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Tema: Pedro Sánchez, pretende una eutanasia sin objeción de conciencia médica

  1. #1
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    Pedro Sánchez, pretende una eutanasia sin objeción de conciencia médica

    Pedro Sánchez, pretende una eutanasia sin objeción de conciencia médica.

    E introducir a los jueces para vencer toda oposición a terminar con una vida. Al fondo, la eutanasia para niños.



    La ambición y la insensatez –dos condiciones que suelen ir muy unidas- del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, le ha llevando a promover, no ya la legalización de la eutanasia, sino, además, a aceptar incluso los planteamientos más radicales del suicidio asistido.


    Así, según fuentes parlamentarias, en el futuro texto, y a la vista de que el PSOE ha obtenido hasta la aprobación del derechista Ciudadanos, se pretende suprimir toda mención a la objeción de conciencia sanitaria.

    Es decir, que los médicos y el resto del personal sanitario no se pueda negar a matar al paciente cuando así lo decidan éste o sus familiares, así como a oponerse a eutanasias disfrazadas de sedaciones excesivas, especialmente de aquellas sedaciones –ahí está la clave- que tratan de dejar inconsciente al enfermo, no vaya a tomar conciencia de su propia muerte o consciencia de su propio tránsito.

    Al tiempo, se abre paso a la cuestión de fondo, que no es la eutanasia de ancianos sino de niños, así como a la introducción, en unos y en otros, del poder, en este caso en forma de poder judicial, al que se le permitirá decidir sobre la vida y la muerte. Al fondo, insisto, esa eutanasia para niños contra el parecer, incluso, de sus propios padres.


    Y, dadas estas circunstancias, a otras fuentes parlamentarias les sorprende el silencio de la Jerarquía católica española (que está callada en el momento crucial) y de la organización médica colegial. De ésta, por la cuenta que les trae, dado que se les pretende convertir al médico en verdugo, se pretende que abjure de su compromiso hipocrático.


    En teoría, el proyecto de ley sí que recoge la objección de conciencia, pero en muy similares términos a los del aborto. No se considera un derecho universal y apriorístico del médico: yo no participo en ninguna eliminación de ningún ser humano aunque me lo pida él o sus familiares.


    Al igual que ocurre con el aborto, se conforman con la posibilidad de apuntarte en una lista de objección (donde ya quedas marcado por el poder político como un peligroso fascista) y no se contemplan problemas cotidianos, los mismos sufridos con las leyes de aborto: qué haceer cuando estás de guardia y no hay otro doctor que pueda perpetrar la interrupción del embarazo o aplicar la pildora abortiva; o qué ocurre con los legrados (acuérdense de la coña madrileña con el Hospital de 'Legranés' la ejecución de legrados (abortos disfrazados) se multiplicó durante una temporada aviesa. No digamos nada de lo que puede ocurrir con la confusión entre eutanasia y sedaciones excesivas.

    Y al igual que ocurriera con el aborto, en Moncloa pretenden dejar sin regular la objeción de conciencia, o ponerla difícil, no vaya a ser que se demuestre que la inmensa mayoría de los médicos –los que saben de verdad que es un aborto o qué es la eutanasia- no estén dispuestos a matar ni a nonatos, ni a niños, ni a ancianos.


    Al parecer, muchos doctores piensan que no se hicieron médicos para matar sino para intentar mantener la vida.
    El movimiento provida se basa en esa frase: la vida es sagrada desde la concepción hasta la muerte natural. Ahora estamos en la segunda parte de la proposición.


    Y Pedro Sánchez está emocionadísimo.
    Última edición por Pious; 30/06/2018 a las 22:08

  2. #2
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    Re: Pedro Sánchez, pretende una eutanasia sin objeción de conciencia médica

    «De la eugenesia a la eutanasia» por Juan Aparicio para el periódico «El Pueblo Gallego» publicado el 26/VIII/1962.

    __________________________

    La bioquímica servida por la química farmacéutica, al introducir progresivamente en el mercado las drogas milagrosas ha originado en el lenguaje conversacional un nuevo esperanto de neologismos, cuya onda explosiva llega hasta los titulares de los periódicos. Un frasco de pastillas de Nembutal ingerido por Marilyn Monroe agitó los diarios y las publicaciones mundiales con mayor sensacionalismo que el que promueven con sus técnicas depuradas los agentes de prensa y las Public-Relations de la Avenida de Madison. Las píldoras de «Enovía» que se consumían en Norteamérica sin otra tasa que los confines del prurito de paternidad, se han vuelto espantosamente aborrecidas ante la sospecha de que causan la tromboflebitis, aunque los laboratorios industriales de Chicago que las producen se desgañiten propalando que un millón de mujeres americanas, usuarias del fármaco, detuvieron su fecundidad y resultaron indemnes.

    Un antibiótico inofensivo, la tetraciclina, acaba de ser denunciado por dos médicos ingleses, achacándole la misma peligrosidad, dentro de la placenta femenina en estado de gestación, que se le atribuye a la Talidomida abominable. La psicosis de pavor motivada por este divulgadísimo tranquilizante, que serenaba la inquietud mental y devolvía la juiciosa mansedumbre a loa ánimos alterados de las damas civilizadas, es una corroboración del aforismo de Pascal, repetido en los aguafuertes de Goya, sobre que los ensueños de la razón engendran monstruos. Toda una terapéutica razonable para relajarse y mejor dormir ha traído consigo esa cohorte teratológica de niños incompletos y deformados, que desbarata los planes de la Eugenesia y el ingenuo optimismo de nuestro tiempo.


