Excelente exposición de Mons. Marcel Lefebvre.
Un abrazo en Xto.
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El celibato sacerdotal: Don, ministerio y escándalo
No resulta extraño que cada cierto tiempo surjan voces en la Iglesia que pidan la supresión del celibato para el ejercicio del ministerio sacerdotal, o bien, que este sea libremente escogido por aquellos que van a recibir el Sagrado Orden. Las escusas para exigir esta supresión o liberalización son siempre las mismas: el celibato es una carga más que un estimulo para el ejercicio del ministerio, es antinatural obligar a una persona a no casarse, es fuente de escándalos, estimularía el aumento de vocaciones al sacerdocio… Si somos sinceros, muchas de estas argumentaciones son más que peregrinas y carecen de fundamento serio, tanto al nivel histórico, pastoral o psicológico.
Ante todo, hay que decir que quien aspira a las Sagradas Ordenes es libre para aceptar o no el celibato, nadie coacciona al candidato a que escoja un estilo de vida para el cual, se supone, ha sido preparado a lo largo del Seminario; es desde su libertad desde la que acepta la responsabilidad ante Dios y la Iglesia de escoger la vida célibe, consciente de las exigencias que conlleva. Por otra parte, es posible constatar, que una eventual supresión del celibato no daría lugar a una estallido vocacional: el problema de las vocaciones al sacerdocio no está en celibato si o celibato no, se halla en el mismo corazón de los jóvenes a quienes Dios llama, inmersos en una sociedad profundamente descristianizada que, con el materialismo y el hedonismo, les ha incapacitado para una apertura a lo sobrenatural, o a una vivencia casta de su sexualidad cuando en el ambiente en que se mueven se promueve todo lo contrario. El problema no es, pues, ni coacción ni escasez, es más hondo, pues afecta a toda la vida cristiana: la negación de una realidad trascendente, que es Dios, capaz de cambiar la vida y contemplarla en toda la belleza de su verdad; y esto no se soluciona con una moral más laxa, ni suprimiendo el celibato, ni acomodando la doctrina cristiana a los tiempos…, esto solo puede cambiar volviendo a colocar a Dios en el centro de toda aspiración humana, descubriendo así la belleza de la verdad del hombre, que sólo Cristo puede descubrirnos.
Dimensión cristológico – pastoral del celibato sacerdotal
¿Dónde está el origen y fundamento del celibato sacerdotal? ¿Es el celibato una simple ley eclesiástica? ¿Una imposición basada en una concepción negativa del matrimonio? Algunos, a fin de fundamentar la supresión del celibato como obligatorio para los sacerdotes de rito latino, alegan una serie de argumentos: afirman unos que el celibato se impuso como resultado de una concepción negativa de la sexualidad y del matrimonio en los primeros siglos del cristianismo; otros, que fue una imposición medieval de carácter más bien jurídico, que nada tenía que ver con la practica hasta entonces vigente en la Iglesia. Sometidas a un serio examen histórico, unas y otras, caen por su propio peso, porque no tiene en cuenta que el fundamento único y ultimo, tanto histórico como teológico es Jesucristo, así lo afirmaba con rotundidad la Encíclica Sacerdotalis Coelibatus: Cristo permaneció toda su vida en estado de virginidad, que significa su dedicación total al servicio de Dios y de los hombres (n. 21)
Jesucristo es el referente histórico y teológico sobre el cual se asienta el celibato sacerdotal. La vida y obra de Cristo fue una total entrega a la voluntad del Padre, y ello, como constatan los Evangelios, muchas veces por encima de los legítimos lazos familiares. Ahora bien, y esto es algo que bien pudieron constatar los Apóstoles, la vida de Cristo no fue una existencia solitaria, sino que se giraba en torno a dos grandes ejes existenciales: la filiación y la esponsalidad. Jesús vivió su existencia terrena íntimamente unida al Padre: Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo (Jn 16,32), consciente de su condición de Hijo de Dios; pero también unido con todos y cada uno de los hombres, por quienes se entrega en la cruz restaurando la amistad originaria entre el hombre con Dios, rota por el Pecado Original. Esta relación tan íntima entre Cristo y los hombres es definida en el Nuevo Testamento, siguiendo las huellas del Antiguo, en términos de esponsalidad: Celoso estoy de vosotros, pero con celos de Dios, pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros a Cristo como una casta doncella (2 Cor 11,2)
