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Tema: El miedo y sus remedios

  1. #1
    Avatar de Hyeronimus
    Hyeronimus está desconectado Miembro Respetado
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    El miedo y sus remedios

    EL MIEDO Y SUS REMEDIOS


    MIEDO Y NATURALEZA: LA INEVITABLE NATURALEZA MIEDOSA DEL HOMBRE

    El miedo ha sido una de las cuestiones que la filosofía ha bordeado con una asombrosa desfachatez. Sí; claro que las alas de la ululante lechuza de Minerva han rozado el miedo (Nietzsche diría que la filosofía ha sido una colosal construcción fabricada por el miedo: el miedo a vivir). Sócrates nos vino a decir que el malo es el tonto que equivoca el objeto de su miedo, por cuyo error intelectivo el malvado le pierde el miedo a lo que sí es terrible (hacer el mal), ignorando el castigo divino que recibirá por sus fechorías -nos lo cuenta Platón; y con razón se les llama sabios a estos antiguos, pues Initium sapientiae timor Domini (El principio de la sabiduría es el temor del Señor Dios). Aristóteles, en sus libros de ética, nos previno para que no confundiéramos temeridad con valentía y calificó a la cobardía como el defecto de esa virtud que llamamos "valentía". Los estoicos se pusieron una armadura de hojalata para que las piedras no dolieran demasiado: pero, en el hecho de ponerse la armadura, se nos indica que tenían miedo a las pedradas, por más que fuesen de un impersonal Fatum. El existencialismo no fue otra cosa que miedo, divagando alrededor de uno de los síntomas del miedo: la "angustia".

    Pero, ¿qué es el miedo, fundado o infundado?. ¿Es una sensación?. ¿Es un estado?. ¿En qué se funda?. ¿Puede vencerse?... Son algunas de las preguntas que uno se formula y que, para responderlas, nadie tiene ningún manual infalible. Hay que respondérselas a uno mismo. Estos renglones no pretenden responderlo todo y, todavía menos, responderlo definitivamente; pero sí que son una reflexión que quiere servir a la dilucidación de este asunto.

    Antiguamente se decía -en aquel servicio militar que suprimieron, cuando se expedía la cartilla- que la valentía se supone. Sería un supuesto. Lo que nadie dijo es que el miedo es el mayor de los supuestos. ¿Quién no ha sentido miedo? Dicen que los psicópatas no saben lo que es; pero -puestos a elegir- si para no sentir el miedo hay que ser un psicópata, preferimos todo el miedo de un hombre normal.

    En un primer acercamiento, pareciera que el miedo se viera crecer en proporción a la capacidad de consciencia. Cuanto más conscientes fuésemos de lo que nos pudiera estar acechando, más miedo tendríamos que sentir. Si por una insólita capacidad de previsión (consciencia e inteligencia) fuéramos capaces de anticiparnos a cuantas amenazas puedan cernerse contra nuestra tranquilidad, nuestra integridad, nuestra existencia o la de aquellos que queremos, más miedo -en buena lógica- tendríamos que experimentar: es la explicación del comportamiento excesivamente receloso y desarreglado del aprensivo.

    Podemos decir que, gracias a la imposibilidad que tenemos de llevar la cuenta de todas cuantas amenazas nos rodean, podemos vivir sin preocuparnos por ellas. Sea la inconsciencia o sea la ilusión... La ignorancia es lo que nos permite caminar a paso firme sobre un lago congelado, cuya capa de hielo puede resquebrajarse en cualquier momento bajo nuestros pies.


    Así vive, así viven los que no tienen el don de la fe y tampoco parece que tengan miedo: con la inconfesable confianza puesta en su inconsciencia o en cualquiera de las ilusiones en las que se envuelven: el ateo que vive sin miedo supone (no es que piense) que se puede ir viviendo sin temer grandes males. Al que no cree pero es inteligente es normal que se le desarrolle la aprensión; pero eso no es vida, es un sinvivir.