    Hace cincuenta años que murió el nonagenario británico sir Francis Galton, inventor de la palabra obtenida del griego, queriendo expresar que, así como se perfecciona la cría de los animales, también puede lograrse un mejoramiento en la descendencia humana. Los pueblos antiguos, precolombinos o espartanos, no aplicaban a las criaturas canijas esta práctica zoológica, que manipula con los genes antes del parto, sino que prefería despeñarlas o inmolarlas, sin ser víctimas propiciatorias. La Eugenesia aspira a ser una ciencia humanitaria y liberal que, como todos los liberales, pidió en seguida el auxilio de la autoridad y la protección de las leyes.


    No hay que referirse a la reprobada legislación hitleriana en favor de una selección de la herencia, porque entre 1907 y 1960, de acuerdo con las leyes vigentes de los Estados Unidos, fueron esterilizadas obligatoriamente 50.000 personas por causas eugenésicas. Son veintiocho los Estados norteamericanos que imponen esta Eugenesia negativa, sobresaliendo California, donde fue ajusticiado Chessman, en las medidas de rigurosa prevención, de extirpación de la simiente de los individuos vesánicos criminales. Pero esta previa eliminación por parte del Estado para defender la sociedad, que tiene prueban fehacientes de las taras de los progenitores, no sólo corresponde al área de la demografía o política aritmética (Political Arithmetic), según fue bautizada por su innovador británico hace tres siglos, sino que se enfrenta y debe someterse al debate y examen de la Teología.


    Quien espantó a su humanidad contemporánea, deslumbrada por las felices elucubraciones de la época de las luces, aunque la ilustración y la guillotina funcionaban juntas, fue un clérigo anglicano, el pastor Thomas Robert Malthus, con su teoría sobre el crecimiento de las poblaciones con una progresión geométrica, que dejaba atrás el paso lento y más vegetativo de los medios alimenticios. El malthusianismo fue la Talidomida para las generaciones precedentes, debiendo intervenir la Iglesia católica con su autoridad y su prudencia, cual en los casos actuales de Alemania, Francia, Inglaterra, Holanda, Suecia, Italia y los Estados Unidos, donde el terror termonuclear, en contraste con el hedonismo placentero en una etapa de propaganda desenfrenada, ha desatado los nervios de las madres en ciernes, lanzándolas a destruir sus hijos hipotéticos como si fueran trágicas Medeas.


    Una figura representativa de tal colectiva demencia es la de esa locutora de la televisión del Estado de Arizona, Sherri Finkbine, una especie de nuestra Juana la Lista amedrentada por cuanto en su fantasía pudiera ocurrir a su hijo nonnato y acaso ni siquiera embrionario, que, mientras la española del cuento se redujo a llorar en la puerta o en el escalón de su bodega, se ha dirigido a los jueces del Tribunal Supremo de Phoenix demandando el aborto, y después a los médicos de Estocolmo para que le extirpen el supuesto feto maligno, no parándose allí su movilidad antimaterna, porque está dispuesta a trasladarse al Japón en busca de los paliativos legales, que allí han prosperado por el excedente demográfico. Donde estallaron las bombas de Nagasaki e Hiroshima, la talidomida conduce al aniquilamiento de las proles monstruosas, pero también de la maternidad.


    Sin embargo, la Iglesia católica se opone a esta Eutanasia vergonzante, como recelaba de la descarada Eugenesia, ya que lo mejor es enemigo de lo bueno y lo bueno ha de convivir y superar a los males diarios. Un sacerdote especializado en psicología, pero más en su religión, intervino en una conferencia de Paris acerca de este tema absorbente para hacer notar que el nacimiento de un niño anormal desarrolla una corriente afectiva entre sus progenitores que los reconforta eficazmente, hallando en los pediatras, en los neurólogos y en los cirujanos una ayuda y una corrección, moral y práctica, que atenúan su desgracia y hasta pueden conseguir una felicidad relativa. De la Eugenesia a la Eutanasia hay un abismo superior y una similitud de anomalía, a la que separa y acerca cristianamente a la cuna y a la sepultura. La Eutanasia y la Eugenesia son los monstruos de la razón fuera del Reino de Dios, en tanto que en la iglesia románica de León, San Isidoro, a través de las edades, de las herejías y de los cismas, se han conservado adyacentes una pila de cristianar por inmersión y una tumba en aquel panteón de reyes, como símbolos de la vida perdurable.
    Kontrapoder y César Ignacio dieron el Víctor.

  3. #3
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    Re: Pedro Sánchez, pretende una eutanasia sin objeción de conciencia médica

    Me gustaría rescatar a continuación dos artículos de Juan Manuel de Prada que fueron publicados en el periódico «ABC», el primero de ellos titulado «Viejos desechables» publicado el 19/I/2004 y el segundo titulado «Derecho a morir dignamente» publicado el 15/1/2005.

    ---------------------------------------------

    «Viejos desechables» por Juan Manuel de Prada para el periódico «ABC» publicado el 19/I/2004.

