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Tema: Discursos del Aplec de Montserrat de 1947

  1. #1
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    Discursos del Aplec de Montserrat de 1947

    Fuente: Monarquía Popular, Número 7, Enero 1948, páginas 1 – 2.



    EDITORIAL

    Indefinida Prolongación, Sustitución o Derribo de la situación política imperante


    Éstas son, en verdad, las “soluciones” posibles del candente problema español, resultando falsa, en cambio, la propaganda política gubernamental que sintetiza el dilema: “Franco o el Comunismo”.

    Sencilla es la demostración de ambos asertos: Por de pronto, es falso el dilema, porque, aun dando de lado al comunismo, liberalismo, etc., además de Franco existe, en la actualidad política española, el Carlismo, que el 18 de Julio de 1936 –cuando el General Franco estaba en África y no era Jefe del Alzamiento– llenó España de boinas rojas y contribuyó, sustantiva y decisivamente, a salvarla de la muerte; y que hoy, en 1947, demuestra contra viento y marea su potencia e independencia política con actos como el Aplec de Montserrat, en este número reseñado.

    Pero, además, tampoco es cierto que Franco fuera remedio adecuado y suficiente del Comunismo: Primero, porque Franco es un hombre y el Comunismo una idea fuerza, en la actualidad con profundidad, extensión, ambiente y empuje universales; dos seres, por lo tanto, entre los que no puede concebirse siquiera la comparación, y menos la verdadera y decisiva lucha. Segundo, porque Franco es mortal, y al morir –y puede morir hoy mismo, como cualquiera hijo de vecino– la consecuencia ineludible sería la automática implantación del comunismo, o sea, del otro extremo del fatal silogismo que nos proponen como verdad política los que mandan; y una nación sensata no puede permanecer pendiente de la vida de un hombre.

    Ahora bien, si, como acabamos de patentizar, es engañosa la política gubernamental resumida en la frase “Franco o Comunismo”, ¿cuál es hoy la verdad política española?

    Inicialmente queda contenida en el titular de este Editorial: Frente a la interinidad de tipo fundamentalmente personal, imperante desde hace más de diez años en España, pueden seguirse tres políticas: tratar de prolongarla sine die, sustituirla o derribarla.

    Pretende lo primero la misma situación gobernante; se propone lo segundo, el Carlismo; lo tercero, el Liberalismo, Monárquico o Republicano, el Socialismo, y, en definitiva, el Comunismo.

    Poco diremos aquí sobre la primera pretensión, cuya última fórmula es el titulado “Proyecto de Sucesión de la Jefatura del Estado”, dado a conocer por el Generalísimo a los españoles en el 8º aniversario de la victoria.

    Sólo que ese “Proyecto” no es de “sucesión” sino de todo lo contrario, de “perpetuación del régimen imperante”; no es monárquico, sino cesarista; no es lo que España necesita sino lo que –dadas sus estrechas miras– conviene al partidismo que manda.

    Y que, precisamente, cuanto en la apariencia ofrece de previsor, y, por tanto, de laudable, aunque sólo fuere para el momento de desaparecer del tablero político el Generalísimo, resulta completamente ineficaz e impracticable, porque las órdenes políticas dictatoriales –y ésta no tendría otra alcurnia, por más que se la revistiera de “Ley Fundamental con referéndum”– no tienen un minuto más de vida que el dictador que las impuso.

    Concretando más. En el mejor de los supuestos, este intento de prolongación indefinida de la actual interinidad política no podría ir más allá de la muerte de Franco; pero muerto ya, política o físicamente, éste, ¿qué? ¿Más dictadura, más pronunciamientos? ¿O, de nuevo, el Liberalismo primero, luego el caos, y, para terminar, el Comunismo?

    No. Por nuestra parte, no. Ni nos satisface, por falsa, la fórmula gubernamental de “Franco o Comunismo”; ni, por verdadera, la realidad política a que, de prolongarse la situación actual, quedaríamos abocados: “Franco ahora, y el Comunismo al final de la etapa”.

    Mas, claro está que, si condenamos y nos oponemos a la permanencia de la actual dictadura –y más todavía a su intento de perpetuarse como falsa Monarquía o verdadero cesarismo–, con mayor razón rechazaríamos y nos opondríamos a su destrucción de signo revolucionario, entendiendo por tal cualquier cambio que, formalmente, tendiese a borrar las esencias religiosas, políticas o sociales que restan del 18 de Julio, aunque se produjese sin violencias externas. Y esto, tanto si dicho cambio llevaba etiqueta republicana o dictatorial, como monárquica.

    Por eso estamos frente a Giral o a Llopis [1]. Y por eso estamos frente a las manifestaciones o declaraciones de Don Juan de Borbón [2], frente al Liberalismo y frente al juanismo.

    Con lo dicho, la solución carlista surge y se evidencia, una vez más, como la única acertada, aceptable y patriótica: Ni permanencia de la actual dictadura, ni su derribo revolucionario; su justa y serena, pero radical, sustitución por la Regencia Tradicionalista, única legítimamente investida y capacitada para realizar la misión, patriótica y monárquica, de implantar la Monarquía popular, que necesita España para su salvación y prosperidad. En otras palabras, el mantenimiento del 18 de Julio; la radical supresión de sus desviaciones y adulteraciones, cristalizadas en la actual situación; el establecimiento del único régimen genuinamente español, y por ello estable y permanente, por el camino carlista –único recto y seguro– de la legitimidad monárquica, personificada hoy en la Regencia de Don Javier de Borbón Parma.

    O –si lo preferís, encarnado, viviente y popular en hechos políticos, actuales e importantísimos, ocurridos en España y para España– la solución manifestada, prometida y proclamada en el Aplec Nacional Carlista de Montserrat, del 20 de Abril, por la autoridad de S. A. R. el Príncipe Regente, representado por su Jefe Delegado, con la rúbrica entusiasta de millares de carlistas y de todos los españoles que con nosotros comulgan.







    [1] Nota mía. En Agosto de 1945, antiguas personalidades de la II República crearon el llamado “Gobierno de la República en el exilio”, en donde se reconoció a Diego Martínez Barrio como Presidente de la República, y fue nombrado José Giral como Presidente del Gobierno. Tras su dimisión a finales de Enero de 1947, tomó el relevo al mes siguiente Rodolfo Llopis, quien permanecería en el cargo hasta Agosto de ese mismo año.

    [2] Nota mía. El más reciente manifiesto de Don Juan había sido el fechado en Estoril, a 7 de Abril de 1947.

    Por aquel entonces, en los primeros años de la postguerra mundial, los representantes de Don Juan iniciaban sus primeros contactos con fuerzas integrantes del llamado “Gobierno de la República en el exilio”, sobre todo durante las negociaciones que, iniciadas en el encuentro que tuvo lugar en Octubre de 1947 en Londres entre José M.ª Gil Robles e Indalecio Prieto, acabarían desembocando en el llamado Pacto de San Juan de Luz, acordado a finales de Agosto de 1948 (curiosamente, al mismo tiempo que Don Juan organizaba y realizaba, paralelamente, su primer encuentro con Franco).

