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Tema: Zapatero "El Felón" y su responsabilidad ante España

  1. #1
    Avatar de Valmadian
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    Zapatero "El Felón" y su responsabilidad ante España

    He intentado traer un interesantísimo artículo de José Javier Esparza, (La Razón Española, nº 153 enero-febrero 2009) acerca de cual es la naturaleza del zapaterismo y la extrema gravedad que representa este individuo y su "lobby" para España y la sociedad española. Digo que lo he intentado inútilmente, no sé si es que el motivo está en los derechos de autor, en que me ha llegado como archivo pdf, que hay algún punto en el que se me atasca, pero ha sido inútil. Por ello, llamo la atención acerca de su existencia, por si alguien lo puede colgar o para que al menos se pueda leer yendo a la fuente directamente.

    El artículo se titula: Para entender el zapaterismo: entre la ideología de la cancelación y la negación de España. En él se revela cómo un régimen, con una ideología, con un modelo de Estado, todo ello totalmente superfluo y perfectamente prescindible, es antepuesto con tal de destruir una patria milenaria, la nación más antigua de Europa, y aquí nadie hace nada para sajar la putrefacción.
    "He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.

    <<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>

    Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.

    Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."

    En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47


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  2. #2
    Avatar de Hyeronimus
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    Respuesta: Zapatero "El Felón" y su responsabilidad ante España

    Yo no sé cómo se puede postear un pdf. Lo que he hecho en otros casos es poner el enlace. Pero si te lo enviaron por correo, entonces ya no sé. ¿Hay una página de La Razón Española en internet? Yo conocía una, pero tiene pocos artículos y desde hace siete años no se actualiza. ¿Existe alguna más reciente en otra dirección?

  3. #3
    Avatar de Irmão de Cá
    Irmão de Cá está desconectado Miembro Respetado
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    Respuesta: Zapatero "El Felón" y su responsabilidad ante España

    De lo que sé Hyeronimus, sólo puedes subirlo como si fuera una imágen. Aunque no se pueda leer directamente en el texto, se puede descargarlo de la mención del arquivo.
    res eodem modo conservatur quo generantur
    SAGRADA HISPÂNIA
    HISPANIS OMNIS SVMVS

  4. #4
    Avatar de Valmadian
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    Respuesta: Zapatero "El Felón" y su responsabilidad ante España

    Cita Iniciado por Hyeronimus Ver mensaje
    Yo no sé cómo se puede postear un pdf. Lo que he hecho en otros casos es poner el enlace. Pero si te lo enviaron por correo, entonces ya no sé. ¿Hay una página de La Razón Española en internet? Yo conocía una, pero tiene pocos artículos y desde hace siete años no se actualiza. ¿Existe alguna más reciente en otra dirección?

    Si buscas dialnet@bib.unirioja.es. puedes conectarte con los fondos bibliográficos de la Universidad de La Rioja y, entre ellos, están todos los números de La Razón Española, que según se especifica, son bimestrales y el artículo que menciono está en el correspondiente al bimestre anterior.
    "He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.

    <<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>

    Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.

    Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."

    En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47


    Nada sin Dios

  5. #5
    Avatar de Hyeronimus
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    Respuesta: Zapatero "El Felón" y su responsabilidad ante España

    PARA ENTENDER EL ZAPATERISMO: ENTRE EL PARA ENTENDER EL ZAPATERISMO: ENTRE LA IDEOLOGÍA DE LA CANCELACION Y LA NEGACIÓN DE ESPAÑA (1)