    __________________

    He detectado un cierto tufillo farisaico en la conmoción social causada por esa sentencia judicial que impone a los familiares de una viejecita que había sido abandonada en la vía pública una multa ínfima. Y esa hipocresía ha alcanzado su clímax cuando se ha comparado la citada sentencia con otra que castigaba más severamente a los dueños de un perro por dejarlo tirado en similares circunstancias. Pues, no nos engañemos, hoy por hoy un perro es mucho más digno de protección que un anciano. Cierto progresismo ambiental ha enarbolado como vindicación prioritaria los llamados «derechos de los animales»; en cambio, se acepta que la vejez sea una edad excedente, una prolongación ignominiosa de la vida que conviene recluir y esconder, para que no nos recuerde la inminencia de la muerte. Quienes defienden la eutanasia activa (con frecuencia, los mismos que vindican los «derechos de los animales») habrían considerado a esa viejecita octogenaria y aquejada de Alzheimer una víctima (perdón, una beneficiaria) idónea de la muerte dulce que predican, pues, según sus presupuestos, una vida humana de la que emigrado la consciencia no merece la pena ser vivida; no así una vida animal, que merece prolongarse aunque nunca haya sido consciente. La viejecita de la sentencia, náufraga en las nieblas de la desmemoria, se había convertido ya en un cachivache desechable. El novio de una de sus nietas lo ha expresado expeditivamente: «Si no participamos en la herencia, ¿por qué teníamos que limpiarle el culo?».


    Y al chavalote, de retórica tan abrupta como menesterosa, le ha faltado añadir que, a fin de cuentas, no hicieron con la abuela nada más de lo que nuestra época les ha enseñado. La vejez se ha convertido en la lepra más abominable: nos esforzamos patéticamente en rehuir su imperio recurriendo a disfraces indumentarios bochornosos, aferrándonos al cultivo de aficiones juveniles, incluso rectificando nuestras arrugas en un quirófano. Vanos y desesperados intentos de interrumpir el curso de la mera biología, que sin embargo se explican si consideramos que la vejez constituye un baldón social. No sólo la desdeñamos como depositaria de una sabiduría ancestral, también nos esforzamos por segregarla de nuestra vida: así, encerramos a los viejos en lazaretos apartados de las ciudades, para no presenciar su decrepitud; nuestras empresas se desprenden de sus trabajadores más veteranos mediante el oprobioso recurso de la «prejubilación»; en el cine y la televisión está completamente prohibido otorgar el protagonismo a actores que sobrepasen los sesenta años (algunos menos si son actrices), para los que en todo caso se reservan papeles de relleno, pintorescos o atrabiliarios. Si algún viejo se atreve a rebelarse contra esta dictadura de la juventud, negándose al ostracismo y exponiendo sus achaques a los reflectores de la atención pública, como hace el Papa, apenas logramos reprimir nuestro disgusto, pues consideramos que en ese gesto, amén de un rasgo de rebeldía, subyace un obsceno desafío que nos amedrenta.


    Pero este menosprecio de la vejez no habría calado tan hondo si previamente no nos hubiésemos ocupado de arrasar los vínculos que sostienen la familia. Pues es en la familia donde adquirimos una noción verdadera de lo que significa el paso de las generaciones como vehículo transmisor de valores, afectos, cultura, creencias y sufrimientos; una vez aprendida esa enseñanza vital, resulta imposible contemplar a un viejo como un mero armatoste desechable, menos valioso que un perro. Pero cada época lega a la posteridad los frutos de su clima moral; y esa sentencia que impone a los familiares de una vieja abandonada el pago de una multa ínfima se me antoja una expresión cabal, definitoria y coherente de la época que vivimos.
    César Ignacio dio el Víctor.

  4. #4
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    Re: Pedro Sánchez, pretende una eutanasia sin objeción de conciencia médica

    «Derecho a morir dignamente» por Juan Manuel de Prada publicado en el periódico «ABC» el 15/1/2005.

    __________________

    La batalla de las ideas libra su primera escaramuza en la batalla de las palabras. Quienes imponen sus acuñaciones verbales acaban, tarde o temprano, infiltrándose en el ánimo social que, al ceder a la tropelía lingüística, muestra su permeabilidad a posteriores y más definitivas claudicaciones. Cuando se inicia un proceso de tergiversación semántica podemos anticipar cuáles serán sus consecuencias, nunca inocentes. Se empieza cediendo en el significado de las palabras y se acaba entregando sin disputa la realidad que dichas palabras representan. Quienes defienden la legalización de la eutanasia han impuesto un sintagma excluyente que destierra a las tinieblas exteriores a quienes oponen reparos jurídicos, filosóficos o morales a su vindicación. Me refiero, claro está, a la expresión "derecho a morir dignamente", que los apologistas de la eutanasia al principio empleaban con un propósito eufemístico, y cuyo uso ya ha contaminado el lenguaje coloquial, incluso el lenguaje periodístico, que se presume imparcial y ecuánime. Se trata, además, de una contaminación alevosa, pues, bajo su apariencia más o menos inocua, se incluye una intención ferozmente capciosa.


    Cuando decimos "derecho a morir dignamente" dictaminamos, por pura y simple eliminación, que aquellas personas que deciden soportar el dolor o los impedimentos físicos mueren "indignamente". Así se establecía, con esa sumaria caracterización que permiten las imágenes, en la reciente película de Amenábar: si en verdad el propósito de Mar adentro hubiese sido -como rezaba la propaganda- celebrar la capacidad decisoria del hombre que resuelve soberanamente si su vida merece la pena ser vivida, la opción del personaje interpretado por José María Pou se habría mostrado tan respetable -tan digna- como la del protagonista encarnado por Javier Bardem. Pero, en lugar de aspirar a comprender, en su infinita gama de matices, las diversas actitudes con las que una persona agonizante o maltrecha se enfrenta a su propia muerte, aquella película incurría en el maniqueísmo más tosco, caricaturizando al personaje que prefería seguir viviendo y elevando a los altares del santoral laico al que decidía "morir dignamente", tomándose un chupito de cianuro.