    .
    Última edición por Martin Ant; 30/03/2019 a las 20:36

  2. #2
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    Re: Discursos del Aplec de Montserrat de 1947

    Fuente: Monarquía Popular, Número 7, Enero 1948, página 11.



    Discurso del Sr. Lamamié de Clairac

    ADVERTENCIA


    Después de nuestra detención policiaca, la censura consiguiente y la no devolución de los originales “detenidos”, tuvimos nuestro trabajito en recomponer nuevamente el número, que hoy sale a la luz sin permiso de las autoridades gubernativas (¡no faltaba más!).

    Pero hay algo que no pudimos encontrar por ningún lado: el discurso del Sr. Lamamié de Clairac, del cual sólo teníamos el original “detenido”.

    Rogamos a nuestros lectores, y al propio interesado, nos perdonen esta omisión, que somos los primeros en lamentar.

    El otro material del número ha sido heroico, pero el discurso del Sr. Lamamié ha sido mártir.




    LA DIRECCIÓN

  3. #3
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    Re: Discursos del Aplec de Montserrat de 1947

    Fuente: Monarquía Popular, Número 7, Enero 1948, página 12.



    Hace más de cien años que en España no puede escribirse la historia sin el concurso del Carlismo

    Discurso del Iltre. Sr. D. José Vives Suriá, Secretario General del Principado de Cataluña


    Hermanos carlistas:

    Sean mis primeras palabras de apertura de este acto el saludaros con un abrazo cordialísimo que todos los carlistas de Cataluña os envían, y, más que enviar, [os] dan a todos vosotros, especialmente a aquellas delegaciones regionales y demás representaciones que, con tanto esfuerzo y con tanto cariño, han querido acompañarnos en este acto solemne, para hacer testimonio solemne de nuestra fe, que no puede morir; que no puede morir, porque está cimentada sobre la tierra donde se abrigan y descansan los restos de nuestros muertos.

    Hermanos carlistas:

    Un saludo cordialísimo, que es aliento a la esperanza y abrir el pecho también a las más grandes y gratas realidades.

    La política de España, ¡carlistas!, no se hace, no puede hacerse, sin contar con estos Aplechs de Montserrat. Y debe hacerse de acuerdo con estos actos de Montserrat, porque los muertos mandan, y los muertos están diciendo, con el imperio de su heroico sacrificio, que ha llegado el momento y la hora de que suene alta la voz del Carlismo, y que la voz del Carlismo sea por todos escuchada (Aplausos).

    Todos nosotros nos hemos hoy reunido aquí, primero para rendir este testimonio público de fe y reafirmación en nuestros santos Ideales. Pero, además –y sobre esto, amigos, yo tenía un encargo especialísimo de la Jefatura Regional de Cataluña, y también de la Jefatura Nacional–, para convocaros en este momento a la erección de estas construcciones, que hoy tiene su inauguración simbólica, pero que no pueden quedar en este sólo simbolismo, porque, esta palabra, que todos damos aquí, hemos de estar dispuestos a cumplirla como caballeros y como carlistas.

    Se trata de levantar, junto con otras edificaciones, una cripta donde puedan ser recogidos los restos de nuestros hermanos del Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat, carlistas dignos, carlistas auténticos, españoles grandes, hombres de corazón generoso, que lo dieron todo por nuestros Ideales; y esta tierra, que les fue tan querida, y esta Virgen Santa, que fue su Madre y su Patrona queridísima, los están reclamando hacia sí, porque Montserrat no será enteramente Montserrat mientras aquí falten los restos benditos de nuestros muertos (Grandes aplausos y vivas al Tercio de Montserrat).

    Por eso, amigos, nosotros nos hemos reunido aquí. Pero que no quede todo en la pompa vana de unos discursos o de unas exhibiciones externas, que, siendo mucho, que siendo muchísimo, dentro del Carlismo realmente son muy poca cosa, porque muy superior a ellos es el espíritu que les da vida y que tiene su expresión en el simbolismo, si así puede llamarse, de las construcciones y reconstrucciones de que acabo de hablaros.

    No quede, pues, todo en palabras. Que esta afirmación, que esta promesa, sea algo que nos mueva al definitivo cumplimiento de este deber, y que, desde la oración diaria, que es el primer recuerdo de nuestros muertos, hasta el sacrificio económico, que a veces es el que cuesta más de hacer porque también la miseria clama con más vigor del que debiera clamar, encaminemos nuestros actos para que los restos de esos ex-combatientes sean traídos a Montserrat, porque lo exige nuestro honor, porque lo exige nuestra conciencia, y porque nosotros somos bastante hombres y bastante carlistas para saber lo que debemos hacer.

    Amigos, voy a acabar. Con mi saludo, yo dije, al empezar, que la Historia política de España no se puede escribir fuera de Montserrat. Quería decir más: que hace más de cien años que en España no se puede escribir, ni se ha escrito, la Historia sin el concurso del Carlismo (Aplausos).

    Voces venidas desde el extranjero, que yo no quiero calificar; ideales políticos ya fenecidos, y que yo no quiero en este momento analizar, han pretendido señalar una pauta nueva en la política española; y frente a esto, el Carlismo dice rotundamente que ¡no! Lo dicen los muertos… (Aplausos). Lo dicen los muertos, y lo diríais una vez más, si hiciera falta, vosotros, requetés, y hasta vosotros, “pelayines”, que estáis subiendo como la mejor esperanza del Carlismo (Aplausos).

    Hay cosas que no se pueden revisar en España; hay triunfos políticos que no pueden someterse a discusión; hay ideales que no merecen morir. Y nosotros, que en el orden positivo tenemos levantada la bandera triunfante de lo que fueron los Ideales del 18 de Julio, de los que luego ya os hablarán aquí, proclamamos que el 18 de Julio es un hecho irreversible, y un hecho que no se revisará jamás (Enfervorizados aplausos). ¡Que lo escuchen cuantos deban escucharlo!

    Y como símbolo de lo dicho, acabo con estos gritos:

    ¡Vivan los mártires del Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat! ¡Viva el espíritu del 18 de Julio!

  4. #4
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    Re: Discursos del Aplec de Montserrat de 1947

    Fuente: Monarquía Popular, Número 7, Enero 1948, páginas 10 – 11.



