Carlismo que rebrota
4 de febrero de 2022
(Por Javier Urcelay) –
El Carlismo es un producto de la naturaleza, no creación de laboratorio; es una fronda vegetal tupida creada por un clima y un suelo, por unas mutuas influencias de destinos compartidos de una comunidad humana. Es plural, está vivo, florece y decae, prolifera en matices o se apaga en otros, desconfía de la uniformidad y de la azada, evoluciona, muere y renace en cada primavera.
Nació en las entrañas del pueblo español como una reacción inmunológica de rechazo contra ideas y formas de vida foráneas, ajenas a valores y afectos arraigados en el alma nacional. En un diálogo belicoso y convulso, se afianzó al tiempo que se adaptó a cada circunstancia, que resistió a cada helada y cada crecida. Templado en fragua de abnegación y sacrificio, se entendió mejor a sí mismo y se hizo comprender por el otro, mostrándole su disposición a defenderse.
El Carlismo se destiló de adherencias en un alambique de confrontaciones y adaptaciones, con sus ideas añejas luego matizadas, con sus adopciones no siempre reconocidas, con sus contradicciones internas no bien disimuladas, pero siempre como un licor vital, como una erupción imprevista del magma del subsuelo patrio, como un rugido rebelde ante el desafío de la Revolución: independiente, inconformista, generoso, imposible, obcecado, mezcla de razón y pasión, altivo y combatiente.
Su existencia se prolonga más allá de lo imaginable; y lo hará mientras cabalgue el espíritu hidalgo del Caballero Andante, mientras sobreviva la tradición de un pueblo que dispersa sus semillas de generación en generación.
Quizás sus perfiles se difuminen en las brumas de la ignorancia de hoy, o quizás el guirigay de voces y farsas confunda sus razones. Pero ahí seguirá presentido, como un testigo permanente de amores y de temores, de añoranzas y aspiraciones, de realidades famélicas y de ideales sublimes.
No quieran hacer del Carlismo una pasarela de alta costura; no pretendan de su aspecto la pulcritud inmaculada; no lo encierren en un aula o escriban su nombre con pluma de pavo real.
No reclamen para si derechos de cuna o sangre, que la única sangre que fecunda es la que corre martirial por los campos, inmolada y anónima.
Siga su pulso, en vez, latiendo; desbocado a veces como un ciclón, como un calmado remanso otras. Musitado y susurrante, como el viento que mueve las hojas del bosque sin ser visto. Centinela, desnudo de máscaras, tensado de realidades y quimeras, carente de vestido nupcial, sin púrpura ni maquillaje, desabrido, montaraz, serrano y curtido por el aire puro de la verdad.
Queden los salones y las imposturas para otros; brillen en el oropel académico las altivas aves canoras en sus jaulas de porcelana; busquen otros brillos mundanos y aplausos de erudición.
Debajo, a ras de suelo, escondido entre la hojarasca, roturado en la tierra y agazapado, dispuesto para la sorpresa, sobrevive el Carlismo genuino.
Tan tosco, tan prieto y enjuto, tan indómito; tan pegado al corazón y al alma de los buenos españoles.
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