    No hay tertulia radiofónica o televisiva sobre la eutanasia que no incluya la expresión mencionada como sinónimo de la eutanasia; incluso la prensa escrita incurre con frecuencia en esta perversión lingüística. Pero cada vez que, por dejadez o perfidia, se habla del "derecho a morir dignamente" se está confinando en un lazareto de proscripción a quienes, postrados en un lecho o atados a una silla de ruedas, resisten la tentación del suicidio y sobrellevan el dolor, también a quienes los asisten abnegadamente. Así, resistir a la tentación de la muerte, esforzarse por vivir y sobreponerse al sufrimiento se convierte en una "indignidad" propia de pringados; y quienes profesan esta forma de coraje son calificados -siquiera de forma tácita- de fardos que la sociedad carga con disgusto y hastío. Hoy nos conformamos con recluirlos en un gueto de "indignidad"; quizá mañana arbitremos los mecanismos legales para administrarles por obligación una muerte "digna" e indolora.


    Ahora que las perversiones lingüísticas imponen su dictadura rampante, conviene que nos alimentemos con palabras que aún no hayan extraviado su significado originario. Como las que Sancho pronuncia llorando, en el capítulo último del Quijote: "No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo, y viva muchos años; porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía".
    César Ignacio dio el Víctor.

  5. #5
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    Re: Pedro Sánchez, pretende una eutanasia sin objeción de conciencia médica

    «Eutanasia» por Juan Manuel de Prada para el «XLSEMANAL» publicado el 31/X/2004.

    __________________

    En el debate que se ha entablado en España sobre la eutanasia se suele partir casi siempre de premisas erróneas. Una de las más frecuentes consiste en proclamar la autonomía absoluta del individuo para decidir sobre su propia vida; autonomía que –según los partidarios de la eutanasia– el Derecho no puede coartar (e invocan para demostrarlo que la ley no castiga a quien ha intentado suicidarse), y cuyas limitaciones sólo pueden explicarse mediante motivos religiosos, incongruentes con un Estado aconfesional, etc., etc. Pero dicho razonamiento no se sostiene en pie; y quienes lo esgrimen delatan su analfabetismo jurídico y filosófico.

    En primer lugar, habría que especificar que la inviolabilidad e indisponibilidad de la propia vida ha sido establecida por multitud de filósofos, desde Aristóteles hasta Kant, en cuyo pensamiento no interfieren consideraciones de índole religiosa. Si el Derecho no castiga a quien ha intentado suicidarse, no es porque no considere su acción reprobable, sino porque entiende que no debe añadir a su desgracia personal una punición legal que resultaría en exceso cruel. En su Crítica de la razón práctica, Kant escribió: «La humanidad en nuestra persona debe ser sagrada para nosotros mismos, porque el hombre es sujeto de la ley moral y, por tanto, de lo sagrado en sí, de aquello por lo cual y de acuerdo con lo cual también sólo algo puede ser calificado de sagrado». Para Kant, la voluntad de un ser racional debe considerarse como legisladora;hasta aquí, parece que otorga su plácet a la eutanasia. Pero a continuación establece que el hombre no es libre para decidir sobre su propia vida, porque no se puede utilizar un principio como fundamento de la destrucción del mismo. Así, por ejemplo, un hombre no puede utilizar su libertad decisoria para abdicar de ella y convertirse voluntariamente en esclavo; pues, al hacerlo, dejaría de ser libre y, por consiguiente, no podría hacer uso del fundamento capital por el que disponía de su persona. Del mismo modo, la autonomía personal no justifica que renunciemos voluntariamente a la vida, pues tal elección implica la destrucción de nuestra autonomía.

    Es regla general del Derecho que un principio jurídico no puede ejercerse para ser destruido o anulado. Por lo demás, el Derecho nos enseña que el principio de autonomía personal no tieneun valor absoluto; cuando choca con el valor de la vida, el Derecho siempre le otorga primacía a éste. Pensemos, por ejemplo, en el caso de alguien que presencia cómo otra persona se apresta a suicidarse. El Derecho le permite que ejerza la violencia física contra el suicida (es decir, que reprima su autonomía personal), llegando incluso a lesionarlo, y lo exime de responsabilidad penal, pues considera que la defensa de la vida es más valiosa que la autonomía personal del suicida. Del mismo modo, la ley puede obligamos a que nos vacunemos o a que recibamos transfusiones sanguíneas, por mucho que nuestra autonomía personal se oponga a estos tratamientos.Y no olvidemos que el derecho no otorga validez ni eficacia al consentimiento de la víctima en los delitos de lesiones. ¿Por qué? Porque -cito la jurisprudencia constitucional- «el derecho a la vida tiene un contenido de protección positiva que impide configurarlo como un derecho de libertad que incluya el derecho a la propia muerte». Y es que «la vida es un valor superior del ordenamiento jurídico constitucional» y un «supuesto ontológico sin el que los restantes derechos no tendrían existencia posible».

    Comprobará el lector que mi argumentación es estrictamente jurídica, para nada religiosa.Además, la autonomía del enfermo que reclama la eutanasia es, por lo común, un claro ejemplo de 'voluntad viciada': las condiciones de sufrimiento, angustia y depresión merman su autonomía,como saben perfectamente médicos y enfermeras. Tampoco el llamado 'testamento vital' soluciona el problema. Supongamos que alguien, en pleno uso de sus facultades, establece quese acabe con su vida en caso de que llegue a padecer una enfermedad terminal. ¿Quién nosasegura que, una vez inmerso en esa enfermedad y, por lo tanto, en un estado de conciencialatente (pensemos, por ejemplo, en un enfermo de alzheimer), no hubiese querido rectificar suvoluntad, que sin embargo para entonces no puede expresar ni verbalizar? Y, en fin, si reconocemosla primacía de la autonomía personal sobre el valor superior de la vida en enfermos terminaleso en tetrapléjicos, ¿por qué no en enfermos que sufren un dolor psíquico intolerable,víctimas de neurosis, depresión o esquizofrenia?

    Dejémonos de mistificaciones. Es el Derecho, y no la religión, quien impide legalizar la eutanasia.
    César Ignacio dio el Víctor.

  6. #6
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    Re: Pedro Sánchez, pretende una eutanasia sin objeción de conciencia médica

    De interés son los siguientes dos discursos que S.S Juan Pablo II hizo tanto el 20/III/2004 y el 12/XI/2004.

    __________________

    DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
    A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO SOBRE
    "TRATAMIENTOS DE MANTENIMIENTO VITAL
    Y ESTADO VEGETATIVO"


    Sábado 20 de marzo de 2004
    Ilustres señoras y señores:

    1. Os saludo muy cordialmente a todos vosotros, participantes en el congreso internacional sobre "Tratamientos de mantenimiento vital y estado vegetativo: avances científicos y dilemas éticos". Deseo dirigir un saludo, en particular, a monseñor Elio Sgreccia, vicepresidente de la Academia pontificia para la vida, y al profesor Gian Luigi Gigli, presidente de la Federación internacional de asociaciones de médicos católicos y generoso defensor del valor fundamental de la vida, el cual se ha hecho amablemente intérprete de los sentimientos comunes.

    Este importante congreso, organizado conjuntamente por la Academia pontificia para la vida y la Federación internacional de asociaciones de médicos católicos, está afrontando un tema de gran importancia: la condición clínica denominada "estado vegetativo". Las complejas implicaciones científicas, éticas, sociales y pastorales de esa condición necesitan una profunda reflexión y un fecundo diálogo interdisciplinar, como lo demuestra el denso y articulado programa de vuestros trabajos.

    2. La Iglesia, con gran estima y sincera esperanza, estimula los esfuerzos de los hombres de ciencia que se dedican diariamente, a veces con grandes sacrificios, al estudio y a la investigación para mejorar las posibilidades diagnósticas, terapéuticas, de pronóstico y de rehabilitación de estos pacientes totalmente confiados a quien los cuida y asiste. En efecto, la persona en estado vegetativo no da ningún signo evidente de conciencia de sí o del ambiente, y parece incapaz de interaccionar con los demás o de reaccionar a estímulos adecuados.

    Los estudiosos consideran que es necesario ante todo llegar a un diagnóstico correcto, que normalmente requiere una larga y atenta observación en centros especializados, teniendo en cuenta también el gran número de errores de diagnóstico referidos en la literatura. Además, no pocas de estas personas, con una atención apropiada y con programas específicos de rehabilitación, son capaces de salir del estado vegetativo. Al contrario, muchos otros, por desgracia, permanecen prisioneros de su estado, incluso durante períodos de tiempo muy largos y sin necesitar soportes tecnológicos.

    En particular, para indicar la condición de aquellos cuyo "estado vegetativo" se prolonga más de un año, se ha acuñado la expresión estado vegetativo permanente. En realidad, a esta definición no corresponde un diagnóstico diverso, sino sólo un juicio de previsión convencional, que se refiere al hecho de que, desde el punto de vista estadístico, cuanto más se prolonga en el tiempo la condición de estado vegetativo, tanto más improbable es la recuperación del paciente.

    Sin embargo, no hay que olvidar o subestimar que existen casos bien documentados de recuperación, al menos parcial, incluso a distancia de muchos años, hasta el punto de que se puede afirmar que la ciencia médica, hasta el día de hoy, no es aún capaz de predecir con certeza quién entre los pacientes en estas condiciones podrá recuperarse y quién no.

    3. Ante un paciente en esas condiciones clínicas, hay quienes llegan a poner en duda incluso la permanencia de su "calidad humana", casi como si el adjetivo "vegetal" (cuyo uso ya se ha consolidado), simbólicamente descriptivo de un estado clínico, pudiera o debiera referirse en cambio al enfermo en cuanto tal, degradando de hecho su valor y su dignidad personal. En este sentido, es preciso notar que el término citado, aunque se utilice sólo en el ámbito clínico, ciertamente no es el más adecuado para referirse a sujetos humanos.

    En oposición a esas tendencias de pensamiento, siento el deber de reafirmar con vigor que el valor intrínseco y la dignidad personal de todo ser humano no cambian, cualesquiera que sean las circunstancias concretas de su vida. Un hombre, aunque esté gravemente enfermo o se halle impedido en el ejercicio de sus funciones más elevadas, es y será siempre un hombre; jamás se convertirá en un "vegetal" o en un "animal".

    También nuestros hermanos y hermanas que se encuentran en la condición clínica de "estado vegetativo" conservan toda su dignidad humana. La mirada amorosa de Dios Padre sigue posándose sobre ellos, reconociéndolos como hijos suyos particularmente necesitados de asistencia.

    4. Los médicos y los agentes sanitarios, la sociedad y la Iglesia tienen, con respecto a esas personas, deberes morales de los que no pueden eximirse sin incumplir las exigencias tanto de la deontología profesional como de la solidaridad humana y cristiana.