    MIEDO Y SOBRENATURALEZA: LA FE, LA ESPERANZA Y EL AMOR


    ¿Y el creyente?

    "In ipso enim vivimus et movemur et sumus." -Podemos leer en Hechos de los Apóstoles 17, 28:


    "En Él [en Dios] vivimos y nos movemos y existismos".

    La Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios y Omnipotencia Suplicante

    El ateo no tardará en impugnarme, diciéndome: "Esa es vuestra ilusión". Y hasta lleva su parte de razón: cuando la fe no es fe es mendaz ilusión; al igual que cuando la piedad no es piedad, es beatería. ¿Cómo sabremos que es fe lo que tenemos? ¿Cómo podremos distinguir la fe de la fragilísima ilusión? ¿Separar la fe verdadera de la quebradiza alucinación?

    La fe no es un sentimiento subjetivo. La esperanza no es sentimiento. El amor tampoco lo es. Todo lo que más importa sería muy poca cosa si fuese simple y vano sentimiento. La fe es -como la esperanza y la caridad- una virtud teologal: una virtud es una fuerza que no la tenemos por nosotros mismos, sino que hay que pedirla a Aquel que nos ha dicho que todo lo da, cuando se le pide. Pero que, una vez que se nos otorga, hay que cuidar con exquisita delicadeza, con ánimo -más confiados en Dios que en uno mismo.


    El creyente confía en esto -en que "In ipso enim vivimus et movemur et sumus" y así -con Dios- está en casa, a salvo de todo mal. Dios le protege y el miedo se disipa; el miedo es sugestión diabólica, pues pretende que consideremos como temible cualquier fantasía, cuando de cierto lo único que -sin que erremos en ello- hay que temer es a Dios. Recordemos que "Initium sapientiae timor Domini" (El principio de la sabiduría es el temor de Dios).

    Del miedo como sensación nadie está a salvo en el curso de la vida. Cualquier duda, cualquier inseguridad nos puede hacer temblar ante un riesgo imaginario, barruntado o inminente. Pero el creyente, pidiendo continuamente la fe y perseverando en ella, se asegura un estado de invulnerabilidad por el que queda blindado.

    ¿Cómo se pide la fe?. Rogándola a Dios.

    ¿Cómo se persevera en la fe?. Rogándola a Dios.


    Para alcanzar de Dios cualquier gracia hay que pedírselo a través de la Santísima Virgen María que es la Omnipotencia Suplicante.

    Armados con esa fe, todos los miedos son trampantojos. Espero seguir hablando del miedo, pues vivimos en una época en que todo conspira para que tengamos miedo de lo que no hay que tenerlo y no temamos la Cólera de Dios, no temblemos ante la terrible Ira de Dios que muchos -todos esos falsos creyentes sentimentales- prefieren omitir cuando -lo diré con todas las palabras- blasfeman de Dios, representándolo como un "Dios" para pusilánimes que fantasean con un dios que lo perdonará todo; sin que se le pida perdón y sin que se haga penitencia por los pecados cometidos. Olvidan que el Nuevo Testamento se cierra con el Apocalipsis.

    MIEDO Y PRETERNATURALEZA: LA FACTORÍA DEL FICTICIO-TERROR

    Permítanme que denomine "ficticio-terror" a todo producto "artístico" (no entremos ahora en consideraciones estéticas) que tiene como tema infundir "terror" en su lector (si es libro) o en sus espectadores (si es película). El terror, como fenómeno real (y no ficticio), no pertenece a la industria del entretenimiento, sino a la industria de la muerte: el terrorismo, las guerras injustas, la tortura, los malos tratos ejercidos por el más fuerte sobre el débil, la enfermedad en su devastadora realidad personal y social (cuando son epidemias), las catástrofes producidas por las negligencias humanas o los cataclismos debidos a la inesperada irrupción de la naturaleza... Eso podría entrar dentro de lo que produce terror real -y no ficticio, como el que puede generar una película (que sería una simulación de la sensación de terror).

