¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA? CONCEPTO Y ALTERNATIVA

No hace falta que hayamos tenido que presenciar el patético panorama político durante estos días estivales para que no dejemos de escuchar, como una palabra que todo lo engloba y todo bendice, la palabra ‘democracia’. Sin duda alguna, nos encontramos en una situación en la cual la utilización de dicha expresión resulta cotidiana y ‘beneficiosa’, tanto dentro como fuera de los ambientes religiosos. Pero, ¿realmente sabemos qué entendemos por democracia y sus repercusiones concretas?

Sobre la diversidad terminológica de la democracia


Un término como el que nos disponemos a escudriñar plantea un serio problema. Su antigüedad y su utilización por unos y otros lo han convertido en una palabra que, bajo la misma apariencia esconde diferentes concepciones. Así, es precisa una distinción (1) minuciosa y estricta para no dar con nuestro razonamientos en el error:


  1. Democracia como participación en la vida política. Cuando nos referimos a que la comunidad toma parte activa en la vida política de la misma, esto no plantea ni mucho menos un problema. De hecho, al referirnos a la política como esa ciencia moral prudencial (2) cuyo fin es el bien común de la comunidad donde se desarrolla, sería absurda la exclusión de los integrantes de la comunidad política.
  2. Democracia como forma de gobierno. La democracia como forma de gobierno es opinable y contingente (3), puesto que no es otra cosa que un camino de elección del gobernante. A este respecto, hemos de decir que históricamente no ha sido muy exitosa. Muy interesante la crítica que aparece en el estudio de las formas de gobierno de Herodoto, puesta en boca de Megabizo: en cuanto a lo que añadió de que pasase a manos del vulgo la autoridad soberana, en esto digo no anduvo acertado. Es cierto que nada hay más temerario en el pensar que el imperito vulgo, ni más insolente en el querer que el vil y soez populacho. De suerte que de ningún modo puede aprobarse que para huir la altivez de un soberano se quiera ir a parar en la insolencia del vulgo de suyo desatento y desenfrenado; pues al cabo un soberano sabe lo que hace cuando obra; pero el vulgo obra según le viene a las mientes, sin saber lo que hace ni por qué lo hace. ¿Y cómo ha de saberlo, cuando ni aprendió de otro lo que es útil y laudable, ni de suyo es capaz de entenderlo? Cierra los ojos y arremete de continuo como un toro, o quizá mejor, a manera de un impetuoso torrente lo abate y arrastra todo. ¡Haga Dios que no los persas, sino los enemigos de los persas dejen el Gobierno en manos del pueblo! (4).
  3. Democracia como fundamento del gobierno. La tercera de las posturas viene de la mano de error terrible que constituye un gravísimo desorden y un planteamiento anticristiano. Al erigirse la democracia como fundamento del propio gobierno, ello plantea una siniestra idea de fondo: la pretensión de que el número otorga legitimidad para establecer el bien, la Verdad, la justicia… Este concepto terrible viene de la mano del propio liberalismo, el cual al dividir en el plano filosófico los órdenes natural y sobrenatural, condena a la naturaleza a un destierro sin rumbo donde se pretende que la eliminación del vínculo sobrenatural lleve a desarrollar una libertad cuyo fin es sí misma. Cuando además, la democracia se convierte en el fundamento de gobierno, el número es un instrumento de poder. Así, las esferas superiores no se dedican tanto a gobernar, sino a convencer para gobernar: Fuera del término municipal han gobernado la aristocracia, las oligarquías y los dictadores y los reyes: las democracias jamás. Las mayorías electorales y parlamentarias que usurpan ese nombre están siempre dirigidas por uno o por muy pocos y empiezan ya por ser, aun las más grandes, minorías de minorías sociales (5).



Relaciones de las concepciones terminológicas

Como nos referimos al principio, la utilización del mismo término para referirnos a aspectos distintos ha sido campo de abono para numerosos errores y malinterpretaciones. Así, cuando utilizamos el término legítimo de la participación en la vida política, al estar esta secuestrada por el liberalismo (que coloca la democracia como el fundamento el gobierno), se empuja a las masas a participar de ese terrible sistema liberal. También es un error frecuente argumentar la defensa de la democracia como fundamento del gobierno amparada en la opinabilidad de la misma como forma de gobierno. Ello también es un error, pues si la democracia como forma de gobierno puede considerarse como algo contingente, no así la democracia como fundamento del gobierno, que no es otra cosa que la materialización de la disolución del orden natural en sí (al escindirse del orden de la gracia (6)).

