ALFOMBRAS DE LA OROTAVA (TENERIFE)

EL NACIMIENTO DE NUESTRA SEÑA DE IDENTIDAD
Todos lo pueblos tienen una seña que les caracteriza y define, la de la Villa de La Orotava es, sin dudas, la “Fiesta de las Flores”; es decir, la confección de alfombras en honor al Santísimo Corpus Christi, “las alfombras” como popularmente es conocida.
La implantación religiosa, consecuente con la entrada de Canarias a la Edad Moderna y la pérdida de su estado de primavera salvaje, trajo consigo un conjunto de celebraciones entre las que destacó la del Corpus Christi; un recordatorio anual cuyo génesis data del año mil doscientos sesenta y cuatro gracias a la iniciativa del Papa Urbano IV al pretender dar solidez a una conmemoración tan recurrida en la liturgia cristiana como es la institución de la Sagrada Eucaristía. Es en sí la fiesta del cristianismo y como tal se trasplantó en una tierra de guanches paganos que necesitaban complementos en el auxilio espiritual. De ahí que las celebraciones del Corpus en Canarias se convirtieran en un acontecimiento social para dar una confirmación popular en torno a una creencia común que había tomado de las regiones naturales aquellos detalles de la filosofía cíclica que justifica el renacer de los vegetales.
El antecedente antropológico lo encontramos entre los romanos del Imperio que vitoreaban a sus dioses terrenales con tapices y colgantes florales. Una costumbre, pues, reciclada y puesta al día durante la Edad Media en muchas poblaciones del orbe mediterráneo del que la España peninsular tiene notables ejemplos en Cataluña y la región levantina, lugares donde la costumbre de alfombrar el paso del Santísimo se encuentra implantada ya en el siglo XIV.
Por razones de mimesis cultural, fáciles de comprender, esta costumbre se exportó a países no católicos en los que España tenía negocios expansionistas. Ello explica que en lugares como Canarias o América, lugares que además poseen una rica floresta, se introdujese con cierta facilidad la tradición alfombrística en honor al Corpus.
La Orotava, villa conventual, donde la expresión religiosa encontró con los siglos una excelente representación en cenobios, parroquias, ermitas y oratorios particulares apostó por el grado superlativo del Corpus Christi, apostó por su Octava, dando por buena la fecha de mil setecientos (diecisiete de junio) como la del arranque de esta tradición octavaria iniciada por las religiosas del convento de San Nicolás Obispo (hoy desaparecido y cuyo solar ocupa el edificio de Correos), cuando ese día salieron en procesión gracias a un permiso concedido por el Obispo Vicuña que ponía fin a un pequeño enredo doméstico entablado entre las parroquias de La Concepción y San Juan del Farrobo.
El liberalismo decimonónico que aireó España desde finales del siglo XVIII, en sintonía con las revoluciones burguesas europeas, hizo que una fiesta especialmente protegida por el Antiguo Régimen, entrara en conflicto al ser abandonada a su suerte por los ayuntamientos regidos por librepensadores. Ello motivó que muchas de las disposiciones dictadas antaño en pro del ornato urbano cayeran en desuso. Como ejemplo ilustrativo tenemos el olvido voluntario de las “Ordenanzas” que de antaño obligaban a la población a poner ramas sobre pavimento polvoriento por donde transcurría la procesión del Corpus, o el sobreseimiento de acuerdos cabildicios del estilo del dictado en Fuerteventura (Veinte de mayo de mil seiscientos diecinueve) por el que se imponía a la clase menesterosa (zapateros, sastres, vendedores, hortelanos, taberneros y a los que tengan yeguas o camellos) a pagar un par de reales y adornar las calles con ramas bajo la pena de prisión ante una falta de incumplimiento. Amén de lo ocurrido con el Obispo Cámara y Murga, dictado en mil seiscientos veintinueve, en el que se daba cuerpo a la celebración, proclamándola como la fiesta de las fiestas, al disponer que la ciudad, el tramo por el transcurría el Santísimo, debería engalanarse con la colocación de pendones y otros atributos decorativos.
La recuperación del Corpus acontece a mediados del siglo XIX gracias a acciones individuales que no están desvinculadas, en ningún caso, de una estrategia política encaminada a fortalecer las maltrechas relaciones entre Iglesia y Estado. En este sentido los casos de Vegueta, en Las Palmas de Gran Canaria, y muy especialmente de La Orotava en Tenerife, se presentan como el adalid de una estratagema que nació para dar una respuesta a la religiosidad perdida y que hoy se ha convertido en carta de presentación de toda una sociedad.
El origen de la Fiesta de las Flores de la Villa de La Orotava tiene, hasta cierto punto, su lado confuso. Nadie ni siquiera los más avispados cronistas de entonces pensaron que aquellos primeros tapices florales tomaran la fuerza y trascendencia que han tomado, y no debe extrañarnos que la primera referencia seria del evento, nos llegue por escrito, allá por el año mil ochocientos ochenta y cinco, entre las páginas de la revista La Orotava, en un artículo firmado por el médico Tomás Zerolo. Fue aquí donde se sacó a la luz la figura de Leonor del Castillo y Monteverde, una señora nacida en Las Palmas de Gran Canaria, sobrina del Conde de La Vega Grande de Guadalupe, y gran aficionada a las Bellas Artes, quien en torno a mil ochocientos cuarenta y siete tuviera la inspiración de dibujar frente a su casa de la Calle Colegio un clarión que luego cubrirían con pétalos esperando el paso del Corpus Christi. Sin embargo, este artículo fue sólo el inicio de una serie de escritos que empezaban a dar cuenta del suceso, para culminar de una feliz manera en el año mil novecientos diez con un texto anónimo publicado en el número diez (diez de junio) de la renombrada revista La Orotava. Este artículo anónimo nos ofrece detalles históricos de aquellas primitivas realizaciones originales, al menos hasta mil ochocientos cincuenta y dos cuando el acontecimiento era una exclusividad de la aristocracia local, poniendo éstos de sus arcas el trabajo e ingenio necesario para dar forma a las alfombras de la jornada.
La primera alfombra nos ofrece la conmoción de la originalidad de un dibujo a lápiz de clarísima inspiración italiana que quizás venga a confirmar una teoría defendida por Néstor Álamo, quien fija el origen del afombrismo canario en una visita cultural efectuada por Juan del Castillo, conde de La Vega Grande en compañía de algunos miembros de su familia entre los que viajó su sobrina la señora Leonor Catalina María del Carmen Dominga Josefa del Castillo, a Nápoles (Italia), de donde tomaron la idea de reproducir la confección de tapices vegetales. Al contraer matrimonio, en mil ochocientos veintidós, con su primo Antonio Monteverde y Bethencourt, hace que la costumbre tome forma en La Villa de La Orotava. El apellido Monteverde se convierte de esta manera, en la custodia natural de una tradición histórica y centenaria que pervive hasta nuestros días, dando lugar a la más sublime expresión de la religiosidad y del espíritu creativo de los habitantes de La Villa de La Orotava.

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