Fuente: Cruzado Español, Número 93, 1 de Febrero de 1962, última página.
Cómo se implantó la República en España
Por José-Oriol Cuffí Canadell
ANTECEDENTES
En un importante documento que publicó, en Enero de 1882, el «Boletín de la Gran Logia Escocesa» española, se demuestra la confianza y la satisfacción de la Masonería al imponer la restauración de la monarquía liberal en 1874. He aquí un fragmento revelador de dicho documento:
«Con gran ansiedad esperábamos ver cómo obraría el Rey Alfonso XII respecto de ella (la Masonería), y con gran satisfacción vemos que sus promesas de completa libertad de conciencia han sido cumplidas. El Ilustre Gran Comendador de España, el Hermano Práxedes Mateo Sagasta, acaba de ser llamado para ocupar el puesto de Primer Ministro, lo cual asegurará a la Masonería la libertad de ejercer su misión bienhechora y esparcir sus luces» [1].
Este documento completa perfectamente el del Gran Oriente Lusitano, anunciando la Restauración. Las esperanzas masónicas no habían sido defraudadas. Por el contrario, quizá en ningún otro período anterior se habían abierto a la secta anticristiana perspectivas tan dilatadas como bajo los reinados de Alfonso XII y de su sucesor.
Y así, España, bajo la Restauración liberal, fue siguiendo su camino hacia el desastre. Incluso alguna tímida reacción entre los propios liberales se esfuma rápidamente. Nadie puede dar lo que no tiene, y el liberalismo sólo puede engendrar frutos sazonados de sangre, de ruina y de corrupción.
LA MONARQUÍA LIBERAL Y LA DICTADURA
Las etapas hasta el 14 de Abril de 1931 son múltiples y variadas, pero en todas ellas late el espíritu sectario que ha de arrojar al pueblo español a la catástrofe. Precisaremos algunos hechos significativos, reproduciendo, en parte, varios textos que arrojan luz suficiente sobre ese período.
«Nadie ha olvidado –escribía una prestigiosa revista– el discurso sobre “El libre pensamiento internacional” pronunciado en el Ateneo de Madrid, el 22 de Febrero de 1912, por el “hermano” Magalhaes Lima, Gran Maestre de la masonería portuguesa, su pomposa presentación por Moret, sus deseos para la “pobre España” de una felicidad idéntica a la de Portugal, entonces republicana. El “hermano” Magalhaes, acompañado por el “hermano” J. T. Simoes, Gran Canciller General de la Orden, había llegado a Madrid para firmar el nuevo acuerdo de alianza entre el Gran Oriente Unido de Lusitania y el Gran Oriente Español [2].
Nadie ha olvidado tampoco al Ministro de Instrucción Pública anunciando en un teatro de Zaragoza, en nombre del Gobierno Canalejas, y por cuenta de la secta internacional, la reforma laica de la legislación escolar, en oposición formal al Concordato, entre el gran escándalo de los asistentes, que abandonaron la sala con estrépito. Pero en esta época, el clero protestaba en voz alta. Así, el 8 de Marzo de 1912, en el Senado, el Obispo de Jaca se opuso a la concesión de un crédito destinado a conmemorar el centenario de la Constitución masónica de 1812.
También bajo el Gobierno Canalejas, y con la triste complicidad de los conservadores, se entregaron, por sentencia de un Tribunal, la biblioteca anarquista y demás bienes de Ferrer a sus herederos, es decir, a la secta…» [3].
Y prosigue, más adelante, la propia fuente:
«En 1913 la lucha se extiende, pero el Rey transige con el Conde de Romanones, a quien se designaba ya con el nombre de “sepulturero de la Monarquía”; el mismo Conde que en 1931 recibió del Gobierno Aznar el encargo de transmitir los poderes al señor Alcalá-Zamora, que obraba por cuenta del Gobierno provisional republicano. Los tiempos se han cumplido, la predicción se ha realizado: “Ayer el Canalejismo; hoy, la Revolución”. Y el señor Miguel Maura, hijo del antiguo Ministro de Alfonso XIII, es Ministro de la Gobernación de la República… Luis XVI y Roland, Nicolás II y Kerensky, eterno recomenzar de la Historia» [4].
Pero para llegar a la revolución de 1931 hubieron de quemarse otras etapas. Recordemos brevemente algunas de las más representativas:
«Primo de Rivera –escribe el Dr. Tusquets– no ingresó jamás en la Masonería. Trató a “los hijos de la viuda” con aquella mezcla singular de jactancia y de honradez que le caracterizaban. Pero el Dictador lo fue nominalmente. Bajo su garbosa capa jerezana, salvaron el prestigio y prepararon la Revolución los elementos sectarios. Algunos subordinados del Marqués de Estella extremaron la tolerancia con los masones. Por ejemplo, el General Barrera, que permitió la celebración en Barcelona del Congreso Masónico prohibido por el Dictador en Madrid, y que tan obsequioso se mostró con la campaña rotaria.