    Discurso del Excmo. Sr. D. Mauricio de Sivatte y de Bobadilla, Jefe Regional del Principado de Cataluña

    El Carlismo se halla totalmente identificado con el 18 de Julio de 1936, y repudia y condena el 19 de Abril de 1937


    Hermanos carlistas y amigos todos que asistís a este acto:

    Hace, con éste, nueve años consecutivos que, después de nuestra guerra (sin contar otras muchas veces antes de ella), y en distintas circunstancias, bastante más adversas que las de hoy, en diferentes momentos políticos de España, hemos subido aquí, a esta Santa Montaña, a rendir a la Virgen de Montserrat el tributo de agradecimiento y de veneración que, durante la guerra, se le prometió por el Tercio de requetés que la eligió por Patrona, y por cuantos contribuimos a su formación; homenaje al que se han ido sumando con entusiasmo los que trabajan por la Santa Causa, hasta constituir oficialmente, por orden del Jefe Delegado de la Comunión en España, este primer y magnífico acto nacional montserratino, de manifestación, continuidad y afirmación carlistas.

    Hechos tan importantes y trascendentales, a pesar de su modesta apariencia, exigen nuestro agradecimiento:

    Primero, a la Omnipotencia suplicante del Corazón Inmaculado de la Virgen Santísima de Montserrat y a la Omnipotencia del Sagrado Corazón de Jesús, que hicieron posibles las heroicas acciones del Tercio que lleva tan ilustre nombre, y han convertido en espléndida realidad todo esto que hoy vemos y comentamos; merced por la que, desde nuestra pequeñez, ofrendamos una vez más nuestra adoración a Dios y veneración a nuestra Santa Patrona.

    Gracias, después, a S. A. R. el Príncipe Don Javier, Regente Legítimo de España, desterrado de nuestra Patria desde la Cruzada, y que, no pudiendo por ello asistir a este acto grandiosísimo, quiere, como luego veréis, hallarse hoy aquí, con nosotros, espiritualmente presente y totalmente identificado.

    Gracias, también, a su Delegado en España, Excmo. Sr. D. Manuel Fal Conde.

    Gracias al Reverendísimo Padre Abad, y reverenda Comunidad de este Real Monasterio, que tan cariñosamente nos acogen cada año.

    Gracias a todas las autoridades nacionales, regionales, comarcales y locales, y a todos los afiliados y amigos que aquí han acudido.

    Gracias, sobre todo, después de Dios, a los muertos y a los héroes del Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat, de los otros Tercios y de las otras guerras, que, como elegidos de Dios, han hecho posible, han hecho realidad, estos actos, y lo que estos actos significan y representan.

    Y gracias, finalmente, a cuantos han contribuido e intervenido, con su esfuerzo y sacrificio anónimo, a la realización de este Aplec.

    Y rendido este testimonio público de sentida gratitud, debo y quiero proclamar, y bajo mi exclusiva y personal responsabilidad –la autoridad os hablará después–, el pensamiento y el sentimiento del Carlismo catalán y del pueblo carlista de toda España –cuyos más íntimos latidos sigo paso a paso y plenamente comparto– acerca de algún punto importante de la actualidad política española.

    Ante todo, ¿qué piensa y cómo procede el Carlismo en relación a la situación o régimen hoy imperante?

    No puede ser más sencillo. El 18 de Julio no constituyó un hecho meramente político, sino un verdadero acontecimiento patriótico, genuinamente español, de salvación de la Patria que se moría. Tales hechos no son revisables. Y el 18 de Julio no se revisará jamás.

    Todos los que nos hallamos aquí presentes, y cuanto representamos, luchará sin vacilación hasta la muerte para mantener el espíritu de ese 18 de Julio (Aplausos).

    Pues bien, en cuanto la situación actual defiende a España contra la intromisión de los extraños y los ataques de sus enemigos del interior, coincidimos plenamente con ella y la aplaudimos (Aplausos).

    Mas en cuanto el sistema actual sirve de base, fomento o tolera el partidismo, el materialismo, la inmoralidad, la tiranía, el maquiavelismo, el fingimiento, lo que llamamos estraperlo, todo esto que está corrompiendo a nuestra Patria, lo condenamos con toda energía (Aplausos).

    En otras palabras, la posición carlista en relación a la presente política española puede sintetizarse en dos nombres y dos fechas: El Carlismo se halla totalmente identificado con el 18 de Julio de 1936 y con la Cruzada. El Carlismo repudia y condena el 19 de Abril de 1937 y el sistema de… (Una voz: “abajo la Falange”). Nosotros no decimos ningún “muera”; claro que, lo que habéis dicho, es un “abajo”, pero yo os digo que ni aun eso (Aplausos). Y conste que no me refiero a la Falange, sino a FET y de las JONS.

    Y en ello, lejos de haber contradicción alguna, resplandece, como siempre, la limpia consecuencia patriótica del Carlismo, puesto que estamos donde está la situación actual en cuanto ésta responde al 18 de Julio y favorece a España, y frente a ella en lo que se divorcia del espíritu de la Cruzada y perjudica a nuestra Patria.

    Otro punto de especial interés lo constituye la posición del Carlismo en relación a la autoridad y a la libertad, al autoritarismo y al liberalismo.

    También está eso claro. Somos paladines de la autoridad legítima, y enemigos del autoritarismo, que constituye una de sus negaciones. Somo entusiastas defensores de la libertad cristiana, y enemigos del liberalismo, que es su contrafigura.

    ¿Pruebas? Entre otras mil, las que aquí se ven.

    Los que asistís a este acto no sois masa gregaria, capaz de seguir o de doblegarse a autoritarismo alguno, sino genuino pueblo carlista y español, respetuoso defensor de la autoridad. Ése es el auténtico Carlismo.

    Y, mirando hacia la otra faceta, ¿quién ha defendido con hechos, en España, a la legítima libertad, en estos últimos años, sino el Carlismo?

    Nos dice la Sagrada Escritura que la verdad nos hará libres, y nosotros hemos defendido esa verdad y esa libertad con nuestra sangre en las trincheras durante la guerra, y con nuestros destierros, cárceles, multas y sacrificios de todas clases en esta postguerra.

    Este mismo acto, ¿qué es, con toda evidencia, sino la defensa pública de la libertad legítima?

    Y, repito, esto no lo ha hecho, ni lo hace en España, más que el Carlismo.

    Si somos enemigos declarados del liberalismo condenado por los Papas, no es por enemigos de la libertad; es, fundamentalmente, porque el liberalismo niega, teórica y prácticamente, la soberanía de Dios, la soberanía del Corazón de Cristo sobre la sociedad política, sobre el Estado; rebelión contra Dios, que es la verdadera y esencial causa de los males de la moderna sociedad; males que no desaparecerán hasta que cese la rebeldía que los ha producido.

    Y si en el Mundo con dificultad se nos comprende, es porque en el Mundo, desgraciadamente, desde hace años, se han perdido colectivamente estas ideas y sentimientos como cosa viviente y actual, aunque, gracias a Dios, existen muchísimos individuos, siquiera sea sin conexión ni organización.

    Mas en España ha querido Dios que perdure el Tradicionalismo, el Carlismo, como ser político, colectivo, organizado, actual, como se demostró el 18 de Julio, y como se ve hoy en este acto.