En Cristo, pues, por su entrega total y sin reservas al plan salvífico de Dios y por su unión íntima con los hombres y con la Iglesia, se halla el fundamento de todo estado de vida: tanto el celibato como el matrimonio encuentran en la propia existencia de Jesús su fundamento primero y último. Resulta lógico que la Iglesia, en su magisterio más reciente sobre el sacerdocio, contemple este misterio de Cristo virgen y esposo, como fundamento de la condición sacerdotal: La entrega de Cristo a la Iglesia – leemos en Pastores dabo vobis 22 –, fruto de su amor, se caracteriza por aquella entrega originaria que es propia del esposo hacia su esposa (…) La Iglesia es, desde luego, el cuerpo en que está presente y operante Cristo cabeza, pero también es la esposa que nace, como nueva Eva, del costado abierto del redentor en la cruz (…) El sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo esposo de la Iglesia (…) en virtud de su configuración con Cristo cabeza y pastor se encuentra en situación esponsal ante la comunidad (…) está llamado a revivir en su vida espiritual el amor de Cristo esposo con la Iglesia esposa.
Hijo, Virgen y Esposo, Cristo es también fuente de vida para todos aquellos que le acogen. La fecundidad de la vida de Cristo no fue carácter físico, sino espiritual: sin estar casado, sino desde su condición célibe y continente, Cristo engendro “espiritualmente” hijos, y ello comunicando la vida divina allí donde esta había desaparecido por culpa del Pecado. Su misión era restablecer esa divina relación de amistad y de amor entre Dios y el hombre que nuestros primeros Padres truncaron con su caída. La obra de Jesús fue una obra de (re)generación espiritual, de devolver el brillo y esplendor al rostro del hombre deformado por el Pecado, produciendo en él un nuevo nacimiento en espíritu y en verdad. Nadie mejor que el Apóstol San Juan retrata esta fecundidad de Cristo en su famoso prologo: La Palabra se hizo carne [y] a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios (…) estos no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios (Jn 14. 12-13). Esta <<fecundidad espiritual>> de Cristo se prolonga en el sacerdote célibe tal y como manifestó el Siervo de Dios Pío XII en su Encíclica Menti nostrae: Con la ley del celibato, el sacerdote, más que perder el don y el oficio de la paternidad, lo aumenta hasta lo infinito, porque si no engendra unos hijos para esta vida terrena y caduca, los engendra para la celestial y eterna.
Filiación, esponsalidad, castidad y fecundidad constituyen los elementos claves para comprenden como en la vida de Jesucristo encuentra la Iglesia los fundamentos últimos del celibato sacerdotal. Así lo comprendió la Iglesia desde un principio, que recibió esta forma célibe, continente y fraterna de la vida de Jesús, como un “signo” particularmente expresivo de su mismo “evangelio”. El apóstol san Pablo, por ejemplo, comprende y expresa su misión, vivida desde una existencia celibataria, en términos de paternidad en la línea del ejemplo de Cristo: ¡Hijitos míos!, - dice a los cristianos de Galacia – por vosotros sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros (Gal 4,19). Esta paternidad espiritual del apóstol célibe tiene su origen en el bautismo y se prolonga en los fieles a través de una atención pastoral, que, como manifiesta san Pablo, no está exenta de sufrimientos. Siguiendo las huellas de Cristo, Pablo vive su ministerio en una entrega igualmente esponsal y fecunda, con los sinsabores propios de la paternidad, desde su compromiso firme con el plan salvífico de Dios y un amor único y exclusivo a Cristo.