    (1) Basado en un artículo publicado por José Javier Esparza en la revista RAZÓN ESPAÑOLA, número 153, de enero-febrero de 2009, a quien corresponde la propiedad intelectual de las ideas expuestas.
    ¿Qué es el ZAPATERISMO?
    1. Aniquilación de la estructura del Estado: nuevos estatutos de autonomía que promueven el carácter «nacional» de las regiones españolas y destruyen la unidad de España; nuevas transferencias...
    2. Furioso anticatolicismo: acoso a la identidad social cristiana, manifestaciones y actos hostiles a la Iglesia, arrinconamiento de la religión en la escuela, intento de confinar la religión a la esfera de lo privado; al mismo tiempo, estímulo de otras confesiones, y especialmente de la islámica.
    3. Ofensiva destructiva en el plano de la moral ciudadana: legalización del «matrimonio» homosexual, legislación a favor de los transexuales, fomento de la sexualidad entre niños y adolescentes, divorcio-express...
    4. Relativización del derecho a la vida y de su protección jurídica: aborto, eutanasia, experimentación con células madre embrionarias...
    5. Manipulación ideológica de la educación por parte del Estado: asignaturas de adoctrinamiento cívico-político, EPC, normativa legal que antepone el cumplimiento de objetivos ideológicos al rendimiento académico...
    6. Rendición ante el terrorismo: en nombre del «proceso de paz» los portavoces políticos del terrorismo vuelven a la vida pública mientras desde el poder se castiga a las victimas del terrorismo y se presiona a los jueces, los atentados mortales son sólo «desgraciados accidentes», asesinos confesos salen a la calle...
    7. Destrucción del Ejército, denigrándolo, convirtiéndolo en un cuerpo de protección civil y ayuda humanitaria, haciendo del servicio a la Patria algo vergonzante, aparcando a los más valiosos y promocionando a los ideológicamente próximos, congelando los sueldos para desalentar a los más capaces.
    8. Resurrección de la Guerra Civil: «memoria histórica» republicana por ley, reescritura de la historia, división de los españoles en «buenos» y «malos», demonización de los que ganaron la Guerra, recuperación de las querellas pendientes de 1936.
    9. Giro radical a la política exterior: acercamiento a regímenes autoritarios y dictatoriales de Iberoamérica o de la esfera islámica, promoción de Turquía ante la Unión Europea, aislamiento de España entre los países occidentales, «alianza de civilizaciones», antiamericanismo...
    10. Tolerancia y fomento de la inmigración masiva: regularización multitudinaria, ineficacia en el control de entradas, indolencia en la expulsión de ilegales, discurso permanente de estímulo a la acogida.
    Esto, entre otras maldades, es el zapaterismo.
    ¿Es posible entender todo este conjunto de líneas de acción, encontrar alguna coherencia interna? Sí, es posible.
    Si uno contempla la trayectoria de España bajo el Gobierno Zapatero sólo puede extraer dos posibles conclusiones: la primera, que el patrón del barco está pilotando de oído, sin más rumbo que el marcado por el azar y sin otra preocupación que mantenerse en el timón; la segunda, que el piloto sabe dónde nos lleva y que esta perversa singladura en realidad tiene una meta definida, un objetivo concreto. Nosotros vemos las cosas del segundo modo: creemos que Zapatero tiene una dirección. Pero esta certidumbre no nos tranquiliza, sino más bien al contrario, porque también creemos saber cuál es la dirección de Zapatero. Podemos llamarla «nihilismo», pero en Europa, hace quince o veinte años, a esto ya se lo llamó «ideología de la cancelación». Ellos, en cambio, lo llaman «progreso»... progreso hacia el abismo.
    Lo que estamos viviendo hoy en España no es una casualidad. Está planificado, son tendencias que se observan desde hace tiempo. La principal de esas tendencias se corresponde con la evolución de la izquierda europea, en general, en los últimos años; es la «cancelación», la clausura o liquidación de cualquier vestigio del mundo tradicional. La otra tendencia corresponde a la trayectoria específica de la izquierda española a lo largo de su historia, una trayectoria singular en la medida en que se ha presentado como impugnación sistemática de lo nacional, de lo español, identificándolo con «lo reaccionario», como un pasado que debe ser borrado. El zapaterismo, la ideología que mueve al poder hoy en España, es la síntesis de esas dos diabólicas tendencias.

    El zapaterismo como «tercera izquierda»
    En España empieza a extenderse la sensación de que todo socialismo pasado fue mejor. Eso responde a una cuestión de hecho. El socialismo de Felipe González trastornó muchas cosas y afectó a los valores de los españoles, pero nadie sintió (al menos después de 1984) el temor de que fuera preciso salir a la calle, pistola en mano, para defender lo más sagrado. Por el contrario, el socialismo de Zapatero, pusilánime en tantas cosas, está demostrando una agresividad extraordinaria en las cosas más importantes de la vida: la religión, la familia, el orden social, el derecho a la vida... El socialismo de González era socialista; el de Zapatero es simplemente nihilista. Esto es aterrador, pero a la vez interesante. Y el interés del nihilismo zapateril reside en que muestra la verdadera faz de lo que podríamos llamar «la tercera izquierda».
    La primera izquierda fue revolucionaria y roja: Rusia en 1917, Alemania en 1919, España entre 1934 y 1936... Su paraíso era la Unión Soviética. Esa izquierda acabó ahogada en el baño de sangre de Paracuellos, del Gulag y de la checa. Millones de muertos: Stalin, Pol Pot, Mao Tse Tung. Hoy sólo sobreviven Castro y Kim Jong II. La segunda izquierda fue reformista y blanca: el laborismo británico, las socialdemocracias alemana y sueca, también los socialismos francés (Miterrand) y español (González)... Su paraíso era Suecia. Pero la segunda izquierda acabó colapsada, doctrinalmente hablando, por algo tan simple como la incapacidad para mantener la utopía del Estado-Providencia. En cuanto a la tercera izquierda, era una incógnita: nieta de revoluciones sanguinarias e hija de experimentos inviables, su gran reto era construir un nuevo paradigma teórico. Aún no ha habido tal, pero en el ámbito de la izquierda llevan tiempo asomando la cabeza las corrientes nihilistas bajo las banderas de la antiglobalización. Y en las capillas marxistas se ha ido construyendo un santoral nuevo que ya no bebe en los viejos paraísos soviético o sueco, sino en las revelaciones de cartón-piedra de Mayo del 68, de la «revolución sexual», de la «insurgencia latinoamericana», de los eternos derrotados rojos, de las ensoñaciones libertarias, del tercermundismo militante, del ridículo progresismo del «no a la guerra», del ecologismo radical, del feminismo excluyente y de la bandera del arco iris.
    Con esos materiales se ha cuajado una doctrina que está más cerca del nihilismo que del socialismo, pero sin perder la destructiva carga marxista. Es lo que se ha venido en llamar «ideología de la cancelación». Doctrina caótica y perversa, sí, pero eficaz, porque engañosamente promete la felicidad en la Tierra. Hay que contar con cierto detalle esta historia, porque aunque es común a toda la izquierda occidental, desgraciadamente sólo en España ha alcanzado una importancia institucional tan relevante.

