ELOGIO BREVE DE LA VIRTUD DE LA CASTIDAD
LA PUREZA
Breve el elogio, pues uno no acabaría cuando encuentra las fuentes de agua limpia y sin contaminar. Oportuno también, pues en nuestro tiempo la pureza tiene muchos enemigos cerriles y pocos abogados.
Una psicología depravada nos ha instado a la impureza durante décadas. Y así la presunta "liberación sexual", en nombre de la "salud mental", se ha erigido como una de las más grandes mentiras contra la vida limpia, a la vez que se ha aplicado como uno de los más eficaces instrumentos de esclavitud.
La castidad es "la virtud sobrenatural moderativa del apetito genésico". Es una virtud angélica, pues hace al ser humano semejante a los ángeles, pero exige continua vigilancia y severa austeridad. La castidad tiene varias formas:
Virginal: abstención voluntaria y perpetua de todo deleite contrario a ella.
Juvenil: firme propósito y resolución a abstenerse del deleite sexual antes del matrimonio.
Conyugal: que regula según la razón y la fe los deleites lícitos dentro del matrimonio.
Vidual: que se abstiene totalmente después del matrimonio.
La Iglesia Católica -contra lo que por ahí propalan los desinformados o los embusteros empedernidos- nunca ha dicho que la lujuria -el pecado capital que se opone a la castidad- sea el peor de los pecados; pero la larga experiencia espiritual sí que confirma que la lujuria es el vicio más vil y degradante de todos cuantos se pueden cometer. De la lujuria se derivan la ceguera de espíritu (esa invidencia para lo espiritual, pues lo carnal ofusca los ojos espirituales), la precipitación, la inconsideración, la inconstancia, el amor desordenado de sí mismo, el odio a Dios, el apego a esta vida y el horror a la futura.
La literatura fue uno de los primeros medios por el que se denigró la virtud de la castidad. Anatole France (1844-1924) escribió: "No hay castos; solamente hay enfermos, hipócritas, maniacos y locos." Con antelación a Anatole France, los libertinos -el marqués de Sade a la cabeza- se habían convertido en los apologistas de la lujuria, exaltando las más demenciales y depravadas "artes" para alimentar la concupiscencia de la carne, que es insaciable en su dinámica. En su retorcida y enfermiza mente degenerada, incluso habían soñado con ultrajar la castidad en todas sus formas. Después llegaron algunos psiquiatras y teorizaron sobre la conveniencia de destruir la castidad, entendiéndola como un mito y como un sistema de represión psicológica. Y así tenemos el mundo que hoy tenemos... Una colosal cloaca de inmundicia.
Los pecados contra la pureza eran censurados socialmente antaño. Hoy se les llama "opciones sexuales". Se apela a la desinhibición, a la fantasía, al conocimiento de rudimentarias técnicas eróticas que estimulen mucho más... Y se desprestigia la castidad. Mejor dicho, se trata de desprestigiar sin poder lograrlo, aunque sí que haciendo mucho daño a las almas. Lo que ocurre es otra cosa. Lo que pasa es que esa "ceguera espiritual" derivada de la lujuria es la que impide ver las cosas tal y como son. ¿Y cómo son?
La impudicia y la impureza ejercen en un primer momento cierto atractivo. Pero es un atractivo efímero que pronto se disipa; que, en vez de apegar, lo que al final hace es repeler. Sin embargo, allí donde encontramos pureza, cuando nuestros ojos están capacitados para ver la verdadera belleza, el atractivo no es pasajero; pues nunca nos repelerá lo que es puro, lo que no está contaminado. Todo lo contrario, nos adherimos a ello y nos enamora sin que podamos desenamorarnos nunca.
Quien vive la castidad descubre que su contraria la lujuria es la peor enemiga del amor.
Pues la verdad, se pongan como se pongan esos psicólogos, es que el verdadero amor no se conciliará nunca con la suciedad. La suciedad no es amiga ni del amor (por razones metafísicas), ni de la salud (por razones higiénicas).
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