Dimensión litúrgico – sacral del celibato sacerdotal
Si el celibato sacerdotal tiene su fundamento histórico y teológico en la vida de Cristo, y no en una disposición coyuntural de la Iglesia, tampoco puede afirmarse que este tengo su origen en la pureza ritual característica del sacerdocio levítico del Antiguo Testamento.
Pureza y culto son dos elementos que en el Antiguo Testamento estaban íntimamente ligados, hasta tal punto que existía todo un elenco de prohibiciones destinadas a conservar la pureza de los sacerdotes para el ejercicio del culto: ningún descendiente de Aarón que sea leproso o padezca flujo comerá de las cosas sagradas hasta que se haya purificado. El que toque lo que es impuro por contacto de cadáver, o el que haya tenido un derrame seminal, o el que haya tocado un bicho o a un hombre y contraído así alguna clase de impureza, quedara impuro (Lv 22, 4-6). Se trataba de una pureza ritual que condicionaba el ejercicio del sacerdocio y podía incapacitar para la celebración de determinados ritos, como era el caso del Día de la Expiación: el Sumo Sacerdote era mantenido separado y en vela durante toda la noche, a fin de que no tuviera un incidente nocturno, y quedase impuro para celebrar el rito.
La pureza ritual del Antiguo Testamento no tiene más punto de conexión con el celibato cristiano que el motivo que la sustenta: la santidad de Dios exige la santidad del sacerdote. Pero esta santidad no es sólo corporal, como entendían los levitas, sino también interior, pues, como decía acertadamente el filosofo Cicerón: Manda la ley que acudamos a los dioses con pureza, se entiende de alma, y en esto está todo; mas no excluye la pureza del cuerpo; lo que quiere decir es, que aventajándose tanto el alma al cuerpo, y observándose el ir con pureza del cuerpo, mucho más se ha de observar llevar la del alma. El mismo Jesús denuncia ante fariseos y escribas la incoherencia entre una pureza exterior y la dureza de corazón que escondían en su interior: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, que purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis llenos de rapiña e intemperancia! ¡Fariseo ciego, purifica primero por dentro la copa, para que también por fuera quede pura! (Mt 23, 25)
El celibato sacerdotal no es heredero directo en su forma de la pureza ritual judía, sino más bien de su contenido espiritual, y tiene en Cristo, virgen y esposo su principal y único referente, y nos las disposiciones de pureza ritual heredades del judaísmo. Se vislumbra pues, un cambio en la concepción de la comprensión de la continencia: esta ya no tiene una fuerte carga ritual, sino más bien ética y espiritual, nacida de la configuración con Cristo del sacerdote. Como apunta el sacerdote Giorgio Paximadi: <<El celibato del sacerdote del Nuevo Testamento no puede concebirse como continuación de la continencia del sacerdocio veterotestamentario, sino como un carisma […] en la línea de la renuncia a una fecundidad, para afirmar una fecundidad radicada en el carácter definitivo de la unión entre la Esposa eclesial y su Esposo divino, purificada aquella por la sangre de este>> El celibato así comprendido, permite al sacerdote no contemplarlo como un mero requisito para el ejercicio de unas determinadas funciones sagradas o pastorales, sino como parte integrante de una vocación llamada a reproducir en su vida el estilo sacerdotal y pastoral de Cristo Sacerdote, Esposo y Cabeza.
Concreción histórica del celibato sacerdotal
Esta comprensión cristológica, pastoral, sacral y litúrgica del celibato sacerdotal fue poco a poco asumida por la Iglesia, siendo uno de los elementos más apreciados por los primeros cristianos, pues veían en él una expresión de esa radicalidad evangélica que comportaba el seguimiento de Cristo. Sin embargo, resulta erróneo relacionar el celibato con determinadas corrientes ascéticas de los primeros tiempos del cristianismo que mostraban un desprecio a todo lo carnal, relacionadas más bien con el gnosticismo y no con la doctrina ortodoxa de los Padres Apostólicos y Santos Padres.