    Y ha querido que no se pierda en España, para que no muera España, pues bien claro está que, sin él, sin su espíritu y su fuerza, hubiera perecido la Patria ya en nuestra guerra, y, a mayor abundamiento, en nuestra corrompida y materializada postguerra.

    No basta, sin embargo, con que no muera España. Para ella y para el Mundo entero es imprescindible que viva, y que viva vigorosamente. Y para que adquiera ese vigor es necesario que el Carlismo español, con la ayuda de Dios, llegue al final de su carrera, a la implantación de la política carlista, de la Monarquía Tradicional –no liberal– en nuestra Patria.

    Después del rotundo fracaso de la política de FET y de las JONS, y de lo hecho por el Carlismo en la tarea de salvar a España durante más de cien años, y especialmente en la Cruzada de 1936, y teniendo en cuenta nuestro carácter sustancialmente monárquico, no puede pretenderse de nosotros que callemos ante el intento de imponer a España una política, sólo en apariencia nueva, por su simple denominación monárquica. Tenemos, no ya el derecho, sino el ineludible deber de decir la verdad.

    Ni la Monarquía puede inventarse en España, ni a la Cruzada del 18 de Julio corresponde otra política que la tradicionalista, la monarquía legitimista, la antiliberal, representada hoy –una vez muerto el último Rey legítimo de España, Don Alfonso Carlos– por la Regencia del Príncipe Don Javier de Borbón Parma, por este Rey designado.

    Esta política, que es la de la España de siempre, la de la España auténtica, de la Reconquista, de la Contrarreforma, de la Conquista y Evangelización de América, de la Guerra de la Independencia, de las guerras antiliberales, aquélla por la que dieron sus vidas los muertos gloriosos de este Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat y todos los de la Cruzada; esta política, digo, debe prevalecer, y, en definitiva, prevalecerá, porque es necesario para la misma vida de la Patria.

    Y el Carlismo, que tiene la obligación y el compromiso de honor de implantarla, con la ayuda de Dios y de todo el sano pueblo español, la implantará (Largos y fervorosos aplausos).

  5. #5
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    Re: Discursos del Aplec de Montserrat de 1947

    Fuente: Monarquía Popular, Número 7, Enero 1948, páginas 7 – 9.



    Sólo hay un instrumento digno para salvar a España:

    “LA COMUNIÓN TRADICIONALISTA”

    Discurso del Excmo. Sr. D. Manuel Fal Conde, Jefe Delegado en España de S. A. R. el Príncipe-Regente


    Autoridades de la Comunión Carlista; carlistas de toda España aquí reunidos; Tercio de Nuestra Señora de Montserrat; Margaritas y Requetés…, magnífico exponente de la existencia, del vigor, de la vibración de esta gloriosa Comunión Tradicionalista:

    Yo no puedo, por menos, en mis primeras palabras, que felicitaros de todo corazón; felicitar, efusivamente, al Excelentísimo Señor Jefe Regional de Cataluña, y a todos sus infatigables colaboradores, por la magnífica organización de este “aplec” de Montserrat, en este primer año que se celebra con caracteres nacionales, como acto nacional de la Comunión Carlista, de esta Comunión que, no sabemos explicar por qué, no puede en parte alguna de España, como no sea en Montserrat, manifestarse.

    Hace muy poco, por ejemplo, en la Plaza de España de Madrid, éramos maltratados, cobardemente, cuando salíamos de oír una Misa en sufragio de nuestros muertos [1].

    Pero digo que no sé por qué, y tal vez alcance a comprenderlo: porque las glorias de todos aquéllos que llenaron unas páginas nobilísimas de la Historia de España han conquistado un puesto en la política, un momento del año, para que se nos respete nuestra fe y para que se nos permita expansionar nuestros corazones. Y, tal vez, sea algo más que una conquista política: impedir, con este acto de Montserrat, esta válvula de escape, que estas calderas ardientes de nuestros corazones estallasen con grandes estragos (Grandes aplausos).

    Día de júbilo, día de alegría indescriptible, éste de Montserrat. Soñamos meses antes con esta congregación efusiva de carlistas, y guardamos meses después el recuerdo cálido de estas vivísimas emociones.

    Pero yo no puedo negar que en el corazón de todos, y en el mío en grado inmenso, existe una nota de tristeza que en el corazón de todos, de dolor: no debiera ser yo, el último de los carlistas, quien presidiera este acto; aquí falta, por derecho de justicia, por deseos y sentimientos de todos, la verdadera representación de la Comunión Tradicionalista, su principio de unidad, el centro de nuestros amores: ¡aquí falta la figura insigne del Príncipe Regente Don Javier de Borbón Parma! (Prolongada ovación y repetidos vivas al Príncipe Regente; los requetés agitan las boinas en el aire).

    Falta el Príncipe Regente legítimo de España, nuestro Jefe de la Comunión Carlista, y falta, no por su deseo (¡la duda ofendería!); falta porque no puede estar aquí. Y no puede estar aquí, porque sufre un destierro. Como buen carlista, sabe de persecuciones; como buen carlista, ha visto muchas veces cruzar sobre el rostro el látigo de la injusticia, de la incomprensión. El Príncipe Javier hace más de nueve años que está desterrado de España, sin poder pisar esta tierra bendita y santa, cuando hoy las leyes de la amnistía y las instrucciones secretas a los cónsules permiten que vuelvan al territorio nacional… (los aplausos impiden continuar al orador)… Y no me refiero a las personas, sino a las ideas, pues, las luchas habidas en los campos de batalla, también sabemos nosotros olvidarlas, porque enemigos vencidos ya no son enemigos; los dañosos son los enemigos que quedan en pie (Aplausos).

    Por tanto, señores, en este principio de mi discurso –que ahora voy a interrumpir, para continuar después–; en estas primeras palabras, quiero llegar a una conclusión, y vosotros me diréis si, como indudablemente creo yo, todos, absolutamente todos los presentes y todos los que aquí están representados del resto de nuestra España, están perfectamente conformes: ¡La protesta más respetuosa, pero la más enérgica, cerca del Generalísimo Franco, contra el destierro incomprensible de España de nuestro Príncipe Regente! (Grande y calurosa ovación, con vítores al Príncipe Javier, y agitaciones de boinas en el aire. Las banderas también se levantan en señal de aclamación).

    Y para rendir homenaje a su egregia persona, como he anunciado, interrumpo ahora el discurso, para que el señor Secretario General de la Comunión dé lectura a su hermosísima carta, recién recibida, de nuestro querido Príncipe, saludando a los carlistas aquí presentes.

    (Los asistentes se descubren y se colocan en actitud de firmes. El Secretario General da lectura a la carta de S. A. R. el Príncipe Regente, que reproducimos en lugar destacado. Una prolongada y entusiasta ovación cerró la lectura de la carta. Don Manuel Fal prosigue su discurso).

