Errejón, que cada vez alude más a una visión comunitaria y a una necesidad de restablecer vínculos. Pero a veces las nuevas políticas de la identidad o la diferencia caen en ese truco…
Desde luego, las políticas de la identidad también forman parte de este discurso…
Sí, y yo creo que es un error. Eso lo decía Hobsbawm. Él lo decía en relación a Margaret Thatcher. ¿Por qué había ganado las elecciones y había conseguido tantos votos de los obreros? Pues porque las políticas de la diferencia generan animadversión en el grupo que se siente excluido. Si tú intentas lanzar una consigna o una política para los negros o para las mujeres, te vas a ganar el rechazo de quien no son mujeres o negros, y dentro del grupo de las mujeres o negros te va a surgir una dialéctica: “ah, yo es que soy mujer pero no quiero serlo de esta manera o de la otra”. Hobsbawm decía que la izquierda tenía que ser universalista y las reivindicaciones de la izquierda tenían que ser las mismas para una mujer, un negro o un homosexual. Y creo que tenía razón.
Pero, paradójicamente, quien está sacando rédito de las políticas de la identidad o la diferencia es precisamente un partido como Vox, que está basando casi todo su discurso en mujeres, inmigrantes.
Es muy interesante que enlaces lo de Vox con lo que te acabo de decir porque yo creo que quien verdaderamente ha aplicado estas políticas de la diferencia y ha seguido las enseñanzas de Laclau de generar antagonismos sociales ha sido Vox. Vox ha lanzado mensajes dirigidos a los cazadores, o a los aficionados a la tauromaquia o a los hombres divorciados y acusados de malos tratos… ¡y eso es hacer políticas de la diferencia!
En el fondo está usando la dinámica revolucionaria de la creación de antagonismos sociales de Laclau. Yo creo que han venido para quedarse. Hay un pasaje en un discurso parlamentario de Donoso Cortés en el que este le reprocha a Narváez que ha cifrado la estabilidad de su gobierno en la cuestión económica y que ha descuidado la necesidad que tienen las almas en fundirse con la verdad, la justicia. Ahora lo que ha pasado, creo, es que el votante de derechas tenía una necesidad creciente de volver a la política, de confrontar sus ideas con las adversas. Así que creo que Vox ha venido para quedarse.
Antes hablaba del “mundo horroroso” en el que vivimos. ¿Las novelas todavía sirven para salir de este mundo?
Yo creo que nos sirven para completar nuestra vida. La experiencia que acumulamos a través de nuestra propia vida necesita ser complementada. Vivir solo una vida es algo empobrecedor y necesitamos sumergirnos en el misterio de otras vidas. Y esto se hace a través del trato humano y de la literatura, de las novelas, cuentos, poemas épicos. Cuando se habla del fin de la novela, de la muerte de la novela, no digo que quizá las formas narrativas en su versión novelesca a lo mejor sí están agonizando, pero se metamorfosearán y se convertirán en otra cosa. Igual que hubo poemas épicos que luego fueron novelas de caballerías y estas luego terminaron en El Quijote, a lo mejor ahora la novela va a ser sometida a un cambio. Pero lo que no va a desaparecer es la necesidad de sumergirnos en el misterio humano.
Hace 25 años que publicó su primer libro. Qué diálogo se establece en el De Prada de hace 25 años y el de hoy? ¿Qué ha cambiado?
Al principio todo escritor se abastece más de experiencias estéticas y ajenas a su vida y a medida que se va haciendo viejo se alimenta más de su propia vida. En mis primeros libros lo que había eran muchas lecturas y un apetito casi bulímico por mostrar tus capacidades. Cuando te vas haciendo viejo eres mucho más modesto, y las historias que cuentas las cuentas desde la experiencia que la vida te da. Te vas haciendo más modesto en la expresión, vas abandonando los ropajes del estilo o vas adquiriendo un estilo menos fulgurante, más aquietado y tranquilo. A mí ahora me apetece escribir más novelas que tengan que ver con cosas que yo he vivido. Cuando era joven me apetecía escribir novelas a partir de las experiencias literarias o cinematográficas o pictóricas que había ido coleccionando.
¿Y qué le apetece?
Tengo un montón de ideas en la cabeza. Por una parte me gustaría escribir una novela muy ambiciosa sobre los primeros cristianos que no se pareciese a las novelas de romanos. Que fuera una mezcla de novela filosófica. A mí siempre me ha resultado una historia vertiginosa y no se han escrito muchas porque normalmente las novelas de los primeros cristianos suelen estar ambientadas en el primer siglo del cristianismo. ¿Pero qué le llevaba a un romano del siglo III a hacerse cristiano? ¿Cuál fue el poder de subyugación que tuvo una religión sometida a persecuciones en las que mataban a la gente? Lo que pasa es que es un tema oceánico. Tengo otros proyectos más modestos en los que estoy trabajando y tomando notas.
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Última edición por Pious; 19/02/2019 a las 00:46
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