Por ello es preciso saber que sin unas nociones claras del concepto democrático corremos el riesgo de plantear una batalla irrisoria. Y si todo esto es cierto, también lo es que sería útil contar con la circunspección necesaria para la utilización de los términos previamente definidos. Es decir, hoy constituye un acto cómico hablar de la democracia como forma de gobierno, pues las que hoy existen en las sociedades son presentadas como el fundamento del gobierno. Por ello, hoy y en el mundo en que vivimos ser demócrata, entiendo por ello las democracias actuales, es incompatible con la doctrina cristiana, en la medida en que coloca la realidad al servicio del número, siendo la primera anterior a lo segundo (ello constituye un grave desorden).

Conclusión

A modo de conclusión, quisiera presentar la opción política, correcta y demostrada a la que es preciso aferrarse para la restitución del orden clásico. Esa opción es el régimen mixto hispánico, la monarquía tradicional. Nuestra monarquía ha padecido el liberalismo tanto en lo personal (con la usurpación) como en lo doctrinal (con la Revolución), generando ese engendro que hoy llaman ‘monarquía’ parlamentaria, y no es otra cosa que un liberalismo disfrazado con cetro y corona:

La Monarquía tradicional -nacida al amparo de la Iglesia y arraigada en la historia-, es magistratura tan magnífica y se presenta de tal manera rodeada de majestad y grandeza a la mente del filósofo y al corazón del poeta, que ninguna que se llame monárquico, aunque sea de las monarquías falsificadas que ahora se estilan, si posee alguna ilustración y entendimiento, puede dejar de rendirse ante ella y cantar sus glorias y ponderar sus maravillas, si, forzado por las circunstancias, tiene que luchar contra los secuaces de la forma republicana.

Porque defender el parlamentarismo monárquico contra el parlamentarismo republicano sin apelar para nada a la Monarquía representativa tradicional es tarea imposible, como lo demuestran evidentemente los doctores constitucionales cuando, por medio de un vulgar sofisma, procuran hacer de la Monarquía histórica y la revolucionaria una misma institución, con el propósito de atribuir a la segunda las glorias y prestigios de la primera.

Pueden conseguir así efectos de momento entre la indocta masa liberal; pero la verdad no tarda en abrirse paso a través de las argucias y sutilezas, y concluye por ser objeto de mofa o desprecio el sofisma si lleva su temeridad hasta el punto de confundir en uno, según lo exigen y lo piden las necesidades de la polémica, el principio y ser de la Monarquía cristiana y de la parlamentaria liberal.

Un abismo las separa. Porque, mientras una reconoce y expresa de la manera más adecuada todos los atributos de la soberanía, la otra los mutila y divide, dándoles sujetos diferentes y sustituyendo la unidad, que los reduce al orden, con equilibrios y combinaciones que la convierten en máquina artificiosa y complicada, incapaz de excitar efectos ni de engendrar convicciones (7).

Miguel Quesada


BIBLIOGRAFÍA

  1. Tomamos la distinción de IBAÑEZ LANGLOIS, J. M.: Doctrina social de la Iglesia,EUNSA, Pamplona, 1987, pág.261.
  2. AYUSO TORRES, M. (ed.), Estado, ley y conciencia, Prudentia Iuris, Marcial Pons, Madrid, 2010, pág. 19.
  3. IBAÑEZ LANGLOIS, J. M.: Doctrina social de la Iglesia, EUNSA, Pamplona, 1987, pág.261.
  4. HERODOTO: Los Nueve Libros de la Historia. Traducción digital de P. Bartolomé Pou , S. J., Versión eBookBrasil, Libro III, LXXXI, pág. 384.
  5. VÁZQUEZ DE MELLA, J.: Regionalismo y monarquía, Rialp, Madrid, 1957, pág. 307.
  6. TOMÁS DE AQUINO: Suma de Teología, I, q. 1, a. 8.
  7. VÁZQUEZ DE MELLA, J.: Textos de doctrina política. Estudio preliminar, selección y notas de Rafael Gambra, Madrid, 1953, pág. 44.



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