    Pero además de esta manifestación de entusiasmo nobilísimo en el acto presente, creo no engañarme si digo que existe también una gran curiosidad, que, ¿cómo no?, se registra en grado sumo entre las Margaritas. Anoche, tan pronto llegué a esta montaña santa, oí de todos los labios la misma pregunta; y ante esa pregunta de si “¿habrá mañana declaraciones sensacionales?”, hecha por una Margarita muy graciosa –todas las Margaritas tienen mucha gracia, pero ésta en particular tiene aquella gracia, que, nosotros, los andaluces, expresamos diciendo: “tiene mucho ángel”–… Mas, para evadirme como pudiera de las preguntas de la muy curiosa, le dije: “¿Noticias, declaraciones?... Yo vengo en avión directo de Sevilla, ¿me preguntará usted por las corridas de feria?”. Y me contestó riendo: “No es por las corridas de feria de Sevilla; yo pregunto por el diálogo Franco-Don Juan” (Aplausos y risas).

    Ciertamente, existe una gran curiosidad en España, en estos días que van transcurriendo desde estas declaraciones [2]. Todavía no ha dicho la Comunión nada. Nosotros, tachados de impulsivos, de exaltados, de no sé cuantas cosas más, somos los únicos serenos, con deliberación constante, que hay hoy en España; será porque somos los únicos que no nos hemos engañado, dicho sea con verdad, por misericordia de Dios, y los únicos que tenemos una visión clara del porvenir de España y de la Comunión, y, por eso, no hemos tenido prisa en hablar precipitadamente.

    Hoy, para satisfacer las preguntas, vais a oír algo sobre el particular. Y vayan por delante dos necesarias aclaraciones: la primera, que hablamos como correctos caballeros, con el máximo respeto para las personas. La segunda aclaración es recabar el derecho que tenemos de hablar, puesto que ahora va a hacer dos años que, en Junio de 1945, el Generalísimo Franco, solemnemente, anunció a España, y todos entendieron que para un porvenir próximo, la Monarquía Tradicional, y ese nombre y ese apellido nos cuadran. También el Príncipe Don Juan, repetidamente, ha hablado de la Monarquía Tradicional, indicando el mismo nombre y el mismo apellido, y, por tanto, nosotros tenemos y recabamos el derecho de hablar.

    Ahora bien: nos enfrentamos, en primer término, con un Proyecto de Ley –Proyecto, lo es; Ley… lo será, probablemente– de Sucesión de la Jefatura del Estado, cuyo artículo primero dice que España es un Estado que se constituye en Reino. No hay que seguir leyendo más, porque de antemano se desprende esta síntesis terminante: es un Reino sin Rey (Aplausos y risas). Un Reino sin Rey, cargo que, de momento, desempeñará el Jefe del Estado español con poderes vitalicios; haciéndose, a su muerte, un llamamiento, por unos Órganos o Consejos, denominaciones tomadas de nuestras propagandas: “Consejo del Reino”, “Consejo de Regencia”. Se hará un llamamiento a un Príncipe de sangre real, que, ¡no se olvide!, tiene que tener treinta años (risas), el cual se llamará Rey vitalicio, si acata las Leyes Fundamentales, el Fuero de los Españoles y todos los demás fueros que no son fueros. Y si no acepta, se llamará a un ciudadano español relevante –también treinta años (Risas)–, el cual se llamará, de por vida, Regente.

    Pues bien, señores, con plena y absoluta objetividad, analizando hechos públicos que a todos nos interesan y afectan, debemos decir: ¡no habrá Príncipe alguno de sangre real que acepte estas condiciones; no habrá un ciudadano con concepto del deber que acepte estas condiciones!

    Y de este Reino sin Rey se hace propaganda en un monólogo de la Prensa nacional, la llamada Prensa del Movimiento. En otro monólogo, por otra Prensa, que no es la nacional, sino la extranjera, Don Juan de Borbón, en un Manifiesto y en unas declaraciones reclama sus derechos al Trono, y se declara Rey. Y yo digo: “Rey sin Reino” (Aplausos y risas).

    Pues bien; en este pugilato de derechos se verifica lo que suele llamarse en Filosofía, aunque impropiamente, colisión de derechos: los derechos, por una parte, que da la victoria, y los derechos, por otra parte, que da la sangre. En este pugilato, a nosotros nos toca hablar en nombre de alguien que no ha sido oído, y temo que no ha de ser oído nunca: el heroico, el nobilísimo, el sufrido pueblo español, que, tristemente, amargamente, viendo un Reino sin Rey, y un Rey sin Reino, se ve, asimismo, falto de aquellas facultades y poderes para desenvolverse; un pueblo sobre cuyos destinos se habla de derechos de la Jefatura del Estado, sin contar para nada con él ni con el bien común.

    Me encuentro con que en los titulares de periódicos se emplea nuestro léxico: se dice Monarquía Tradicional; unas veces se habla de Reino, otras de Consejo del Reino y Consejo de la Regencia. Por otro lado, se ha hablado, últimamente, y con verdadera impropiedad, de la legitimidad, y se ha llegado a decir, por una firma muy conocida, que la legitimidad que confiere la victoria es el Poder que representa el régimen actual, y confiere igual legitimidad a todas las instituciones que él crea. Tenemos el deber de hablar y recabar para nosotros lo que ha sido nota exclusiva del Carlismo: la legitimidad, el verdadero concepto de la legitimidad.

    Mirad: la victoria, ciertamente, confiere derechos; y no queremos olvidarnos de que el Generalísimo nos guio a la Victoria, ni, por tanto, de las consecuencias que de ello se derivan. Pero el pueblo español, el verdadero pueblo español, que fue el autor de la guerra, logró él, principalmente él, la victoria. ¿Qué hubiera sido de España si no hubiera tenido la asistencia del pueblo español? Había Ejército aquí y Ejército allí; tuvieron asistencias extranjeras las dos partes; pero aquí hubo pueblo, un verdadero pueblo, un pueblo con fe y con entusiasmo, con creencias arraigadas y sentimientos firmes; y allí no había pueblo, sino populacho corrompido, y por eso perdió la guerra.

    Por tanto, sí: las victorias confieren el Poder, pero lo conceden en función de tránsito a aquellos hombres y a aquellos organismos que, en representación de un pueblo, han sabido conseguir el triunfo, para que instituyan los órganos permanentes del Poder. Lo confieren en España, pero para instituirlo firmemente, sólidamente, en la Monarquía, único régimen salvador y único fin digno de la Cruzada gloriosísima.

    Y la Monarquía no puede desfigurarse. Tiene características fundamentales, primarias, sin las cuales sería cualquier cosa, pero no sería Monarquía. La Monarquía electiva no puede conducir más que a tremendas catástrofes. Cuando llegase ese momento, se podría decir lo que un gran orador carlista, Vildósola, dijo en el Congreso, refiriéndose a la elección de Amadeo de Saboya: “Ése no será el Rey de los españoles; ése será el Rey de los 191 diputados que lo eligieron”; y al cabo de veinticinco meses, los mismos que le habían elegido lo abandonaron completamente: ¡ni uno siquiera de los electores le siguió! Amadeo de Saboya abandonó España, huyendo a Portugal, acompañado, únicamente, de su Secretario. El orador carlista se había equivocado: Amadeo no fue Rey ni de uno sólo de sus electores.

