EL CUENTO DE LA ENFERMEDAD MENTAL

SATANÁS, SUS PSIQUIATRAS CÓMPLICES Y SUS ENERGÚMENOS FRENOPÁTICOS


¿Dónde está la línea que separa "enfermedad mental" y "posesión diabólica"? He aquí lo que esta sociedad actual es incapaz de precisar. Algo que, lo hemos de decir, los inquisidores españoles del siglo XVI y XVII eran capaces (si no todos, muchos de ellos sí) de distinguir. No hace falta ser un especialista en Historia de la Inquisición española para saber esto; tampoco hace falta leerse la documentadísima monografía en dos gruesos tomos con papel finísimo y letra diminuta titulada "Historia de la Inquisición en España y América", dirigida por Joaquín Pérez Villanueva y Bartolomé Escandell Bonet, diría que la más científica de todas. Basta con leer algún ensayo del liberal Julio Caro Baroja, como "El señor inquisidor y otras vidas por oficio". Lamentablemente, no se lee nada... Solo soflamas propagandísticas de los enemigos de España y, naturalmente, de nuestra Santa Inquisición.

Muchos inquisidores españoles eran capaces de distinguir una pobre vieja desequilibrada (psiquiátricamente, diríase hoy en día) de una bruja que invocaba fuerzas malignas con la finalidad de provocar maleficios (hacer daño, aojar...). La pesada losa de un racionalismo hoy refutado ha dejado en nuestros contemporáneos la huella de una sempiterna sonrisa autosuficiente, una sardónica sonrisa que aflora cuando se oyen estas cosas: ¿brujería? ¿maleficios? ¿demonios? ¿endemoniados? Sin embargo, hasta Arthur Schopenhauer se explicaba a sí mismo estas cuestiones, recurriendo a su filosofía de la voluntad (véase "Sobre la voluntad en la naturaleza", traducida al español por D. Miguel de Unamuno; hay páginas sobre esta cuestión en las que Schopenhauer ensaya explicaciones "científicas" que pueden servirle al más escéptico).

Cuando una vieja demente, acusada por el populacho de bruja, comparecía ante los inquisidores españoles, una vez que se la examinaba en el tribunal se sabía discernir si verdaderamente era un sujeto peligroso o no era otra cosa que una desgraciada. Y el que se reía -permítasenos la expresión- era el inquisidor. Se le aplicaba un correctivo (por lo común nunca tan cruel como se hacía con los falsos conversos mahometanos y judíos) y a otra cosa, mariposa... Pero hoy no. Hoy, el pretencioso científico tiene su cartilla para comprenderlo todo desde parámetros psiquiátricos. Se ha suprimido la posibilidad de explicar muchas cosas que suceden desde otro punto de vista que no sea el de la "enfermedad mental".


Beato Francisco Palau

En Miami dos individuos, cada uno por su lado, perpetran un ataque caníbal, como zombies (de uno se sabe que estaba vinculado a rituales de vudú; en el otro actuaron drogas) y todo queda en que son psicópatas. Recientemente, en Madrid un individuo de 26 años agrede a una monja de 84 y toda la prensa, al unísono, publica la noticia con la pertinente anotación de que la descomunal agresión a la anciana monja se debe a una enfermedad mental del energúmeno. Se ha suprimido toda posibilidad para explicar muchas cosas, pues tenemos la explicación que pasa por plausible y de todo punto será una insensatez pensar que el demonio tenga nada que ver en estas cosas. Incluso esos católicos que sufren si no se les considera actualizados, esos católicos -digo- rechazarían que el demonio tenga nada que ver en nuestras vidas. Satanás no existe; el que afirme lo contrario, el que afirme que existe Satanás, la posesión diabólica, la brujería... Vive en otro siglo.

Pero no. Los que no nos conformamos con la explicación psiquiátrica y farmacológica -y creemos que la acción diabólica existe, como existe Satanás- vivimos en este siglo. Igual que aquellos inquisidores de antaño vivían en el suyo. Y, aunque les fastidie a esos fanáticos de la falsa religión progresista, el enemigo es el mismo. Bien es cierto que, en nuestra época y para nuestro mal, el enemigo ha conseguido pasar desapercibido, incluso ha borrado sus huellas y tiene convencida a más de media humanidad de que él no existe: fue una pesadilla de la Biblia. No hemos progresado mucho cuando los antiguos eran capaces de distinguir "enfermedad mental" y "acción satanista". No.

Quiero recordar al Beato Francisco Palau, aquel santo grande que -por grande- pasa desapercibido. En su labor periodística mostró la clarividencia con que el Espíritu Santo lo dotó en esta vida. Decía Beato Francisco Palau que ante los males de su época, también de la nuestra y de todas las épocas, es la polución diabólica la clave de todo. Y su solución no es la camisa de fuerza, tampoco la inyección sedante... Su solución es un Ejército de Exorcistas.

LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS