Fuente: Monarquía Popular, Número 7, Enero 1948, páginas 1 – 2.
EDITORIAL
Indefinida Prolongación, Sustitución o Derribo de la situación política imperante
Éstas son, en verdad, las “soluciones” posibles del candente problema español, resultando falsa, en cambio, la propaganda política gubernamental que sintetiza el dilema: “Franco o el Comunismo”.
Sencilla es la demostración de ambos asertos: Por de pronto, es falso el dilema, porque, aun dando de lado al comunismo, liberalismo, etc., además de Franco existe, en la actualidad política española, el Carlismo, que el 18 de Julio de 1936 –cuando el General Franco estaba en África y no era Jefe del Alzamiento– llenó España de boinas rojas y contribuyó, sustantiva y decisivamente, a salvarla de la muerte; y que hoy, en 1947, demuestra contra viento y marea su potencia e independencia política con actos como el Aplec de Montserrat, en este número reseñado.
Pero, además, tampoco es cierto que Franco fuera remedio adecuado y suficiente del Comunismo: Primero, porque Franco es un hombre y el Comunismo una idea fuerza, en la actualidad con profundidad, extensión, ambiente y empuje universales; dos seres, por lo tanto, entre los que no puede concebirse siquiera la comparación, y menos la verdadera y decisiva lucha. Segundo, porque Franco es mortal, y al morir –y puede morir hoy mismo, como cualquiera hijo de vecino– la consecuencia ineludible sería la automática implantación del comunismo, o sea, del otro extremo del fatal silogismo que nos proponen como verdad política los que mandan; y una nación sensata no puede permanecer pendiente de la vida de un hombre.
Ahora bien, si, como acabamos de patentizar, es engañosa la política gubernamental resumida en la frase “Franco o Comunismo”, ¿cuál es hoy la verdad política española?
Inicialmente queda contenida en el titular de este Editorial: Frente a la interinidad de tipo fundamentalmente personal, imperante desde hace más de diez años en España, pueden seguirse tres políticas: tratar de prolongarla sine die, sustituirla o derribarla.
Pretende lo primero la misma situación gobernante; se propone lo segundo, el Carlismo; lo tercero, el Liberalismo, Monárquico o Republicano, el Socialismo, y, en definitiva, el Comunismo.
Poco diremos aquí sobre la primera pretensión, cuya última fórmula es el titulado “Proyecto de Sucesión de la Jefatura del Estado”, dado a conocer por el Generalísimo a los españoles en el 8º aniversario de la victoria.
Sólo que ese “Proyecto” no es de “sucesión” sino de todo lo contrario, de “perpetuación del régimen imperante”; no es monárquico, sino cesarista; no es lo que España necesita sino lo que –dadas sus estrechas miras– conviene al partidismo que manda.
Y que, precisamente, cuanto en la apariencia ofrece de previsor, y, por tanto, de laudable, aunque sólo fuere para el momento de desaparecer del tablero político el Generalísimo, resulta completamente ineficaz e impracticable, porque las órdenes políticas dictatoriales –y ésta no tendría otra alcurnia, por más que se la revistiera de “Ley Fundamental con referéndum”– no tienen un minuto más de vida que el dictador que las impuso.
Concretando más. En el mejor de los supuestos, este intento de prolongación indefinida de la actual interinidad política no podría ir más allá de la muerte de Franco; pero muerto ya, política o físicamente, éste, ¿qué? ¿Más dictadura, más pronunciamientos? ¿O, de nuevo, el Liberalismo primero, luego el caos, y, para terminar, el Comunismo?
No. Por nuestra parte, no. Ni nos satisface, por falsa, la fórmula gubernamental de “Franco o Comunismo”; ni, por verdadera, la realidad política a que, de prolongarse la situación actual, quedaríamos abocados: “Franco ahora, y el Comunismo al final de la etapa”.
Mas, claro está que, si condenamos y nos oponemos a la permanencia de la actual dictadura –y más todavía a su intento de perpetuarse como falsa Monarquía o verdadero cesarismo–, con mayor razón rechazaríamos y nos opondríamos a su destrucción de signo revolucionario, entendiendo por tal cualquier cambio que, formalmente, tendiese a borrar las esencias religiosas, políticas o sociales que restan del 18 de Julio, aunque se produjese sin violencias externas. Y esto, tanto si dicho cambio llevaba etiqueta republicana o dictatorial, como monárquica.
Por eso estamos frente a Giral o a Llopis [1]. Y por eso estamos frente a las manifestaciones o declaraciones de Don Juan de Borbón [2], frente al Liberalismo y frente al juanismo.
Con lo dicho, la solución carlista surge y se evidencia, una vez más, como la única acertada, aceptable y patriótica: Ni permanencia de la actual dictadura, ni su derribo revolucionario; su justa y serena, pero radical, sustitución por la Regencia Tradicionalista, única legítimamente investida y capacitada para realizar la misión, patriótica y monárquica, de implantar la Monarquía popular, que necesita España para su salvación y prosperidad. En otras palabras, el mantenimiento del 18 de Julio; la radical supresión de sus desviaciones y adulteraciones, cristalizadas en la actual situación; el establecimiento del único régimen genuinamente español, y por ello estable y permanente, por el camino carlista –único recto y seguro– de la legitimidad monárquica, personificada hoy en la Regencia de Don Javier de Borbón Parma.
O –si lo preferís, encarnado, viviente y popular en hechos políticos, actuales e importantísimos, ocurridos en España y para España– la solución manifestada, prometida y proclamada en el Aplec Nacional Carlista de Montserrat, del 20 de Abril, por la autoridad de S. A. R. el Príncipe Regente, representado por su Jefe Delegado, con la rúbrica entusiasta de millares de carlistas y de todos los españoles que con nosotros comulgan.
[1] Nota mía. En Agosto de 1945, antiguas personalidades de la II República crearon el llamado “Gobierno de la República en el exilio”, en donde se reconoció a Diego Martínez Barrio como Presidente de la República, y fue nombrado José Giral como Presidente del Gobierno. Tras su dimisión a finales de Enero de 1947, tomó el relevo al mes siguiente Rodolfo Llopis, quien permanecería en el cargo hasta Agosto de ese mismo año.
[2] Nota mía. El más reciente manifiesto de Don Juan había sido el fechado en Estoril, a 7 de Abril de 1947.
Por aquel entonces, en los primeros años de la postguerra mundial, los representantes de Don Juan iniciaban sus primeros contactos con fuerzas integrantes del llamado “Gobierno de la República en el exilio”, sobre todo durante las negociaciones que, iniciadas en el encuentro que tuvo lugar en Octubre de 1947 en Londres entre José M.ª Gil Robles e Indalecio Prieto, acabarían desembocando en el llamado Pacto de San Juan de Luz, acordado a finales de Agosto de 1948 (curiosamente, al mismo tiempo que Don Juan organizaba y realizaba, paralelamente, su primer encuentro con Franco).
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