    La Monarquía ha de ser hereditaria. Pero no es el Príncipe Don Juan quien puede, de cualquier manera, invocar los derechos de sucesión a la Corona. La sucesión dinástica no es una mera transmisión de derechos. Es una transmisión, sí, de la soberanía. Pero la Monarquía es un compuesto armonioso, es un compuesto sapientísimo, de un derecho sagrado al Poder y de deberes también sagrados, que miran a la felicidad del pueblo, consiguiendo el bien común; y con estos deberes se transmiten las responsabilidades dinásticas.

    De modo que Don Juan, al hablar de la herencia de su dinastía, acepta, sin darse cuenta, tremendas responsabilidades. Podrá decirse que, en esta concepción de la herencia que el Príncipe Don Juan ha expuesto en sus declaraciones y en su manifiesto, estará la razón de la no permanencia de su Monarquía, ya que todos sus antecesores, sin excepción, fueron representantes de un Poder efímero, porque les faltó la asistencia del pueblo.

    Doña María Cristina, la Reina Gobernadora, comenzó la dinastía de fugitivos, huyendo, completamente sola y abandonada, por el puerto de Valencia, para desembarcar en Marsella. No quiso, siquiera, volver la cabeza atrás, por temor a quedar convertida en estatua de sal, como la mujer de Lot.

    Doña Isabel II, huyendo despavorida en horrenda y tristísima soledad, no tiene un sólo acompañante, no le queda uno sólo de sus leales, y en aquel trance tiene que ir de Lequeitio a la frontera con sólo la asistencia de un carlista compasivo.

    Es cierto que Alfonso XII no fue destronado, debido a su muerte prematura; pero Alfonso XII, como ha contado el propio Romanones, teniendo madre, esposa, hijos y hermanos, murió abandonado y solo, como se muere en un hospital, porque su esposa, obligada por Cánovas, tuvo que asistir aquella misma noche a una representación de ópera, en el Teatro Real.

    Y, después, con Alfonso XIII, ya sabéis lo que ocurrió. El 14 de Abril de 1931, a resultas de unas elecciones municipales, y esto lo hemos vivido, solemnemente entregó la Monarquía, y dio órdenes a sus Ministros de entregar el Poder, al Comité Revolucionario, y solo, en tremenda soledad, marchó para Cartagena a embarcar en un crucero, rumbo a Francia, con la sola compañía de Don Alfonso de Orleans.

    Es signo fatal, y, por tanto, tiene la raíz en el corazón de nuestro pueblo.

    Y ahí está Espartero, cogiendo una fragata inglesa en el Puerto de Santa María; y ahí está el Presidente de la República, Estanislao Figueras, y tantos otros.

    Sería curioso y aleccionador que en los puntos de las fronteras y en los puertos españoles que presenciaron esas salidas, para recuerdo del pasado y enseñanza del porvenir, se colocaran lápidas con esta inscripción: “Aquí acabaron las lealtades interesadas, y se abrieron las puertas de la más tremenda soledad” (Grandes aplausos).

    Esa lealtad a esos Reyes era engañosa, porque sólo se fundaba en la merced y el goce de los favores; mas el pueblo estaba apartado.

    En España no hay más que un pueblo, auténtico pueblo: el pueblo carlista, que es el pueblo de la lealtad.

    Lealtad para con nuestro Carlos V, al que acompañaron más de cuarenta mil leales, con Generales, Ministros, Prelados y personalidades diversas, al abandonar el suelo patrio, después de la traición y abrazo de Vergara del General Maroto.

    Y al General Cabrera, cuando ocho meses después se veía también obligado a pasar la frontera, le siguieron otros cuarenta mil voluntarios.

    Y nuestro Carlos VII, el ejemplo más limpio de todos los ejemplos, al que su heroico Ejército se dirigía rogándole y suplicándole que le permitiera acompañarle, llevó consigo a los carlistas en número de treinta mil voluntarios; y, sin temor de convertirse en estatua de sal, miró al suelo patrio con tristeza, y pronunció el profético “Volveré” (Aplausos entusiastas y fervorosos). Y volvió, por cuanto se conservó su espíritu y se guardaron sus ideales. Y volvió, y está aquí entre nosotros, en el significado de nuestras boinas (Grandes aplausos).

    Por eso os decía que había que colocar esas inscripciones en las fronteras, como losas sepulcrales de las lealtades efímeras, porque demuestra lo frágil de los Poderes que no se sustentan en la Legitimidad verdadera, y están faltos, en consecuencia, de la asistencia de la Nación (Aplausos).

    Acertadísimamente, nuestro querido Sivatte ha señalado, en elocuentes párrafos, las características del 18 de Julio y de la Cruzada. Como sabe muy bien todo el mundo, y lo hemos comunicado, recientemente, a quienes deben saberlo [3], los resultados de las guerras civiles no se revisan; no se han revisado nunca en ningún país; el 18 de Julio no se revisará jamás.

    ¡Y ay del que lo intente! Porque en ello va algo transcendental que atacaría al orden natural y divino, ya que la contienda que empezó el 18 de Julio de 1936, más que una guerra civil, fue una Cruzada Santa; y la revisión de la Cruzada sería un perjuicio, una ofensa gravísima contra los requetés muertos del Tercio de Montserrat y de todos los Tercios que lucharon en la campaña; sería un sacrilegio, sería un atentado horrible contra nuestra sacrosanta Religión (Cálidos y prolongados aplausos).

    Y continúo distinguiendo en ese pugilato que he venido señalando. El 18 de Julio es, ciertamente, punto de partida para el Generalísimo Franco; pero hemos de observar que la Historia de España no ha empezado el 18 de Julio, ni mucho menos el 19 de Abril, fecha del Decreto de Unificación.

    La Historia de España no es sólo el 18 de Julio. En este día se produjo una gloriosísima gesta, pero ese día es parte de un proceso histórico que reclama la restauración de nuestro pasado en lo básico y sustantivo. Mientras que se ve que lo que interesa únicamente al régimen actual es exhumar todo lo accidental y formalista, en una regresión al periodo formativo de la Monarquía visigótica. Y así, ahora, hemos de creer que la Monarquía electiva que trata de darse a los españoles es de tipo medieval, con un Rey que sea una especie de Recesvinto (Risas y aplausos).

    Pero del otro lado se desconoce el 18 de Julio, y vemos con verdadera sorpresa –que lo ha sido de España entera– que el Príncipe Don Juan, en sus declaraciones, trata de olvidar aquella fecha gloriosa, e intenta adueñarse del Reino con un llamamiento a todos, sin distinción, y con unos contactos inadmisibles, de todos conocidos, con los representantes del nefasto Frente Popular.

    No hay más que una solución, como, con el respeto debido, lo venimos diciendo a la Nación y al Generalísimo Franco, desde el 10 de Marzo de 1939, en una serie de estudiados documentos, que todos conocéis: esta única solución es la Monarquía Tradicional, que lleva consigo la nota de Legitimidad.

    Y en la restauración de la Monarquía Tradicional ha de tomar parte la Nación; ha de ser oído el pueblo orgánicamente reconstruido; y, para esto, han de restablecerse las legítimas libertades políticas, que son santas porque provienen de Dios, y están fundadas en el Derecho Público Cristiano.

    Y esa labor de reconstrucción política del Estado monárquico, y social del pueblo, organizados ambos en sus instituciones fundamentales, ha de hacerla la Regencia, pero la Regencia legítima. Ha de instituirse la Regencia para iniciar la obra de Gobierno; para establecer la libertad santa, la clásica libertad española y cristiana, aquélla que no sólo no es la libertad liberal, sino que le es contraria.

    Con la Regencia legítima, tendremos ya la Monarquía Tradicional, y, con la Monarquía Tradicional, firme y estable, tendremos las libertades legítimas (Aplausos).

    Se habla de libertad de Prensa, como si ya existiera en nuestra Patria, pero, ni se nos deja propagar nuestra doctrina, ni se nos devuelven los periódicos que se nos arrebataron.

    Necesita la Nación ser oída en cuanto afecta al régimen de nuestra economía y a la inversión de los fondos que ella libremente conceda al aprobar los Presupuestos. ¿Sucede actualmente así?

    Ha de ser libre para reconstruir las instituciones sociales, los gremios, las corporaciones, y unas Cortes orgánicas, que sean expresión genuina del pueblo español.

    Entonces, y sólo entonces, se podrá determinar quién es el Rey legítimo, que deberemos aceptar y acatar todos (Grandes aplausos).

    Pero esa obra de Gobierno ha de basarse en el pasado, para poder reconstruir en el presente, y tener vida firme y duradera en el futuro. Esa obra no la puede hacer cualquiera, porque esa obra requiere instrumentos aptos, y en España casi todos los instrumentos políticos están fracasados.

    Sólo hay un instrumento digno y ciertamente político, y éste no es otro que la Comunión Tradicionalista; y esta Comunión no es otra que la que forman esta gloriosa y abnegada disciplina. El que se separa de la Comunión Tradicionalista –triste ley de la vida, ley biológica de la selección–, el que se separa, es un miembro que se seca y se muere en el más completo fracaso.

    ¿Qué explicación darán a sus actos la media docena de carlistas separados de la Comunión, porque creyeron, poco menos que inmediata, la venida de Don Juan, y corrieron a situarse pronto? (Risas).

    Está fuera de toda duda: la Comunión Carlista es el único instrumento apto, con el Príncipe Regente a su cabeza y a la cabeza de España (Calurosos aplausos y vivas). Pues ateneos a las consecuencias de esta proclamación (Los aplausos se repiten y se prolongan. Nuevos vítores).

    Legitimidad no hay más que una, por Dios bendecida en el transcurso de los años, en la que puede arraigar la genuina Monarquía española, y es la de nuestros Reyes en el destierro.

    Ésta es la legitimidad de S. A. R. el Príncipe Don Javier de Borbón Parma, cuyos títulos están en el Real Decreto del venerado e inolvidable Don Alfonso Carlos, de 23 de Enero de 1936, instituyéndolo Regente, y en el preciosísimo juramento que el 3 de Octubre del mismo año prestó ante el cadáver del Rey, en el momento de darle tierra en la Capilla del Castillo de Puchheim, en el que dijo: “Así como la vida del Rey que lloramos nos estuvo consagrada hasta el último trágico suspiro, así estará la mía hasta que Dios me otorgue la merced de terminar la misión de que estoy investido, tal como lo hubiera hecho el mismo Rey Alfonso Carlos”.

    Ahí está la legitimidad, y no [en] los ilegítimos caminos por donde se anda buscando. ¡España no se salvará si no se acoge a la legitimidad del Príncipe Regente! (Frenéticos aplausos).

    A trabajar, por tanto; a trabajar y a ejercer, con toda dignidad, las libertades públicas que por derecho, nuestro Derecho Público Cristiano, nos corresponden.

    Se han abierto en España, hasta principio de año, más de cincuenta capillas protestantes, haciendo hincapié, ¡fijaos en esto!, en el llamado Fuero de los Españoles. ¿Cuántos Círculos Tradicionalistas se han podido abrir? (Voces clamorosas de “¡NINGUNO!”; grandes aplausos; y gritos de “¡FAL CONDE! ¡FAL CONDE! ¡VIVA EL PRÍNCIPE REGENTE!”).

    Si dicho Fuero permite abrir capillas para hacer propaganda del error protestante, bien debe permitir a quienes lucharon, y con tanta abundancia derramaron su sangre en la Cruzada, abrir Círculos y publicar periódicos tradicionalistas, para propagar la auténtica doctrina de la Legitimidad y las verdades políticas enseñadas por la Iglesia Santa (Grandes aplausos y repetidos vítores).

    NOSOTROS DECIMOS: ¡VIVA EL PUEBLO ESPAÑOL! No decimos ni un “muera”, porque no es palabra caballeresca. Antes ha resonado entre vosotros un “abajo” a un partido político: pase. Pero tampoco, como ha dicho Sivatte, nos gusta el “abajo”. Yo digo: ni abajo ni arriba, sino que decimos, como el cantar popular navarro: ¡Nosotros siempre p´alante! (Grandes aplausos).

    ¡Carlistas!, recordemos siempre las palabras de la carta de nuestro Augusto Príncipe que acabáis de oír: “Cristo, Rey de los siglos y del mundo, desde ese venerable Santuario de Nuestra Señora, os bendice para que continuéis la Obra de los que han dado todo con sus vidas”.

    Estoy seguro, con la ayuda de Dios, de que todos seremos fieles a la memoria de nuestros requetés del Tercio de Nuestra Señora de Montserrat. Firmaron ellos, con su sangre, el testimonio de su fe, y esta herencia está aceptada por nuestro honor.

    Ellos, como nuestros padres, sólo buscaron el Reino de Dios y su justicia; lo demás se nos dará por añadidura: antes o después, pero es palabra de Dios, y ha de cumplirse.

    No lo dudéis: el Carlismo salvará a España, pese a quien pese.

    Adelante, pues, por Dios, por la Patria y por el Rey (Clamorosos aplausos, que se prolongan largo rato. Se oyen repetidos y entusiastas vivas al Príncipe Javier y a Fal Conde. El público muestra un entusiasmo indescriptible).





    [1] Nota mía. Clara alusión a la celebración madrileña de los Mártires de la Tradición de ese año.