    La ideología de la cancelación
    ¿Qué es la ideología de la cancelación? Es la convicción según la cual la felicidad de las gentes y el progreso de las naciones exige cancelar todos los viejos «obstáculos» nacidos del orden tradicional. Hay que cancelarlo todo, destruirlo todo: religión, patria, familia, moral, valores, educación, identidad,... porque todo eso es solo un lastre, un vestigio de un mundo «retrógrado y oscuro». Debe ser liquidado. La liquidación, por supuesto, ya no se ejecutará al viejo estilo, con banderas rojas y tiros en la nuca; esas cosas ya no se llevan, porque asustan al gentío. Lo que tenemos delante es, más bien, una «revolución light»: un movimiento de apariencia blanda y suave, amable, sin conmociones sanguinarias y, ante todo, envuelto abundantemente en las rituales invocaciones al diálogo, el talante y la paz. La «revolución light» ya no actúa prioritariamente sobre las estructuras que sostienen al poder -el dinero, el ejército, la Ley-, sino que presta especial atención a la base misma de la vida colectiva: a las convicciones, a las costumbres, a los principios y a la educación. Es ahí donde la ideología de la cancelación se extiende poco a poco, como un cáncer, llevando a todas partes su mensaje: la nación es una realidad acabada, la familia es una institución obsoleta del pasado, la religión es una superstición de otros tiempos, la moral es una cuestión de puntos de vista, la ley debe adecuarse a las circunstancias.... Eso es lo que está pasando en España. Esa es la ideología que se va imponiendo desde el poder.
    La «ideología de la cancelación» no se la ha inventado Zapatero, ni siquiera el socialismo español –históricamente muy parco, por otro lado, en innovaciones doctrinales-. Es una línea de pensamiento que apareció en Occidente en torno a los años setenta, al socaire de las «revueltas» estudiantiles de California y París del 68. Muy sumariamente, se puede sustanciar el asunto de esta forma: para cambiar el mundo hay que cambiar a la gente, y para cambiar a la gente hay que cambiar sus valores. Y si la gente no quiere cambiar, es que tiene miedo a la libertad, y por tanto hay que reeducarle (en el sentido marxista de la palabra) o excluirle del “sistema”.
    En la marea del 68 confluyeron olas de muy distinto tipo: por un lado, la vulgarización de los postulados teóricos freudo-marxistas, que otorgaban un papel esencial a la liberación sexual y a la ruptura de las instituciones tradicionales como palanca del cambio revolucionario; por otro, el progresivo aburguesamiento de las grandes masas en las sociedades occidentales, masas que estaban deseando escuchar un mensaje así -emancipador y, al mismo tiempo, hedonista- tras los duros años de la posguerra; en tercer lugar, la propaganda del poder cultural marxista, engordado al calor de la guerra fría y prácticamente hegemónico en todo Occidente, poder que no podía sino estimular aquellas convulsiones en la medida en que debilitaban al adversario. Después la reivindicación del 68 giró hacia postulados tan individualistas y hedonistas (el «derecho al orgasmo», por ejemplo), tan burgueses, que los comunistas más ortodoxos condenaron el movimiento. Pero el hecho es que a partir de aquí, de estas condiciones, surgió una izquierda nueva en Occidente, y especialmente en Europa. Una izquierda que ya no sólo decía renunciar a la dictadura del proletariado, como había hecho la vieja socialdemocracia, sino que ahora modificaba el terreno de juego de la revolución, del cambio social: frente (o junto) a la conquista de las instituciones, se apostaba por la «microrrevolución» en la vida cotidiana. Así el arsenal ideológico de la izquierda irá llenándose de cosas que antes o no existían, o eran marginales en sus programas: la eutanasia, la educación sexual de los niños, el aborto, etc.

