II.- EL PRIMER TESTIMONIO DE LA EXISTENCIA DE LA IGLESIA TOLEDANA
Corrían los primeros años del siglo IV. Era hacia el año 306. En Elvira. cerca de Granada, se celebró un Concilio nacional al que asistieron diecinueve obispos; entre ellos figura Melancio de Toledo que firma las actas de los acuerdos. Este es el primer testimonio documental de la existencia de la iglesia toledana, no discutido por ningún investigador, antes al contrario confirmado por historiadores nacionales y extranjeros, tales como Mendoza, Rivera, Flórez, Lafuente, Tejada, Gams, Hefelé, etc. Florecieron también en aquel siglo Audencio, que escribió un libro contra los herejes, y Asturio.
Había ya concluído la gran persecución de Diocleciano y de Maximiano. En España reinaba la paz bajo el poder de Constancio Cloro. Y si, como parece desprenderse de las actas del concilio de Elvira, cada obispo iba acompañado de algún sacerdote hay que deducir que no pocos años antes, hacia mediados del siglo III, había ya Iglesia jerarquizada en Toledo. Esto es lo que creemos documentalmente probado, lo que no quiere decir que en Toledo no hubiera cristianos antes del siglo III.
Lo de San Eugenio I de Toledo, obispo y mártir del siglo I, ya es otro cantar. Quienes desean acogerse a la tradición pueden hacerlo sin perturbar su fe ni su conciencia porque la imaginación es libre y nadie es capaz de ponerle puertas al campo. Quien, por el contrario, no quiera creer sino los hechos demostrados documentalmente, mejor será que lea el supuesto martirio del supuesto San Eugenio I narrado tal y como lo cuenta el riguroso historiador Juan Francisco Rivera Recio, quien se muestra escéptico de su veracidad hasta el punto de afirmar que ningún historiador serio puede defender hoy la historicidad de San Eugenio I.
SANTA LEOCADIA, PRIMERA MARTIR DE LA ARCHIDIOCESIS DE TOLEDO
La verdad es, como acabamos de subrayar, que a pesar de la tradición o de la leyenda de San Eugenio I, durante los siglos I y II no existen testimonios ni noticias de la primitiva cristiandad de Toledo. Sí es absolutamente cierto, en cambio, que durante la persecución de Diocleciano padeció martirio Santa Leocadia, muerta en la prisión víctima de los malos tratos de sus carceleros, a la que se le dedicó una basílica en la que fue sepultado su cuerpo.
Es una de las Patronas de Toledo declarada por el propio Concejo, cuya estatua, tallada por Nicolás de Vergara, figura en la fachada interior de la Puerta del Cambrón y cuyo nombre se ostenta en una de las cuatro campanas que rodean a la «gorda» en la torre de la Catedral. Desde el año 1593 el Ayuntamiento guarda una de las llaves de la urna de plata que contiene los restos de la santa en la Catedral; entonces se declaró fiesta en la ciudad el día 9 de diciembre.
Los venerables restos de Santa Leocadia fueron desplazados de Toledo hasta Bélgica a fines del siglo XI y custodiados en el monasterio de Saint Ghislain, hasta que cinco siglos más tarde un jesuita natural de Mora, el padre Miguel Hernández, logró que los monjes se los entregasen para traerlos a Toledo.
Bayeu perpetuó en uno de los frescos de los claustros de nuestra Catedral el cortejo procesional del día 26 de abril de 1587 que acompañó la traslación de los restos de Santa Leocadia; Felipe II fue uno de los portadores de la litera en la que iba el cuerpo de la joven mártir. Años más tarde Vergara y Merino tallaron la urna de plata que conserva sus cenizas y que hoy recorre procesionalmente las naves de la Catedral para quedar luego expuesta a la veneración de los fieles en la capilla del Sagrario.
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