    Uno de los géneros literarios más exitosos es la "novela de terror": creo que cuando era joven pude leerme gran parte de la obra novelística del escritor norteamericano Stephen King. No lo leía: lo devoraba. No pude dejarme atrás a los clásicos: a Edgar Allan Poe, a Howard Phillips Lovecraft, a Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, a Nathaniel Hawthorne, a Gérard de Nerval, a John Sheridan Le Fanu, a Jan Potocki, a Guy Maupassant. Algo sé de este género literario. Como literatura, el género ha alcanzado una madurez artística aportando algunas obras magníficas que pudiéramos clasificar entre los clásicos. El romanticismo fue el que llevó a su plasmación más acabada lo que antes había sido apenas un rumor en la intrahistoria de los pueblos (el folklore de todos los países y razas contiene tradiciones y leyendas que aluden al terror que infunden aparecidos espectrales y otras criaturas infernales); pero no sólo en la intrahistoria, sino que en la Historia tampoco faltan testimonios que, procedentes de la más remota antigüedad (Grecia, Roma, China, Japón...) atestiguan que estos fenómenos -adoptados por el género de terror y reelaborados por sus autores- han acompañado a los hombres y sociedades de todas las latitudes y edades. Después de la eclosión romántica, vino la industria cinematográfica y televisiva ha popularizado el terror con películas.

    El género de terror -cinematográfico o literario- es una de las grandes factorías del nihilismo contemporáneo. Y esto sea dicho sin devaluar ni mucho menos la calidad literaria de todos y cada uno de los autores de terror. Y ello sea dicho teniendo en cuenta que pueden ser muchas las razones por las que la gente lee un libro o ve una película de terror. Al margen de todas esas reservas, lo que llama poderosamente la atención es la receptividad que manifiesta el público por el producto (libro o película). Es como si viviéramos en una sociedad ansiosa de pasar terror (se entiende que ficticio). Las compañías fabricantes de estos productos se aseguran así el mercado, sin importarle nada más que el dinero hecho en caja. Pero esta industria, ¿se ha detenido a pensar lo que fabrica?

    Con todas cuantas prudentes reservas hagamos, sería irresponsable por nuestra parte que no emitamos la sentencia firme, declarando que el género ficticio-terrorífico conduce por lo general a dos términos:

    1. El nihilismo. El género de terror conduce a la mayoría de sus seguidores al nihilismo. Lo ficticio-terrorífico suele trasladar al lector o espectador medios una sensación general que podría formularse en esta frase: El "peor" de los miedos es algo con lo que es difícil encontrarse a lo largo de la vida. Al espectador se le introduce durante unas horas en un ambiente donde reina el mal, sin que el bien presente alguna resistencia apenas eficaz. Es más, cuando el bien resiste, suele terminar siendo aplastado, pese a todas sus defensas y reacciones. Paradigmáticamente, esto lo podemos ver al final de la película The Devil's Advocate (Pactar con el diablo), dirigida por Taylor Hackford y con un reparto de actores y actrices que es todo un "firmamento de estrellas": Al Pacino, Keanu Reeves y Charlize Theron a la cabeza del reparto.

    Teniendo en cuenta que la mayoría del público no da crédito a lo que en una película de ficción se le está presentando, la conclusión que se saca es que se vive en un mundo donde no pasan esas cosas: "Esto es una película... Estas cosas no pasan". Al mal, al diablo, a sus secuaces y cómplices, se les sitúa en el terreno de la fantasía: no tienen más existencia que el Caballo Pegaso y, en las peores de estas películas, se insinúa o declara que el diablo es ingenioso, inteligente y hasta puede resultar simpático. La mayoría del público -suponiendo que gocen de cierta salud mental- sabe que lo que ven es ficción; pero con ello se refuerzan en la posición de afirmar la condición ficticia (no existente) de todo cuanto se le ofrece (con todo lo que contiene eso que se le ofrece: el diablo no existe -se dicen). En el primero de los casos, el género ficticio-terrorífico se nos muestra como una factoria que alimenta el nihilismo contemporáneo.