    La izquierda venció después de muerta
    Este giro ha sido común a todas las izquierdas europeas: desde los años setenta, todas ellas han ido adoptando la ideología de la cancelación. Y así la destrucción de la familia tradicional, por ejemplo, ha pasado a ser programáticamente tan importante como la consecución de conquistas sociales y económicas para los trabajadores. ¿Tan importante? No: más importante, mucho más. Sobre todo después de que, corriendo los años ochenta, el elefante del Estado del Bienestar, que era el gran logro socialdemócrata, entrara en crisis en todas partes. Cuando el Estado-Providencia demostró ser inviable -en Gran Bretaña, en los países escandinavos, pronto en Francia o en Alemania-, la izquierda europea pasó a poner el acento en esa «microrrevolución» de la vida cotidiana que viene a condensarse en la ideología de la cancelación. Es muy importante levantar acta del proceso histórico de la izquierda en los años ochenta y noventa para entender cómo hemos llegado hasta aquí, también en España. La crisis del Estado del Bienestar, prácticamente simultánea a1 desplome del modelo soviético, privó a la izquierda de sus referencias materiales, de sus espejos políticos prácticos. ¿Qué le quedaba? Sólo la inercia de un discurso de cambio social. Precisamente, la ideología de la cancelación.
    En términos electorales, el paisaje cambió completamente: las figuras de Reagan, Thatcher o Kohl parecían asentar un predominio incontestable de las derechas. Pero en términos de poder sobre las conciencias, la hegemonía de la izquierda siguió siendo muy fuerte. Las bases puestas durante las décadas anteriores en la Universidad, en la prensa y en la opinión pública siguieron dando su fruto. De este modo amaneció un mundo en el que todos los socialismos habían fracasado estrepitosamente, pero donde, pese a ello, sus voces seguían siendo las que dictaban dónde estaba la legitimidad, las que decían qué era bueno y qué era malo, las que construían los juicios y prejuicios de la sociedad. A lo largo de los años noventa, la fiebre viscosa de lo «políticamente correcto» se desplegó por todas partes consolidando una auténtica vigilancia sobre las conciencias, hasta el extremo de que poderes que se reconocían en la «derecha» terminaban adoptando los criterios de conducta y los mensajes marcados desde la izquierda, con ese complejo de inferioridad de la derecha, especialmente en España, que tanto daño está haciendo.
    Por otro lado, la desaparición física de los grandes referentes de la izquierda -el Estado del Bienestar y, en otro orden, el modelo soviético- tuvo, paradójicamente, el efecto de facilitar el despegue de la ideología de la cancelación. Por así decirlo, la izquierda dejó de dar miedo al orden establecido: hechas harapos las banderas de la nacionalización de los recursos financieros, de la socialización de los medios de producción, de la intervención en el Mercado, ¿qué había ya que temer?. Antes al contrario, la izquierda se presentaba ahora como un proyecto de relajación de lazos sociales y liberación de costumbres que, en realidad, no sólo no incomodaba al orden establecido, al Mercado, sino que incluso lo confortaba. La izquierda ofrecía las dosis precisas de «buenos sentimientos» para hacer más llevaderos los inconvenientes de la omnipotencia del Mercado.
    No vale la pena prolongar la exploración sobre la historia reciente, pues es de todos conocida. Pero sí conviene ceñir conceptualmente las líneas maestras de esa «ideología de la cancelación» que ha venido imponiéndose en Europa al compás de la evolución de la izquierda. Una, fundamental: la destrucción de la vieja oposición socialismo-cristianismo, que había sido la línea de frente político-cultural en Europa desde el siglo XIX, y que ahora pasa a disolverse -entre otras cosas, por el progresivo retroceso del cristianismo- en el marco de una suerte de laicismo y anticlericalismo «blando», ya no propiamente de Estado, sino más bien un laicismo «de Sistema», pues son todos los poderes establecidos los que convergen en la marginación de cualquier referencia a la religión cristiana. Otra línea, no menos importante: la aniquilación del modelo de familia tradicional, bajo el pretexto de acentuar la protección de los derechos individuales; así, por ejemplo, se estimula el divorcio para anteponer los derechos del individuo a las obligaciones de la pareja, o se promueve la desaparición de la autoridad paterna (y materna) en nombre de los derechos del niño. Aún otra línea, bajo el mismo argumento del derecho individual: el ataque al derecho a la vida, que genera legislaciones promotoras del aborto y de la eutanasia. Al lector no le costará añadir un largo etcétera.
    Podemos sintetizar todas estas líneas en un solo proceso: si la “modernidad”, según la izquierda, ha consistido en un imperativo, sostenido en el tiempo, de “liberar” a los individuos de todos los lazos que tradicionalmente los ataban -la comunidad, la corona, la religión, la familia, etc.-, lo que ahora se propone es un último y supremo esfuerzo para llevar el proceso a su conclusión, para arrancar la emancipación individual de cosas que hasta ahora se consideraban naturales como la identidad cultural, la pareja y los hijos, la definición del género sexual o el propio concepto de vida. Estamos, pues, ante la fase final del discurso moderno de la emancipación. Pero, por supuesto, hay una mentira de origen: como esa emancipación no la logra uno de manera autónoma, sino que viene de la mano de un sistema ideológico-político-económico, la supuesta libertad del individuo queda en realidad sometida a una férrea estructura de poder que, además, ya no descansa propiamente sobre unas instituciones visibles, sino que ahora se despliega bajo una intrincada red donde se trenzan los poderes mediáticos, económicos y políticos; red que hace al poder menos visible y que, por tanto, dificulta la oposición y la resistencia, incluso la simple disidencia. Así la lógica de la emancipación conduce, en realidad, a una nueva lógica de la dominación, de la esclavitud moral.
    Esta es la situación que se está viviendo no sólo en España -conviene insistir-, sino en todo el espacio de Occidente. La «ideología de la cancelación» funciona en todo el mundo desarrollado. No es un problema que nos afecte sólo a nosotros. Pero es característico de la España de Zapatero que esta ideología se extienda desde el poder, institucionalmente, y sin resistencia. Hay que tenerlo presente para entender en toda su dimensión lo que (nos) está pasando y lo que nos puede pasar en el futuro.