    Por tanto, el enfermo en estado vegetativo, en espera de su recuperación o de su fin natural, tiene derecho a una asistencia sanitaria básica (alimentación, hidratación, higiene, calefacción, etc.), y a la prevención de las complicaciones vinculadas al hecho de estar en cama. Tiene derecho también a una intervención específica de rehabilitación y a la monitorización de los signos clínicos de eventual recuperación.

    En particular, quisiera poner de relieve que la administración de agua y alimento, aunque se lleve a cabo por vías artificiales, representa siempre un medio natural de conservación de la vida, no un acto médico. Por tanto, su uso se debe considerar, en principio, ordinario y proporcionado, y como tal moralmente obligatorio, en la medida y hasta que demuestre alcanzar su finalidad propia, que en este caso consiste en proporcionar alimento al paciente y alivio a sus sufrimientos.

    En efecto, la obligación de proporcionar "los cuidados normales debidos al enfermo en esos casos" (Congregación para la doctrina de la fe, Iura et bona, p. IV), incluye también el empleo de la alimentación y la hidratación (cf. Consejo pontificio "Cor unum", Dans le cadre, 2. 4. 4; Consejo pontificio para la pastoral de la salud, Carta de los agentes sanitarios, n. 120). La valoración de las probabilidades, fundada en las escasas esperanzas de recuperación cuando el estado vegetativo se prolonga más de un año, no puede justificar éticamente el abandono o la interrupción de los cuidados mínimos al paciente, incluidas la alimentación y la hidratación. En efecto, el único resultado posible de su suspensión es la muerte por hambre y sed. En este sentido, si se efectúa consciente y deliberadamente, termina siendo una verdadera eutanasia por omisión.

    A este propósito, recuerdo lo que escribí en la encíclica Evangelium vitae, aclarando que "por eutanasia, en sentido verdadero y propio, se debe entender una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor"; esta acción constituye siempre "una grave violación de la ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana" (n. 65).

    Por otra parte, es conocido el principio moral según el cual incluso la simple duda de estar en presencia de una persona viva implica ya la obligación de su pleno respeto y de la abstención de cualquier acción orientada a anticipar su muerte.

    5. Sobre esta referencia general no pueden prevalecer consideraciones acerca de la "calidad de vida", a menudo dictadas en realidad por presiones de carácter psicológico, social y económico.

    Ante todo, ninguna evaluación de costes puede prevalecer sobre el valor del bien fundamental que se trata de proteger: la vida humana. Además, admitir que se puede decidir sobre la vida del hombre basándose en un reconocimiento exterior de su calidad equivale a reconocer que a cualquier sujeto pueden atribuírsele desde fuera niveles crecientes o decrecientes de calidad de vida, y por tanto de dignidad humana, introduciendo un principio discriminatorio y eugenésico en las relaciones sociales.

    Asimismo, no se puede excluir a priori que la supresión de la alimentación y la hidratación, según cuanto refieren estudios serios, sea causa de grandes sufrimientos para el sujeto enfermo, aunque sólo podamos ver las reacciones a nivel de sistema nervioso autónomo o de mímica. En efecto, las técnicas modernas de neurofisiología clínica y de diagnóstico cerebral por imágenes parecen indicar que en estos pacientes siguen existiendo formas elementales de comunicación y de análisis de los estímulos.

    6. Sin embargo, no basta reafirmar el principio general según el cual el valor de la vida de un hombre no puede someterse a un juicio de calidad expresado por otros hombres; es necesario promover acciones positivas para contrastar las presiones orientadas a la suspensión de la hidratación y la alimentación, como medio para poner fin a la vida de estos pacientes.

    Ante todo, es preciso sostener a las familias que han tenido a un ser querido afectado por esta terrible condición clínica. No se las puede dejar solas con su pesada carga humana, psicológica y económica. Aunque, por lo general, la asistencia a estos pacientes no es particularmente costosa, la sociedad debe invertir recursos suficientes para la ayuda a este tipo de fragilidad, a través de la realización de oportunas iniciativas concretas como, por ejemplo, la creación de una extensa red de unidades de reanimación, con programas específicos de asistencia y rehabilitación; el apoyo económico y la asistencia a domicilio a las familias, cuando el paciente es trasladado a su casa al final de los programas de rehabilitación intensiva; la creación de centros de acogida para los casos de familias incapaces de afrontar el problema, o para ofrecer períodos de "pausa" asistencial a las que corren el riesgo de agotamiento psicológico y moral.

    Además, la asistencia apropiada a estos pacientes y a sus familias debería prever la presencia y el testimonio del médico y del equipo de asistencia, a los cuales se les pide que ayuden a los familiares a comprender que son sus aliados y luchan con ellos; también la participación del voluntariado representa un apoyo fundamental para hacer que las familias salgan del aislamiento y ayudarles a sentirse parte valiosa, y no abandonada, del entramado social.
    En estas situaciones reviste, asimismo, particular importancia el asesoramiento espiritual y la ayuda pastoral, como apoyo para recuperar el sentido más profundo de una condición aparentemente desesperada.

    7. Ilustres señoras y señores, para concluir, os exhorto, como personas de ciencia, responsables de la dignidad de la profesión médica, a custodiar celosamente el principio según el cual el verdadero cometido de la medicina es "curar si es posible, pero prestar asistencia siempre" (to cure if possible, always to care).

    Como sello y apoyo de vuestra auténtica misión humanitaria de consuelo y asistencia a los hermanos que sufren, os recuerdo las palabras de Jesús: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt25, 40).

