Habría que empezar precisando que los futbolistas del Arandina condenados de forma exorbitante no son -como ellos mismos se han calificado- unos «pardillos», sino
unos depravados. Sedujeron a una muchacha de quince años y mantuvieron con ella relaciones sexuales repugnantes. Su conducta constituye un flagrante delito de estupro, tal como está tipificado en nuestro Código Penal (tras la discutible elevación de la edad de consentimiento sexual hasta los dieciséis años), que puede conllevar penas, mediando acceso carnal, de entre ocho y doce años. Desde luego, tanto los futbolistas como su víctima son hijos envilecidos de una época enferma, que somete a nuestros jóvenes a constantes estímulos sexuales, en lugar de predicarles continencia, pudor, respeto y compromiso; y que, después de poner tronos a las causas de los males (después de auspiciar y promover la pornografía, la degeneración y la promiscuidad), pone cadalsos a sus consecuencias. Pero el estupro, en cualquier caso, es indiscutible, conforme a la ley vigente; y
la depravación de los futbolistas manifiesta.
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