    El “Estado-Mamá”
    La primera materialización de esta singular forma de poder es un Estado de nuevo perfil. Un Estado que ya no se dirige a los ciudadanos con el tono imperativo y algo ordenancista del padre tradicional, sino que ahora busca la afabilidad protectora de una dulce madre. Leyes para que usted no fume; por su salud. Leyes para que lleve usted chaleco reflectante en el coche; por su seguridad. Leyes para que los niños no sean obesos; por su bienestar. Leyes para que los estudiantes aprueben sin esfuerzo; por su felicidad.
    Hace veinticinco años, los liberales la emprendieron contra el Estado-Providencia porque era un dinosaurio cuyo peso ahogaba a la sociedad. El Estado aseguraba el bienestar, pero a costa de invadir las competencias de las familias o las comunidades (en la sanidad, en la educación, en la asistencia), acostumbrando a la gente a la irresponsabilidad subsidiada, generando un gasto insoportable y, para colmo, incurriendo en constante ineficacia. Eso fue el origen de la gran crisis de la socialdemocracia.
    El Estado-Providencia fue una degeneración del Estado paternalista que los conservadores edificaron entre los siglos XIX y XX: las primeras legislaciones sobre seguridad social fueron precisamente conservadoras (Bismarck, Maura, Dato), no progresistas ni liberales. Los liberales terminaron motejando al Estado protector como «Papá Estado»: el Estado se investía con los atributos del padre protector.
    Hoy hemos dado un paso más. Quizá porque el Estado cada vez puede menos (o sea que tiene menos poder), quizá porque la sociedad patriarcal se desvanece, o quizá por ambas cosas a la vez, el paternalismo de Estado va girando hacia un maternalismo estatal: las iniciativas gubernamentales velan por el confort de la gente, por su bienestar doméstico, por su salud cotidiana, por su «línea», incluso por su amor. Del mismo modo que el viejo Estado-Providencia de los ochenta era una caricatura del padre, así este nuevo Estado-Nodriza tiene algo de caricatura de la madre: se inclina hacia el continente de los afectos íntimos con una solicitud tan enternecedora como ridícula -cuando reparte preservativos en las escuelas para evitar embarazos «traumáticos», cuando justifica la política de defensa con argumentos de caridad humanitaria, cuando arbitra el matrimonio homosexual porque «si se quieren, ¿por que no se van a casar?»-.
    En todo caso, conviene no confundirse: este Estado-Mamá es el mismo que, conforme a la «ideología de la cancelación», pugna por eliminar todo veto sobre el aborto, lanza a la sociedad propuestas sobre la eutanasia o autoriza la experimentación con embriones humanos. Y también por esta línea, una vez más, el discurso de la emancipación conduce a una practica de la dominación.

