El negocio del miedo

Vivimos en unas sociedades inoculadas por el virus del miedo. El miedo a perder el trabajo, el miedo a ser atracados por la calle, el miedo a un atentado terrorista, el miedo a una epidemia, el miedo a las centrales nucleares, el miedo a los transgénicos, el miedo a internet o a que el vecino de arriba se vuelva loco y deje una noche la espita del gas abierta; el miedo, en fin, lo preside casi todo. Las sociedades amedrentadas no tienen otro final que la decadencia. La caida del imperio romano y el principio de la oscura edad media no tuvo otro motor tan principal como el miedo (Huizinga lo estudió hace casi noventa años), propagado por quien no tenía nada que perder y mucho que ganar con el miedo a todo.

Porque el miedo es un gran negocio. Lo es para las empresas de seguridad, las de seguros y todas aquellas que viven de la inseguridad de los demás. Desde los que fabrican puertas blindadas, a los que producen sensores contra el fuego, el agua o los intrusos. Conozco a alguien que no sale a la calle si no es provisto de un pito de árbitro, por si acaso. "Cuando me vea en un apuro, tocaré el pito y seguro que los asaltantes huyen". Claro, no lo ha utilizado jamás. Sé de una familia que, cuando se marcha de vacaciones, asegura la casa alquilando los servicios de dos perro doberman de cincuenta kilos cada uno. Da pavor sólo de verlos. Claro, los perros también han de estar asegurados por si se excedieran en su cometido. Y así podríamos seguir ad infinitum, en lo que constituye una gran tomadura de pelo.

El miedo lo paraliza todo, vuelve a los hombres y a las sociedades temerosas a cualquier cambio o novedad, hasta convertirlos en enfermos. Y el negocio del miedo crece exponencialmente.

Autor Josep Maria Sòria