RAPSODIA PORTUGUESA

DESDE mi tierra llana, cubierta de olivares,
que la Giralda cela y el Betis vivifica,
en el jocundo gozo de las sangres fraternas,
quiero cantar la gloria del lusitano imperio.

Su gloria y su delicia, hecha música y valle
que sueña desde un río la rosa de los vientos,
para unir en las plazas de sus tierras exiguas
la inmensidad del mundo con un ritmo de fado.

Quizá mi Andalucía no tenga su medida
de infinitud de mares remotos y aventuras;
pero en la noble gracia de la eterna tristeza
nos vincula una música común de soledades.

Allí, palpable, fija, con calidades cósmicas,
saudades en que viven los seres y las almas.
Aquí, como una espuma que nace y se deslíe
en la copla, que al aire da su flor de un momento.

Jamás tuvo el destino más arduas exigencias
para que fuese un pueblo bienquisto de los dioses.

Naciste, ¡oh Portugal!, entre dos infinitos:
Castilla, que escalaba la puerta de los cielos,
y el mar desconocido, sin límites ni fondos.
Y para ser, tuviste que remontar las cumbres
de estas dos voluntades que a la tierra asombraban:
a España, hecha de fuerza, de oración y de muerte,
y a una mitología de estrellas y naufragios.
Al expandir, gozosa, por los mundos incógnitos
el ansia de un imperio que en tu sangre bullía,
había que remontar esta doble barrera
de héroes e infinitos... ¡Y Portugal lo logra!

Una nave es un reto si el corazón es luso
y hay que buscar la singla de un lejano misterio.
Las náuticas esferas les rinden sus caminos.
Y ciclones, borrascas, lluvias y tempestades;
islas desconocidas, extraños continentes,
mares de argenterías y candorosas luces,
al revivir del génesis las alboradas bíblicas
retornarán al mundo por lusitano empeño.
Y el África le rinde sus tórridas entrañas,
llenas de crepitantes temblores de resinas,
con bosques virginales donde crece el espasmo
de la sierpe abrazada al tronco del silencio.
Y los mares, riberas de coral, y en undosas
densidades traslúcidas, arco iris de peces
y flores viajeras de pensiles australes.
Y la China remota... Pagodas, religiones
de un mundo milenario dormido en el celeste
abandono del éxtasis, la abulia y el olvido.
En países de lacas, dragones y bambúes,
con lenguaje de pájaros, se habla en Lisboa...
Mientras los crisantemos dan su mórbido aliento
a la muerte, en diálogos llenos de reverencias.

Ya está el azul enigma del océano vencido.
Para que en cifra quede tamaña maravilla,
para que eternamente la fama lo pregone,
para unir al esfuerzo, y al valor, y a las ciencias,
el soplo misterioso con que Dios nos distingue,
un poeta argonauta la hazaña necesita...
Y es Camoens quien encierra los mares en estrofas.

Ya están llenas las ansias de las sublimidades.
Ya la esfera terrestre no admite más preguntas.
América y Oriente son un hálito ibérico.
Con Castilla y el mar, Portugal nos da el mundo.

Yo canto tu heroísmo, tu gloria y tu aventura
y también tu tristeza, hija de la delicia.
Repoblaste las tierras con tu esfuerzo y tu sangre,
y en los lejanos mundos dejaste con tus bríos
la vida soñadora de tu prole viajera.
El alma de tus hijos se parte en dos mitades:
Portugal, que los cría, y el mundo, que los llama.
Y surge ese sudario de sueños y venturas,
de mares y sonrisas, tristezas y horizontes,
que son las tus saudades, imperio de nostalgias
por aquello que amamos y no besamos nunca.

¡Tu soledad del mar! Nobleza de entusiasmos
en que diste tu sangre, tu genio y tu poesía.
Silencio de esas madres que ven partir sus hijos,
que velan sus ausencias, que gimen sus silencios;
y cuando luego tornan, cansados y triunfantes,
no es el hijo de otrora. Nueva madre infinita
--la aventura, lo ignoto-- le han robado el sosiego,
y el gusto de las tiernas caricias de sus lares.
¡Tu soledad del mar, oh dulce Lusitania!
¡Y Castilla, sus Indias, con la Cruz y la sangre!
Dos hermanas gemelas en gloria y heroísmos,
que asombraron al mundo y permanecen fieles
a su bello destino de honores y epopeyas.

¿Están las esperanzas de Portugal logradas?
¿Cabe más a su imperio, a su honor y a su gloria?
El César de Occidente requiere compañera
que en tálamos de amores haga beso y ternura
al imperio más vasto que las naciones vieron.
Y es Isabel la novia y es Carlos quien se entrega.
Y esta dulce batalla del amor y el imperio
en Sevilla levanta sus campos de suspiros.

Joaquín Romero Murube