    España como error histórico
    Hasta aquí, lo que el zapaterismo tiene en co-mún con la izquierda europea. Pero el zapaterismo posee también rasgos específicamente españoles, rasgos que no se encuentran en ningún otro socialismo europeo. El fundamental de ellos es el odio hacia la historia y la identidad nacional, la convicción de que la trayectoria histórica de España es una lamentable equivocación colectiva. Ahora bien, esto tampoco lo ha inventado Zapatero: es una vetusta tradición de nuestra izquierda que, eso sí, el zapaterismo ha llevado hasta extremos insoportables. Hechos como la reforma del Estado de las Autonomías, la vergüenza ante la exhibición de los símbolos nacionales, la claudicación ante ETA, la eliminación práctica de los términos Patria o Nación, encuentran aquí su sentido.
    En efecto, conviene no perder de vista cuál es la tradición histórica e intelectual de la izquierda española. Primero, nuestra izquierda rara vez se ha proclamado solidaria con la unidad nacional: la izquierda española no identifica a la nación con el pueblo, como hace la izquierda europea, sino que tiende a identificarla con las «clases explotadoras». De ese argumento nacen tanto una hostilidad sorda hacia la identidad española como una extravagante solidaridad con cualquier forma de antiespañolismo. Además, la estrategia del Gobierno Zapatero es también coherente con la tradición de la izquierda en esa convicción, casi mesiánica, de que España no puede «progresar» si no es bajo una hegemonía permanente de la propia izquierda, hegemonía que finalmente realizará la «gran revolución moderna que España nunca ha tenido». Este tópico lo encontramos reiteradas veces en la historia de nuestra izquierda y afloró con toda su fuerza en la 2ª República. Todos pensábamos que el tópico de esta otra «revolución pendiente» había sido arrumbado por la larga experiencia de poder socialista entre 1982 y 1996 y por el establecimiento de una elite financiero-mediática inequívocamente alineada con la izquierda, elementos que hacen objetivamente insensata la identificación entre lo nacional y la clase privilegiada. Pero, al parecer, los efectos ideológicos de la caída del Muro de Berlín, que tanto han modificado el mapa de la izquierda europea, en el caso español se han traducido en un retorno de las viejas obsesiones, y ha bastado la llegada de una promoción nueva a la cúpula socialista para que éstas reverdezcan como si no hubiera pasado el tiempo -o, peor aún, como si hubiera pasado hacia atrás-.
    ¿Qué es esa teoría de la «maldición de España»? La teoría viene a decir así: la Historia de España es un error gigantesco, aquí no levantaremos cabeza hasta que haya una revolución como la francesa, España no será un país digno hasta que la izquierda lo modele a su manera. Si uno repasa la historia de nuestra izquierda, encontrará con mucha frecuencia esa convicción. Y es, en el fondo, la misma convicción que lleva a condenar el descubrimiento, la conquista y la evangelización de América, a abominar de la Reconquista o a sublimar la remota huella musulmana. Para esta visión de las cosas, si hay separatismo es porque la unidad nacional ha sido algo funesto, y si hay terrorismo, es porque la vieja España nunca ha sabido entender a los pobres nacionalistas. La culpa siempre la tiene «España», identificada todavía con el Imperio y la Contrarreforma, o sea «la vetusta derecha». Es una visión propiamente maniquea que traza una gruesa línea entre el bien -la izquierda- y el mal -todo lo demás-. Poco importa que haya habido revoluciones, constituciones y transiciones: esta interpretación de la Historia, sencillamente, prescinde de la realidad, porque prescinde del tiempo. Es así como la izquierda española –y esto, hay que insistir, viene de antiguo- se ha convertido en una anomalía en el contexto de las izquierdas europeas.
    Ahora bien, la condena de la propia Historia lleva implícita una esperanza mesiánica: si esto ha sido así hasta hoy, a 1a izquierda le corresponde cambiar las cosas, devolvernos a todos al buen camino. La izquierda posee una misión providencial: con ella en el poder; todo el viejo lodo de nuestra Historia quedará definitivamente limpio. Y así, bajo esta sugestión mesiánica, la alianza de civilizaciones enmendará el error de la Reconquista; la disgregación del país no será tal, sino que aumentará la concordia, y el pacto con los terroristas no será claudicación, sino mensaje de paz.
    Esta visión tiene muy ilustres antecedentes. Quizás el más característico, por más elaborado, viene del funesto Manuel Azaña, cuyo discurso del Ateneo en 1930 («Tres generaciones del Ateneo») vino a ofrecer una estupenda síntesis del mito izquierdista de la «misión providencial». Aquel discurso muestra lo que luego será el hilo de los acontecimientos en la 2ª República, pero su interés no se agota en su momento histórico, sino que recoge la reflexión izquierdista desplegada desde la revolución de 1868 hasta entonces y, al mismo tiempo, avanza temas que terminarán convirtiéndose en una obsesión para el «pensamiento progresista» de la segunda mitad del sigo XX y principios del XXI.
    El análisis de Azaña arranca de la tesis de que el verdadero liberalismo es el liberalismo jacobino y exaltado del siglo XIX, que produjo la 1ª Republica y que luego fue degradado por «el miedo de la sociedad y por el peso de la religión». Como la ofensiva exaltada se frustró, su proyecto sigue vigente y es el camino para acometer «la gran renovación y trastorno necesitados por la sociedad española». Una renovación que debe, ante todo, romper con la trayectoria histórica de España, porque «España es víctima de una doctrina elaborada hace cuatro siglos en defensa y propaganda de la Monarquía católica imperialista, sobrepuesta con el rigor de las armas al impulso espontáneo del pueblo». Así señala Azaña un triple enemigo: corona, iglesia y ejército, que deben ser triturados por las nuevas fuerzas. Azaña identifica esta tarea con el trabajo de «la inteligencia», entendida como «empresa demoledora». La inteligencia -se sobreentiende- corresponde a la elite marxista y tendrá que ser ejecutada por «los gruesos batallones populares, encauzados al objetivo que la inteligencia les señale». Vale la pena citar completo ese párrafo de su discurso, porque ofrece un dibujo muy concreto de qué era lo que Azaña pretendía y, también, de cómo y dónde fracasó: «La obligación de la inteligencia, constituida, digámoslo así, en vasta empresa de demoliciones, consiste en buscar brazos donde los hay: brazos del hombre natural, en la bárbara robustez de su instinto elevado a la tercera potencia a fuerza de injusticias». Azaña, y como él muchos otros republicanos de izquierda, se veía a sí mismo como un nuevo Robespierre que enseña a los sans-culottes el camino de la libertad. Como es sabido, los «brazos del hombre natural» acabaron llevándose por delante a no pocos aprendices de Robespierre, además de a varios centenares de miles de españoles inocentes. Porque, mientras tanto, la antorcha del liberalismo exaltado del XIX ya había caído de las manos de los “ilustrados” azañistas para ir a parar a chequistas, comunistas, anarquistas y socialistas de base. Unos socialistas escindidos a su vez en familias varias, pero donde el sector más radical era también el mayoritario. Y ese sector, agrupado en torno a Largo Caballero, emitía en marzo de 1936 un «Manifiesto del socialismo revolucionario» donde proponía, entre otras cosas, la transformación de España en «confederación de nacionalidades ibéricas», la supresión del español como lengua oficial y obligatoria del Estado, el derecho al voto para cualquier ciudadano sin otro requisito que seis meses de vecindad, supresión del presupuesto del clero y confiscación de todos sus bienes, nombramiento de los jueces por elección, enseñanza «técnica y laica», etc.
    Uno contempla hoy, 2009, la reforma del modelo territorial, el acoso a la lengua española en las comunidades bilingües, los intentos de otorgar el voto a los inmigrantes, la política de inquina y persecución sostenida, aunque de momento incruenta, hacia la Iglesia y hacia los Católicos, las maniobras contra el poder judicial y el Ejército o las sucesivas reformas del sistema de enseñanza, y tiene razones para preguntarse qué significa para la izquierda española el término «evolución».