    A esta luz, invoco sobre vosotros la asistencia de Aquel a quien una sugestiva fórmula patrística califica como Christus medicus; y, encomendando vuestro trabajo a la protección de María, Consoladora de los afligidos y consuelo de los moribundos, con afecto imparto a todos una especial bendición apostólica.
    César Ignacio dio el Víctor.

  7. #7
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    Re: Pedro Sánchez, pretende una eutanasia sin objeción de conciencia médica

    DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
    A LOS PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA INTERNACIONAL
    SOBRE LOS CUIDADOS PALIATIVOS


    Viernes 12 de noviembre de 2004
    Señor cardenal;
    venerados hermanos en el episcopado;
    amadísimos hermanos y hermanas:


    1. Me alegra acogeros con ocasión de la Conferencia internacional del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, que se está realizando actualmente. Con vuestra visita habéis querido reafirmar vuestro compromiso científico y humano en favor de cuantos se encuentran en un estado de sufrimiento.

    Agradezco al señor cardenal Javier Lozano Barragán las amables palabras que, en nombre de todos, acaba de dirigirme. Expreso también mi saludo, mi agradecimiento y mi aprecio a todos los que han dado su contribución a esta conferencia, así como a los numerosos médicos y profesionales de la salud que, en el mundo, dedican su capacidad científica, humana y espiritual a aliviar el dolor y sus consecuencias.

    2. La medicina se pone siempre al servicio de la vida. Aun cuando sabe que no puede curar una enfermedad grave, dedica su capacidad a aliviar sus sufrimientos. Trabajar con ahínco para ayudar al paciente en toda situación significa tener conciencia de la dignidad inalienable de todo ser humano, también en las condiciones extremas de la fase terminal. En esta dedicación al servicio de los que sufren el cristiano reconoce una dimensión fundamental de su vocación, pues, al cumplir esta tarea, sabe que está sirviendo a Cristo mismo (cf. Mt 25, 35-40).

    "Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera de su Evangelio nos abruma", recuerda el Concilio (Gaudium et spes, 22). Quien en la fe se abre a esta luz, encuentra consuelo en su sufrimiento y adquiere la capacidad de aliviar el sufrimiento de los demás. De hecho, existe una relación directamente proporcional entre la capacidad de sufrir y la capacidad de ayudar a quien sufre. La experiencia diaria enseña que las personas más sensibles al dolor de los demás y más dedicadas a aliviar su dolor, son también las más dispuestas a aceptar, con la ayuda de Dios, sus propios sufrimientos.

    3. El amor al prójimo, que Jesús describió con eficacia en la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10, 29 ss), permite reconocer la dignidad de toda persona, aunque la enfermedad haya alterado su existencia. El sufrimiento, la ancianidad, el estado de inconsciencia y la inminencia de la muerte no disminuyen la dignidad intrínseca de la persona, creada a imagen de Dios.

    Entre los dramas causados por una ética que pretende establecer quién puede vivir y quién debe morir, se encuentra el de la eutanasia. Aunque esté motivada por sentimientos de una mal entendida compasión o de una comprensión equivocada de la dignidad que se debe salvaguardar, la eutanasia, en lugar de rescatar a la persona del sufrimiento, la elimina.
    La compasión, cuando no se tiene la voluntad de afrontar el sufrimiento y acompañar al que sufre, lleva a la supresión de la vida para eliminar el dolor, tergiversando así el estatuto ético de la ciencia médica.

    4. Por el contrario, la verdadera compasión promueve todo esfuerzo razonable para favorecer la curación del paciente. Al mismo tiempo, ayuda a detenerse cuando ya ninguna acción resulta útil para ese fin.

    El rechazo del ensañamiento terapéutico no es un rechazo del paciente y de su vida. En efecto, el objeto de la deliberación sobre la conveniencia de iniciar o continuar una práctica terapéutica no es el valor de la vida del paciente, sino el valor de la intervención médica en el paciente.
    La decisión de no emprender o de interrumpir una terapia será éticamente correcta cuando esta resulte ineficaz o claramente desproporcionada para sostener la vida o recuperar la salud. Por tanto, el rechazo del ensañamiento terapéutico es expresión del respeto que en todo momento se debe al paciente.

    Precisamente este sentido de respeto amoroso ayudará a acompañar al paciente hasta el final, realizando todas las acciones y cuidados posibles para disminuir sus sufrimientos y favorecer en la última fase de su existencia terrena una vida serena, en la medida en que sea posible, que prepare su alma para el encuentro con el Padre celestial.

    5. Sobre todo en la fase de la enfermedad en la que ya no es posible realizar terapias proporcionadas y eficaces, se impone la obligación de evitar toda forma de obstinación o ensañamiento terapéutico, se hacen necesarios los "cuidados paliativos" que, como afirma la encíclica Evangelium vitae, están "destinados a hacer más soportable el sufrimiento en la fase final de la enfermedad y, al mismo tiempo, asegurar al paciente un acompañamiento humano adecuado" (n. 65).
    En efecto, los cuidados paliativos tienden a aliviar, especialmente en el paciente terminal, una vasta gama de síntomas de sufrimiento de orden físico, psíquico y mental; por eso, requieren la intervención de un equipo de especialistas con competencia médica, psicológica y religiosa, muy unidos entre sí para sostener al paciente en la fase crítica.