Numerosos cargos de compromiso fueron ocupados por masones. “Les Cahiers de l´Ordre” acusa, con harta claridad, al señor Quiñones de León, ex-embajador en París y consejero aciago de Don Alfonso de Borbón, de haberse inscrito en una logia de acción política [5].
Los propios masones reconocen que ciertos elementos de la Dictadura conversaban frecuentemente con ellos y no querían debilitar la secta. Dicen los “hermanos” del grupo “La Verdad”, en su séptimo manifiesto:
“No pueden negar Gertsch ni Esteva que hicieron lo indecible para aproximarse al Directorio Militar, con el objeto de que reconociese a la Gran Logia Española como la única potencia masónica regular en España; intención ésta, aparte de otras consideraciones no menos graves, que, de realizarse, hubiera dividido irreconciliablemente la Gran Familia española” (Masonería universal. Familia Española. Manifiesto 7.º del grupo “La Verdad”).
Usando y abusando de tanta benevolencia, y con la ayuda del oro judío, la Masonería creció lozanamente» [6].
Los propios masones son testigos de excepción:
«En el Convento reglamentario (de la masonería francesa, en 1924) reúnense Barcía, Esteva Bertrans y Luis Gertsch, figurando estos últimos como emisarios de la Gran Logia Española (…); Esteva (…) da noticias del funcionamiento de las logias bajo la Dictadura del General Primo de Rivera:
“En España –dice– la situación de la Masonería es muy difícil. Estamos a merced de los Gobernadores de Provincia. En ciertos lugares se nos permite trabajar; en otros, nos está prohibido”.
(Inmediatamente continúa):
“Debo dar las gracias al Gran Oriente de Francia y a la Gran Logia por su apoyo cuando dirigimos al Directorio Militar una petición que tendía a reconocer la Masonería como una sociedad legal. No hemos obtenido ese reconocimiento. Simplemente se nos tolera, siguiendo, repito, el antojo de los Gobernadores”» [7].
TAMBIÉN EL SOCIALISMO
Eso no será obstáculo para que, años después, los masones se rasguen las vestiduras propalando persecuciones dictatoriales que en ningún momento existieron.
¿Cómo extrañarse de tales maniobras si en las alturas se producían otros hechos que no podían augurar nada de bueno?
«Con la mayor desfachatez, el Socialismo español se declaró gubernamental durante la Dictadura. Bien merecía doblar el espinazo la certeza de conquistar la tierra prometida, las arcas del Estado, y de administrarlas a tenor de los consejos de León Blum y de sus colegas judaico-masones de “L´Humanité”.
Mientras los catedráticos, como Fernando de los Ríos –que se adjudicó mediante un concurso “sui generis” la cátedra de Derecho Político Comparado de la Universidad Central– y Besteiro extremaban su prudencia para conservar el influjo sobre la juventud y corromper la Universidad, los dirigentes de la “Unión General de Trabajadores” acaparaban los cargos del Estado» [8].
Así: Francisco Largo Caballero, Consejero de Estado, Vocal del Consejo de Trabajo y de las Corporaciones Agrícolas, etc.; Santiago Pérez Infante, Consejero del Instituto Nacional de Previsión; Tifón Gómez, miembro del Consejo Superior Ferroviario; y otros.
Se comprende que en el Convento de 1927, el Secretario General del Consejo Supremo pudiera manifestar:
«Los francmasones han conquistado las posiciones que hacen posible la revolución».
Después se fragua el complot masónico del 13 de Septiembre de 1928, y que fracasa. La policía practica registros en el Gran Oriente de Madrid y en la Gran Logia de Barcelona, e inmediatamente comienza una ofensiva financiera internacional contra España. El Gobierno ordena, entonces, la libertad de los detenidos, pero ya es tarde. Desde aquel momento, las logias españolas
«tuvieron un pretexto para hacer un llamamiento a la solidaridad masónica mundial (…) La peseta bajó un 33 por ciento (…) Las cosas llegaron a un tal punto de tensión, que el propio Monarca pidió a quien fielmente le había servido “que pacificara” por segunda vez al país, pero, ahora, con su dimisión» [9].
¿Qué tiene de extraño, con tales antecedentes, que pocos meses después se proclamara la República atea?
[1] Eduardo Comín Colomer, «Lo que España debe a la Masonería».
[2] Por el Gran Oriente Español firmaron Miguel Morayta y José Moreira.
[3] R. I. S. S., 5 de Julio de 1931, página 694.
[4] «La Gaceta del Norte», de Bilbao, de 13 de Abril de 1913, afirmó que el Conde de Romanones era, a la vez, francmasón y Caballero de la Orden Militar de Santiago (R. I. S. S., cit.).
[5] Marzo de 1931, pág. 173.
[6] Dr. Tusquets, «Origen de la Revolución española», págs. 50 y ss.
[7] Eduardo Comín Colomer, obra citada.
[8] Dr. Tusquets, obra citada, pág. 63.
[9] F. Coty, «Después de la Dictadura», en «Le Figaro», del 2 de Marzo de 1931.
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