"En su histórico discurso ante las Cortes Españolas, Su Excelencia el Jefedel Estado ha puntualizado, con su certera claridad de siempre, la verdadera entraña y significación del comunismo. Va ya para diez años que el Caudillo había señalado que aunque éste fuese vencido en el campo de batalla, «su fermento corruptor permanecería envenenando por mucho tiempo la vida de las naciones y las relaciones entre los pueblos».
Por consiguiente, yerran quienes puedan creer que es pasible una victoria sobre el comunismo con el mero manejo de las armas bélicas tradicionales, sean éstas la fuerza de los ejércitos, en una guerra abierta, o las habilidades de la diplomacia, en una contienda fría, como la actual. El comunismo está vertebrado sobre una concepción total de la vida del hombre sobre la tierra y no puede ser vencido mas que por otra concepción que le ofrezca la misma suma de esperanzas y de caminos.
En el día de hoy el comunismo, conforme ha afirmado también el Caudillo reiteradamente, explota los anhelos de justicia y seguridad sociales y de vindicación contra los abusos y los vicios del viejo sistema capitalista sentidos por buen número de gentes y de pueblos de todo el mundo. Por consiguiente, su amenaza no estriba solamente en una máquina militar y política presta para la guerra, sino también en la infiltración lenta e insidiosa de una mística que promete el paraíso en la tierra a costa de la destrucción y la subversión de todos los valores de la sociedad cristiana.
Las Cortes Españolas han tenido el acierto de reunir en un volumen lleno de sustancia histórica y doctrinal los discursos y mensajes que les ha dirigido Su Excelencia el Jefe del Estado desde la primera legislatura, comenzada el 17 de marzo de 1943, hasta la séptima, abierta el 3 de junio pasado (1961).
La nota permanente y cardinal de estos documentos —que en cada instante han definido la coyuntura mundial y la presencia española en ella— consiste precisamente en este diagnóstico del peligro comunista y en la afirmación rotunda y entusiasta de la eficacia de la solución española, como antídoto del mismo;
es decir, la conciliación «de lo nacional con lo social bajo el imperio de lo espiritual»;
la preocupación por incorporar a todo el pueblo a la creación y distribución de riqueza;
la determinación de unos cauces por donde todo ciudadano puede alcanzar su despliegue vital y la colocación de la tarea de gobierno bajo el imperio de unos postulados espirituales, de eminente inspiración religiosa, que dan trascendencia y perdurabilidad a unos quehaceres que en otro caso podrían desviarse hacia los despeñaderos de lo casual y momentáneo.
«La política de las naciones ha de juzgarse por sus frutos —ha dicho también el Generalísimo— y no por las especulaciones de la malicia política », y la acción del Gobierno de Franco durante un cuarto de siglo tiene dejadas las suficientes plasmaciones reales para que se juzgue y se aplauda su eficacia y su justicia."
(1962)
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