    2. El satanismo. Los espectadores o lectores más frágiles pueden ser incitados a descubrir más, si es que el producto les ha entusiasmado. Y, tratándose de estos temas, descubrir más sobre ellos suele abocar a meterse en el peligrosísimo territorio del ocultismo. La minoría de los que, entusiastas de lo misterioso, porfían en indagar más sobre esos temas, encontrarán una de las mil puertas por las que, desde el interés por lo misterioso, se pasa al esoterismo y, del esoterismo, por ende, se termina en el más puro satanismo. Son esos que pudiéramos llamar "frikis" de lo terrorífico; no hay que descartar, por supuesto, el trastorno mental que va asociado a muchos de estos especímenes. En el segundo de los casos, el género ficticio-terrorífico puede tener sus prolongaciones en el satanismo.

    No es extraño que, entre católicos, el género ficticio-terrorífico (ni en su versión literaria ni en su versión cinematográfica) no haya encontrado cultivadores dignos de mención. En todo caso, autores de origen católico, pero apartados de la fe o abiertamente renegados, han podido hacer algo en ese género; los talentes creativos que se mantienen en la fe no muestran que en este campo sean capaces de aportar algo digno, si es que lo han intentado alguna vez. La razón, aunque no la hayan descubierto, es muy sencilla:

    Los verdaderos católicos no tememos nada más que a Dios.


    He empleado con absoluta libertad los términos "miedo", "temor", "terror"... como sinónimos, sin preocuparme de los matices que pudieran hacerse, aunque soy consciente de ello.

    LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS

  2. #2
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
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    Re: El miedo y sus remedios

    Decepcionante que hablando de miedos sobrenaturales y preternaturales "Horas de Libros" no nos diga ni una palabra del miedo (sobrenatural) al pecado y sobre todo, del miedo al infierno.
    Parece lógico, desde que del Vaticano nos quitan los miedos ultraterrenos diciendo que "no hay infierno" o que "sí lo hay, pero está vacío". ¿A qué tener miedo ya?

  3. #3
    Avatar de Nicus
    Nicus está desconectado Miembro Respetado
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    Re: El miedo y sus remedios

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Sí, el artículo no está mal, pero le falta eso que dice Alacrán.
    Pero además yo quiero indicar que si bien el artículo trata de forma genérica al género ficticio de terror, hay que aclarar bien que también hay películas y libros de terror, que no llevan al nihilismo ni mucho menos al satanismo, sino todo lo contrario. Yo reivindico un terror cristiano, en el cual el mal sea aplastado y en donde se le tenga miedo a Dios, al pecado y al infierno; los demonios deben ser mostrados como entidades reales, que los lectores (o espectadores) los entiendan como lo que son: seres reales, NO ficticios. Reivindico un terror donde sea la Iglesia, con sus sacerdotes, sus exorcistas que derrote al mal y no toda clase de hechiceros y farsantes como hay por ahí.
    Lo menciono porque yo escribo ciencia ficción y aventuras, también con terror y de modo alguno es la intención de mis novelas y cuentos que el lector caiga en el nihilismo ni el satanismo, sino que crea en Dios y en su Santa Iglesia.
    Es ésta nuestra finalidad, nuestro gran ideal. Caminamos para la civilización católica que podrá nacer de los escombros del mundo de hoy, como de los escombros del mundo romano nació la civilización medieval. Caminamos para la conquista de este ideal, con el coraje, la perseverancia, la resolución de enfrentar y vencer todos los obstáculos, con que los Cruzados marcharon sobre Jerusalén. Porque si nuestros mayores supieron morir para reconquistar el Sepulcro de Cristo, ¿cómo no vamos a querer nosotros —hijos de la Iglesia como ellos— luchar y morir para restaurar algo que vale infinitamente más que el preciosísimo Sepulcro del Salvador, es decir, su reinado sobre las almas y sobre la sociedad, que Él creó y salvó para amarlo eternamente?”.

    Plinio Corrêa de Oliveira.

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