Biempensantes, proscritos y una cumbre sobre la palabra maldita (racismo)

Eduardo Arroyo. El Semanal Digital.

Unos son racistas y otros no, aunque lo sean, de palabra, de hecho o de ambos. Israel y los palestinos, la Sudáfrica del "apartheid", la brutalidad del África negra... diferentes baremos.

La reciente cumbre sobre el racismo organizada por la ONU ha acabado como siempre: por un lado los "biempensantes" y por otro los "proscritos". No se por qué el asunto del "racismo" termina siempre en esa irrefrenable tormenta en la que los títulos de "buenos" muy "buenos" y "malos" muy "malos" se reparten conforme a la estricta partitura de lo políticamente correcto. Y Occidente juega invariablemente de director de orquesta, de modo que uno está tentado de pensar que lo más engañoso y equívoco no es el documento pactado finalmente sino que parece como si las fuerzas que establecen la dictadura del pensamiento único en todo el mundo sacaran mayor provecho de la controversia que del texto en sí.

Israel, claro está, ha conseguido el apoyo de los líderes occidentales pese a que su comportamiento de asentamientos y colonización de tierras, amén de segregación de la población palestina, coincide punto por punto con el trato dado en los años 80 a los negros sudafricanos en la reprobada República Sudafricana del apartheid. En este ejemplo de "racismo" unidireccional, queda claro que existe una "islamofobia" o un "antisemitismo" pero que hay discriminaciones que pueden ser apoyadas y disculpadas, tal y como sucede con la persecución de las minorías cristianas en muchos lugares del mundo y la continua agresión, más o menos velada, hacia los cristianos por parte de muchos de esos gobiernos que se rasgan las vestiduras porque el presidente Ahmadineyah ha dicho tal o cual cosa.

Al fin y al cabo ya sabemos que la "cristofobia" no existe. Sorprendentemente, incluso el Papa Benedicto XVI, del que tanto he aprendido y al que tantas cosas me vinculan, ha terciado de forma discutible en la polémica, condenando el "racismo" y apoyando la "dignidad" del hombre, prestando así cobertura a un debate en el que los términos brillan por su vaguedad. Muchos nos preguntamos: ¿Qué diablos es eso del "racismo"? ¿Sólo lo practican los pueblos blancos occidentales? Porque un estudio detenido del asunto lleva invariablemente a concluir que existe en todo el planeta y es practicado por todos contra todos. Sin embargo parece que el "racismo" solo es de los europeos mientras que, por ejemplo, se omiten las relaciones de sadismo, brutalidad y opresión de los africanos entre sí antes de la llegada de los europeos o se oculta esa misma brutalidad y afán sanguinario en esa América precolombina que ahora se pretende reivindicar en forma de "indigenismo" y contra lo español.

Además, ¿por qué nadie considera que atenta contra la "dignidad del hombre" y los "derechos humanos" las fórmulas neoliberales que deportan a poblaciones enteras por razones de lucro económico? Quizás sea porque todos nuestros líderes participan, por acción u omisión, de un sistema económico e ideológico que desprecia a los pueblos y que ignora la necesidad de todos los hombres de poseer un hogar y unas raíces, al margen de las necesidades de la multinacional de turno. Para justificar este desbarajuste, esa patología social que supone la génesis forzosa de comunidades multiétnicas en pueblos gestados durante siglos y que jamás fueron multiétnicos, ha surgido un discurso servil con la jerarquía de poder del capital global, pseudo-humanitario y pseudo-idealista, destinado a legitimar el poder de la elite dominante. Esa clase necesita que el término "racismo" sea un término para la opresión doctrinal, la descalificación social y la dictadura ideológica; esto es, que sea lo suficientemente impreciso y elástico como para adaptarse tácticamente a las necesidades planteadas por cualquier enemigo que pueda surgir.

Lo terrible es que nadie lo analiza y discute fríamente. Y además tiene la ventaja -para los poderosos, claro- de que apelando a los instintos altruistas de la gente -paz, tolerancia e igualdad de derechos- la consolidación imprecisa del "racismo" garantiza la hegemonía de un sistema patológico, opresivo y despótico aunque, eso sí, muy bien disfrazado bajo una deslumbrante piel de cordero. La retórica de un montón de papanatas de mentalidad policial hace el resto. Contra ellos no existe mejor antídoto que defender y esgrimir los derechos de los pueblos a defenderse y a reivindicar su propia razón de ser. Ante Dios y ante la historia.


Nelson Mandela es un ejemplo de esa doble moral "políticamente incorrecta". Se olvida que el partido del icono del antirracismo oficial ejecutaba brutalmente a sus adversarios... negros.