El celibato eclesiástico se relaciona, en un primer momento, con la continencia exigida a aquellos que, contraído matrimonio, habían sido llamados para el ejercicio del sagrado ministerio. Estos tenían prohibida toda relación marital con sus cónyuges, lo cual suponía, que desde el momento en que recibieran las sagradas ordenes no podrían tener hijos; se trataba de un “matrimonio josefino”, es decir, sin relaciones conyugales. Ciertamente, esta concepción del celibato como continencia chocaba, para aquellos que estaban casados, con el carácter sacramental del matrimonio y con los fines propios del mismo, como son la procreación y la educación de los hijos; esto conducía a escoger sacerdotes mayores, que tuviesen hijos previamente, de modo que la vida familiar no condicionara el ejercicio del ministerio. Este es el modelo que pervive, salvo algunas excepciones, en las Iglesias Orientales, tanto las que viven unidas a Roma como las que permanecen separadas, y que es aducido, por algunos, como referente para una mitigación del celibato en la Iglesia latina.
Sin embargo, como constatan las fuentes históricas, si bien este modelo permanece estable a los largo de los tres primeros siglos de Cristianismo, se percibe una progresiva aceptación de un clero célibe y no sólo abstinente. La principal prueba de ello, como también del aprecio de los fieles por esta práctica eclesiástica, es el canon 33 del Concilio de Elvira, que manifiesta la existencia desde tiempos remotos de la practica celibataria en la Iglesia: La primera huella del celibato eclesiástico la hallamos – decía Pío XI en la Encíclica Ad Catholici Sacerdotii – en el canon 33 del Concilio de Elvira, celebrado a principios del siglo IV, todavia en plena persecución, lo que prueba su antigua practica. Y esa ordenación en forma de ley no hace más que añadir fuerza a un postulado que se deriva ya del Evangelio y de la predicación apostólica (n. 34). Como apunta el Cardenal Alfons M. Stickler a este respecto: <<Se manifiesta claramente [en el canon 33] (…) como una reacción contra la inobservancia, muy extendida, de una obligación tradicional y bien conocida a la que en ese momento se añade también una sanción: o bien se acepta el cumplimiento de la obligación asumida, o bien se renuncia al estado clerical (…) Esto lo había percibido Pío XI cuando, en su Encíclica sobre el sacerdocio, afirmo que esa ley escrita suponía una praxis precedente”.
En los siglos posteriores, en el marco de la crisis medieval, la Iglesia ira tomando conciencia de la necesidad de definir claramente en qué consiste el celibato eclesiástico. Ante la proliferación de un clero formado por gentes que aspiraban más al lucro personal que al servicio pastoral, y que, de hecho, daban en herencia a sus hijos, en el caso de los sacerdotes casados, estos beneficios, se imponía devolver al celibato su sentido originario. Fue el Papa san Gregorio VII quien, a fin de terminar con esta situación escandalosa, determino devolver al celibato eclesiástico su antiguo esplendor, de modo que, centrándose en una mejor selección de los candidatos al sacerdocio y limitando el acceso a las sagradas ordenes a hombres casados, devolvió al celibato sacerdotal su antiguo esplendor y autenticidad. De tal modo, que en el II Concilio de Letrán de 1139, en el que algunos quieren ver el origen del celibato como una mera disciplina eclesiástica, se tomo la solemne definición de que los matrimonios contraídos por clérigos mayores, personas consagradas mediante votos de vida religiosa, fueran declarados no sólo ilícitos, sino también inválidos.
Como apunta el mencionado Cardenal Alfons: “[Esta decisión del Concilio] dio lugar a un malentendido muy difundido incluso hoy día: el del que el celibato eclesiástico fue introducido sólo a partir del segundo Concilio Lateranense. En realidad, allí sólo se declaro inválido lo que siempre había ya estado prohibido. Esta nueva sanción confirmaba, más bien, una obligación existente desde hacía muchos siglos”
Como es posible comprobar, ni el Concilio de Elvira ni el II Concilio de Letrán impusieron al clero católico latino el celibato eclesiástico como norma desconectada de la vida y practica de la Iglesia, sino al contrario: desde las fuentes de la Revelación y la Tradición descubrió su valor e importancia para el ejercicio del ministerio, proponiendo al sacerdote un amor único y exclusivo ordenado a la salvación de las almas.
