La necrópolis romana lucha sin cuartel contra unos voraces microorganismos
Alberto Mallado / Carmona
Bacterias endémicas que se alimentan de los pigmentos de las pinturales murales atacan a las tumbas del yacimiento
ABC
La necrópolis romana lucha contra el deterioro provocado por muchos agentes, entre ellos, unos microorganismos
Una batalla contra el tiempo, así puede definirse la labor de conservación de los bienes patrimoniales. Una labor constante para frenar el deterioro de un legado que debe transmitirse a las siguientes generaciones. Esta batalla tiene un escenario destacado en la Necrópolis de Carmona, un yacimiento arqueológico romano de gran valor y en el que no resulta precisamente fácil la labor de conservación.
Desde el conjunto arqueológico se llevan a cabo diversas estrategias y acciones para frenar el deterioro de las tumbas romanas que lo componen. Y en algunos casos con enemigos sumamente especializados y complejos de eliminar. Es el caso de unos microorganismos que son endémicos de este yacimiento. Las peculiares condiciones creadas en las tumbas han provocado su desarrollo con la mala fortuna de que estos seres microscópicos se han especializado en alimentarse de los pigmentos con los que están realizadas las pinturas murales de las tumbas.
Estos singulares habitantes han sido estudiados por científicos del CSIC, pero no existe por ahora un tratamiento definido para eliminarlos o al manos para evitar su proliferación. Precisamente con este objetivo, el conjunto arqueológico ha iniciado el contacto con la Universidad Pablo de Olavide y con un instituto de investigación italiano que centra su ámbito de actuación en la agricultura con la intención de alcanzar un convenio para intentar controlar a este tipo de organismos.
Pero este no es el único problema. La propia configuración de la roca en la que están realizadas las tumbas es uno de los principales enemigos. La calcarenita, el albero, en el que están excavadas es un material que facilitó en su momento su ejecución, pero este material tiene tendencia con el tiempo a convertirse en arena, de forma que puede decirse casi que se desintegra progresivamente. Este proceso prácticamente se detiene mientras las tumbas están enterradas, pero al descubrirlas se acelera. Precisamente, explica el director de la Necrópolis, Ignacio Rodríguez, una media realizada ha sido volver a enterrar algunas tumbas que tenían menos interés o que quedaban fuera de la visita. Hay que tener en cuenta que en la Necrópolis se han hallado 265 tumbas.
No obstante, Ignacio Rodríguez resalta que la vocación de este conjunto patrimonial es ofrecerse al público y no en vano, alrededor de 18.000 niños lo visitan cada año. Las visitas son el objetivo, pero a la vez aceleran el deterioro por la simple presencia y en ocasiones por actuaciones que rozan el vandalismo. Para ello se ha limitado la visita a alguna de las tumbas si bien se mantiene el acceso a las principales, en unos casos a su interior y en otros desde fuera con explicaciones que se completan con diversos elementos y con el centro de interpretación.
Otro de los grandes problemas de la necrópolis es la humedad que afecta a las tumbas. En este caso se han realizado cubiertas diseñadas de forma específica para algunas zonas y se ha actuado para redirigir las escorrentías de la lluvia lejos de los elementos que puede verse afectados.
En otros casos, la desintegración a la que se hacía alusión llega a complicar la interpretación del monumento. Es el caso de la tumba de Postumio, para la que desde la Necrópolis plantean un proyecto novedoso. Se trata de realizar una restitución de algunos elementos perdidos, sin caer en ningún caso en la realización de un falso histórico, explica el director del conjunto arqueológico. Y más allá comienzan a tomar forma proyectos que emplean la visión en 3D para completar la experiencia de la visita, como en el caso de la zona de las tumbas de las Guirnaldas.
Hace unos años los investigadores del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) realizaron un estudio sobre la conservación de las tumbas en el que constataron lo imparable del deterior que se produce en este monumento como en cualquier otro una vez que sale a la luz. Un deterioro mayor en el último siglo que durante los 2.000 años anteriores en los que estuvo protegido bajo tierra.
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