2 - COMO MAESTRO Y PADRE ESPIRITUAL DE LOS ESPAÑOLES, FUE EGREGIO CONTINUADOR DE LA TRADICION EL CARDENAL DE TOLEDO
Bendijo la decisión y el espíritu, que eran casi los únicos medios bélicos con que se contaba, y se identificó en cuerpo y alma con los combatientes como hijos queridos para perderse o salvarse con ellos.
¿Quién podía en aquellos momentos poner a cubierto su existencia para el futuro fiado en las seguridades de un cálculo? ¿Quién poseía entonces la llave misteriosa de los decretos del destino?
Era todo apremiante, enigmático y pavoroso. Transcurridos los primeros días en que se pensó poder triunfar por la audacia y la presteza, se complicaban las cosas de una manera terrible.
Se sabía como se empezaba; se ignoraban las curvas y altitudes de la trayectoria y el misterio final encerrado en el punto de reposo. Presentes todas estas interrogantes en su luminosa inteligencia, se metió el Cardenal sin arredrarse por nada en el centro de la lucha con su vida, con su significación y con los sagrados intereses de que era depositario. Padre, maestro y conductor espiritual de los españoles supo con dignidad egregia ser intérprete y continuador de las tradiciones inmortales de la Sede de Toledo.
No se vio interrumpida por defecto de un eslabón resistente esa cadena de gloria.
Varones insignes habían ilustrado desde los tiempos másremotos hasta nuestros días la Silla de San Ildefonso. A ninguno de ellos, nien grandeza de alma , ni en visión certera, ni en virtudes eclesiásticas, ni ensaber y españolismo, ni en abnegación y magnanimidad intrépida para arrostrarel peligro fue inferior el eximio Purpurado.
Nos veda apreciar la verdadera importancia de los contemporáneos la falta, doble, de la distancia y del prestigio del tiempo. Lo que no han consagrado el tiempo y la lejanía no logra ser percibido en su real y efectiva grandeza.
La serena figura del Cardenal, proyectada con su preciso perfil en el ámbito evolutivo de la Historia, aparecerá a la estimación de otras gentes en el futuro más de resalto y más grande.
Le habían nutrido con su leche más pura la Iglesia Católica y el genio secular de España. Sin el concurso materno de esas dos nobles instituciones no se concibe hombre de tan heroico temple; quitada una de las dos, podría haber salido del plasma común un varón de mérito, pero no ese producto concreto y específico del Cardenal de Toledo. Y ese producto era precisamente el necesario para honrar y defender nuestra Cruzada.
España le poseyó concedido dentro de un plazo perentorio como un presente del cielo. Otro hombre, sabio y bondadoso, pero tímido y oscilante, sin ese conjunto de dones recios y masculinos resplandeciente en nuestro Cardenal, hubiera podido entorpecer y servir de rémora en el principio mismo de la campaña.
Cuando Mola y el Cardenal, sobrios y viriles, clavados cada uno en su terreno se estrechaban la mano y en breves palabras intercambiaban el fondo y la emoción de su espíritu, España estaba cierta con sólo mirar a sus dos hijos preclaros de que su alma funcionaría a todo su rendimiento.
Nacido Mons. Gomá en suelo de Cataluña, entre las brisas mediterráneas, no lejos del histórico río Ebro, que talla su cuna en lo más abrupto de las peñas cántabras para enseñar con su curso la convivencia amable a los pueblos asomados a sus riberas, vino el Cardenal a la región geográficamente céntrica para ser la representación simbólica de la identidad de sentimientos y de la unidad política y cultural de los españoles.
No defraudó las esperanzas depositadas en sus prendas sobresalientes por quien sabe elegir atento a las cualidades del espíritu y extraño a circunstancias o matices accidentales.
Por la Sede de Toledo han pasado hombres procedentes de todas las regiones de España: nunca el Primado ha sido gallego, catalán, andaluz o castellano; ha sido el Primado, sin airón o mote regional distintivo; ha sido sólo un español limpio y neto.
Como crisol misterioso, la Silla de Toledo funde lo particular y accesorio para dejar la substancia, libre de accidentes, como metal depurado a toda su fuerza y ley. Esa substancia es la ciencia del alma española, troquelada por Dios para dar la semejanza más típica existente sobre la tierra a todos los españoles.
Como un español de raza, señero y prócer, con toda la bravía fortaleza del solar ibérico, dueño absoluto de sus acciones y consciente de sus fines apareció en medio de la contienda consolando, aconsejando y enseñando el Cardenal de Toledo.
Iban mucho más allá de sus posibilidades sus deseos. Repartió con abundancia el pan del espíritu, que se transforma invisiblemente en vigor del cuerpo y del alma; pero los tesoros materiales que hubiera querido aportar, y que la difamación maligna asignaba al clero, no los poseía.
La Sede de Toledo como la más humilde de España era pobre; tan pobre de bienes terrenos como rica de virtudes y de recuerdos gloriosos.
Su patrimonio era el heroísmo de su vida presente en lucha evangélica con todas las escaseces, y el caudal de su tradición síntesis milenaria de lo más grande y excelso.
(continúa...)
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