    El instinto de rendición ante los bárbaros
    Se ha dicho que el gran pecado de la izquierda española es haber construido una cultura social y política deliberadamente huérfana de la propia tradición nacional, haciendo tabla rasa de cualquier referencia histórica propiamente española. Esa minusvaloración radical de la identidad propia, que es característica de los pueblos «aculturados» por la colonización, fue asumida por la izquierda española como estandarte y la extendió a todos los ámbitos, desde la Universidad hasta la televisión pasando, por supuesto, por la escuela. El resultado, al cabo de un par de generaciones, ha sido un país que, en general, se ignora e incluso se odia a sí mismo. Singular logro, criminal y suicida a la vez.
    Este complejo de inferioridad de nuestra izquierda ante la historia de España no se debe, por supuesto, a la talla objetiva de la Historia Nacional (que no es precisamente minúscula) sino a la talla relativa de la izquierda dentro de esa historia: al contrario que en otros países europeos, la historia de la izquierda española es la biografía de un fracaso continuo, desde el desastre de la Gloriosa y de la 1ª República hasta la impotencia de la oposición contra Franco, pasando por la incompetencia política bajo la Restauración, el oportunismo sindical bajo la dictadura de Primo de Rivera, la barbarie revolucionaria de la 2ª República y el caos vergonzoso de la Guerra Civil. El hombre de izquierda contempla esa historia y tiene dos opciones: concluir que su tribu adolece de un linaje más bien lamentable o, alternativamente, justificarse diciendo que esta miserable España nunca ha sido digna de gentes tan sublimes como Juan Negrín, Margarita Nelken, Largo Caballero, Santiago Carrillo o el capitán Condés, asesino de José Calvo Sotelo. La primera opción exigiría cierta capacidad de distancia crítica y la disposición a examinar las propias convicciones. Se opta, pues, por la segunda vía: la execración de España, lo cual explica tantos y tantos de nuestros pasados y presentes males, y también de los futuros que vendrán.
    A partir de aquí, se ha ido configurando una suerte de ideología antinacional que, una y otra vez, termina imponiéndose sobre cualesquiera otras corrientes. Es como si la izquierda española padeciera una afección patológica. Llamémosla «síndrome de Don Julián», por aquel godo que abrió las puertas de España a los musulmanes. El síndrome de Don Julián aparece cuando uno, por intensa insatisfacción, por odio hacia lo español en general, da en juzgar que nuestros enemigos históricos son, en realidad, «los buenos», pues España es, esencialmente, «lo malo». Así, el afectado por este síndrome experimenta una irresistible simpatía hacia todo lo que colectivamente nos erosiona, ya sea la vieja «leyenda negra», ya sea cualquier otro falso tópico que dañe a lo español.
    No hay que insistir en que esta mentalidad, por desgracia, lo tiene todo para arraigar en unas sociedades profundamente cansadas y descreídas, indolentes, sin ningún tipo de compromiso moral, incapaces de saber quiénes son y adónde van. Es lo que podríamos llamar el «instinto de rendición ante los bárbaros», un fenómeno que se observa en cualesquiera situaciones históricas de decadencia y que hoy se despliega sobre España como una bruma que oscurece las conciencias. El «instinto de rendición ante los bárbaros» afecta especialmente a los sectores acomodados, privilegiados, y puede describirse como una fuerte inclinación a claudicar ante cualquier amenaza exterior. Aquí interviene el miedo a perder lo que individualmente se posee y también una cierta mala conciencia, una doliente sensación de ser beneficiario de la injusticia. Por eso, con frecuencia, este instinto se envuelve en un discurso cobarde y acomodaticio del tipo «no serán tan malos». Después, sólo resta abrir las puertas.