Una llamada a la perseverancia
Don, misterio y escándalo el celibato sacerdotal católico es un signo del amor de Cristo por todos los hombres y no un mero requisito para la ordenación sacerdotal. Ciertamente, como el amor de los esposos, si el sacerdote no cuida de él este acabara siendo una carga más que una bendición, y pronto aparecerá la duda y buscara en las personas o las cosas aquello que ya no encuentra en el amado.
Para finalizar, a todo aquel que lea este breve testimonio sobre el celibato, pedirle lo siguiente: ante el drama de los que caen, una palabra de aliento; ante la valentía de los que perseveran una palabra que los fortalezca; y ante los que dudan, una palabra que los ilumine.
Padre Vicente Ramón Escandell Abad
El celibato sacerdotal: Don, ministerio y escándalo | Adelante la Fe
Sobre estos temas capitales, en los que he reflexionado bastante en muchas ocasiones, creo que bien haría la Iglesia, dada la catastrófica escasez de vocaciones tras el Concilio, en plantearse muy seriamente el promocionar de una vez y a gran escala la importantísima figura del DIÁCONO PERMANENTE, restableciendo su gran relevancia como en épocas antiguas. Sus funciones son vitales, casi como las del sacerdote, pudiéndo hacerse cargo de una parroquia o presidir la misa (aunque no consagrar claro está); con la ventaja de que se les permite estar casados.
A día de hoy, la gran mayoría de ellos son transitorios como paso previo al sacerdocio, y lo cierto es que está muy desaprovechada esa figura; gran parte de la explicación, la encuentro, en que si una persona que en principio no va a ser sacerdote, recibe el diaconado estando soltera, ya no se puede casar (gravísimo error a mi entender), o que si pierde a su mujer siendo diácono, ya no puede volver casarse. Desde mi punto de vista, tales restricciones han de ser eliminadas.
Siendo audaces, (porque ser tradicionalista no impide serlo), sería para plantearse incluso que aquellos sacerdotes que no han sido capaces de sobrellevar la capital obligación de mantener el celibato, y desean contraer matrimonio, puedan optar entre la secularización como hasta ahora, o la de realizar funciones estrictamente diaconales dentro de la Iglesia una vez casados; pues dado que no dejan de poseer su ministerio sacerdotal, que es superior a la de diácono, está claro sin embargo que ya no pueden consagrar, y sería bueno mantenerlos no obstante en otros ámbitos clericales, evitando así en lo posible la tan dañina secularización automática. He aquí mi propuesta de sacerdotes "en funciones diaconales".
Última edición por DOBLE AGUILA; 09/04/2015 a las 02:27
Pues os vais a reír con lo que ha dicho mi profesora de economía (en un colegio católico, ojo).Le toco hacer la reflexión matutina, y nos empezó a decir que a quien le importaban los dogmas de la Fe, que Cristo hubiese resucitado o no,etc... No influía en nuestra vida diaria.Nos empezó a dar una charla que parecía más una escritora de libros de autoayuda (Lo importante es que sepas reinventarte a cada momento, nos dijo).Por su boca salió la primera majadería, "habrá algo más machista y retrogrado que María tuviese que ser virgen hasta el parto, con que fuese buena persona ya basta", y a ella le siguieron un "el Papa esta divinizado como un faraón, es mentira que sea Vicario de Cristo, y lo digo yo, que soy católica (un día me explicara ella que es para ella el catolicismo, supongo)".Cosas como que los sacerdotes no deben ser célibes, porque los aleja de la realidad, nos dijo que a ella le resultaba más cercano un cura que pudiese casarse y tomar cubatas (nos lo dijo así) como ella, y la guinda al pastel, que el papa Francisco iba a durar muy poco por las reformas que estaba haciendo en la Iglesia, cuando es curioso que este hace exactamente lo que los dueños del mundo quieren que haga, permitir que el humo de Satanas se siga colando en la Iglesia... Y lo que mas me dolió, es que toda la clase estaba de acuerdo con ella excepto yo, clase a la que le gusta mucho salir en las procesiones con 50 kilos de gomina encima de sus cabezas huecas, pero que dudo que alguna vez hayan tenido Fe verdaderamente...Uno de ellos, incluso, es de las juventudes del PP...