    Especialmente en la encíclica Evangelium vitae se ha sintetizado la doctrina tradicional sobre el uso lícito y a veces necesario de los analgésicos, respetando la libertad de los pacientes, los cuales, en la medida de lo posible, deben estar en condiciones "de poder cumplir sus obligaciones morales y familiares y, sobre todo, deben poderse preparar con plena conciencia al encuentro definitivo con Dios" (ib.).

    Por otra parte, aunque no se debe permitir que falte el alivio proveniente de los analgésicos a los pacientes que los necesiten, su suministración deberá ser efectivamente proporcionada a la intensidad y al alivio del dolor, evitando toda forma de eutanasia, que se practicaría suministrando ingentes dosis de analgésicos precisamente con la finalidad de provocar la muerte. Para brindar esta ayuda coordinada es preciso estimular la formación de especialistas en cuidados paliativos, y especialmente estructuras didácticas en las que puedan intervenir también psicólogos y profesionales de la salud.
    6. Sin embargo, la ciencia y la técnica jamás podrán dar una respuesta satisfactoria a los interrogantes esenciales del corazón humano. A estas preguntas sólo puede responder la fe. La Iglesia quiere seguir dando su contribución específica a través del acompañamiento humano y espiritual de los enfermos que desean abrirse al mensaje del amor de Dios, siempre atento a las lágrimas de quien se dirige a él (cf. Sal 39, 13). Aquí se manifiesta la importancia de la pastoral de la salud, en la que desempeñan un papel de especial importancia las capellanías de los hospitales, que tanto contribuyen al bien espiritual de cuantos pasan por las instituciones sanitarias.

    No podemos olvidar la valiosa contribución de los voluntarios, los cuales con su servicio realizan la creatividad de la caridad, que infunde esperanza incluso en la amarga experiencia del sufrimiento. También por medio de ellos Jesús puede seguir pasando hoy entre los hombres, para hacerles el bien y curarlos (cf. Hch 10, 38).

    7. La Iglesia da así su contribución a esta apasionante misión en favor de las personas que sufren. Que el Señor ilumine a cuantos están cerca de los enfermos, animándolos a perseverar en las distintas funciones y en las diversas responsabilidades.

    Que María, Madre de Cristo, acompañe a todos en los momentos difíciles del dolor y de la enfermedad, para que se asuma el sufrimiento humano en el misterio salvífico de la cruz de Cristo.
    Acompaño estos deseos con mi bendición.
    César Ignacio dio el Víctor.

  8. #8
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    Re: Pedro Sánchez, pretende una eutanasia sin objeción de conciencia médica

    César Ignacio dio el Víctor.

  9. #9
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    ALACRAN, Hyeronimus y César Ignacio dieron el Víctor.

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    Re: Pedro Sánchez, pretende una eutanasia sin objeción de conciencia médica

    Kontrapoder y ALACRAN dieron el Víctor.

  12. #12
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    Re: Pedro Sánchez, pretende una eutanasia sin objeción de conciencia médica


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    Re: Pedro Sánchez, pretende una eutanasia sin objeción de conciencia médica

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    EUTANASIA Y PENA DE MUERTE

    OPINIÓN | ELDIAdigital


    Eutanasia y pena de muerte presentan paralelismos que merecen atención porque llevan a merecer un juicio similar. Es sorprendente la defensa de la eutanasia por aquellos que, al mismo tiempo, rechazan la pena de muerte.

    La pena de muerte se aplica a un delincuente condenado por asesinato, tras un juicio celebrado con todas las garantías procesales y con la sentencia de un juez. La eutanasia se aplica a un enfermo terminal, tras un dictamen médico y el consentimiento del sujeto o de la familia. El juicio legal y el dictamen médico se suponen profesionalmente competentes, más dudas nos puede provocar la emisión de la sentencia. En el primer caso es un juez profesional, que se le supone afectivamente imparcial ante el caso y sujeto a mecanismos de revisión (recursos, apelaciones…); sin embargo, en el caso de la eutanasia, uno mismo se convierte en su propio juez (práctica, en general, poco recomendable) o, en su defecto, la familia, que es claramente parcial en cuanto a su implicación afectiva. Normalmente, en la eutanasia no se contemplan mecanismos de revisión.

    Parece, por tanto, que la pena de muerte tiene muchos más argumentos de justicia que la eutanasia.

    Un gran inconveniente de la pena de muerte es su irreversibilidad, porque un error judicial, si el condenado ha sido ejecutado, no puede corregirse más allá de la reparación moral de su memoria. En el caso de la eutanasia, la perspectiva no es mejor. Un episodio de depresión, soledad o desesperanza puede llevar a un enfermo a desear la muerte intensamente y, días, semanas o meses después, descubrir la belleza de la vida aun desde la enfermedad. Casos que verifican este comportamiento no faltan.

    Además, hay que contemplar el error en la valoración médica, ¿cuántas veces se diagnostica una muerte inmediata y luego el enfermo remonta y vive durante años?

    No hay argumentos que mejoren el valor de justicia de la eutanasia frente a la pena de muerte. Si se rechaza la segunda, hay que rechazar la primera.

    En el fondo, la razón fundamental para rechazar la pena de muerte es que no es necesaria (hoy en día se puede prevenir el crimen con otros métodos) y es injusta (ninguna vida humana es descartable). Para la eutanasia se pueden aplicar los mismos argumentos.

    Por cierto, cambien eutanasia por aborto y verán que todo lo anterior es igualmente aplicable.

    https://eldiadigital.es/art/296841/eutanasia-y-pena-de-muerte-grupo-areopago
    Última edición por ALACRAN; 15/02/2020 a las 13:40
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

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