    Un proceso nihilista
    Heredero de dos grandes frustraciones históricas, la de la izquierda española y la de la izquierda europea, el zapaterismo aparece hoy como una plasmación material de complejos y resentimientos acumulados durante mucho tiempo. De ese resentimiento profundo nace la convicción mesiánica de que hay que romperlo todo, cancelarlo todo, para lo cual hay que darle a todo la vuelta. El objetivo supremo del poder, hoy, en España, es aniquilar cualquier vestigio de corte tradicional. Ya sea en la educación o en la estructura familiar, ya sea en la religión o en la identidad nacional, la política del PSOE marcha expresamente orientada al exterminio de todo lo que recuerde a la sociedad «vieja», de todo lo que pueda representar un obstáculo para la sociedad «nueva». Este proceso no ha empezado ahora: lleva muchos años en marcha. Pero sólo ahora se ha convertido deliberadamente en programa de gobierno.
    Se trata de liquidar, de hacer desaparecer, el mundo tal y como lo hemos conocido. Así se privilegiará a los transexuales y homosexuales antes que a las familias, a las minorías musulmanas antes que a las mayorías católicas, a los que denigran a España antes que a los patriotas, a los terroristas antes que a las víctimas, a los alumnos incapaces antes que a los capaces, a los partidarios del aborto y la eutanasia antes que a los defensores de la vida, y todo ese largo etcétera de inversiones que está poniendo el mundo cabeza abajo.
    Hay, pues, un proyecto detrás de las políticas de Zapatero. Y ése es precisamente el mayor problema: Zapatero no es un tonto, ni un incapaz. Es un malvado con un objetivo diabólico.
    Febrero de 2009
    Última edición por Hyeronimus; 05/03/2009 a las 03:16

  6. #6
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    Respuesta: Zapatero "El Felón" y su responsabilidad ante España

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    El artículo, si bien está interesante, se ve que está hecho desde un punto de vista conservador y se va por esa tangente. En cuanto al " antiamericanismo ", se olvida que la derecha española fue antiyanqui hasta casi la misma AP. El análisis sobre las izquierdas es bueno y recomendable, pero realmente, se queda corto en algunas " críticas/planteamientos " por eso mismo.

    El problema de Zapapollas no es el " aislacionismo " en sí. Si un dirigente católico tradicional llegara al poder, ¿ debería consentir que España siguiera en la unión europeísta y ser amigo por cojones de los gringos ? No, no van por ahí los tiros. Ese concepto positivista de " orden " sólo nos ha traído nefastas consecuencias, y siempre se ha contradicho en la realidad. Más lo analizaría yo por el lado solzhenitsyano, por aquello de la cobardía de Occidente....Pienso que Zapapollas tiene cosas muy criticables más allá del tema este en concreto, y que acierta y deleita en muchas, pero en otras como que no lo veo, como intento explicar.
    Última edición por Ordóñez; 05/03/2009 a las 15:00

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