Al final le acabaré cogiendo asco al colegio.
Pues yo no me he reído. No qué da más, ganas de llorar o asco. Y la verdad es que no entiendo que tendrá que ver todo eso con una clase de economía.
No te imaginas Hyeronimus lo que es tener que soportar como catolico y español los desvaríos de esta mujer (aunque no es la única, mi profesora de lengua llegó a decir mientras dabamos literatura que la Reconquista fue antisemita y alabó la "convivencia de las tres culturas" que nunca existió) y los de la clase lobotomizada que le sigue como borregos... El del PP que decia antes llego a decirme extranjero por mi apellido vasco, ante lo cual solte una carcajada y le dije que si tan español se creia sabria que Vasconia es la España mas pura de todas, cosa que creo que no entendio (no creo que en su vida haya oido el nombre de España en plural)
A mi me toca quedarme solo y responder a todos sus ataques, mientras unos se horrorizan y otros se quedan en la muletilla de 'facha'... Pero como decia Salazar, si hace falta me quedaré "orgullosamente solo".Para que luego digan que en el franquismo se adoctrinaba en los colegios...JA
Esto en un colegio católico, repito: ¿como sera en el resto? De solo pensarlo me deprimo yo también.
A los colegios católicos de católicos sólo les queda el nombre. Conozco alguno aquí en Sevilla en los que el Miércoles de Ceniza no te ponen la ceniza, pero eso sí, el Halloween lo celebran.
Ya hay que ser bestia para decir que un apellido vasco suena extranjero, pero qué se puede esperar de las víctimas del sistema educativo y de la propaganda mediática actuales. Y efectivamente, Vasconia es la España más pura. Unamuno se consideraba más español que nadie precisamente por ser vasco. Hasta hará cosa de un siglo o poco más, cuando los castellanos decían que eran más españoles que nadie porque descendían de los godos, los catalanes decían que ellos eran más españoles todavía porque estaban aquí desde la época de los romanos, y entonces terciaba algún vasco diciendo que ellos ya estaban aquí antes de que llegaran los romanos. Pero bueno, nos estamos apartando del tema del hilo.
La próxima vez, estimado Reyno de Granada, cuando le dé por parlotear a esa maestra de rebuznos sobre temas religiosos, le preguntas (en tono muy respetuoso claro) qué es lo que entiende ella por "Vicario de Cristo", y luego nos lo transmites aquí para que nos riamos todos.
Y si considerándose "católica", le parece muy difícil a su mente obtuso-racionalista, el que Dios pueda hacerse Hombre y realizar milagros o resucitar; le respondes en plan paternalista (como a una niña pequeña), que mucho más difícil es CREAR el Universo con sus LEYES FÍSICO-QUÍMICAS, sus estrellas, sus distancias infinitas y sus agujeros negros (como los de su hueca cabezota de liberal).
A ese del PP (que seguro también llevará 42 kg de gomina el Viernes Santo como acertadamente señalas), podrías recordarle que su partido de mierda firmó lo de la "nacionalidad andaluza" (sic) del nuevo Estatuto; y está de acuerdo en que Granada sea una colonia de los seguidores islamistas de Blas Infame, que des-gobiernan desde el Palacio de San Telmo para vergüenza de todos.
Que bien me cae esta gloriosa tipología de profesores del "sistema" educativo español; en Andalucía ellos son el futuro......
Última edición por DOBLE AGUILA; 11/04/2015 a las 01:34
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