    [2] Nota mía. Como complemento al Manifiesto de 7 de Abril, el semanario The Observer de Londres, el periódico The New York Times de Nueva York, y la emisora radiofónica británica BBC, publicaron y emitieron el 13 de Abril unas declaraciones de Don Juan en las que abogaba por un acuerdo o entendimiento con Franco con vistas única y exclusivamente a un traspaso pacífico del poder político a la dinastía liberal. Esta invitación de Don Juan acabaría fructificando en el encuentro que tendría con Franco el 25 de Agosto del año siguiente.

    [3] Nota mía. A partir del famoso documento de 10 de Marzo de 1939 “Manifestación de los Ideales Tradicionalistas al Jefe del Estado”, la Comunión fue publicando en años siguientes otros documentos de la misma índole, ya dirigidos directamente a los españoles, ya dirigidos directamente a Franco (sin perjuicio de su ulterior difusión también a los españoles).

    Con fecha de 2 de Febrero de 1947, se publicó uno más de esos documentos, bajo el título de La Única Solución, que es al que hace referencia Fal Conde en su discurso.

  6. #6
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    Re: Discursos del Aplec de Montserrat de 1947

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Fuente: Monarquía Popular, Número 7, Enero 1948, página 6.



    Mensaje desde el destierro, de S. A. R. el Príncipe-Regente D. Francisco Javier de Borbón-Parma


    A los muy queridos Carlistas reunidos en Montserrat:

    En esta primera concentración Carlista de carácter nacional en el Real Monasterio de Nuestra Señora de Montserrat, hubiera sido mi vivísimo deseo estar con vosotros, para unir nuestras oraciones y nuestros pensamientos en el recuerdo de todos los hermanos que hace diez años han dado sus vidas al servicio de Dios y de la Patria.

    La imposibilidad en que me encuentro, desde hace ya años, de poder compartir vuestro júbilo, así como vuestras penas y trabajos, pesa en mi vida. Pero el pensamiento y el espíritu no conoce fronteras, y si no podéis verme en este momento, estoy presente entre vosotros con mi corazón y cariño. ¡Y está también presente ahora el gran ejército de nuestros muertos!

    En mi ausencia tenéis a nuestro fiel Jefe Delegado, Don Manuel Fal Conde, que, a través de tantas vicisitudes, inquietudes graves y persecuciones, ha mantenido con admirable abnegación la bandera intacta por la cual han muerto los nuestros: Dios-Patria-Rey.

    Cristo –Rey de los siglos y del mundo–, desde ese venerable Santuario de Nuestra Señora, os bendice para que continuéis la obra de los que han dado todo con sus vidas.

    Lo que ha sido realizado hace diez años con el sacrificio de España entera –en el fragor de las batallas–, la victoria alcanzada contra el terror de la dictadura roja, ha sido realizado sólo por mitad. Hemos terminado la guerra, pero no hemos alcanzado la paz espiritual. Desde entonces hemos esperado en vano que llegue esta paz, con el orden y la justicia para todos. Hemos esperado diez años, y en esta hora misma tocamos la vuelta de uno de los grandes momentos históricos.

    Queremos el regreso de la Monarquía, y España se orienta oficialmente a este fin; pero queremos que vuelva con orden y disciplina.

    Nunca admitáis un Rey impuesto, sea desde fuera, desde el extranjero, o de facciones o partidos. El Rey debe ser de todos los españoles, pero su llegada debe hacerse sin quebrantos peligrosos en un país que tanto ha sufrido –y que sufre todavía– por las injusticias e incomprensiones del pasado, y donde el fuego de la venganza puede incubarse bajo las cenizas, y, fomentado por elementos de fuera, puede volver a provocar el terrible incendio que habéis extinguido con vuestra sangre.

    Por eso el inolvidable Rey Don Alfonso Carlos –q. s. g. h.–, en su sabiduría, había proclamado ya entonces la necesidad de una Regencia fuerte, unida y prudente, para restablecer los cuadros con los cuales el Rey puede gobernar, y que a vosotros, artífices de la Monarquía, os den las garantías de que esta Monarquía será verdaderamente la Tradicional.

    Lo que cuenta es la estructura del Reinado y la unidad entre el Rey y su pueblo. Mucho se ha hablado de democracia. Pero no ha habido nunca una democracia más equilibrada que esta armonía del pueblo y del Rey, que por medio de los Consejos y las Cortes –contrapesados los derechos forales de los unos y la autoridad paternal del otro– han hecho la grandeza de España.

    La Monarquía es la forma perfecta de gobierno, en la que se transmite la autoridad del Jefe de Familia al hijo, junto con la obligación de servir al bien común.

    Pero es de primera importancia que el Príncipe que sea investido de la autoridad Real, y sea Rey de España, lo sea especialmente de vosotros, carlistas, partido que solo, y por más de un siglo, ha luchado por la verdadera tradición Real. Para alcanzar este punto es necesario que el Rey acepte solemnemente las condiciones que lo unen a su pueblo, y que serán las que siempre hemos mantenido.

    En consecuencia, debemos unirnos para que, en el momento oportuno, la Regencia pueda traer al Rey, que será el vuestro, porque habrá aceptado vuestros fueros, y los fundamentos de la Monarquía Tradicional, establecidos por ella.

    El alcanzar la meta de nuestra empresa demanda el esfuerzo común de todos, y sólo podría malograrse si entre vosotros se abrieran paso las discrepancias, las rivalidades, y la resistencia a seguir las normas que se vayan dando. Si vosotros os entregaseis, unos tras otros, en grupos, y sin mandato de nuestra Jerarquía, a reconocer cualquier Rey, esterilizando así la unión de nuestra Comunión, estaríamos paralizados ante los hechos, que se irían imponiendo fuera de nuestra posibilidad de actuar, y contra el fin para el cual tantos héroes carlistas han dado sus vidas [1]. Todos juntos, sin desmayos, sin volver la vista atrás, y en perfecta unidad con mi representante, podremos llegar a ver cumplidas nuestras aspiraciones.

    A vosotros, mis queridos Requetés, envío mi saludo de soldado. A vosotros, los combatientes de 1936 a 1939, y a los jóvenes que desfiláis con vuestros uniformes y con la boina colorada. Juntos conmemoramos a vuestros gloriosos hermanos mayores, y de una manera especial, en este día, a los heroicos requetés del Tercio de Nuestra Señora de Montserrat; sé que su mismo espíritu os anima. Si los mismos peligros amenazasen nuevamente la obra tan duramente edificada, haríamos frente, una vez más, al enemigo.

    Pero, por ahora, que Dios os guarde a todos.

    ¡Viva Cristo Rey!




    FRANCISCO JAVIER DE BORBÓN

    Abril, 1947








    [1]
    Nota mía. Alusión al grupúsculo, liderado por el Conde de Rodezno, que se había marchado con Don Juan el año anterior. Véase este hilo, al respecto.

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